Andrés Henestrosa
Andrés Henestrosa Morales (San Francisco Ixhuatán, Oaxaca, MÉXICO 30 de noviembre de 1906 - México, D. F., 10 de enero de 2008), fue un poeta, narrador, ensayista, orador, escritor, político e historiador mexicano. Una de sus grandes contribuciones fue la fonetización del idioma zapoteco y su transcripción al alfabeto latino.
Inició su educación básica en Oaxaca. Hasta los 15 años sólo habló su lengua madre, el zapoteco, en esa fecha se trasladó a la Ciudad de México, donde durante un año estudió en la Escuela Normal de Maestros, lo cual le permitió el dominio del español, de ahí pasó a la Escuela Nacional Preparatoria y luego a la Escuela Nacional de Jurisprudencia, donde llevó a cabo estudios de derecho, sin lograr graduarse; al mismo tiempo, estudió en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México
En 1927 comenzó a escribir por sugerencia de uno de sus profesores, Antonio Caso, quien le animó a poner sobre el papel leyendas y fábulas de su tierra zapoteca, como en su libro Los hombres que dispersó la danza, publicado dos años después.
En 1929 fue un acérrimo partidario de José Vasconcelos en su campaña de la presidencia de la República y fue un activo participante en su campaña de la cual dejó una amplia serie de relatos sobre las giras electorales por el país, que se quedaron sin publicar.
El autor desarrolló asimismo ensayos, artículos y relatos, dispersos en las páginas de revistas y periódicos o como prólogos y contribuciones a diversos libros. Dentro de su obra ha seguido una línea paralela a la de sus libros, la exaltación de su pueblo y del pasado indígena, la defensa de ese espíritu liberal, así como el estudio y valoración de las expresiones de su país.
En 1936, la Fundación Guggenheim lo becó para realizar estudios sobre la cultura zapoteca. Recorrió gran parte de Estados Unidos para sus investigaciones, que tuvieron como resultado la hispanización del idioma zapoteco, la creación de su alfabeto y un Diccionario zapoteco-español. Fue durante este viaje que realizó en 1937 a Nueva Orleans, donde escribió una de sus obras más famosas: Retrato de mi madre.
Ingresó a la Academia Mexicana de la Lengua el 23 de octubre de 1964 como miembro numerario, ocupando la silla XXIII, organismo en el que de 1965 a 2000 ocupó el cargo de bibliotecario.
En 1982 fue electo senador por Oaxaca por el Partido Revolucionario Institucional. Dedicó su vida al desarrollo de la cultura en México, a través de su obra literaria, de su compromiso social y su participación en la vida académica y pública de la sociedad mexicana.
Obra
Dentro de su obra destacan los relatos Los hombres que dispersó la danza (1929), Los caminos de Juárez, Los hombres que dispersó la danza y algunos recuerdos, andanzas y divagaciones, reedición del Fondo de Cultura Económica de 1992, Retrato de mi madre (1940), y Cuatro siglos de literatura mexicana, compilación que junto a Ermilo Abreu Gómez, Jesús Zavala, Clemente López Trujillo, publicó en Editorial Leyenda en 1946.
También, Los cuatro abuelos (Carta a Griselda Álvarez), 1960; Sobre mí (carta a Alejandro Finisterre), 1936; Una confidencia a media voz (carta a Estela Shapiro), 1973, y Carta a Cibeles, 1982. Estas cuatro cartas autobiográficas han sido reunidas en un volumen bajo el título de El remoto y cercano ayer. En 1972, bajo el título de Obra completa, apareció en un volumen todo cuanto hasta entonces había publicado Henestrosa, y posteriormente publicó De Ixhuatán, mi tierra, a Jerusalén, tierra del Señor (1976) y El maíz, riqueza del pobre (1981). En el campo del ensayo publicó Los hispanismos en el idioma zapoteco, que fue su discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua, en 1964; Acerca del poeta y su mundo, respuesta al discurso de ingreso de Alí Chumacero al mismo organismo (1965), De México y España, colección de artículos, ensayos y cartas (1974), y Espuma y flor de corridos mexicanos (1977). Prolífico autor, escribió el prólogo de más de cuarenta obras de autores mexicanos y extranjeros, y realizó en colaboración con Ermilo Abreu Gómez, Jesús Zavala y Clemente López Trujillo en 1946 La antología.
Ejerció el periodismo durante cincuenta años, colaborando en los diarios más importantes del país, dirigió la revista El Libro y el Pueblo y fue fundador de Las Letras Patrias. De la misma forma, escribió en las publicaciones Hoy, Revista de la Universidad, Época, Revista de la Cámara de Comercio, Revista de América, Aspectos, Casa del Tiempo, de la Universidad Autónoma Metropolitana, y en Notimex. También se desempeñó como director de la revista Mar Abierto y De Ambos Mundos (1985-1992). En 1970 apareció el libro "Alacena de alacenas", colección de artículos publicados cada domingo en el periódico El Nacional de 1951 a 1970. Mucha de su obra literaria se encuentra dispersa en periódicos y revistas, en espera de ser compilada y seleccionada.
Fue maestro de Lengua y Literatura en la Universidad Nacional Autónoma de México y en la Escuela Normal de la Secretaría de Educación Pública. Fue diputado federal y senador de la República en cinco legislaturas, (diputado en las Legislaturas XLIV, XLVI y LIV, y senador en la LII y LIII), así como jefe del Departamento de Literatura del Instituto Nacional de Bellas Artes. Desarrolló también una labor periodística por más de 50 años en diversos diarios de circulación nacional, tales como El Nacional, Excélsior, El Universal, Novedades y El Día, entre otros.
Reconocimientos
El 30 de noviembre de 2003, en la ciudad de Oaxaca, justo al celebrarse el onomástico noventa y siete de Andrés Henestrosa, se inauguró la biblioteca que lleva su nombre y en la cuál se encuentran cuarenta mil volúmenes que Andrés Henestrosa fue adquiriendo a lo largo de su vida.
El maestro Henestrosa ha sido merecedor de las distinciones Medalla Elías Sourasky (1973); Premio Nacional de Periodismo de México (1983);2 Presea Ciudad de México (1990); Premio Internacional Alfonso Reyes (1991) y Medalla Ponciano Arriaga, por méritos legislativos (1991); Premio Juchimán de Plata (1991); Medalla Ignacio Manuel Altamirano, de la Secretaría de Educación Pública (1992), y Medalla René Cassin, de la Tribuna Israelita (1992). En su honor han sido instauradas la Medalla Andrés Henestrosa, de Escritores Oaxaqueños A.C. (1992) y la Medalla de la Comisión del Deporte Andrés Henestrosa.
Asimismo se le otorgó, Medalla al Mérito Benito Juárez, de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística (1993); Premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de Lingüística y Literatura (1994).3 Por su destacada trayectoria, ha recibido entre otros reconocimientos la Medalla Belisario Domínguez que otorga el Senado mexicano, la Medalla al Mérito Cívico Eduardo Neri, Legisladores de 1913, otorgada por la Cámara de Diputados, y la Medalla de Oro del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) (2002). Con motivo de sus cien años de vida, recibió el doctorado Honoris Causa por parte de la Universidad Autónoma Metropolitana (2007). Recibió diversos homenajes, como los rendidos en el Palacio de Bellas Artes,4 la Casa Lamm y la Academia Mexicana de la Lengua. A la edad de 101 años Andrés Henestrosa murió en la Ciudad de México el 10 de enero de 2008.
Ven a mí
Ven a mí, acércate,
acércate más, más cerca.
Dame tu mano
y por el camino de mi mano
pásate y éntrate en mi corazón.
Escucha lentamente para que
puedas entender estas palabras
que en mis labios tiemblan.
Verás mis palabras caer en el aire,
como si fueran pequeñas balsas
próximas a naufragar su contenido.
Acógelas.
Sé tú como una blanda orilla de mar
a donde mis palabras recalaran.
Acércate más, más cerca.
Dame tu mano.
En mis historias encontrarás
lo que es limpio, lo que es bello,
lo que transparente brota de mí
como una flor.
Acógelas, sé tú como una blanda orilla,
donde mis palabras recalaran.
Acércate más, más cerca.
Pero ¡ay de mí!, si estando tú
en mi corazón, yo abro los ojos
y te busco en el viento y en la nube,
y otra vez me encuentro solo,
completamente solo bajo el viento.
Aspiración al llanto
Y ¿por qué no he de decirlo
si es verdad
que hay días en que tengo
muchas ganas de llorar?
Nadie me ha ofendido,
nada está fuera de su lugar:
el día se levanta claro y azul,
la noche coge amorosamente la luz,
pero, ¿por qué es que tengo a veces
tantas ganas de llorar?
Un llanto que así me llega de tan lejos,
que ignoro la fuente de donde mana,
que se me figura el todas las penas del mundo,
¿Por qué he de avergonzarme de verterlo
ante los hombres?
Pues ¿quiénes han de llorar sino los hombres,
sino aquel que por serlo comprende el tamaño de una pena.
o el tamaño de una dicha,
las solas dos cosas que nos hacen llorar?
Pero no solo, amiga,
¿no te dije alguna vez que las lágrimas caen de rodillas
si las produce la desdicha, pero de pie
si la alegría?
¿Por qué esa hoja que lo mismo que una lágrima
se desprende del árbol
y suavemente se posa sobre la tierra,
me enternece ciertos días?
¿Por qué esa nube que boga por el cielo
como un velamen de plata,
lleva en el vientre lágrimas,
que buscan mis ojos para disolverse?
¿Por qué esa brisa inocente
tiene a veces fuerza de huracán?
Ya sé, amiga, que no son solo mis penas,
ni solas mis dichas,
sino las del mundo y las del hombre
las que así, a veces, sin quererlo,
me hacen llorar.
Una alacena de alacenas (fragmento)
" Un impulso que nos viene de la niñez y de la infancia nos lleva por la vida. Una palabra que ni siquiera podemos decir cuando vino a vivir con nosotros, nos lleva y nos trae como si fuéramos una pequeña hoja, movida por un pequeño viento. "
La sirena del mar
La noche del 24 de diciembre es noche providencial, milagrosa. Cuando niño —porque hay niñez allí donde reinan los cuentos—, salía a caballo a recorrer la playa para ver salir a la media noche a la sirena del mar, para escuchar su canto, revuelto con los tumbos y retumbos de las olas. Tal vez por la canción del mar; acaso porque nos faltara virtud; o porque algunos de los ritos no se cumplían debidamente, nunca la vimos ni oímos su cantar. Sólo la canción del mar, sólo el cabeceo de las olas, su propio cabrilleo. Yo la vi y oí una vez, pero se me ha olvidado…
El pájaro carpintero
Una vez por año, varias veces si el fuego sojuzgaba la selva derribando los árboles, el pájaro carpintero agujereaba un tronco seco para hacer casa nueva. Trabajaba entonces por necesidad, provechosamente. Así sería hasta hoy si los judíos, en mala hora, no lo hubieran convencido aliándolo con ellos.
Ya no dormía Jesús en la hoja del olivo; tampoco en la hoja más reciente del plátano — eso lo sabía muy bien—, sino en el tronco hueco, pero sin salida, de un árbol.
Una bandada espesa de pájaros carpinteros, seguida de una turba espesa de judíos, guiados todos por la urraca, se regó por los montes. Y agujereando el tronco seco, y el tronco verde, lo encontraron al fin en el tallo del carrizo.
Murió Jesús, pero por la ingratitud al Hijo de Dios, el pájaro carpintero agujerea, no para anidar, sino por eterno castigo, el tronco verde y el tronco seco; no una vez, ni dos, ni tres, sino todos los días del año.
Los árboles y la sequía
Hubo aquella vez una gran sequía, más grande que nunca la hubo. Ardía el campo, se quemaba la luz, ardía el aire, el silencio, la distancia. Los árboles caminaban rumbo a los ríos, a los arroyos, a los lagos, también secos. Eran los pozos un bostezo de aire caliente.
Fue entonces cuando el pino se puso en las puntas de los pies para alcanzar las nubes, y se quedó gimiendo por no lograrlo. Cuando al palo colorado —bixólo, en zapoteco— se le cayó la piel, se llenó de manchas, de quemaduras; cuando el roble clavó muy hondo sus raíces en la tierra en busca de algún venero, sin alcanzarlo; cuando el huanacastle creó estos frutos que parecen orejas, para oír por dónde corría el agua, y se quedó como en éxtasis, como en suspenso, silencioso, en espera de algún eco…Pasó el tiempo de secas. Otra vez la lluvia como una bendición del cielo cayó sobre los campos. El pino quedó altivo, pero sollozante; el bixólo con las ropas rotas y quemadas; el roble bien sembrado en la tierra; y el huanacastle con esos sus frutos que parecen orejas…
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