Ismael Parraguez
También utilizó el seudónimo de Misael Guerra.
Ismael Parraguez: poeta y músico nacido en Pichilemu, CHILE
Por casualidad encontré en mis archivos el nombre de Ismael Parraguez Cabezas, sin otros datos que agregar, fuera de que había nacido en Pichilemu, fue poeta y músico y falleció repentinamente en Santiago el 8 de mayo de 1917, en un día como hoy, antes de cumplir 30 años de edad.
No me fue fácil encontrar otros pocos datos sobre su persona, por lo cual continúo con lo poco que logré reunir.
Se le mencionaba como músico colchagüino”, creador del ”Orfeón Chileno”, en 1914 (el año del Centenario de la Batalla de Rancagua).
Estudió en la Escuela Normal “Abelardo Nuñez”, en Santiago y se tituló como profesor normalista en 1905. En las Escuelas en las que trabajó se distinguió por su grata manera de enseñar canto a sus alumnos y por las canciones escolares que escribió y que se difundieron por todo el país. En 1903 publicó el libro “Un idilio menos”, de 64 páginas, que se agotó totalmente.
La obra por la que más se le recordaba era la creación del citado Orfeón, que popularizó su nombre y su figura en los ámbitos escolares. Su nombre quedó también en la famosa antología denominada “Selva Lírica”, en 1917. Contrajo matrimonio con Ester Ortiz y tuvo 5 hijos: Waldo, Julio, Hernán, Flora y Gonzalo, que se graduaron en distintas profesiones. --
Flora exótica
Autor: Ismael Parraguez
Santiago de Chile: Impr. Santiago, 1910
CRÍTICA APARECIDA EN EL MERCURIO EL DÍA 1911-01-30. AUTOR: OMER EMETH
El autor de “Flora chilena” (Santiago, 1909), siempre fiel a los vocablos botánicos, ha querido regalarnos una “Flora exótica”. Como lo indican estos títulos, la inspiración poética de la primera “flora” era de origen netamente nacional, mientras, en la segunda es extranjera. No lo es, por cierto, del todo, puesto que en este libro hallamos una poesía “a la virgen del San Cristóbal”, pero lo es en gran parte como lo demuestran “Psiquis y Cupido”, “Miniaturas Luis XV”, “Salve Pagana”, “Sonetos byronianos”, etc.
En esta nueva obra de I. Parraguez advierto un notable progreso en la factura del verso, pero echo de menos la sana inspiración de antaño. No sé si entiendo bien el tercer soneto byroniano pero, si por desdicha significare lo que yo creo, me vería obligado a reprochárselo al autor de la “Flora chilena”.
Helo aquí:
“El prejuicio y la ley en maridaje
sueldan los eslabones del cariño
sueldan los eslabones del cariño
y al corazón, incorregible niño,
le dan un compañero para el viaje.
Mas suena como el eco de un ultraje
el golpe de la torpe soldadura
y al corazón, sediento de ventura,
le finge el libre amor otro miraje.
El corazón, como la mente, es libre
mientras en él el sentimiento vibre
y la ley natura le rija solo…
Turba la ley su esplendorosa fiesta;
mas suena como un grito de protesta
el beso de Francesca y de Paolo!...”
Este soneto es más exótico que… byroniano. Encierra, en compendio, la teoría del libre amor (o del amor libre), producto importado y que el autor de “Flora chilena” podría con positivo provecho dejar “florecer” allá lejos… en la tierra europea en que nació… La aludida “Soldadura” es la única garantía de la honradez del hogar. Mal hacen, pues, los poetas en tocarla con su pluma convertida en “cautín”.
Urbe
Autor: Ismael Parraguez
Santiago de Chile: Impr. Universitaria, 1915
CRÍTICA APARECIDA EN EL MERCURIO EL DÍA 1916-01-03. AUTOR: OMER EMETH
Leyendo los nuevos libros del señor Parraguez, y recorriendo en la cubierta de uno de ellos la lista ya muy crecida de los que precedieron a “Urbe” y a “La araña”, recordé una imagen del Evangelio, la cual brotó en mi mente por antítesis, pues el señor Parraguez es precisamente todo lo contrario del ser inconstante que ella evoca.
Pero como son poco entre nosotros los que leen el Evangelio, copiaré aquí toda la escena a que aludo, rogando, sí, a mis lectores, se sirvan aplicar a la vida literaria lo que Jesús decía de la vida nueva, de la vida evangélica.
Dijo el Maestro a un discípulo: “sígueme”. Y él contestó: “Señor, déjame que primero vaya y entierre a mi padre”. A lo cual Jesús replicó: “Deja que los muerto entierren a sus muertos; mas anda tú y anuncia en derredor el reino de Dios”. Otro todavía le dijo: “Te seguiré, Señor; mas, permíteme primero que me despida de los que están en mi casa”. Pero Jesús le dijo: “Ninguno que pusiere las manos al arado y mirare atrás, es apto para el reino de Dios”.
Supongo que ya el lector habrá adivinado el alcance de la alusión. Si solo son aptos para el “reino” literario aquellos que, habiendo puesto la diestra al arado (léase: a la pluma), no han mirado atrás; si solamente son dignos del “reino” los que habiéndose desposado con la Musa en temprana juventud, están resueltos a encanecer amando y sirviéndola siempre, ¿cuántos literatos dignos de tal nombre hay en Chile?
Pruébanos la bibliografía que son innumerables los que pusieron las manos al arado literario, y casi tan innumerables los que miraron atrás.
En todas las carreras, profesiones, oficios y empleos de Chile, desde las altas cumbres del poder y de la riqueza, hasta las más humildes y pobres llanuras, hay ex-poetas, ex-novelistas, estilistas que, allá, entre los 18 y los 25 años, sacaron a luz docena o dos de sonetos o cuentos y los juntaron en un folleto, digo en un ramillete que pronto se marchitó para siempre.
No se trata hoy de investigar menudamente, el por qué de aquella inconstancia. Bastará, quizás, recordar que, así como la vida evangélica impone sacrificios y exige esfuerzos, del mismo modo la religión literaria tiraniza a los que la profesan, exigiéndoles continuado estudio, observación, corrección, penitencia, peleas y pobreza.
Esto explica que sea cortísimo el número de los elegidos, es decir, de los que perseveran escribiendo hasta el fin.
Uno de ellos es, en prosa y verso, el señor Ismael Parraguez.
Año tras año, de su fecunda pluma, nacen libros que tienen sobre los de casi todos los demás autores chilenos, la notable ventaja de ser leídos. (Se venden; luego, se leen).
¿Quiere esto decir que sean insuperables?
No, por cierto; pero se distinguen de los más en un punto esencial: ora sean rosa, ora sean versos, vienen llenos de luz; son inteligibles.
El señor Parraguez (cosa rarísima en el mundo literario) sabe lo que dice… He ahí explicado el por qué se le entiende y se le lee. He ahí, además, la principal razón de su fidelidad a la musa.
Se me objetará quizás que al tema de “La Araña” le falta la novedad. Hay que confesarlo: viudas como la que en la novela del señor Parraguez desempeña el papel de verdadera araña, son tan comunes en el mundo como los tontos que, a Imagen del protagonista de la misma novela, se dejan enredar. Pero aunque muy vulgar, aquel tema de materia para una novelita rica en enseñanzas. La “Araña” será leída con interés y, sobre todo, con provecho por los “Jorge Vidal” de Chile, que, sin duda, son muchos.
Cuanto a las poesías de “Urbe”, se dirá que algunos temas son demasiadamente vulgares para sonetos, por ejemplo: “Tren de pasajeros”, el “Auto-móvil”, la “Bolsa”, “Barrio Central” (o la “Casa Gath y Chaves”), “Los Bomberos”, etc.
Bueno, confieso que semejantes títulos poco prometen. Pero, ¿y si aquellos sonetos fueron escritos para servir de tema educativo, especialmente para ser explicados en una clase elemental?
En tal caso, la humanidad del tema y la sencillez con que este viene desarrollado, son condiciones de éxito.
Supongámonos en una clase donde se lee el soneto intitulado “Los Bomberos”.
“Retiembla el suelo: potros piafadores
tuercen la bocacalle, y ya tras ellos
un carro de metálicos destellos
que un hacha ardiendo viste de fulgores”, etc.
¿No es cierto que, en el mismo instante, de oír esos versos, los niños evocarán a las bombas, a los bomberos, y al incendio, esa feria de luces y ruidos que tanto les encanta?
“Pragmática” (en el noble sentido que los norteamericanos dan a esta palabra) es la poesía del señor Parraguez. Merecería mis más cordiales aplausos si, en la “Ciudad Muerta”, no figurasen versos desconsoladores que niegan la inmortalidad del alma.
De dulce y de grasa
Autor: Ismael Parraguez
Santiago de Chile: Impr. Universo, 1909
CRÍTICA APARECIDA EN EL DÍA EL DÍA 1910-01-07. AUTOR: FERNANDO SANTIVÁN
Con este título se ha publicado últimamente un volumen en que vienen mezcladas la prosa y el verso, -el dulce y la grasa, según el autor- recopilación de artículos publicados en el “Corre Vuela”.
Misael Guerra P., pseudónimo del señor don Ismael Parraguez, es un escritor nacional según la expresión corriente con la que se designa a los autores que se dedican a pintar las costumbres de los campos. El señor Labarca Hubertson, iniciador entre los jóvenes literatos de este “género literario”, puede vanagloriarse de contar en las filas de sus discípulos, uno más, fuera de su primo Rafael Maluenda Labarca, que con tanto éxito ha seguido los pasos de su maestro y predecesor en “cuentos campesinos”. Si es verdad que Misael Guerra no tiene las pretensiones del señor Maluenda Labarca, ni su estilo enfático, ni su grandilocuencia, en cambio sus tipos campesinos han sido caracterizados más humanamente, con más llana verdad, con más ingenua y fresca expresión.
El autor de “Dulce y de grasa” pudo haberse ahorrado de colocar en su libro algunos artículos como el “Buen humor campechano” que por ser el primero de la colección, por poco no obliga a tirar el volumen con cierto fastidiado desdén… “Buen humor campechano” no es más que un glosario de chistes y de chascarillos populares de muy dudoso gracejo. Pero avanzando la lectura nos encontramos con “La peluquería del burro”, con “Duelo a Muerte”, “La Plata en el Banco”, “Las Aparecidas”, “El Negro”, “La autoridad paterna” y “Una declaración amorosa”, cuentos que pueden competir con los mejores de su género.
Describe Misael Guerra, los campos chilenos con sencillez y sentimiento, haciendo desfilar por este marco, con verdadero vigor, algunos tipos conocidos, con sus bonhomías, sus pequeñeces y sus grandezas, con sus almas sanas, salpicadas a veces de una ironía sabrosa y picaresca: el espíritu de Miguel de Cervantes Saavedra y de Quevedo, asoma en más de alguna de las páginas de este distinguido escritor chileno. Léase, si no el relato “Un duelo a muerte” en que dos galanes rústicos, el mayordomo y el capataz de los Maitenes, se disponen a pelear por la dama a cuchilladas mientras sus perros respectivos se disputan el campo a mordiscos. Entonces es cuanto se levanta la figura del “ñor Julián” “un anciano grande y fuerte que se interpuso entre los combatientes y gritó con voz de trueno:
“-¡Pare la pelea y yo arreglo el asunto””
“Su autoridad debía de estar en razón directa a su estatura, cuando cesó la puja y hasta los perros dejaron de plegar sin que nadie los apartara”.
-¡Ante todo, a la vaina el cuchillo! Y como viera que era obedecido, siguió:
“-A nadie se le oculta que la Chavela es la causa de todo esto (gesto afirmativo de los circunstantes, menos de los rivales) y como yo soy viejo y hombre he visto mundo, sé que por amor a una mujer es lesera que se mate un hombre (nuevo asentimiento del auditorio, con la misma excepción anterior). Ya que a la Chavela no se le puede sacar contestación, propongo una cosa. Como los dos niños (el capataz y el mayordomo) iban a batirse hasta que uno comiera tierra con sangre para que el otro se quedara con la niña, yo digo: echemos a pelear los perros dentro del rancho y el dueño del perro que quede muerto, no pone más los ojos en la Chavela, aunque yo creo también que el amor de una mujer, contumaz si es veleidosa, no vale la vida de un perro (risas entre los oyentes)”.
Estos es, a nuestro juicio, un discurso sabrosísimo, digno de ser colocado junto a una arenga del gran Caupolicán, lleno de socarrona filosofía del campesino viejo de nuestra tierra que nombra con patriarcal ternura a sus jóvenes compañeros de trabajo (y quizás, de jolgorio) mientras se encoge desdeñosamente los hombros delante de la mujer, de quien dice que no “vale la vida de un perro”…
El lance termina con la chistosa salida del vaquero que al ir a ver a los canes que se han destrozado en el interior del rancho, exclama:
-“Ninguno se queda con la chiquilla, por los perros eran tan bravos que se han comido uno al otro, y en el sueño no quedan más que las colas”.
En el cuento “La plata en el Banco” desarrolla el autor el caso muy común de una joven viuda que logra atrapar en sus redes a un solterón empedernido, mediante el debo de una famosa “plata que tenía en el Banco” y que sugestionaba a los sencillos poblanos con el misterio de lo desconocido. El depósito, alcanzaba apenas a la suma de cincuenta pesos! Gran chasco para el solterón que contaba el caso entre dos capas, repitiendo invariablemente al final:
-¡Qué diablos! En todo no ha de acertar, y al fin, una mujer como la mí, vale más que tener plata en el Banco!
¡Y qué verídicos y bien observados los cuentos “Las aparecidas” y el “Negro”.
En la “Peluquería del Burro” encontramos un espíritu juguetón que hace bailotear en los labios una sonrisa de alegría, mientras en el cerebro penetra recto y claro el tipo de “coiffeur” que colocó bajo el rótulo de “Peluquería Santiaguina”, y que perdió su prestigio al ver cambiado el nombre de su almacén por el de “Peluquería del Burro” después de un bochornoso incidente con un arriero.
Y en general ¡como desfilan por las páginas de este libros tantos y tantos tipos de nuestros campos y de nuestros pueblos, con toda su primitiva y sana apostura, presentados con el característico y sencillo ropaje de las cosas verdaderas!
Felicitamos sinceramente al autor de Dulce y de Grasa, y también a los de la “Escuela nacionalista” que enriquece su biblioteca con un valioso libro, uno de los mejores que se ha escrito en su género.
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