domingo, 24 de marzo de 2013

ENRIQUE AZCOAGA [9538]



Enrique Azcoaga
Enrique Azcoaga Ibas, escritor, poeta y crítico de arte español, adscrito al movimiento conocido como Generación del 36. Nació en Madrid en 1912 y falleció en 1985.
Estudió en la escuela de Artes y Oficios, y luego se dedicó a viajar por España. Conoció al poeta Miguel Hernández, que influiría en gran medida en su creación posterior. Colaboró en los diaros El Sol y Luz. Fue uno de los fundadores de Hoja literaria junto con Arturo Serrano Plaja y Antonio Sánchez Barbudo. Además participó en actividades culturales patrocinadas por el gobierno de la República como Patronato de Misiones Pedagógicas. En 1933 logró el Premio Nacional de Poesía por su libro Línea y Acento. Tras la guerra civil colabora junto con Eugenio d'Ors en la Academia Breve de Crítica de Arte, además funda la revista Cartel de las Artes y Mairena. Abrumado por el ambiente represivo que se vive en España durante los años 40 emigra a Iberoamérica en busca de la libertad creativa. Durante once años reside en Buenos Aires donde funda la revista Atlantida. De regreso a España es galardonado con el premio Lázaro Galdiano. Es autor de una extensísima obra literaria de la que destacaremos sus libros de poemas: La piedra solitaria, El canto cotidiano, El poema de los tres carros, La dicha compartida, Dársena del hombre y Olmeda; como novelista: El empleado, La arpista, Diana o la casualidad y La prueba del mar; como crítico de arte: Entregas, El cubismo, Goya, La escultura de Cristino Mayo, Redondela, Alberto, La pintura para vivir de Martínez Novillo, los dibujos de Gregorio del Olmo y Las pinturas morales de Vela Zanetti.




Alegre novia mía, cuando llegas...

Alegre novia mía, cuando llegas
se llena el corazón de mariposas,
de puras narraciones jubilosas,
del fondo de los ojos que me entregas.

Mirándote en la fama de mis ciegas
canciones preferidas las rebosas,
llenando mi lamento con las rosas
recientes del amor que me revelas.

¡Qué tuya queda el alma cuando siente
crecer tu corazón! ¡Qué mía la pura
cosecha de tu encanto recatado!

¡Qué luz cuando dispones tiernamente
las tierras sin labrar de la amargura!
¡Qué gozo estar completo y conquistado!







Con gozo de alfarero te he entrañado...

Con gozo de alfarero te he entrañado
mujer, que sólo un barro preferido
busqué entre mis amores sin olvido
por ver de revelarme en lo encontrado.

Cantando mi dolor habla anhelado
sosiego a mi pesar, mas no el rendido
tributo de tus cuencas, ni el cumplido
prodigio que mi angustia ha superado.

No sabe el corazón si la hermosura
cautiva de unos ojos le han labrado,
si preso fue o señor en el empeño.

Se goza con saber que la ternura
naciente de tus ojos ha cantado,
el noble verde eterno de su sueño.







El mar y tú...

El mar y tú. Tu dicha con su duro
lento verter de espumas rescatadas.
El mar y tú: mis playas frecuentadas
por este afán de mar en que perduro.

El mar me trae el ayer. Tú mi maduro
presente enamorado. Tú enlazadas
la dicha y la congoja. El mar trenzadas
la gloria y la agonía de ser puro.

Tengo en ti, amor, la prueba de este canto
que pena como el mar; que su alegría
logra para vivir en tu pureza.

Tu espuma y él. Tu risa y su quebranto.
Que amor sin mar y mar sin agonía
no son cimas logradas de grandeza.









El verde almendro en flor de tu mirada...

El verde almendro en flor de tu mirada
en flor de gozo y luz cambia la muerta
balada de la dicha recubierta
por nuestra mejor sangre fracasada.

Ganándose en su paz desentrañada,
contenta paz suprema, orilla cierta,
descubre el corazón su descubierta
fragancia por la pena marchitada.

Me das amor, las cifras encendidas
que cuentan con las rosas del camino
naciente de una ley toda ella aurora.

Me das mi corazón, y en tus crecidas
llamadas cotidianas, el destino
secreto de la fuente creadora.






Llegada

Llegado marzo, esposa,
no sosiega la tierra.
El corazón avanza
nutrido por el gozo.
La dicha que marcea
como una gota fértil,
quiera colmar de anhelo
la clara sed del valle.

Llegado marzo, esposa,
los pulsos como fuentes
saltan, y salta el río,
y salta en la verdura
un latido sembrado
por la lluvia en los muertos,
que confían en marzo
como en la prima vera.

Llegado marzo, esposa,
se desmuere la tierra.
Cigüeñas a la vida
convocan, sin llamada.
Nada tiende hacia dentro.
¡Entreabren las ventanas!...
El almendro esperanza
y anuncia la ventura.

Llegado marzo, esposa,
la vida se hace novia,
don la existencia y dulce
promesa lo que tiembla.
¡Siento el hijo posible
como la encina siente
su rama fresca, y frutos
la parra reavivada!

Llegado marzo, esposa,
te quiero prometida;
te ensueño fértil, fresca
como ¡a hierba nueva;
dispuesta, madre, marzo,
colmo de mis afanes,
con prisa esposa, esposa
de campo hecho presagio.







Me canta el corazón como le canta...

Me canta el corazón como le canta
la savia fiel al árbol florecido;
me canta porque llego al presentido
cendal de tu ternura. No quebranta

la angustia mi canción, que nada espanta
a un corazón que canta prometido.
Me canta el corazón como invadido
de la tibieza fresca que te encanta.

Turba mi ser la alondra de tu vida
y el llanto arrepentido cae a tierra,
pues soy una congoja hecha armonía.

Me canta en las entrañas la encendida
balada de la dicha y se destierra
la niebla que hace al alma compañía.   








Mujer

Mujer, mujer, espacio de mi vuelo!
¡Criatura eternamente merecida!...
¡Búscame más, adéntrate en mi vida
como en la tierra el mar, como el desvelo!

Trata de perseguirme, brinda el cielo
concreto de tus manos a mi herida;
no incumplas por frecuencia la rendida
costumbre de avivar mi desconsuelo.

En todo instante piensa que la pura
verdad de mi destino siempre quiere
lograrse en la bahía de tus ojos.

¡Que no tengo otro mar que la ternura!
¡Que el alma como gloria te prefiere!
¡Qué por tu luz son brasas mis despojos!







¡Otra vez Dios!

¡Otra vez Dios!... De nuevo la mañana.
De nuevo su pureza conseguida.
De nuevo en mi tarea, la encendida
propuesta de una estrofa soberana.

Florece el corazón. Cunde la sana
canción de lo que nace. Todo olvida.
La luz cae sobre el alma esclarecida
y el alma la acrecienta en su campana.

Naciendo está el amor, ¡oh dulce instante!
Posible es la bondad, Dios es posible...
La muerte y el dolor, mudos despojos.

Hay un silencio nuevo. Una fragante
promesa de ventura preferible...
Sólo recuerdo el valle de tus ojos.







Tengo un amor tan hecho, tan sentido...

Tengo un amor tan hecho, tan sentido,
que pesa como un cuerpo recordado;
es sombra, apenas sombra; es un delgado
consuelo día a día comprendido.

A veces cuando llego a estar vencido
yergue lo que hay en mí desamparado;
a veces, cuando vivo desolado
siembra su ley -¡revuelo!- en mi tejido.

Y es fresco, y es naciente, y me acompaña
-tal una edad distinta- procurando
ser ángel de mi sed, cielo, ventura.

Quiere que mariposa sea mi entraña;
y cuando voy gimiendo él va cantando
para debilitarme la amargura.








Una palabra busca mi desvelo...

Una palabra busca mi desvelo,
tan pura como el llanto amanecido,
tan joven como un ciervo perseguido,
tan honda, flor de flores, como el cielo.

Una graciosa salve cuyo vuelo
celebre, mayo ileso, tu rendido
sosiego; una palabra sin olvido
que nombre de rodillas tu consuelo.

Un pájaro encendido, una balada,
una canción fragante, una armonía
naciente cual tu brisa salvadora.

¡Tan pura como es limpia tu mirada!
¡Tan joven como nace tu alegría!
¡Tan honda como el alma creadora!







Y tú que eres el que temes...

¡Y tú que eres el que temes. Tú el que juras
un día de fracaso, que no avanzas!...
Tú el que te desesperas, cuando alcanzas
el límite fatal en que maduras.

Tú quien desdeña a veces las más puras
virtudes de su ser: tus alabanzas
Tú que cantando alumbras esperanzas
en pechos de difíciles ternuras...

Cálmate amigo, amansa la tristeza,
y vuelve a repasarte cual el día
sencillo, con sus noches y mañanas.

Porque tu verso acerca a la belleza;
tu canto al ser, y el alma en tu armonía
comprende la razón de las campanas.

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