viernes, 25 de julio de 2014

DANIELA MARTÍN HIDALGO [12.498]

Esta foto es de Juan Marqués y está realizada en la Residencia de Estudiantes

Daniela Martín Hidalgo

Daniela Martín Hidalgo (n. Lanzarote, 1980) es una escritora española en lengua castellana.

Licenciada en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid. Entre 2007 y 2009, disfrutó de una beca de creación del Ayuntamiento de Madrid en la Residencia de Estudiantes. En la actualidad reside en los Países Bajos, donde trabaja como profesora de español.

Publicaciones

Poesía

Desolación. Destierro (Litoral Elguinaguaria, 1997)
Memorial para una casa (La Palma, 2003).
La ciudad circular (Litorial Elguinaguaria, 2003).
Pronóstico del tiempo, Ediciones Trea, S.L., 2015

Prosa

Ludmilla (Caja General de Ahorros de Canarias, 2003).
En el jardín botánico (Interseptem, 2005).


Última contemplación del mar

Bajo la incisión de las estrellas
una hoguera extendida que se apaga,
este mar apretado de la noche
en el agua constante.

Si cuando una manta de tiempo pase
mirarán otros como estoy mirando.

(Este poema pertenece a la serie Cosas venidas del mar, con la que Daniela Martín Hidalgo ganó el primer premio de la edición de 2oo6 del Certamen de Jóvenes Creadores del Ayuntamiento de Madrid). 


Desolación y destierro

Soy un minuto interrupto sin ternura
una oquedad de paredes encerradas
siento que todo me baña y no lo entiendo

Dependo de las mordeduras de serpientes
de los rechazos y la luna
de mis mentiras perdidas en el barro

Tiembla el suelo...
(habrá un alma escuchando,
un alguien estrangulado desde la multitud de mis estantes.)

Apuro en mi paño el tiempo terminado,
bebo escalofríos y pervierto mis razones tengo el frío que mancha el alma de las cosas


Lugar sin tiempo

La casa muerta:
un reloj de arena mudo,
en espera del tiempo
cristal vacío.

El mismo segundo inagotable
siempre retomado.

Principios posibles, 
vetas imaginadas.
Sin pasos.

Sólo entonces el comienzo:
un gesto curvo,
el círculo casual de unas llaves
tanteando el hierro.
La firmeza furiosa en un brazo de luz
hiriendo.

(De Memorial para una casa, 2003)


Retrato

Mi hermana Elena

Envejecerá tu vida.
Vendrás a la vejez que imaginabas,
al rostro que espera
tras el espejo.
Te ceñirás la máscara del hueso.

Como no es posible adivinarte:
dando a la tierra el cuerpo sostenido, 
paciente y sentada,
ya serena en su músculo la risa.
Serás sedimento,
la carne rebañada en arañazos.

Y sin embargo allí la mirada,
igual intacta siempre,
salvada,
pálpito constante amado
esperando volver a ser reconocido.

(De Memorial para una casa, 2003) 


Beethoven o La frustración

Mentre che’ l vento, come fa, ci tace. 
(Inferno, Canto V)

Vibran igual los cristales al ruido
o la música; quisieran ser ciegos.
Lloran niños, alguien grita mi nombre.
Vibran los cristales: sólo en la lengua 
será posible oír la vibración.
Con odio calla para mí la música.

Giran los aplausos como bandadas
de pájaros densos pero invisibles.
En mi interior cada golpe de sangre
estalla sordo para enloquecerme.
Y grito, pero es sólo una garganta
que se desagarra, no guarda aire dentro.

Sueño sonidos de la ciudad, golpes,
pasos que me despiertan avanzando.
Hay otras veces también una música
que oigo y que lejanamente recuerdo
y que para poder dormir escribo.

(De La ciudad circular, 2003)


Últimas visitas al museo

A veces
no puedo levantarme, dices

despertadores, el cuerpo una
boya vacía.
A veces no logro confiar
en las palabras,
líquida la realidad, espesa
su baba,
este modo de decir
que está cansado.

Creí que la vida
acabaría por ilusionarme.

Pero se acaba el verano, hay días
en que repto incapaz
como un animal de erguirme.
Hoy me despertó el teléfono, entré
en el herbolario:
después de todo, los invernaderos
por dentro iluminados, el mecanismo
de ciertos interruptores, la sed.
Deberíamos visitar ya sólo
las obras del pasado.

Pero se acaba el verano,
la luz en los días se agota:
nos desangramos de esta lenta
enfermedad del bienestar.
Quedan cuencos,
sólo representaciones vacías.

Sin tensión,
pronuncio este idioma
que nada significa, la comida
cae cicatrizándose
hacia el final de la garganta.


Penélope
(Epigramas para una la espera)

Te espero. Pertenezco
desde siempre al tiempo que es esta
espera.


(Minotauro)

Se oyen los pasos en el laberinto.
Es un temblor que inclina la vergüenza
de carnes desgarradas.
Se han cumplido nueve años:
es tiempo de tributos.
Voces siete otras siete
midiendo la ilusión de los pasillos
que a veces dan retorno.
Está caliente el vértice del hueco
en que el monstruo se ha apoyado
a esperar.

*

Me he detenido en mitad de una
espera.
Soy circular o eterna.
Siempre la misma ráfaga de viento,
siempre el golpear después de una puerta,
la cáscara del óxido en los goznes.
No existe la llegada: habré poblado
las vísceras secas de una clepsidra.



CESARE PAVESE

Cree llegas, con torpeza,
Cree en ese olor dulce que
sólo es aire.
No sabe que el sol derritió la
cera
y en el mar de los cantos
nacen piedras.
No sabe que Calipso hoy va a
tenerte.


*


Entra lana el ilota,
trae confuso un olor que nunca es
suyo.
Oscurezco la habitación.
Amarrada a sus piernas ya comprendo:
tampoco él guarda sabores cercados.
Mi brazo lo aparta para llorar.






PRONÓSTICO DEL TIEMPOD

Ediciones Trea, S.L., 2015

La ciudad sí y la ciudad no de Daniela Martín Hidalgo

Publicado por Martín López-Vega 



La colección de poesía de la editorial Trea va haciendo, sin prisa y sin pausa, un catálogo de lo más envidiable. No sólo ha publicado más de una valiosa traducción (Theodore Roethke, Stanislaw Baranczak, Tess Gallagher o Robert Hass), buena parte de lo mejor de la poesía contemporánea en asturiano (Antón García, Xandru Fernández, Vanessa Gutiérrez….) y algo de la catalana (Joan Vinyoli), sino que poco a poco ha consolidado una línea editorial a base de poetas en castellano contemporáneos, a menudo ajenos a los circuitos y sin mediar premios ni otro tipo de recompensas. Una editorial con todas las letras, en definitiva. Una de sus últimas novedades es un libro mucho más que interesante: Pronóstico del tiempo, de Daniela Martín Hidalgo (1980), otro nombre que (pese a haber sido becaria en la Residencia de Estudiantes de Madrid a finales de la década pasada, lo que muchos aprovechan –y no diré yo que hagan mal- para la autopromoción) no suele estar presente en los recuentos de poesía última y parece bastante ajena a los saraos del gremio. Mal por quienes hacen los tales recuentos, porque este Pronóstico del tiempo tiene todos los ingredientes necesarios para ser uno de los libros de su generación dignos de ser tenidos en cuenta.


Un libro variado en los temas, aunque recorrido por una honda consciencia de angustia inevitable que se intenta combatir con el humor, como en “La mujer barbuda”, un poema de crisis en el que afirma que “No quedará sino el humor” y que concluye: “Por eso, / diluye tu semilla de mostaza en mi oreja, / la arena que llevo entre los tímpanos. / Acerca la manta más la manta, / cuenta hasta tres que me haga reír”. La risa es un elemento importante del libro, así en “Poema de amor”:


Mi amigo dice

que lleva un marisco triste en el abdomen,
una viola
de gamba, y que su bigote (el de la gamba)
es metálico.

Oh, como separaré la piel

del cuerpo brillante del calamar.

Cómo haré que se ría,

que él se ría,

que no se deje de reír.


Y sin embargo, los momentos inolvidables del libro tienen que ver con su mirada sobre la vejez y la enfermedad, en los que logra una ternura sin compasión, una exactitud sin frialdad, un tratado sobre las distancias exactas y sobre el amor inteligente por las personas y las cosas. “El guardagujas”, poema que abre el libro, es tal vez el mejor del conjunto, uno de los mejores que nos han dado los poetas de la generación de Daniela Martín Hidalgo y un buen ejemplo de poema largo bien trabado (tal vez les haya hablado ya alguna vez de lo insoportables que se me hacen las ristras de anáforas). Acaba así:


[…] En el canalón se apoyan viejos cuervos sabihondos

y has empleado polvo para apuntar sus teléfonos.
(Eso que orinas es fango.)

Tu olor tampoco te gusta, es olor

de rancia marquetería, de cajonera cerrada,
de papel al fondo de los armarios.

Te gustan las tetas de tu enfermera,

sus grandes nimbos asimétricos:
quisieras mamar de ellos como niño.

Fumas ducados a escondidas y el gotero

te espía, tu chivato tu sombra tu sanguijuela.

Los ascensores te persiguen.

Crees que Algo o Alguien quiere matarte,
y por eso no confías.

La grúa ha atropellado a un puerco espín en la carretera.

Llaman a la ambulancia pero ya
no se puede hacer nada.

Es limitar mucho las cosas decir qué es lo que busca uno en un libro de poemas, pero puedo decir que prefiero la exposición a la exhibición, el humor a la ironía, el descubrimiento al reconocimiento, el fallo de quien lo ha intentado al acierto del copión. Que la ciudad de los poemas no sea ni la ciudad sí ni la ciudad no aquellas de Evtuchenko, sino una ciudad del tal vez, pues sólo la duda sabe escribir poemas. Y es quien ha escrito todos los de este libro.











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