José Díaz Cervera
(Valladolid, Yucatán, México 1958) ha publicado los libros de poesía Licantra, Manual del fingidor, Para astillar la longitud del rayo y La piel, ganador del premio Efraín Huerta; además de la colección de ensayos Elocuencias del delirio. Ha colaborado en diversos periódicos y revistas del país y coordinó el taller de poesía de la Casa de Cultura de Coyoacán. Actualmente cursa la maestría en Filosofía e imparte clases en la Universidad Modelo y la Universidad Autónoma de Yucatán.
Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta 2008.
Hermana ciega:
si levantas los espejos
quedaré convertido en alacrán
y yo quiero que me abraces,
que me digas que he sobrevivido
y que nos queda un poco de candela
para enjuagarnos los ojos.
¿Sabes, hermana,
que he aprendido a dormir
con las luces encendidas?
¿Sabes
que a pesar de todo
no me he muerto:
que tengo mis amígdalas
y el triple chorro
de mi orina?
Voy de regreso
sólo porque quiero ir de regreso,
hermana sorda,
contando los días del revés.
Voy de regreso
porque sí,
porque necesito la palma de mi mano
y las fragancias,
los diccionarios y los ángeles;
voy de regreso, hermana,
hermana muda,
y tengo apenas el paladar
y tengo a penas la memoria
crujiendo.
*
No caigas sola cuando caigas,
porque es de barro caer;
cae con todos los zapatos muertos;
cae dejando a salvo tu dolor
y aquello que termina
cuando comienza el frío.
Porque es de barro caer
así como de barro es desangrarse,
nadie habrá de regresar a los temblores
sin el milagro de la piel;
no caigas sola y con las manos frías,
no te quites las alas,
no te quites los ojos
–estoy aprendiendo a agonizar
y anoche le robé una costra a tu silencio
para que el aire sea más aire
al pie de las palabras,
no te quites el humo de los huesos,
no te quites el zumo de los brazos;
ponte la descamisa de los que celebran el follaje:
no caigas sola,
cae desnuda y amputada:
cerca de ti, alrededor de ti,
sin ti.
*
Hermosa en ti, hablas de las cosas
con tu pezón erecto;
yo te dejo mis ojos,
te dejo el agua ácima
para que remojes tus pies.
Hermosa en ti,
servan tu silencio
los sitios azules, las gotas;
dos manos se encienden
en medio del aullido
y tu sonrisa es una daga
en las cegueras.
Hermosa en ti,
llueves sobre las cabezas
del tiempo,
sobre las nucas amotinadas.
Yo te dejo mis ojos
para que no se rompan en la luz.
(De "La piel")
“Para astillar la longitud del rayo”
Poema de perfil
Afilada en la luz,
como un amanecer doctorándose en el agua,
te miro reclinada sobre el imán de ti,
cual un reloj de sueño
en la edad sudorosa del planeta.
Es musical el vuelo en los pellejos del instante;
es nube el fuego para el plumaje del delfín;
es una cicatriz que viaja desde la comisura del insomnio
hasta el párpado azufre de un mostrenco dios.
El hombre soy,
el ojo soy pulsando la armonía del estruendo,
la incurable ternura de asfixiarme en las manos del olvido.
Y porque platico a solas con tu nombre de finas muchedumbres,
y porque estoy en el alvéolo de un polvo sin regreso,
sólo te miro en la nítida estrategia de la cal
y en la sabia inconstancia del vinagre.
El hombre soy,
el sueño soy,
el ojo.
Escrito en el vaho de un cristal
Tengo esta fe preñada de gallinas negras.
Urgente voy al agua golpeando en la deshora
la costilla del pan,
y soy apenas
un débil dios rasguñando el peso del espanto.
Aquí la tarde es llaga y me gusta mucho más
porque está en latitud de amamantar cuchillos
que son la piel del sueño en que me nombras.
Mira con qué trabajo venzo los sonidos;
mira este amor de alambres y equinoccios
cavando mar y mar, pala y palabra.
Tengo esta fe lagarta y quevediana,
ubérrima y peluda como la paz del llano;
esta fe ronca de decirte ausencia,
de acariciar la ubre adolescente del vinagre
al pie de la bravura.
Cruje la luz mientras estoy cantando
para el felino corazón de tus guarismos
y el lápiz se me escurre hasta la mala carne
de saber quién soy,
ventana abierta al músculo del llanto.
Coágulo, beso y fe,
agua longeva de decirte ausencia en el relámpago:
aquí mi corazón terrible y polimorfo
te ama en la leche simple del dolor que estalla.
Diente de sal, riñón de humo descalzo,
¡ay, médula constante de la llama! Espejo.
Elegías desde el anonimato
Dedicadas a Máximo Cerdio
I
Las horas, aprendices de cuchillos,
de repliegan en úlceras de espuma:
ululación de pinos en la calle.
La tarde es mineral. Un lobo la memoria.
Alguien celebra espejos,
degusta a solas el mendrugo
y se invita a bailar
al ritmo enronquecido de los árboles.
Es sólo la soledad:
tolvanera resuelta en cicatrices,
extremaunción donde la sal encalla
y pierde su pureza,
sonámbula en la ruta de los nombres.
Es sólo soledad,
candado viejo, piedra muerta,
himno depravado que se entona entre acecidos
mientras las telarañas cuelgan del verano.
II
Alguien celebra espejos.
No le apetece la dimensión del ascua:
sólo el perverso jugo de sus huellas;
sitiado en la prosodia
inhuma el estupor y sus preguntas,
punzando el poro femoral del fuego.
Con el humo de un cigarro metafísico,
sólo un rumor invicto,
crepuscular,
rumiante:
sudor de la hoja seca,
hoyo en el pantalón de la amargura.
III
Las tardes veraniegas no saben ponerse de rodillas.
Hay siempre en ellas un murmullo genital
y una obstinada propensión al sueño.
Balanza que equilibra la nostalgia de las cosas,
tijera de la luz para el cordón umbilical de las estrellas,
el verano es vihuela,
girándola y vihuela.
Domador de sirenas, va el verano
contando sus hazañas:
evoca pezones cercenados,
caracolas,
papilas,
torturas angelicales y exquisitas.
Yo, inmerso en lo más hondo de la tinta,
sólo escucho,
como se escucha a un ebrio impertinente.
IV
Un lobo la memoria.
La lluvia que cuelga del perchero es infinita
y la luz, como anciano prepucio
escurre su flacidez más rencorosa.
Es el principio anónimo del tiempo
preñado por ángeles estúpidos,
por esta furia de orfandad y olvido
que no termina
que no termina
que no termina
Epílogo
El poeta, un vacío;
sólo el susto de una mariposa le recuerda
la grave impertinencia de acercarse a estos asuntos
sin doblegar la angustia,
sin olvidar el fermento de sus llagas.
Ser piedra en la hondura de la piedra;
ser cruz en la hondura de la cruz:
no hay vuelta de hoja.
LA CASA AMARGA
ARBOL DE RELÁMPAGOS
Pone sus ojos en un vaso de orines.
Su nombre no regresa a los hocicos
donde rodó una cicatriz.
Es una casa;
esa casa está rota:
alguien le puso signos de interrogación;
alguien le puso abejas.
En las lentas sustancias,
esta música
es agua fracturada;
esta casa es agua,
lluvia es la voz
(quebrada como el graznido de los sueños,
rajada como un árbol de relámpagos.
LOS ESPEJOS MUERTOS
Hoy todo es lejano;
hoy bajaremos hasta los pozos diurnos y las lajas
a visitar a los espejos.
Agrios serán los pasos en esa casa transparente;
amarga será nuestra memoria.
(Las manos se fatigarán en el vacío).
(Los ojos no tendrán palabras).
ESTÁ DE MÁS
Hemos aprendido a no morir de muerte natural.
Parece entonces que ya no necesitamos decir nada.
Somos como las grietas de una casa sin paredes.
Vivimos
acribillados
por un lenguaje irredimible.
Crecemos crujiendo,
ensordecidos
por una luz mugrosa
de balas conversando con la noche.
(Porque todo lo pronunciamos con la sangre,
a veces no queremos oír nada).
PIE DE PÁGINA
Debí haber dicho que alguna vez tuvimos ojos,
que alguna vez tuvimos mares
y sueños
recurrentes.
Nada era semejante a sí mismo.
(Cantábamos y poníamos nuestros tobillos en el fuego).
(Conocíamos las piedras. Sabíamos de la madera).
Presentamos, dentro del dossier de poesía del sureste preparada por Alejandro Rejón Huchín, un poema de José Díaz Cervera (Valladolid, Yucatán, 1958). Ha publicado los libros de poesía Licantra, Manual del fingidor, Para astillar la longitud del rayo y La piel, ganador del premio nacional Efraín Huerta; además de la colección de ensayos Elocuencias del delirio. Ha colaborado en diversos periódicos y revistas del país y coordinó el taller de poesía de la Casa de Cultura de Coyoacán. Actualmente imparte clases en la Universidad Modelo. Lo antecede un fragmento escrito por Juan Cameron sobre su obra.
http://circulodepoesia.com/2016/12/poesia-mexicana-actual-jose-diaz-cervera/
“El placer de la palabra en cercanía al barroco corresponde a lo caribeño y la frondosidad del paisaje que lo habita. Sin duda detrás de todo ello puede divisarse la sombra tierna de un Jaime Sabines a veces tan querido o mal amado por sus vínculos de sangre- dictando la melodía y el sentir del texto. Otras veces, en la adjetivación o en los términos elegidos afloran las lecturas contemporáneas y los poetas nuestros. Como Gonzalo Rojas, cuando Díaz dice “Tengo esta fe lagarta y quevediana/ ubérrima y peluda como la faz del llanto”. Y de cierto modo ese Neruda monumental que aún reaparece como un enorme Buda fiscalizador de la poesía: “Escucho el mineral de los sentidos”, “La piel como una almendra genital”, “pinta en tus rodillas el estatuto noble de la sal”. Pero no solo en ciertos versos, sino también en las palabras cargadas de significados de Residencia en la tierra como peluquería, sastre, calcetines, sombrero de fieltro, etc.
Pero más que contemplar el poeta yucateco parece observar y mostrar, para comprometer al lector con los significados de lo cotidiano sin involucrarse -como corresponde- en algún inútil juicio de valores. A lo más la narración de su estar en este mundo podrá describir su estado desde un punto de observación más alto que el nivel de la emoción: “Aquí, presto animal de las ampollas,/ descifro las inicia-les más modestas/ del zumo de la tierra”. O, en otro caso, recurrirá al truco de hacer hablar, por él, a un personaje histórico: “Yo, François Villon,/ poeta finisecular,/ cantor sin gloria en la edad prostibularia del anatocismo”. “
Juan Cameron
PARA ARRULLAR A UNA MUJER QUE
CANTA UNA CANCIÓN
Canta
—como un río ensimismado—
el secreto de las cosas rancias.
Abre semillas imprevistas.
Sueña con ventanas rotas.
Nombra el pulso del rayo.
Cultiva párpados para aliviar nuestra pobreza.
Yo rompo el sueño que dibujó su voz
y salgo por una ventana
para ir a otra cárcel.
Ayuno en laberintos, deshojado por la música,
desfigurado por la espuma.
Escribo para no lamer el suelo.
Escribo un país
de lenguas que se oxidan
(paisaje de puertas cerradas y tobillos de lodo),
un país
de guitarras sin cuerdas.
Canta
—como un cielo que se alimenta de relojes—
para no romperse;
canta para no tener que seguir cantando,
para hacerle creer a los días que su oreja derecha
es un niño remojando la memoria
en un río de aguas dóciles.
Dice mi nombre;
dice mi silencios de puerta que rechina:
pesadilla,
mariposa de las cicatrices.
http://circulodepoesia.com/2016/12/poesia-mexicana-actual-jose-diaz-cervera/
“El placer de la palabra en cercanía al barroco corresponde a lo caribeño y la frondosidad del paisaje que lo habita. Sin duda detrás de todo ello puede divisarse la sombra tierna de un Jaime Sabines a veces tan querido o mal amado por sus vínculos de sangre- dictando la melodía y el sentir del texto. Otras veces, en la adjetivación o en los términos elegidos afloran las lecturas contemporáneas y los poetas nuestros. Como Gonzalo Rojas, cuando Díaz dice “Tengo esta fe lagarta y quevediana/ ubérrima y peluda como la faz del llanto”. Y de cierto modo ese Neruda monumental que aún reaparece como un enorme Buda fiscalizador de la poesía: “Escucho el mineral de los sentidos”, “La piel como una almendra genital”, “pinta en tus rodillas el estatuto noble de la sal”. Pero no solo en ciertos versos, sino también en las palabras cargadas de significados de Residencia en la tierra como peluquería, sastre, calcetines, sombrero de fieltro, etc.
Pero más que contemplar el poeta yucateco parece observar y mostrar, para comprometer al lector con los significados de lo cotidiano sin involucrarse -como corresponde- en algún inútil juicio de valores. A lo más la narración de su estar en este mundo podrá describir su estado desde un punto de observación más alto que el nivel de la emoción: “Aquí, presto animal de las ampollas,/ descifro las inicia-les más modestas/ del zumo de la tierra”. O, en otro caso, recurrirá al truco de hacer hablar, por él, a un personaje histórico: “Yo, François Villon,/ poeta finisecular,/ cantor sin gloria en la edad prostibularia del anatocismo”. “
Juan Cameron
PARA ARRULLAR A UNA MUJER QUE
CANTA UNA CANCIÓN
Canta
—como un río ensimismado—
el secreto de las cosas rancias.
Abre semillas imprevistas.
Sueña con ventanas rotas.
Nombra el pulso del rayo.
Cultiva párpados para aliviar nuestra pobreza.
Yo rompo el sueño que dibujó su voz
y salgo por una ventana
para ir a otra cárcel.
Ayuno en laberintos, deshojado por la música,
desfigurado por la espuma.
Escribo para no lamer el suelo.
Escribo un país
de lenguas que se oxidan
(paisaje de puertas cerradas y tobillos de lodo),
un país
de guitarras sin cuerdas.
Canta
—como un cielo que se alimenta de relojes—
para no romperse;
canta para no tener que seguir cantando,
para hacerle creer a los días que su oreja derecha
es un niño remojando la memoria
en un río de aguas dóciles.
Dice mi nombre;
dice mi silencios de puerta que rechina:
pesadilla,
mariposa de las cicatrices.
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