Cristián Gabriel Brito Villalobos
Nació en 1977 en Antofagasta, Chile. Es periodista, licenciado en Ciencias de la Comunicación de la Universidad Católica del Norte y magíster en Letras mención Literatura de la Pontificia Universidad Católica de Chile.
Ha trabajado como editor en diferentes editoriales y actualmente ejerce como encargado del Museo Postal y Telegráfico de CorreosChile en Santiago.
Vivió su temprana infancia en el campamento cuprífero de Chuquicamata, ubicado a 280 kilómetros de Antofagasta, capital de la II región del país. En este pueblo ?lugar donde se ubica la mina de cobre a tajo abierto más grande del mundo? forjó su temperamento. Hoy este núcleo urbano, producto del desenfrenado crecimiento del yacimiento cuprífero, ha sido cerrado para siempre, dejando en pie sólo los lugares patrimoniales y, lisa y llanamente, se han enterrado las casas que albergaron las vidas de sus habitantes.
En 1995 y con sólo diecisiete años, Brito se trasladó a Estados Unidos para terminar la educación secundaria. Luego, retornó a Chile y continuó con sus estudios universitarios.
A pesar de su nómada vida, nunca abandonó la literatura, continúo leyendo comprometidamente y, en una determinación que le costó mucho tomar, optó por dedicarse a escribir formalmente, asumiendo todos los riesgos que esta vertiginosa labor demanda. Y, a pesar de leer más narrativa que poesía, es al escribir lírica cuando su talento aflora más espontáneamente.
Este, su primer libro de poemas, representa en gran medida su percepción de la vida, con todo lo que esta contiene de muerte, amor, odio y dolor. Emociones y sentimientos que sólo a través de las letras puede efímeramente liberar.
Brito ha sido publicado en dos antologías poéticas: Nueva Poesía Hispanoamericana (2007) y Treinta Poéticas (2008), ambas bajo el sello español Lord Byron Ediciones.
En 2010 publicó su primer poemario Palos de Ciego bajo el sello editorial Club Escritores.cl., y en 2012 "Papeles en los bolsillos", Mago Editores.
Lujuria
Voy en contra
de lo que se recomienda
de lo ya establecido
Por personeros
para mí ajenos
ellos que visten sotanas
y que portan ostentosas medallas
que premian su fe
su pureza
su verdad
y te tomo por las caderas
y te acerco
y aprieto tus nalgas
y te penetro
Entonces siento a Dios
y creo estar en el paraíso
Palos de ciego
¡Oh, Dios!, cuán largo el camino
¿Por qué cuando se es niño no hay camino?
¡Oh, Dios!, ¿Por qué tanto dolor?
tanta hambre
tanto pavor
¡Oh, Dios!, ¿Porqué cuando te miro
escondes tu mirada en el infinito?
Dios, ¿por qué huyes?, traidor
Hoy doy palos de ciego
en la oscuridad
en el ocaso
en el horror
Y escribo
te llamo
te grito
te suplico
¡Oh, Dios!
hoy doy palos de ciego
para intentar hallarte
en el pánico onírico
de saberme vivo
Vacío
Cuando ya todos han muerto
y el hombre no tiene a quien herir
el vacío lo llena, lo abruma
lo envuelve
y el hombre ahora
siente ese miedo
que tantas veces vio
en los ojos suplicantes
de los que humilló
y por primera vez
su mirada cobra la no expresión
de todos aquellos
que para siempre silenció
Pánico
Amanece y el sol no me brilla
me encandila
La luz no alumbra
los destellos luminosos
ya no traen un nuevo día; nuevos bríos
Mi alma se oscurece
La rutina continúa
no hay treguas
no hay pausa
no hay misericordia
El corazón se acelera
no por regocijo, ni alegría
ni esperanza
En esta penumbra luminosa
el pánico reina
y ensombrece todo
Sobrevivir, vivir, seguir
intentarlo
es lo que queda
continuar es la meta
el objetivo
el deber
vivir es un sombrio y aterrador desafio
Días
Le digo que estoy bien, que sólo ha sido un mal día, que he tenido mucho trabajo,
que, por sobretodo, no se preocupe, que no estoy deprimido.
Sí, le digo, sé que estoy fumando más de la cuenta,
-es la ansiedad- esgrimo como escusa.
No, no soy un inconsciente. Jamás te abandonaré. Tranquila.
No, no estoy mal, o eso creo -pero no demuestro duda-.
Tomo el frasco de pastillas e ingiero mi dosis diaria de ravotril.
El sueño me acorrala.
No puedo dormir. Ya es tarde.
Me levanto, silenciosamente.
Me apoyo en el marco de la ventana de mi departamento, en el 17º piso.
Miro al cielo, está muy clara la noche y la luna se esconde entre nubes aisladas.
Abajo, un grupo de jóvenes gritan y se emborrachan.
Parecen felices. Los odio. O eso creo.
De pronto me siento liviano, ya no veo nada, sólo escucho un ruido infernal.
Abro los ojos, el despertador suena hace rato.
No me siento bien ni apesadumbrado.
Me levanto. Debo ir a trabajar.
A solas con el mundo
Mientras el cigarrillo se deshace entre mis dedos
en una habitación casi en penumbras
Afuera reina el caos
En la carrera desenfrenada por el dinero
hombres y mujeres se pisotean
escupen,
ignoran
Prendo otro cigarrillo
lo disfruto
estoy solo
Silente
Mi pluma se ha ido a vuelo de pájaro
Biopsia
Me extirparon la poesía
Ya sabré si es benigna o maligna
De momento:
Página en blanco
Planes
Escribiré el poema más bello
Para que sepas
Lo mucho que
Te amo
Mas
Por ahora
Pienso si llegaré a leértelo
Mala poesía
Cristián Brito Villalobos
Editorial Cuarto Propio, 2015
Hay un recurso muy manido que pretende por medio del auto escarnio, evitar cualquier expectativa positiva por parte del eventual lector. Un título como Mala poesía se inscribe en esa idea, contrariando de entrada al lector, que quizás piense al finalizar el libro, tal como Pohlhammer afirma en el blurb “su mala poesía es tan mala, tan re-que-te-mala, que es una patá en la guata a la estética trascendental”. Acá exagera, como siempre, pero no por ello este poemario no deja de tener momentos altos, en donde Brito consigue alejarse de las formas e imaginario clásico y hace vislumbrar un lirismo brutal, pulido, bien trabajado y pensado.
La Mala Poesía es directa y sencilla cuando inicia, en toda su sección de desamor, de olvido y promesas idas. El hablante está destruido, desvelado y desanimado, “trizado/perdido/perezoso” por una ruptura que se intuye definitiva, que se lee dramática y se siente en la carne abierta del sufriente, pero también en los revolcones cursis y marcos clásicos de este tipo de opacidades:
Yo no te olvido
Y si lo hago
Después se me olvida
Y te sigo amando
Y eso sí que no lo olvido (p. 15)
Allí donde la memoria juega malos pasos, no eliminando los rescoldos que hieren, justo ahí se provoca la vuelta a lo mismo. El enamorado de Brito es un Sísifo que vuelve una y otra vez a enamorarse, incluso sabiendo qué ocurrirá luego. La memoria es un dispositivo cíclico cuya acción no puede prevenir los desastres. La memoria no es la Historia, no es un relato que busca educar y evitar que el error del pasado ocurra nuevamente, sino que es solamente la constancia del suceso.
No. El amor no es lo mío
Me pasa de largo, ignora, ríe y engaña… (p. 31)
En cierto sentido, es una propedéutica que no permite anticipar la fuerza de sus poemas posteriores, los dolorosos y los enrabiados.
Lo que hay, más allá de la tristeza sentimental del amor romántico finalizado, es la pesadumbre por la existencia. Uno que tampoco acaba en la muerte, porque esta es demorosa y cuesta trabajo. No es simplemente el dejar de respirar, porque –esto quizás diga Brito– hasta el sufrimiento comporta una labor ardua:
Lloverán lágrimas
habrá discursos
trámites por
cumplir y luego el
fin
Cuando el corazón se
detenga y el hombre solo
guardado en una
caja sea la
memoria (p. 51)
Si en el terreno amoroso la memoria trabaja como constancia de los derrumbes, Mala poesía insiste en ello, dejándola como la caja donde quedarán los restos mortales, el cadáver del hombre genérico. Uno del que surgen otros Sísifos que sufrirán la misma opresión que cualquiera ha sentido.
Brito ha armado un poemario con muy distintos materiales líricos: desde una vertiente sufrida y manidamente cursi, el existencialismo oscuro, y la rabia estructural, el enojo que de base sostiene otra sección. Por lo anterior, Mala poesía es irregular, pero allí donde sabe asestar un golpe lo hace de manera certera, deja aturdido quizás no tanto por la fuerza de las imágenes que evoca sino por el sabor que hacia el final del paladar deja: herrumbre y abulia, cansancios y penas, la vida como una labor sin fin llena de escombros por despejar, por esqueletos que encontrar en los diferentes armarios que recorremos.
La portada de la Mala poesía interpela una vez acabado el libro. Un mendigo apenas vestido duerme tirado bajo el afiche de una exposición titulada “Luces de modernidad”. Y entonces lo meramente anecdótico viene a completar una obra que aunque irregular, cuando logra remontar y envolver lo hace de muy buena manera llevándonos dentro del cuerpo lacerado del indigente que sin techo ni ropa se enfrenta a un mundo apabullante y siempre sorpresivo.
"Papeles en los bolsillos", de Cristián Brito Villalobos
Mago Editores, 2012
Prólogo
Erick Pohlhammer
Soñé que escribía un prólogo a un vate vidente que era a la par antipoeta evidente. La línea que separaba a la antipoesía de la poesía era delgada. El autor de los versos me extraía a veces una lágrima triste; otras, una sonrisa feliz; una carcajada espontánea y hasta un grito de la más pura algarabía, entre escéptica y nihilista, simbolista, y hasta dadaísta. Cristián Brito era el soñador de esos realistas papeles, y uno, entre tanto otros, memorable, entre onírico y romántico, tan trascendente como sucinto; de título Visiones, decía:
«Soñé
que
ya no
deliraba
contigo en sueños».
Seguí soñando de lo lindo, que leía y releía, papeles que iba sacando, de un vago bolsillo de un mago inquietante. De otro –papel– también recuerdo, entre eslogan publicitario y chiste poético para variados gustos de polémicos amantes, Publicidad de sostenes: «En bustos/ no hay nada escrito». Creí soñar que el autor era discípulo, lejano de Catulo, o alumno de la escuela de publicidad y poesía del único y sin par Eduardo Anguita. Un neo antipoeta, por cierto, una voz clara y distinta, con pinta de erudito perito en literatura –castellana– vieja y novísima. Definía así al Poeta, bajándolo del altar, al lagar de una agusana egolatría:
«Pobre
ocioso
esperando
tener
admiración»
yo diría: «Rico/ocioso/ en su litera/ admirado/ de la Creación entera». Pero en eso, por fortuna, éramos distintos (sin ocio profundo el negocio es infecundo).
Desperté, de pronto, en el sueño, con este otro papel entresacado del onírico bolsillo, Soñar es gratis:
«en soñar no hay engaño
el engaño
es despertar
y darse cuenta
que todo fue un sueño».
Dicen los esotéricos, doctorados en el Libro Tibetano de los Muertos que a estos –los muertos, es decir nosotros– no bien estiran la pata, les acontece eso: despiertan y se percatan que todo fue un sueño.
Tan seguros estamos que la materia es real, que hasta nos olvidamos de la eterna rosa esencial.
Ah y entre, soñando y despierto, intuyendo que todo en este mundo es cuántico y maia, iluso e vacío, una sombra, una ficción, que toda la vida es sueño y los sueños sueños son, tras haber soñado leer uno a uno esos papeles bolsillísticos, desde el niño eterno que soy, quedéme sollozando, de nostalgia gozosa y anhelo inmortal tras extraer soñando este Último deseo:
«Cuando estos latidos
se detengan
y este cuerpo
que visto
sea alimento
para gusanos
deseo
que el niño
que un día
se vistió de carne pueril
sea la eternidad».
Diez mil gracias, irónico y jovial, escéptico y romántico, despierto y soñador, poeta Cristián Brito. Gracias por sus bolsillos, sencillos y sofisticados; y sí, Señor, por favor: sea la eternidad un niño infinito.
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