DIONICIO MORALES
Poeta, crítico y ensayista de literatura, artes plásticas y periodismo cultural.
Nació en Cunduacán, Tabasco, México en 1943. Realizó estudios de Licenciatura en Letras Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México. Artículos y poemas suyos han sido traducidos al inglés, francés, portugués y coreano.
Imparte talleres literarios, diplomados, cursos, conferencias en escuelas de educación media y superior. Ha colaborado en las principales revistas literarias y suplementos culturales de los periódicos más importantes del país: Revista de la Universidad de México, La Vida Literaria, Armas y Letras, Tierra Adentro, Nexos, Casa del tiempo, Excélsior, El Nacional, El Financiero, Novedades, El Heraldo de México, Ovaciones, Unomasuno, Milenio y en La Cultura en México, de la Revista Siempre.
Muy joven trabajó al lado de Carlos Pellicer en los Museos de Tabasco. Fue Jefe de Redacción de la revista Pájaro Cascabel y de La Vida Literaria (órgano de la Asociación de Escritores de México). Impartió clases en la SOGEM, en el Estado de Morelos. Su obra aparece en diversas antologías del país.
Distinciones
Premio Amado Nervo, al mejor “Espectáculo Poético”. 1989
Premio Juchimán de Plata. 2003
Premio Nacional de Poesía Carlos Pellicer, para Obra Publicada. 2003
Obras
Poesía
El alba anticipada. 1965
Inscripciones.1967
Variaciones.1983
Inscripciones y señales.1985
Romance a la usanza antigua.1989
Retrato a lápiz. 1990
Retrato a lápiz, Antología Personal, UAEM. 1992
Imágenes congregadas.1993
Dádivas. 1995
Retrato a lápiz, Antología personal, SOGEM-IPN. 1996
Las estaciones rotas y Dádivas. 1996
Dádivas y otros poemas. 1999
Material de Lectura No. 200, UNAM. 1999
Las estaciones rotas.1999
Las estaciones rotas, UJAT. 2003
Herido de muerte natural. 2005
Flamenco místico y pagano.2007
Retrato a lápiz, Obra escogida. 2010
El águila: Escultura de Sebastián. 2010
10 de junio, Fundación Sebastián. 2011
El último canto del cisne. 2011
Tres poemas. 2011
Crítica, Ensayo y Entrevista
Reencuentros. 1990
La palabra y la imagen. 1995
Conjuros y divagaciones. 2000
Música para los ojos. 2005
Concierto para varias voces y un intérprete. 2008
Conjuros y divagaciones II. 2009
DE INSCRIPCIONES Y SEÑALES
SEÑALES
A Eunice Odio
I
Amanece en el mundo
De un sobresalto uno despierta
con la certeza de que el día anterior
llovió toda la noche sobre la misma piedra
y de que el viento horizontal
depositó al primer pájaro del día
en el árbol
más alto
Y uno no sabe qué hacer ante
la realidad que todavía comienza
si entristecerse llorar o descargar
la cólera temprana sobre el día
o simplemente sentarse
y desde allí mirar
cómo pasa
la
vida
II
A Carlos Eduardo Turón
Como una procesión de mariposas
se abre el día
El Sol el más alto vigía de la luz
es el primer testigo
(Dios desde su bola de cristal
da la cara la de siempre al mundo)
El Sol de sí mismo desciende y crece
como todos los muertos
hacia
abajo
con sus lenguas de fuego
(Dios como por no dejar
nombra a todas las cosas de rutina)
Es la primera visión relampagueante
El aire abre sus puertas
y ya están todos de pie
sobre la tierra
III
El primer estallido de la noche
deshizo la memoria
Estabas en una ciudad
donde la música de los violines
era trizada por el aire
La luz imperceptible casi negra
decoloraba tu mirada
y el cielo hacía llover
su más límpido goce: su estatura
La noche altamente brillaba
Entre todas las cosas
tú eras
lo
más
puro
IV
Lenta es la noche
A ratos se oyen como un silbido
nuestras pisadas en la alfombra
Son los preparativos para el amor
El lecho como una cripta aguarda
De pronto el peso de nuestros cuerpos
desnudos lo aligera
¡Ah! nuestros cuerpos enlazados
principian al mundo
y una vez más somos
los primeros habitantes de la tierra
los que en estos momentos
no haremos descendencia
y dejaremos aquí
grabados en blanco nuestros nombres
Pero tú y yo como todos los demás
no escribiremos la historia
Será la misma
siempre comenzada
y siempre siempre repetida
V
Yo había dado mi corazón
a que lo devoraran las hormigas
cuando una mano
—tu mano jovencísima—
vino a poner sobre mi corazón
su
tacto
humedecido
VI
Eras toda la luz reunida
en un vaso de obsidiana.
Cuerpo a cuerpo: espejo perfecto.
Puse mi mano
sobre tu desnudez
y se hizo noche.
Dios, momentáneamente,
quedó ciego
y fuimos uno, dos, tres,
ay, tantos fuimos.
Al amanecer
quedamos huérfanos del mundo.
Y todos los días,
como la vida,
empezamos a partir de cero.
VII
Adolescente
cuerpo mío
Desciendo a ti
y un ligero
temblor de tierra
espiga
el final de la música
cede
a mi voluntad
En ti me ensueño
Cuerpo
Durazno
Pan
DE EL ALBA ANTICIPADA
A mi madre
EL ALBA ANTICIPADA...
(fragmento)
Te fuiste tan de pronto,
cuando apenas mi noche maduraba.
No me diste el tiempo necesario
de preparar tus cosas para el viaje.
Te fuiste de repente.
Aún persigo incansable con mis manos
la nota vertical de tu sonrisa,
aún te busco incipiente por el tiempo
y no te encuentro hombre, amigo,
hermano de mis sueños clandestinos.
¿Dónde quedó tu paso, padre mío?
¿Qué cárcel subterránea te consume?
¿A dónde fue la ruta de tus ojos?
¿Qué sol penetra la tierra que te cubre?
¿Qué brazos te cobijan desde entonces?
Me hospedo en el paisaje.
Recorro las recámaras del tiempo,
la vista se me pierde en las ventanas,
te busco, de pared a pared, y no te encuentro.
Me tiendo mar adentro en la espesura,
reposo en los pasillos infinitos,
ahuyento con mis pasos tu presencia
y en el último peldaño de la noche, me detengo.
La mirada se vuelve hacia todos los lados
circunspecta, se suspende en la lámpara, se fija
y un resplandor sonríe a la deriva.
Me estaciono en el alba anticipada.
Me quedo allí clavado
conjugando tu acento con mi nombre
viendo cruzar los aros sorprendidos.
Mi sangre está de pie, fluye, se arrastra.
Se desprende mi ser. Se secó la raíz,
y es por eso que en mí, árbol herido,
llueve todos los días y a destiempo.
DE RETRATO A LÁPIZ
RETRATO A LÁPIZ
No recuerdes
el médano demolerá tu corazón
en un recipiente negro y fétido
mientras el mar desquicia
tus ojos trasnochados
de vida.
Deja que en tu memoria seca y
extraviada
ardan implacables los fantasmas
que aparecen
y desaparecen
en el ciego recinto
que te aguarda.
La pequeña herida de alfiler
horada el entresijo
de un mar antiguo
y deposita su grano de sal insobornable
al escribirse otra historia
que también
es la tuya.
El aire aprisionado mutila
un enardecido color y al más mínimo soplo
oscurece y ahoga
el pedazo de vida
que te queda.
La luz carcomida por los siglos
se adelgaza al traspasar
la noche soñolienta
—negro espejo de Dios
omnipresente.
Invéntale un nombre a tus sueños
sonoro evocador memorioso
y dócil sustraído al dolor
te pertenecerá
—no por fidelidad
sino por desconocimiento
de otros cuerpos.
Ignora la rama quebradiza
que se solaza y padece bajo tus pies
y muere y desaparece
sin un rastro un signo
una huella delirante
que renueve tu paso
por la tierra.
Asesina la palabra que pugna por nacer
enróllale el cordón umbilical
en el cuello
y el último espasmo silabar
será el testigo fiel
de una vida más profunda
y larga.
DE LAS ESTACIONES ROTAS
EL ÁRBOL
A Verónica Volkow
Frente a la puerta de la casa donde vivo
hay un árbol muy viejo, alto, grande,
desmochado de aquí, de allá, a mansalva,
por algún hijueputa —así decimos en mi pueblo—
que en tiempos lejanos quiso derribarlo.
El árbol todavía tiene ganas de vivir.
Se aferra al único sostén: su altura.
La tierra negra desgastada por el tráfago,
el ocioso cemento que cubre sus raíces,
a veces se compadecen de él.
Unas ramas medio verdes, amarillentas,
se alzan insolentes en el día, la noche,
con lluvia o sol, entre una y otra
calamidad que un Dios ciego descarga
irreverente sobre su sabio tronco.
Cuando viaja el verano, silencioso
llega el otoño, como ahora.
Su tallo lívido no resiente los cambios.
En sus gajos ocres secos crece la soledad
con un sigilo creador de eternidades.
En el invierno, la clorofila se contrae
por falta de luz. El horizonte
cubre toda orfandad desmemoriada.
Así el hombre. Como este viejo árbol sembrado
frente a la puerta de la casa donde vivo,
cumple su ciclo, reverdece con los años,
en otra tierra,
con nuevas gentes,
en cualquier lado.
LAS ESTACIONES ROTAS
I
Una mañana que ahora sé era impura
descubrí tu corazón granada reventada
a puñetazos desde su nacimiento
que la luz del día me heredó como quien arroja
de mal modo un pedazo de pan a un pordiosero
sobra negra de un sórdido banquete.
No traías heridas invisibles a mis ojos amorosos
porque tu sangre envenenada viajaba silenciosa
hacia adentro
como la osamenta del cuerpo
que te habita.
Con tu apariencia deslumbrada
atónita ante la revelación primera del naufragio
que se cernía sobre ti como una mísera maldición
sobre la otra cara de tu vida
con tu mirada joven perniciosa de un ave
que todavía ignora la piedad la misericordia
el placer la avidez de la carroña
con tu paso cerrero deliberado
cadencioso sólo al ritmo que sufraga
deseos insepultos o negras resurrecciones
con tu voz encardada en cálidos ataúdes
que aún conservan en el original olor de la madera
la sibilina arrastrada palabra del viento
con tu boca panal de eternidades
cuando las abejas sucumben complacidas
al canto inverosímil desafinado
de la chusma que deposita la miel
en su célebre dulce goteo
con tu cintura eje del mundo que gira
en mi mano solidaria tropical desnudadora
de la parra bíblica que cubre de verde
el paraíso
con tus pechos matutinos leves duros amargos
amamantadores de malignas devociones
para cortar de tajo
gota a gota de sangre
la vida
con tus caderas festín de profecías incumplidas
minuciosas sedientas de vahos semejantes tibios
al abrigo de la desnudísima celeridad del alma
con tu valle de azucenas entintadas de basaltos
demarcado por la línea de fuego en la que arden
se consumen resucitan mueren los devaneos
que hormiguean roen encandilan los sentidos
con tus muslos potros culebras mármoles
gamos silvestres mariposas suaves ciegas
espasmo luz agua llama
noche larga sedienta exilio creación
verso
poema
poesía
entendimiento
me envidaste.
Desde entonces no sé qué nombre tienes
no conozco tu cuerpo relampagueante solidario.
A partir de ti la noche
ya no arrastra la oscuridad donde tú y yo
nos reconocíamos en los silencios
o en diálogos secretos sabios
de la carne.
Ya nada sé de ti. Tampoco ignoro nada.
El tiempo es el reclamo podrido del amor.
En él se sepulta sin querer
el último signo de vida.
http://www.materialdelectura.unam.mx/images/stories/pdf5/dionicio-morales-200.pdf
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