WALTER ADET
Nació en Salta, ARGENTINA el 3 de diciembre de 1931 y falleció en esta misma ciudad el 9 de octubre de 1992.
Cursó sus estudios primarios en la zona de frontera de Chile y Bolivia, en escuelas de San Antonio de los Cobres, Tartagal y Vespucio.
Realizó sus estudios secundarios en Salta y posteriormente residió en distintos lugares del país. Su actividad principal se centró en el periodismo y en el desarrollo de una relevante actividad poética, la que alternó con varios estudios puntuales sobre la historia y la literatura de Salta.
Publicó los siguientes libros de poesía: En el sendero gris (sonetos, Salta, 1962), Canciones de una rosa (plaqueta, Córdoba, 1966), El aire que anochece (Salta,1971), Memorial de Jonás (Salta, 1981), La casa donde soy (carpeta de poemas con ilustraciones de Antonio Yutronich, Salta, 1984), Los oficios (antología, Salta, 1987) y El hueco (antología, edición póstuma, Madrid 1992 y Salta, 1992). En el área del ensayo, las semblanzas y las compilaciones antológicas publicó: Antología de la poesía tucumana (recopilación y prólogo, Tucumán, 1967), César Vallejo (ensayo, Salta, Primer Premio de la Dirección de Cultura de la Provincia, 1969), Poesía de Salta (selección, Salta, 1971), Poetas y prosistas salteños (recopilación y prólogo, Salta, 1973), Cuatro siglos de literatura salteña (recopilación y prólogo, Salta, 1981), El escudo de Dios (semblanzas, Salta, 1983) y BibliotecaProvincial doctor Victorino de la Plaza (semblanza histórica, Salta, 1983).
La poesía de Walter Adet contiene las lúcidas indagaciones en la condición humana que signaron la producción de otros integrantes del grupo del '60, como Miguel Ángel Pérez, Holver Martínez Borelli, Jacobo Regen, Carlos Hugo Aparicio, Luis Andolfi, Teresa Leonardi Herrán, Benjamín Toro, Santiago Sylvester, Hugo R. Ovalle, Leopoldo Castilla y Juan Ahuerma Salazar. Para Adet, la rebeldía interior ante ese "cofre de fracaso" que le ha legado la vida, se expresa a través de una poesía de síntesis, en la que la palabra se descarna para denunciar las carencias de un sistema social que oprime y margina.
ORDEN SOCIAL
Enseñan a escribir en las escuelas y a leer
entrelíneas en las cárceles,
persuaden a los gatos regándolos, rociándolos.
Contradecirlos
es hacer un nido
en el sombrero
del espantapájaros.
En la otra vida
allanarán la imprenta
donde publica hojas
inéditas el árbol.
CANCIÓN DEL LUNES
Fumas y cabes en un cenicero,
contemplas apagada
por el fuego
tu casa;
y miras la traición
del hombre al hombre
víspera
de otro día
sin mañana.
(La traición,
esa mano
que lava la otra
mano,
cuando las dos
emponzoñan
la cara).
-del libro póstumo EL HUECO, Salta, 1992.
Canto de amor
Polvo trepándose
a mi sombra
cielos con pájaros de arena
yo caminé sobre las aguas
a dejar huellas en la tierra.
Sobre las aguas
de tu cuerpo
donde la siembra
es mi cosecha
donde nos deshojamos
en el otoño
de la piedras.
Madre
Mi madre, enferma en su batón raido,
se demora y ausculta en la penumbra
se la vajilla del hogar relumbra
y si estoy bien tapado y ya dormido.
Abre la puerta sin hacerme ruido
y con la última lámpara que alumbra
a media luz mi corazón columbra
un jirón de mortaja en su vestido.
Porque madruga cada vez más vieja
en su trajín de remendar el cielo
con un hilo de su alma destejida.
Y yo siento que todo se me aleja,
que no sé darle ni un fugaz consuelo
entre tanto recuerdo que la olvida..
Extraído de su libro: Los oficios - antología
Lira y soneto a Dios
Por la tierra y el cielo,
con la manos del agua entre los tallos
te busca mi desvelo;
y me cabe en la boca todo el suelo
si te arrasan de verle los caballos.
Busco tu huella por el claro del día
y por la noche de lunar asombro,
por tu mano, sentida sobre el hombro,
y tu pie, compañero de mi vida.
Busco tu blanco fuego en mi agonía
quemando el labio con que no te nombro,
arquitecto en el tiempo de mi escombro,
dulce alfarero de la vida.
Apenas puedo presentirte ahora;
es mi vida un cegado desconsuelo
y un torpe anhelo que en la voz me llora.
Y te busco, extraviado y a deshora,
¡que es mi tiempo de errar bajo del cielo
hoy, desterrado de tu eterna aurora!
Los oficios, antología
Canción del albañil
Eres dichoso, albañil;
puedes blanquear tu sombra en las paredes,
tocarle las mejillas
con polvos de albayalde,
maquillarla en la luz,
sobre el andamio.
Pero que no la pierdas encalada,
que bajo la cuchara
no te la olvides, luego,
tapiada y agrietándose,
vieja y descascarada,
a la espera del alba
y el añil de tus manos.
Un día, cuando mueras,
en cuántas casas se darán, de pronto,
con que una sombra más
vive en los muros;
y no habrá nadie
para alisarle las arrugas,
para cambiarle sábanas
y encenderle la cara
con un toque de cal.
A un álamo en otoño
Único álamo de oro,
primogénito del otoño.
Entre la doble hilera de intacto verdor,
es a ti a quien saludo.
Ellos tienen en sí rumor de brizna,
temblor de vientre virgen
y brillan como una lágrima
bajo la luz fría del amanecer;
en cambio tú,
columna de humo yerto
bajo la cruz del sur,
estremeces mi alma de y tanto aire fugaz.
Qué sabrías de mí,
y qué de ti mi corazón,
nervadura nostálgica;
ya los primeros pájaros
irrumpieron al verde,
y exhalas el más triste viento.
El espejo
Irina, no hagas caso de tu lloroso padre;
búrlate cuando diga que hurta el bisel
la imagen y la devuelve vieja,
que la separa del rostro, de la piel,
con sus manos,
y ha enturbiado la faz de rientes ojos
que ardían en la luz,
grandes y claros.
Niégale que desde lo profundo de esos cofres,
de esos desvanes de la luna suben,
las corrosivas aguas;
tápate los oídos a sus fábulas, a sus
leyendas y dile
que jamás han brotado del azogue
los surcos en la cara.
No des pábulo a historias no hagas
como él y alienta
en los espejos boca a boca, hija mía;
infúndele a tu imagen el soplo de la vida,
y déjala a tu imagen el soplo de la vida,
y déjala en el mundo cuando tus ojos
viajen dormidos
a ser la luz que al fondo del cristal,
se triza.
No es rocío del alba
Cuándo le saldrá la patita a la abuela
-preguntaba-
y no es rocío lo que tiembla en estas
flores, sino lágrimas,
porque anduvo la vida de un pie, sobre un zapato,
y le sobrada el otro
del par, en los cajones.
No es rocío del alba sino en la voz un ruego,
porque dije que pronto, pero la abuela ha muerto,
y al irse le dejamos las muletas
por si no la esperaba su otro pie detrás del muro de cal negra.
Cuándo habrá de salirle, y no es el fuego,
es la ceniza que arde en la cal viva
de esos muros donde no se oye el roce
de la luz, en los ojos,
donde todas las bocas
se han puesto a juntar agua, porque no echa raíces lo que riega la sangre.
No es rocío del alba sino lágrimas,
sal de la vida
que ha disuelto el agua.
Desde bajo las aguas
Escribes con la mano que busca dónde asirse
desde bajo las aguas
antes de ser agua que se
empoza en las nubes.
Sufres la sed que sólo
apaga el fuego.
Oyes unos muslos
el canto
de los peces, y desde tu tabaco aúlla un perro
de humo a la muerte!
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