miércoles, 2 de julio de 2014

HERNAN MONTEALEGRE KLENNER [12.127]


HERNAN MONTEALEGRE KLENNER

Hernán Montealegre Klenner (1937). Abogado y poeta. Fue discípulo de Roque Esteban Scarpa en la “Academia del joven laurel” del Saint George’s College. Por las Ediciones del Joven Laurel, se publicó su primer libro “Cielo en la tierra” (1965). Posteriormente publicaría “Cercana inmensidad” (1964), “Convocatoria” (1995), “De mundo en mundo” (1996), entre otros.

Fuentes: “Poeta de la historia”. Por Pedro Pablo Guerrero (El Mercurio, Santiago, 25 de enero de 1997); Archivo del escritor.



“Y de pronto parece que hemos llegado al término,
donde todo se acaba, donde la cumbre,
se reúne al abismo; el lugar donde el límite
se agota en su propio silencio”.

(“Solo el silencio”).




LA VIGILIA

Padre infinito, tus manos que todo lo sostienen
reposan ahora-un momento-en mi voda que no acaba de
asombrarse ante la plenitud de tu prodigio.
Yo veo tu mano y escucho su mùsica, cierro mis ojos
y los abro dentro de tu sangre que me llama. Padre amado
como el màs pequeño de tus hijos me acerco para despedirme,
para decirte que estoy alegre,
que he sentido tu cariño, que ahora me voy-el màs feliz de los hombres-
a dormir en paz. Dios mìo, ven y yo unirè mi sueño con tu sueño.
Y ambos soñaremos que estamos en un reino muy hermoso,
que tù caminas a mi lado y me tomas de la mano
y de pronto nos ponemos a correr...




Cielo en la tierra
Autor: Hernán Montealegre Klenner
Santiago de Chile: Eds. del Joven Laurel, 1955


CRÍTICA APARECIDA EN EL DIARIO ILUSTRADO EL DÍA 1955-11-20. AUTOR: CARLOS RENÉ CORREA
Hernán Montealegre es un poeta precoz. Antes de cumplir los 18 años ha escrito estos poemas que lo muestran dueño ya de un dominio de la poesía, nada común en escritores adolescentes. Revela este libro, que enriquece las Ediciones del Joven Laurel, una poesía enraizada en temas de altura espiritual y a la vez de un vigor humano notable; el objeto fundamental de esta poesía es Dios y en torno a Él los vitales sentimientos del hombre.

En su poema “Destino de ángel”, concluye:



“Hermano de ángeles y poeta de la eternidad
desciendo a la tierra con mi celestial destino”.


Cuando otros poetas a su edad, se complacen en cantar solamente lo objetivo y el amor humano. Hernán Montealegre se sumerge en la idea de Dios, cuyo amor exalta con recio acento y, a pesar de su juventud, ruega a la Muerte:



“Acércate, muerte, más todavía,
más
y más todavía.
Yo no sé, yo no sé quien eres.
No lo sé,
pero siento tu presencia.
Por ti voy a unirme a Dios
y juntar mi cuerpo en el cuerpo del Amado”.



Su prologuista, Roque Esteban Scarpa dice que su experiencia religiosa es “no la que se expresa como narrativa, anecdótica y pía, sino la interior, profunda, en que la piedad es adjetiva, porque todo lo colme la sustancia del amor”.

Es curioso como un poeta de su edad puede decir con tanta soltura, pureza y profundidad.



“Vivir es esperar en el fondo de una lágrima.
No busques entonces el delicado temblor de la espuma
que hermosamente suave se entrega a la orilla”.

(“Solo el silencio”, pág. 21)



Hay un vigor universal en todo el libro; la tierra, los elementos vitales son intuidos por Montealegre con desusado vigor y originalidad. Para él la ciudad es un cementerio de hombres muertos que caminan y así dirá:



“Estoy en una isla cubierta de niebla
o entre la lluvia de una montaña, como un animal mojado
que camina golpeando el duro metal de las piedras”.



Sería empalagoso insistir en influencias, muy explicables, por lo demás, en un escritor que comienza. Lo importante es poder afirmar con plena verdad, sin exagerar, que Hernán Montealegre alcanza la expresión de una poesía profunda y a la vez simple; poesía que se expresa con cierta elegancia y sin las torturas propias de la juventud.


CRÍTICA APARECIDA EN EL DIARIO ILUSTRADO EL DÍA 1955-11-27. AUTOR: OSCAR LARSON

Hace dos años nuestro ambiente literario fue gratamente sorprendido por la aparición de un libro que, bajo el título de “El joven laurel” reunía una selección de versos y de ensayos en prosa, cuyos autores eran jóvenes de la Academia Literaria del Saint George’s Collage de esta capital. La sorpresa se debió, no tanto al hecho de la publicación de un libro escrito por muchachos –puesto que en varios colegios y liceos hay revistas que publican también composiciones de los alumnos- sino a la calidad de los trabajos que contenía el volumen. La crítica lo señaló con satisfacción, elogiando a los adolescentes autores, cuyas aptitudes aparecían tan sobresalientes.

Pero el éxito mismo sugería una duda: ¿Continuarían cultivando sus aptitudes esos jóvenes? Pasados el entusiasmo y el idealismo, propios de su edad, ¿mantendrían su inspiración y la disciplina que exige la vocación artística? La vida ha tronchado tantas vocaciones juveniles y la precocidad en el triunfo suele traer consigo el agotamiento prematuro.

Felizmente, en este casi no ha ocurrido así. “El Joven Laurel” se ha convertido ahora en el nombre genérico de unas ediciones que lleva publicados ya siete volúmenes.

Queremos referirnos hoy al aparecido últimamente. Se titula “Cielo en la tierra” y su autor es Hernán Montealegre, uno de aquellos colegiales de hace dos años. En 50 breves páginas, un claro manantial de poesía.

Nos hallamos frente a algo tan superior, tan distinto de lo que nos ofrece la producción literaria de la juventud actual, que hasta el título, aparentemente pretencioso, está bien puesto. Esos versos, sanamente modernos con felices hallazgos, traducen las efusiones de un alma extraordinariamente pura, volcada hacia los amores más altos y más nobles que pueden atraer al corazón humano.



“Dame la mano, poesía, dame la mano,
vámonos amando
sobre las altas cumbres,
que la Amada, recién nacida, nos espera”.



La Amada es la Virgen María. Con este amor se inicia el libro y con él se cierra; pero caben otros. “La historia hermosa” es el canto a una de esas hondas amistades que nacen en el colegio y que después no tienen igual en la vida, porque en ellas todo es pureza y generosidad, idealismo y esperanza. El poeta llega, en estas páginas, a cumbres de rara belleza y sinceridad. Tiene también otro amigo, al cual escribe “La historia de todos”. Ese amigo es Jesús:



“Habitabas en aquel mar absoluto de aguas lejanas
y sin embargo
deseaste venir y conocer el árbol cuyo fruto moría cada tarde,
y estar junto a nosotros”.

………………………………..

“Ya entonces el camino sostuvo la luz de tu pie
y dentro del hombre se oyó el silencio de tu mano”.



Su vuelo no se detiene allí. Mejor dicho, su amor hace descender hasta él, hasta su realidad viviente, al mismo Dios, con el Cual habla en la “Primera Oración o Elegía del Amor y la Esperanza”:



“Desde toda eternidad me has amado.
Siempre me has tenido contigo, Padre mío.,
Tú habitas en mí y yo siento tu amor
que me rodea entero y casi me suspende de la tierra”.



Todo este poema canta –tal vez sería más justo decir: cuenta- este Amor, con una sencillez que asombra. No es una “poesía religiosa”, no es un himno a Dios, no es un éxtasis; es una vivencia real, una experiencia (“yo siento tu amor”), algo vivo que ocurre entre el alma y Dios; pero, sin exaltaciones, simplemente, como un diálogo entre dos amigos. ¡Y qué elevación y qué profundidad en los pensamientos! Esto no se aprende, ni se imita: se vive.

El libro contiene también otras poesías que no son de temas religiosos. El poeta no habita en las estrellas, sino que sabe de la tierra, la ciudad, el dolor, la muerte y “el tigre nocturno que camina en mi sangre”. Pero esas realidades no le amargan, aunque a veces le entristezcan; no las desdeña, sino que las contempla desde arriba y con un amor generoso, hondamente cristiano. En este aspecto, el simbolismo de “Tu poema” es particularmente expresivo e impresionante.

Por todo esto, el poeta puede decir con ingenua sinceridad:



“Hermano de ángeles y poeta de la eternidad,
asciendo a la tierra con mi celestial destino”.


No se ha producido otro caso como este en la poesía chilena.



Cercana inmensidad
Autor: Hernán Montealegre Klenner
Valparaíso, Chile: Instituto de Cultura Hispánica, 1964


CRÍTICA APARECIDA EN EL MERCURIO EL DÍA 1965-02-07. AUTOR: HERNÁN DEL SOLAR
Muy joven (nacido en 1937, en Puerto Montt), este es su segundo libro de poemas. El primero –“Cielo en la tierra”- apareció hace doce años. Antes había figurado en una antología de poetas colegiales. Así, pues, la vocación poética es temprana en Hernán Montealegre Klenner, y muchos han podido advertir claramente su paso sencillo y vigoroso. En “Cercana inmensidad” le tenemos ya en posesión de sus poderes mágicos, que son los que a un poeta le permiten construir un mundo propio.

Hernán Montealegre Klenner mantiene un trato cordial con las palabras y estas le ayudan con toda naturalidad a darle un limpio misterio a toda cosa, tarea primordial de la poesía. Para llegar a la emoción, no necesita esforzarse. Todo se halla como aguardando que el poeta lo elija para el poema. La gracia, ternura, a veces el ingenio, y la profundidad muy a menudo están en acecho de las palabras y de las imágenes de que el poeta va a valerse, para entrar en ellas de inmediato y colmarlas de vida.

Cuando se obtiene el poder de dar una sensación de espontaneidad, de forjarla con sencilla sabiduría, como ocurre en los poemas de “Cercana inmensidad”, la poesía es para su creador una fiesta, un gozo intenso, que se comunica, se extiende, comparte el poeta con cada uno de sus lectores bien dispuestos.



“También este poema es para ti.
Palabras sencillas para que tú las ames.
Como poner un nido en tus manos, como mirar
la lluvia sobre los eternos tejados. Tan simples,
como abrochar el zapato de un niño”.



Esta ofrenda, en el amor, tiene una naturalidad que se impone y luego vemos que no es sino el reconocimiento de un don puro:



“Te miro y de mí comienzan a brotar
palabras que no yo sino tú haces nacer.
Por eso eres tú quien en verdad va escribiendo este poema para mí.
Y yo te escucho y voy copiando con torpeza lo que dices.
Amor mío dime solo sencillas palabras
para que yo las pueda entender.
Como si juntos sacáramos una paloma de su nido
y levantándola en el aire de pronto la soltáramos hacia el cielo infinito”.



Actividad poética compartida. Siempre es así en este libro. Junto al poeta hay escribiendo el poema una mujer, o el universo de en torno, o –más allá- Dios, en un juego feliz. “Me agrada, Señor, jugar contigo. Correr / para que tú me persigas sonriendo y mirando la rapidez de los pájaros”.

En lenguaje colóquela o de una simplicidad que se sostiene en el tono del coloquio, la poesía de Hernán Montealegre Klenner no necesita de vanas búsquedas para ser verdadera y, además, parecerlo.


CRÍTICA APARECIDA EN LA NACIÓN EL DÍA 1965-05-02. AUTOR: GONZALO ORREGO
Montealegre Klenner tiene 28 años y una definida fibra poética. Siguiendo la ruta de ilustres predecesores (Barbusse, Huxley, Neruda entre otros) se mete en los meandros de la biología y allí encuentra su numen:



“Entre mis ojos y los tuyos está el aire.
Pero al cerrar los míos
yo pienso haber llegado al interior de tus párpados
y resbalo en la oscuridad acariciando tus pupilas.
Oh milagro de unas paredes humanas que encierran
en la cavidad de una piel nocturna toda la ternura del universo”.



El título del volumen está muy bien configurado en estos tres versos:



“Pero aunque en definitiva todos habitemos el misterio
yo te pido que juntes tus manos con las mías
hacia la consumación universal de la unidad”.



Es necesario anotar un tercer ejemplo, que reafirmará un ulterior concepto central:



“Desde la venta, el mar. El cuarto
ya en penumbra. Una muerte entre la vida
recorre descuidadamente su reinado. Todo es suyo.
Amante acariciando una larga cabellera
el recuerdo de otros años repasa las paredes…”



Ya sea como anhelo directo o como figura retórica está siempre presente la obsesión del contacto físico con la bienamada, porque de allí y no de otra parte salta la chispa divina, la pura emoción poética, la expresión mirífica que obrará el prodigio de unir materia y espíritu, cuerpo y alma; que permitirá volcar hacia afuera el mundo interior del poeta. El interior de los párpados, la conjunción de las manos, la cabellera acariciada, son las vías o gritos propicios a la extravasación.

Esta mecánica espiritual es habitual y también muy lógica entre los poetas de buena ley; ellos deben tener una musa que los inspire; y no la musa abstracta, sino una auténtica. El depurado romanticismo de Magallanes Moure nos presenta un ejemplo muy gráfico de lo que significa la musa frente al poeta como fuente de toda vibración, de toda inspiración. Don Quijote no pudo emprender sus fabulosas hazañas sin la Dulcinea y el poeta de hoy y de siempre también la necesita para cumplir su hazaña formidable de comunicar el complejo y secreto mundo interior.

Finalmente, debemos anotar en Montealegre Klenner una ancha, alta aspiración hacia la inmensidad, hacia lo infinito, hacia los espacios abiertos donde pueda volar libremente el pájaro del alma. Ya lo dice:



“Amor mío, dime solo sencillas palabras
para que yo las pueda entender.
Como si juntos sacáramos una paloma de su nido
y levantándola en el aire de pronto la soltáramos hacia el cielo infinito”.



Aquí no hay inhibiciones de medida expresiva; aunque la sentencia resulte larga, lo principal es decir su verdad.







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