Boris Tocigl Sega
Boris Tocigl Sega (1936 - 2012). Poeta. En 1959 se dio a conocer a través del libro “Guardia de imaginaria”. No se supo nada de él hasta 1983, año en que reedita su obra primera. Al año siguiente publicó “Philosdendrom” (1984). En 1991 continuó con “Memorias de un hombre enamorado”.
Fundación IberoAmericana cumpliendo con su misión de difundir la literatura, ha querido presentar las obras de este escritor que cultivó un género poco divulgado, la poesía erótica.
También hemos incluido algunas de las críticas que recibieron algunos de sus libros, mostrando así lo que pensaban otros escritores y críticos de su obra.
Fuente: Fundación Iberoamericana.
BORIS TOCIGL SEGA/ PHILOSDENDROM (FRAGMENTO)
I
JULIO
Odiaba ese calor insoportable de New York. El aire era hùmedo, espeso y resbalaba igual que baba del alfèizar de las ventanas. Desde ellas podìa ver su masa caliente arrastràndose como marabunta sobre el asfalto de las calles. Me pasaba las horas observando su lomo largo, viendo como se escurria inagotable por los resquicios de las puertas, ropas y alcantarillas.
Aquel vaho de laxitud daba un compàs màs largo a mi vegetar enfermo, a mi hastio de masturbarme. Hacìa meses que vivia encarcelado conmigo mismo, reptando del baño al dormitorio, a la cocina, sin tener màs prado que el color de los muros de mi departamento y el smog del cielo. Dentro, me roìa lento el transcurrir del tiempo. Mis piernas y mis brazos lacios, eran carne flàccida, mi mente me era totalmente ajena y no lograba conducirla ni ordenarla. Para aplacar las horas, pintaba. Eran cuadros blandos de formas amorfas, eran peces deasientos pariendo gusanos, alas,cascabeles, huevos trizados, eran cementerios blancos, jardines de algas vivas, medusas, todo girando en figuras grotescas como orejas de viejo. Nada saciaba la gran boca, el grueso esòfago que era mi angustia. Pintaba, sòlo por desparramar esas pulsaciones de sangre que me rebanaban las sienes hacièndome gritar de ansiedad. No lograba dibujar una flor, ni un rostro, ni siquiera el de mi mujer, Antonia, sin cubrirlo de cascarrias.
A menudo me excacerbaba hasta lograr un climax de arcadas que descompusiera mi cuerpo, aturdiera mis òrganos y mis mùsculos y los forzara a vomitar sus orujos. Con gran cuidado los recogia entonces y los fijaba en las telas de mis cuadros. Pintaba con ellos, porque eran lo que era mi existencia y mi ùnica forma de idioma. A sus manchas biliosas les daba forma de telarañas para que mis escupitajos parecieran ricio y mis mocos perlas; luego, en calma, me postraba a mirarlos mientras comenzaba la lenta rutina; manoseàndome, apretàndome con el puño, luego golpeàndome ràpido sobre la vejiga imaginando las manos calientes de Antonia. Mi goce era contener el goce y retenerlo, una y otra vez, hasta por fin, dejarlo escapar vaciàndose entero sobre la nada. Lo hacia pensando en Antonia, quien conocia mi cuerpo, mis fetiches y me hacia gozar con ellos. Antoniam, excitada, era una hembra grosera que todo lo nombraba al balbucear su espasmo; habìamos gozado cientos de veces juntos y siempre con ese goce profundo, que enardece, duele y que cuando podia escapar me crispaba la espalda y me hacia empujar en ella con todas las fuerzas para poder vaciarme en el fondo de su vagina que adoraba. Ansiaba volver a gozar en ella. Sòlo masturbarme lograba aplacar esa ansiedad y adormecer mi cuerpo; ùnico escape en aquella confusiòn que pudriò mis sentidos durante todo aquel largo verano.
Guardia de imaginaria
Autor: Boris Tocigl Sega
Santiago de Chile: Universitaria, 1959
CRÍTICA APARECIDA EN EL SIGLO EL DÍA 1959-07-12.
AUTOR: YERKO MORETIC
“Guardias de Imaginaria”, Boris Tocigl-Sega (Talleres Editorial Universitaria, 1959)
No debe ser fácil encontrar en la literatura chilena otro ejemplo de una poesía que extravierta con igual intensidad las torturantes ansias que, por lo general, en algún momento al menos, asaltan al adolescente. Durante esta edad transicional, la crítica maduración psicobiológica provoca en el muchacho tanto inestabilidad emotiva como urgencia física, de modo que todas sus determinaciones inherentes a su calidad de ser humano experimentan pendulares estados contradictorios. El gran mérito de Tocigl-Sega es trasuntarlas –aunque cayendo a ratos en el tremendismo grandilocuente- mediante un ritmo casi siempre febril, pasmosamente expresivo en muchas veces, de un poderoso jadeo vital. Es decir, la hiperestesia, la exacerbación sentimental y la plenitud corpórea desbordante, propias de la juventud, gritan, gimen, desafían o sollozan en las presentes páginas, y hacen más impresionante esta entrega de sí mismo que realiza el poeta:
“Angustias e inquietudes
como llama de bosques
comienzan a lamer el instinto de yesca del triste adolescente.
Sus distancias crecen
y cada segundo se hace más intensa, más cruel
la soledad de sus suplicios.
Sus venas puñan en sus sienes,
se ahoga en sus ancestros,
se revuelve en sus recuerdos,
estruja las arañas de los tiempos,
implora a los demonios que riendan los sinos,
a los espectros de las fiebres,
al reptar de las pestes,
y comienza a beber
cada vez más sediento, más ansioso,
alcoholes,
sangre de tierra,
caldos, que le abrasen la entraña,
que huyan con su fe, su amargura,
y lo empujen blando,
por las noches
por los limbos del olvido
hacia la nada.
Sus nervios crecen, se crispan,
sus médulas sudan
su imaginación se espanta
se aterra de sus destinos
grita
sufre
corre.
Lanza frenético su cuerpo
por las barandas
y lo estrella en las piedras de los arcos.
Sus uñas, sus labios,
sangran.
Arde íntegra su entraña.
Una furia ciega
lo muerde
lo corroe…
Llora bebe
llora a gritos bebe bebe
araña se araña
derrama lejos los tiestos de greda
hunde la cabeza en sus brazos
y su mente y su existencia giran, giran como brasas de fragua que todo lo incendian
que todo lo consumen
haciendo escoria, polvo
de todos sus deseos
pus de cuanto adora.
Su mente se nubla
cae
se aturde.”
Así, solitario, en una playa, de noche y frente a un viejo y derruido torreón italiano, presenta Tocigl-Sena a su adolescente del primer poema (“La Torre de San Lorenzo”). Luego del dionisiaco frenesí y de la inconsciencia, viene el despertar: “Ya muy tarde recogido en sí mismo, el adolescente abre sus ojos llorosos. Siente la misma fiebre que lo abrasa y recuerda que nunca tuvo un alma a quien pedir y otra vez a gritos…por matar su melancolía, desahogar su alma despeño por roncos precipicios de euforias de plegarias toda su vehemencia a toda su angustia” (La prosificacón es nuestra, aunque se ha respetado la puntuación).
El otro poema de que consta el volumen, “Guardias de Imaginaria”, muestra de nuevo, al iniciarse, un solitario lugar nocturno y en él, lleno de angustias, a un “niño-soldado” que llora la muerte de su caballo… Se trata otra vez del adolescente acongojado, amargamente agresivo a instantes, lleno de impotente resignación, otros.
Si se examina el vocabulario y las figuras de estos dos poemas extensos, se comprobará que nada resulta estrictamente novedoso y que, al contrario, el léxico, por ejemplo, revela evidente similitud con el que adquirió jerarquía temática entre los poetas románticos, particularmente Espronceda. Inclusive, los escenarios y el procedimiento de ubicar, para “ambientar” al personaje, muestran afinidad con la poesía romántica española. Sin embargo, Tocigl-Sena ha logrado imprimirle a su lenguaje y a estos recursos estilísticos una riqueza de tonos propios que, salvo cierto recargo de lo tenebroso, invalidan la reminiscencia y sirven elocuentemente como forma de sus explosiones temperamentales, de su tristeza o de su eufórica integración en la naturaleza.
Cuanto hay de espontáneo y viril en esta poesía contribuye a conferirle el predominante acento de exaltación vital que refleja y, al mismo tiempo, a hacer más nítidos e intensos los desgarramientos interiores confesados por el poeta.
Dicho sea a manera de resumen, la iniciación de este joven escritor resulta inusitadamente promisoria, tanto por las notables virtudes comunicativas de que es dueño como por la riqueza y energía de su vida anímica.
CRÍTICA APARECIDA EN EL DIARIO ILUSTRADO EL DÍA 1959-06-28. AUTOR: FRANCISCO DUSSUEL
De nuevo una obra de setenta y dos páginas, decimos mal, sesenta y dos, pues las “abstractas” ilustraciones de Hugo Marín, de exquisito mal gusto, suman diez. Si el pintor nos lee sonreirá compasivo o exclamará airado: lerdo, torpe, degenerado estético, rudo, retrógrado, obtuso.
Bien, pero a pesar de todo son de “exquisito mal gusto”. ¡Es cuestión de paladar!
¿Y el poeta?
Cuando en lo futuro haya que señalar toda la variada gama de matices existentes en esta “Generación de 1958”, que algunos rechazan porque ya pasaron de moda y sienten la añoranza de los años mozos, Boris Tocigl-Sega, se seguir así, dejará una huella “sui generis”.
Trae un ritmo nuevo, violento, tormentoso, angustiado, preñado de soledad, dolor e incomprensión. Su poesía no se desliza como una caricia. Penetra como huracán, silba por las rendijas, hace revivir los pellejos de los búhos secos, llamear los bosques, reptar la peste y lanzar “los limbos del olvido hacia la nada”. Cuando finaliza el último verso de “La torre de San Lorenzo” (la primera parte), el lector se pregunta si tuvo o no una pesadilla. Hay tal realismo descriptivo, tal torrente vital, que entre protestas y deslumbramientos, sigue sin poder volver atrás.
Si un poeta logra subyugar de esta manera, consiguió lo más. Podrá luego venir el corcovado miope que le diga: Mire, joven, no sea tan audaz, modere sus ímpetus, se olvidó de la rima, usted no canta, grita: esa metáfora es tan extraña, por qué no deja caer una lluvia de rosas, en vez de este diluvio ardiente. ¡Nos gustaría tanto que los nuevos juglares fuesen por el mundo entonando bellas estrofas como en los tiempos de antaño frente al balcón de la amada!
Pero resulta que la Dulcinea, Isabel, Teresa o Leonor, pueden vivir en un sexto piso y el fragor de la locomoción colectiva exigiría potentes parlantes para hacerse oír.
Y lo curioso es que Boris Tocigl-Sega debería ser considerado como un romántico, pues el clima de “La torre de San Lorenzo” con sus penumbras, flores marchitas, marcos vacío, cofres de cedro, arañas de los tiempos, candelabros de soledad, sillas dormidas y calaveras verdes, nos traslada a una época lejana de sombrío misterio, en el que se entrelazaban y confunden la resonancia subjetiva con el fulgurante despliegue de una imaginación alocada.
Atmósfera romántica sí, pero un modo de sentir y expresarse nuevo, audaz y no siempre poético. Se amalgaman voces ancestrales y vivencias amargas en un todo tumultuoso, que le hace crecer los nervios, sudar la médula, sangrar las uñas y “enroscar a su cuello la impotencia de su vida”.
Un “sino” fatal lo hiere, arrastra y consume; siéntese víctima de la angustia, la incomprensión y la calumnia; una furia ciega lo muerde y lo corroe y el adolescente desborda:
“por roncos precipicios
de euforias
de plegarias
toda su vehemencia
toda su angustia”.
Este lirismo violento y de aguas turbias adquiere una tonalidad más apacible en la segunda parte titulada: “Mi caballo Osser ha muerto”. Es un canto elegíaco de acordes extraños, tensos y disonantes, en el que la emoción se vuelva ardiente hacia Osser, por que el hombre lo ha defraudado. Pero el poeta no es de aquellos que se resigne a la soledad y por eso vuelve de nuevo un clamor demoníaco que lo hace soñar vagando “por los polos del Infinito / por las lomas de los astros”. ¿Solo? No, en compañía de Osser, el único fiel amigo del Tercer Escuadrón de Caballería Nº 2, “Cazadores”.
“Guardias de imaginaria” revela un poder imaginativo audaz y por momentos dantesco. Los moldes se despedazan, las vivencias irrumpen en tropel, los ojos saltan de las órbitas, las yemas sangran y el poeta se convulsiona entre ratas y vampiros.
Cuando en medio del torbellino le oímos exclamar: ¡Dios mío, piedad! Y más tarde se enciende al rojo vivo el deseo de eternidad, entonces queda al descubierto la angustia existencial que l abruma. No es un recurso literario, como el escepticismo de Núñez de Arce, hueco en su grandilocuencia. Aquí el poeta comunica su dolor con verdad, obedeciendo al irresistible dictado de un imperativo trágico que lo zarandea sin piedad.
En el aspecto meramente formal podríamos señalarle patentes frustraciones, fruto natural de una inspiración tumultuosa, en la que la meditación no tiene cabida. Sin embargo, es preferible dejarla intacta en su rusticidad primitiva, pues aprisionada y lógica, se transformaría en un cuadro de vívidos colores, pero sin alma.
Tapa y contratapa de ''Memorias de un hombre enamorado'' - Edición propia - 1991
Ilustrada con fotografías de Jenaro Prieto Balmaceda - Retrato del autor : Ilonka Csillag
De las últimas páginas de este libro hemos extraído la "Crónica de literatura" de Hernán Díaz Arrieta, más conocido como "Alone", sobre "La Torre de San Lorenzo" y ''Guardia de Imaginaria'' (1ª edición), publicada en el diario ''El Mercurio'', 28 de mayo de 1959.
"La tierra es un pequeño globo que gira rápidamente, y donde todo, tarde o temprano, se descubre, se encuentra y se vuelve a encontrar.
En el año 1952, hallándonos en Nápoles, alojamos en casa de Gabriela Mistral, hicimos una excursión al sur de Italia.
Cuando regresamos al cruzar el jardín que precedía al Consulado de Chile, nos cruzamos en el camino con un muchacho alto que, en esos momentos, salía.
Durante el almuerzo, Gabriela aludió a él y dijo que había ocupado nuestro dormitorio. Le preguntamos, naturalmente, quién era. Repuso con gran seriedad:
-No lo sé.
-Pero...¿Cómo se llama?
-No le pregunté su nombre. Venía de Capri y no había encontrado hotel. Le dije: Abra esa puerta. Hay un pasadizo. Al fondo del pasadizo está la pieza de Alone, pero Alone anda perdido, así es que puede usted ocuparla.
Como le manifestáramos cierto asombro ante la amplitud de su hospitalidad sonrió con su buena sonrisa y nos dijo unos versos que, a su juicio, la justificaban plenamente.
Hace siete años de esto.
Y he aquí que, de pronto, en la dedicatoria de un libro, "Guardia de Imaginaria", cae el misterio y nos encontramos al huésped desconocido, cantando, confesándose, lanzando al aire vivas exclamaciones.
Se llama Boris Tocigl Sega. Con razón Gabriela, cuando le preguntamos si era chileno, contestó vacilante que él decía que sí, pero que ella lo ponía en duda.
-No parece, murmuró.
Se sabe que, en general, la idea que la poetisa tenía de sus compatriotas era más bien pesimista. Su duda equivalía a un elogio.
¿Lo hubiera mantenido refiriéndose a los versos del joven Tocigl? ¿Lo habría alojado con tanta confianza después de leerlo?
¡Cuánta exaltación!. Se habla de las últimas generaciones como de "los jóvenes coléricos" y se las asocia a la rebeldía de elementos peligrosos. El joven autor de estas "guardias imaginarias" dista, seguramente, de ellos; pero asimismo está lejos de los que en Francia llaman "de tout repos". Los muchachos conformistas, desprovistos de inquietud que a nadie inquietan.
El se tortura, clama, grita y no permite conciliar el sueño. Oigámosle:
"Mis anhelos - se abrazan a mis piernas de bronce - y bajo la sangre - y mis amores secos - dejan mi cama sucia - mis pelos lacios - y en las murallas - chorros cardenalicios de vinos dulces".
Son ciertamente figuras de retórica, ¡pero de qué retórica! Las tempestades le parecen poco, su exaltación le pide ruina universal, catástrofes sin medida, estremecimientos.
"Quiero que todo se mueva - que todo se ahogue - que todo corra conmigo. Quiero que dancen las ruinas - que tiemblen las piedras - que se hundan los techos - que se mueran los retratos - y que se fundan - y escondan las lunas, - porque quiero quemar las rocas de los siglos - reventarlas - para ver liberadas de estos sótanos - las almas sarracenas - porque quiero rajar las tumbas - y ver los huesos brillosos - porque quiero partir los inflemos y desgarrar las carnes - porque quiero tirar del caballo muerto - hasta arrancar la columna - porque quiero hacer de vértebras - rosarios malditos..."
Son como las letanías del horror, como el antifonario de la angustia exasperada.
Uno se pregunta qué ocurre, qué padecimientos han podido asaltar a esta alma juvenil, cuyo paso por el ancho mundo parece que hubiera debido ser una fiesta, a quien la tierra habrá ocultado los aspectos sombríos que guarda para después, cuando venga la tarde y empiecen a subir las sombras.
¿Qué los pasa a los jóvenes" ¿Qué extraña suerte de impaciencia los agita?
Hemos citado trozos de la primera parte de la obra, titulada "La Torre de San Lorenzo". La segunda, que da su nombre al volumen se denomina "Guardia de Imaginaria" y trae esta explicación: "Guardia Imaginario: Soldado, sin armas, cuya misión consiste en velar durante la noche".
Bello título, sugerente vocación. El soldado sin armas vela mientras los demás están dormidos. Cabe suponerlo invadido por serenas reflexiones, contagiado de la paz que respiran suavemente los pechos aquietados, el reposo común: la noche es ahora de tregua:
Pero tampoco aquí encontraremos descanso. El soldado en vigilia clama también, desesperado, porque su caballo Osser ha muerto y anhela saber dónde van a pastar los caballos que mueren.
"Osser, - ¿Dónde pastan - los caballos muertos? - La luna - la tierra - se encienden tenues -. Buscaremos juntos: - fluorescencias de pasto - compás de marcha - rejas - garitas de puntas moriscas - caminos - acequias - barandas blancas gotas trebolares - ecos de cuadras - palos flotantes - ventanales enrejados - mástiles - árboles - cuencas de edificios...".
Poco a poco y sin estímulo interno ni exterior visible, el tono va exaltándose como si dijéramos, en seco, sin resonancia mental ni sentimental, dentro de una especie de vacío que concluye por volverse impresionante, como los paisajes lunares desprovistos de atmósfera humana; es un cantar duro y áspero, un timbre violentísimo y ausente de esta "guardia imaginaria", de este caballero que ha perdido su caballo y no se quiere resignar.
Para quien lo escucha, como si dijéramos, desde otra generación, atentamente, pero sin comprender, una sola conclusión se desprende, un sólo propósito resulta ostensible, seguido, que pudiera tomarse como el objeto recóndito de la obra: el deseo, sin duda respetable, de no decir lo que los lectores aguardaban oírle, la intención de salirse de la senda común, de mirar a otro lado, tomar otro camino, dejar sin contestaciones las preguntas que se hacen y responder a cosas diferentes, generalmente, insólitas. Es así como cambian, por lo demás, las literaturas. Los nuevos que aparecen no quieren tanto decir cosas nuevas, como decirlas de otro modo, empezando por dispersar las palabras y hacer una escrupulosa limpieza de terreno. Leído el breve libro del joven Tocigl Sega, involuntariamente se vuelve la imaginación hacia el huésped desconocido que Gabriela alojó unos días en su casa de Nápoles, sobre las colinas que miran al mar, sin calcular, probablemente, qué nudo de problemas, qué arca de alaridos, qué ramos de frenéticas exaltaciones introducía en esos momentos a su morada, capaces de turbar el más profundo sueño y que, tal vez, no alteraron el suyo, porque era de un poeta, de un soldado sin armas que hacía su "guardia imaginaria", un poco delirante".
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