Matthew Dickman
(20 de agosto de 1975, Portland, Oregon EE.UU.)
OBRAS:
"On Earth" . Cortland Review. Spring 2009.
"Roma" . American Poetry Review. March 2008.[dead link]
"SHOW US THE PLEIADES"; "GRIEF", American Public Media
Dickman, Matthew (Spring 2009). "Divinity" . Daedelus 138 (2): 136–137. doi:10.1162/daed.2009.138.2.136 .
Amigos (Q Ave Press, 2007)
Something About a Black Scarf (Azul Press, 2008)
All American Poem. Copper Canyon Press. 9/1/2008.
"The Madness of King George" . Ploughshares. Winter 2009.
50 American Plays. Copper Canyon Press. 2012.
(Versiones en castellano de Sandra Toro)
CUATRO TECLAS
1. VENTILACIÓN
Puedo sentir al Cristo adentro mío con el costado abierto
para poder respirar como un pez
como quien se ahogaba con un huesito, quizá
una astilla de la vértebra de otro animal,
hasta que un amigo lo agarró por detrás y lo obligó
a toser, haciendo volar el hueso hasta los candelabros del restaurant.
Y me siento como si inhalara por primera vez en todo el día, un viento
de alguna montaña o la boca
de una mujer con ropa interior de varón y labial azul
que estuvo masticando chicle de gaulteria o fumando un mentolado
exhala en mi pecho, y desliza su muslo contra mis costillas, oh
puedo sentir que el Cristo adentro mío baja la persiana
y suspira, la pesadez de sus pulmones liberada como cuando se arranca
la cinta de la boca de la amante
y se le saca del fondo de la garganta el pañuelo empapado
en un solo movimiento largo y húmedo.
2. LUZ
Cuando me das vuelta la cara de una cachetada
un relámpago de gozo golpea los doscientos puntos
de la galaxia de mi cuerpo
y me hace pensar en los cuerpos poderosos
de los caballos. Es increíble lo lejos que viajó
una sola molécula del sol para escurrirse entre tus dedos,
tu labio inferior, las tres pecas abajo de tu pecho izquierdo, era tan
fuerte que agarrabas una de mis manos
para ponértela alrededor de la garganta
mientras sostenías la otra contra el almohadón blanco
con cada músculo libre, y levantabas la cabeza
hacia el ventilador de techo abriéndole la boca
a la lamparita que, a esa altura, ya se había transformado
en una nube, girando como un trompo de porcelana china.
3. CALEFACCIÓN
Me acuerdo del sonido que hiciste la primera vez
que mi mano estuvo adentro tuyo
y cómo ese sonido se hizo más hondo, un color oscuro
en la palma, y al final crujió
igual que un pedazo de vidrio transparente contra la muñeca, y de las perlas de sudor
que empezaron a gotear desde tu frente y tus orejas, hasta que de algún modo
la habitación tomó un matíz amarillo brillante
en la oscuridad. Ahora mismo puedo escucharlo. Puedo sentir las vibraciones
saliendo de tu pecho como descargas
eléctricas y el modo en que empezabas como quien pelea
pero al final, enroscada
en las sábanas húmedas, cada centímetro de tu cuerpo
era un charco de agua tibia
que alguien arrojó sobre las baldosas de un comedor
muy elegante, y cómo llenabas la bañera y, al meterte,
sonabas casi igual, un dolor agudo
te hacía rechinar los dientes, el agua tan hirviendo
que cada parte de tu cuerpo que tocaba era como Marte al rojo.
4. VELADOR
La casa entera helada como un glaciar salvo por los fantasmas
de nuestras ropas en un rincón del cuarto
que todavía parecen recordar cómo fueron quitadas,
todavía bullen, casi calientes. La luna
en la ventana y el cielo
en parte campo de algodón y en parte obsidiana, el repasador que llenamos con hielo,
derritiéndose en el piso de parqué. En el cielo no hay
nada mejor que vos. Y en la tierra nada se siente mejor
que la cinta que te quitás del pelo
y atás a mis muñecas. Los ojos cerrados. El pecho que se levanta
y cae como nieve
en la oscuridad del viento, tu boca apenas hinchada, la sangre volviendo
a llenar los labios, tus brazos debajo de la cabeza,
un poco de saliva en la comisura de tu boca, y las cosas que de vos amo,
como tus piernas, pateando levemente cuando soñás, tu pijama feo, tu nombre hermoso.
PENA
Cuando te llega la pena como un gorila morado
considerate un tipo con suerte.
Tendrías que ofrecerle lo que quedó
de la cena, dejar el libro que intentabas
terminar,
y hacerle espacio para que se siente a los pies de tu cama,
con los ojos yendo y viniendo
del reloj al televisor.
No tengo miedo. Antes ya estuvo acá
y ahora reconozco su andar
al acercarse a la casa.
Algunas noches, cuando la oigo venir,
saco la llave, me acuesto boca arriba
y cuento los pasos
desde la calle hasta el porch.
Esta noche trae un lápiz y una resma de papel,
me pide que escriba los nombres
de todas las personas que conocí
y que los separe en vivos y muertos
para que pueda elegir un nombre al azar.
Pongo su disco favorito de Willie Nelson
porque ella extraña Texas
pero no pregunto por qué.
Tararea un poquito,
como mi hermano cuando hace el jardín.
Nos sentamos una hora
y me habla de lo poco razonable que fui
poniéndome a llorar en la cola del supermercado,
negándome a comer, a bañarme,
y por todo lo que fumé y tomé.
Al final me pasa uno de sus brazos
pesados y violetas alrededor, apoya
su cabeza contra la mía,
y de pronto las cosas se ponen románticas.
Así que le digo,
las cosas están poniéndose románticas.
Ella tira otro nombre, esta vez
de los muertos,
y se da vuelta a mirarme como un padre
que te hace sentir confuso o avergonzado.
Dice: ¿Románticas?
mientras lee el nombre en voz alta, muy despacio,
y tomo conciencia de cada sílaba, cada vocal
que envuelve los huesos como músculo nuevo,
del sonido del cuerpo de esa persona
y de la negligencia,
el descuido con que ese nombre está en una pila y no en la otra.
FUEGO
¡Oh, fuego - quemame! Canta Ed
detrás del humo y la leña, con su mujer al lado, y el resto de nosotros
bajo las estrellas
que nadan, quemándose, sobre el estado de Washington,
él es como un Príncipe de los Apalaches
Henry con su banjo
y su whisky. La corte rodeándolo y afuera
el ciervo, en las colinas cerradas como idioma francés, muerto de miedo
pero enamorado y famélico.
Todo el tiempo me quemo. Con los bolsillos llenos de fósforos
y encendedores, el humo azul
se me escurre entre los labios como un fantasma flaco.
Mis pulmones en llamas, sus
alas caen del cielo abierto. El dorso de las manos largas de Michelle
se parecía al pelaje hermoso
que tienen los leopardos, cubierto de manchas oscuras. Todos los cigarrillos que encendía
y aplastaba, sus ojos
del color del spray, turbios, mugrientos,
idos ¡pero hermosos! Ella llevaba sus manos a todas partes
como dos pésimas cartas de recomendación. Nunca entendí
quién podía abrirlas, leerlas en voz alta,
y así y todo tirarla en una cama, y así y todo caminar hasta la calle donde estaba ella, y así y todo encender la mecha que había dejado. Oh, fuego--
quemame. Mi hermana y yo y Southern Comfort
carbonizándonos y echando chispas, rodeados de las
cenizas familiares, el modo en que ella es hermosa para mí en su resplandor singular,
mi cerebro encendiéndose, mi lengua
como un monje en tiempos de guerra, inundada de seda naranja y llamas.
La primera vez pisé un puñado de codeína en su universo
de rosa en polvo, la última
sentí bajar por mi garganta la gota ácida del éxtasis,
el auto que pierde el control, el sonido de la velocidad, la tierra que no se queda quieta, oh ascensor en picada-
guardame, oh, tumba-
tuviste tanta paciencia, haciendo tictac, incandescente---
vos, granada. Oh, fuego,
la primera vez que tomé estaba empapado en nafta,
y esa brasita avivándose adentro mío, que empezaba a brillar y a subir, resplandeciendo.
LENTO
Más que poner otro hombre en la luna,
más que un propósito de yogur y yoga para año nuevo,
necesitamos la oportunidad de bailar
con desconocidos hermosos de verdad. Un lento
entre el sofá y la mesa del comedor, al final
de una fiesta, mientras la persona que amamos salió
a buscar el auto
porque empezaba a llover y si alguna parte se nos moja
le rompería el corazón. Un lento
para traer la noche a casa, para romperla. Dos personas
hamacándose como una boya. Nada extravagante.
Una musiquita. Una botella de whisky vacía.
Es un poco como ser infiel. Tu cabeza apoyada
en su hombro, tu aliento que sube por su cuello.
Tus manos le recorren la columna. Las caderas de ella
se desdoblan como una servilleta de algodón
y empezás a pensar cómo es que todas las estrellas del cielo
están muertas. Mi cuerpo
habla lento con tu cuerpo. La Melodía Encadenada o
Escalera al cielo, un lento con eléctrica. Toda mi vida
cometí errores. Chiquitos y crueles. Hice mis planes.
Y no llegué nunca. Comí mi comida. Tomé mi vino.
El lento no importa. Es todo inocencia como los chicos
antes de los cuatro. Como estar en brazos
de mi hermano. El lento de los hermanos.
Dos hombres en medio de la sala. Cuando bailo con él,
uno de mis grandes amores, es totalmente humano,
y cuando gira para hacerme un dip o lo piso
porque los dos estamos llevando, pienso que
uno se va a morir primero y el otro va a sufrir.
El lento de lo que vendrá
y el lento del insomnio
chorreando por el piso como agua de la bañera.
Cuando la mujer con la que duermo
está en el baño, desnuda,
cepillándose los dientes, escupe en el lavatorio
el lento del ritual. No hay nadie que nos salve
porque no hay necesidad de ser salvados.
Te lastimé. Te quise. Corté el pasto
del jardín de adelante. Cuando la desconocida del vestido blanco
cubierto de un millón de cuentas
viene hacia mí como un candelabro hipersexuado viviente,
la agarro de la mano. La hago girar para un lado
y para el otro. Es el bosque de almendros
del baile lento y oscuro.
Es lo que tendríamos que estar haciendo. Desguazar
en busca de alegría. El haiku y la miel. El lento de la naranja y el orangután.
V
La flaquita que va codo a codo
con la hermana menor
tiene una remera que dice
HABLAME EN NERD
y yo quiero,
quiero poner mi bolsa de las compras en el piso
atrás de la boca de incendio
y susurrarle al oído algo sobre la división.
Quiero pararme atrás de ella y deslizarle
un solo dedo por la columna
mientras me cuenta de sus correlativas.
Tal vez se queje un poquito
cuando le diga que x es igual a menos b
más menos la raíz cuadrada
de b al cuadrado menos 4(a)(c), todo
elevado a la segunda. Pero tengo esperanzas.
Le puedo mostrar mis historietas
y mi Playstation. O podemos sacar
las cartas viejas de D&D
y sentarnos en el sótano a la luz de una vela.
Sé bastante sobre el Dr.Who,
la Enterprise y la Flota Estelar
como para sacarle la remera y desabrocharle el jean.
Podemos desarrollar la Teoría de las cuerdas
por todo su dormitorio.
Podemos doblegar juntos el espacio-tiempo.
Pero a lo mejor no es eso lo que pide.
El mundo viene hablando sucio
desde que ella tiene orejas para oír.
A todos nos habla mierda
y no hay nada en la bomba de hidrógeno
que me haga querer usar un anillo para el pene
o hacerlo en la cocina mientras hierve una olla con agua.
A lo mejor, con los hombros caídos como tiene
y el pelo largo tapándole
la mitad de la cara,
ella solamente pide que la consideren
algo más que una noche salvaje, un rizo
de vello púbico, o la estructura rosada
y compleja de los pezones.
A lo mejor quiere que la midan más allá
de la cucharadita de sombra del ano
y el molusco suave de la lengua,
más allá de la ecuación de los miembros, y que la vean
como un absoluto.
Y a lo mejor no será un salto gigantesco
en la ciencia de la compasión, pero es algo.
Así que cuando paso al lado de ella
hago exactamente lo que me pide,
levanto la mano derecha y hago una V
como los Vulcanos cuando le desean suerte a alguien,
esperando que consiga lo que quiere, aunque
tenga que ser en una galaxia muy lejana.
PROBLEMA
Marilyn Monroe se llevó a la cama todas las pastillas
de dormir cuando tenía treinta y seis, y la hija de Marlon Brando
se colgó en el dormitorio Tahitiano
de la casa de su madre,
mientras que Stanley Adams se pegó un tiro en la cabeza. A veces
podés mirar las nubes o los árboles
y no se parecen nada a nubes ni a árboles ni al cielo ni a la tierra.
Kathy Change, la performer,
se prendió fuego mientras los hijos de Bing Crosby se volaron
para siempre de la historia de la música.
A veces me sorprende la vida interior de los osos polares. El filósofo
francés Gilles Deleuze saltó al mundo,
y después fuera de él, desde la ventana
de un departamento. Peg Entwistle, una actriz sin ningún
protagónico, se tiró de la “H” del cartel de HOLLYWOOD
cuando todo se veía en blanco y negro
y David O. Selznick era rey, circa 1932. Enest Hemingway
se puso una escopeta en la cabeza en Ketchum, Idaho
y la nieta, modelo y actríz, trepó al árbol genealógico
para darse una sobredosis de fenobarbital. Mi hermano abrió
treinta parches de fentanil y se los metió en el cuerpo
hasta que no fue más su cuerpo. Me gusta
cómo se oyen los gansos sobre el río. Me gustan
los jaboncitos de los baños de hotel porque son hermosos.
Sarah Kane se ahorcó, Harold Pinter
le llevó rosas cuando todavía estaba viva,
y Louis Lingg, el anarquista alemán, prendió un cartucho de dinamita
con la boca
aunque le llevó seis horas
morirse, 1887. Ludwig II de Bavaria se ahogó
lo mismo que Hart Crane, John Berryman y Virginia Wolf. Si vas
de viaje, siempre tenés que llevarte un libro para leer, sobre todo
si es en tren. Andrew Martinez, el activista desnudo, murió
preso, desnudo y con una bolsa
en la cabeza, y en 1815 el aristócrata y escritor polaco
Jan Potocki se disparó una bala de plata.
Sara Teasdale se tragó un frasco de tristeza
después de darse un baño de inmersión
en el que docenas de senadores romanos se abrieron las venas abajo del agua.
Larry Walters se hizo famoso
por volar en una silla de jardín Sears con cuarenta y cinco globos de helio.
Alcanzó una altura de casi 5000 metros
y aterrizó. Él era un hombre que volaba.
Se disparó en el corazón. Yo, a la mañana salgo de la cama, me cepillo
los dientes, me lavo la cara, me pongo la ropa que más me gusta.
Quiero ser bueno conmigo.
UN TACO DE CAMARONES PARA DIANE WAKOSKI
El bol de camarones rosados
que mezclé con los cítricos se parece a un equipo
de bebés alienígenas, exhaustos
de cavar toda la noche en las calles
de un planeta frío,
que ahora tienen que acurrucarse
en el calor ácido del jugo de lima
y dormir contra una oreja fría. Pico
un ananá, un jalapeño. Intento ser valiente
con la muela que me van a sacar, trato de no desmayarme
en los hospitales ni tomar demasiado. Un vaso de whisky
y es otro país, un pack de cerveza, y es otro mundo.
Me pregunto cómo Michigan puede
vivir sin un solo puesto de tacos. Sin
una sola chica que se asome
por la ventana para hablar con el chico
que fuma faso atrás de la parrilla.
Tiro al aire las hojas verdes de cilantro
para el dinero y la suerte. Si estuvieras acá, Diane,
¡podríamos comer un par
juntos! Podríamos hablar sobre
la enorme diferencia entre las tortillas de maíz
y las tortillas de harina, entre
la tristeza de mi hermano y la muerte de mi hermano, entre los callejones
de la infancia y nuestro modo de caminarlos, hambrientos y felices en la oscuridad.
FOUR SWITCHES
1. VENT
I can feel the Christ inside me with his side cut open
so he can breathe like a fish
like someone who has been choking on a small bone, maybe
a tiny part of another animal’s vertebrae,
when a friend grabs him from behind, forces
him to lunge, the bone flying out into the restaurant’s candlelight.
And I feel like I am inhaling for the first time all day, a wind
from some mountain or the mouth
of a woman in boys underwear and blue lipstick
who has been chewing Wintergreen gum or smoking a menthol
exhales into my chest, slides her thigh along my ribs, oh
I can feel the Christ inside me shutter
and then sigh, the heaviness of his lungs let free like ripping
the Duct Tape off your lovers mouth
and pulling the soaked
handkerchief from the back of her throat in one long wet movement.
2. LIGHT
When you slap me hard across the face
there’s a lightning field of joy that hits the two thousand points
of my body’s galaxy
and makes me think of the powerful bodies
horses have. It’s amazing how far a single molecule of the sun
has traveled just to slip across your finger,
your lower lip, the three freckles below your left breast. It means
so much that you would take one of my hands
and put it around your throat
while you hold the other one down onto the white pillow
with every muscle you have left, and that you would turn your head
up to the ceiling fan and open your mouth
toward the light bulb which must be, by now,
turning into a cloud, spinning like a top made out of milky blue china.
3. HEAT
I remember the sound you made the first time
my hand was inside you
and how that sound became deeper like a dark color
at the palm and how it finally rang
like a clear piece of glass at the wrist, the beads of sweat
beginning to drip from your forehead, your ears, until the room
took on a shade of bright yellow
somehow in the dark. I can hear it now. I can feel the vibrations
coming off your chest like flags
of electricity and how you would start like someone in a fight
but in the end, curled up
in the damp sheets, every inch of your body
was like a pool of warm water
that had been thrown onto the tile floor of an elaborate
dinning room, and how you would run a bath so that, stepping
into it, you almost sounded the same, a sharp pain
that made your teeth grind, the water so hot
that every part of your body that touched it was like Mars turning red.
4. NIGHT LIGHT
The whole house frozen like a glacier but for the ghost
our clothes make in the corner of the room
as if they can still remember what it was like to be taken off,
still humming, almost warm. The moon
in the window and the sky
part cotton field and part obsidian, the kitchen towel we used, full of ice,
melting onto the hardwood floor. There is nothing
in the sky better than you. Nothing on earth that feels better
than the ribbon you took out of your hair
and tied around my wrists. Your eyes closed. Your chest rising
and falling like snow
in the windy dark, your mouth a little swollen, the blood in your lips
filling them back up, your arms above your head,
a little spit in the corner of your mouth, the things I love about you,
your legs kicking a bit when you dream, your ugly pajamas, your beautiful name.
GRIEF
When grief comes to you as a purple gorilla
you must count yourself lucky.
You must offer her what’s left
of your dinner, the book you were trying to finish
you must put aside,
and make her a place to sit at the foot of your bed,
her eyes moving from the clock
to the television and back again.
I am not afraid. She has been here before
and now I can recognize her gait
as she approaches the house.
Some nights, when I know she’s coming,
I unlock the door, lie down on my back,
and count her steps
from the street to the porch.
Tonight she brings a pencil and a ream of paper,
tells me to write down
everyone I have ever known,
and we separate them between the living and the dead
so she can pick each name at random.
I play her favorite Willie Nelson album
because she misses Texas
but I don’t ask why.
She hums a little,
the way my brother does when he gardens.
We sit for an hour
while she tells me how unreasonable I’ve been,
crying in the checkout line,
refusing to eat, refusing to shower,
all the smoking and all the drinking.
Eventually she puts one of her heavy
purple arms around me, leans
her head against mine,
and all of a sudden things are feeling romantic.
So I tell her,
things are feeling romantic.
She pulls another name, this time
from the dead,
and turns to me in that way that parents do
so you feel embarrassed or ashamed of something.
Romantic? she says,
reading the name out loud, slowly,
so I am aware of each syllable, each vowel
wrapping around the bones like new muscle,
the sound of that person’s body
and how reckless it is,
how careless that his name is in one pile and not the other.
FIRE
Oh, fire—you burn me! Ed is singing
behind the smoke and coals, his wife near him, the rest of us
below the stars
swimming above Washington state,
burning through themselves, he’s like an Appalachian Prince
Henry with his banjo
and whiskey. The court surrounding him and the deer
off in the dark hills like the French, terrified
but in love and hungry.
I’m burning all the time. My pockets full of matches
and lighters, the blue smoke
crawling out like a skinny ghost from between my lips.
My lungs on fire, the wings
of them falling from the open sky. The tops of Michelle’s long hands
looked like the beautiful coats
leopards have, covered in dark spots. All the cigarettes she would light
and then smash out, her eyes
the color of hair spray, cloudy and stingy
and gone, but beautiful! She carried her hands around
like two terrible letters of introduction. I never understood
who could have opened them, read them aloud,
and still thrown her onto a bed, still walked into the street she was, still
lit what little fuse she had left. Oh, fire—
you burn me. My sister and I and Southern Comfort
making us singe and spark, the family
ash all around us, the way she is beautiful to me in her singular blaze,
my brain lighting up, my tongue
like a monk in wartime, awash in orange silk and flames.
The first time I ever crushed a handful of codeine into its universe
of powdered pink, the last time
I felt the tangy aspirin drip of ecstasy down my throat,
the car losing control, the sound of momentum, this earth is not standing
still, oh, falling elevator—
you keep me, oh, graveyard—
you have been so patient, ticking away, smoldering—
you grenade. Oh, fire,
the first time I ever took a drink I was doused with gasoline,
that little ember perking up inside me, flashing, beginning to glow and climb.
SLOW DANCE
More than putting another man on the moon,
more than a New Year’s resolution of yogurt and yoga,
we need the opportunity to dance
with really exquisite strangers. A slow dance
between the couch and dinning room table, at the end
of the party, while the person we love has gone
to bring the car around
because it’s begun to rain and would break their heart
if any part of us got wet. A slow dance
to bring the evening home, to knock it out of the park. Two people
rocking back and forth like a buoy. Nothing extravagant.
A little music. An empty bottle of whiskey.
It’s a little like cheating. Your head resting
on his shoulder, your breath moving up his neck.
Your hands along her spine. Her hips
unfolding like a cotton napkin
and you begin to think about how all the stars in the sky
are dead. The my body
is talking to your body slow dance. The Unchained Melody,
Stairway to Heaven, power-cord slow dance. All my life
I’ve made mistakes. Small
and cruel. I made my plans.
I never arrived. I ate my food. I drank my wine.
The slow dance doesn’t care. It’s all kindness like children
before they turn four. Like being held in the arms
of my brother. The slow dance of siblings.
Two men in the middle of the room. When I dance with him,
one of my great loves, he is absolutely human,
and when he turns to dip me
or I step on his foot because we are both leading,
I know that one of us will die first and the other will suffer.
The slow dance of what’s to come
and the slow dance of insomnia
pouring across the floor like bath water.
When the woman I’m sleeping with
stands naked in the bathroom,
brushing her teeth, the slow dance of ritual is being spit
into the sink. There is no one to save us
because there is no need to be saved.
I’ve hurt you. I’ve loved you. I’ve mowed
the front yard. When the stranger wearing a shear white dress
covered in a million beads
comes toward me like an over-sexed chandelier suddenly come to life,
I take her hand in mine. I spin her out
and bring her in. This is the almond grove
in the dark slow dance.
It is what we should be doing right now. Scrapping
for joy. The haiku and honey. The orange and orangutang slow dance.
TROUBLE
Marilyn Monroe took all her sleeping pills
to bed when she was thirty-six, and Marlon Brando’s daughter
hung in the Tahitian bedroom
of her mother’s house,
while Stanley Adams shot himself in the head. Sometimes
you can look at the clouds or the trees
and they look nothing like clouds or trees or the sky or the ground.
The performance artist Kathy Change
set herself on fire while Bing Crosby’s sons shot themselves
out of the music industry forever.
I sometimes wonder about the inner lives of polar bears. The French
philosopher Gilles Deleuze jumped
from an apartment window into the world
and then out of it. Peg Entwistle, an actress with no lead
roles, leaped off the “H” in the HOLLYWOOD sign
when everything looked black and white
and David O. Selznick was king, circa 1932. Ernest Hemingway
put a shotgun to his head in Ketchum, Idaho
while his granddaughter, a model and actress, climbed the family tree
and overdosed on phenobarbital. My brother opened
thirteen fentanyl patches and stuck them on his body
until it wasn’t his body anymore. I like
the way geese sound above the river. I like
the little soaps you find in hotel bathrooms because they’re beautiful.
Sarah Kane hanged herself, Harold Pinter
brought her roses when she was still alive,
and Louis Lingg, the German anarchist, lit a cap of dynamite
in his own mouth
though it took six hours for him
to die, 1887. Ludwig II of Bavaria drowned
and so did Hart Crane, John Berryman, and Virginia Woolf. If you are
travelling, you should always bring a book to read, especially
on a train. Andrew Martinez, the nude activist, died
in prison, naked, a bag
around his head, while in 1815 the Polish aristocrat and writer
Jan Potocki shot himself with a silver bullet.
Sara Teasdale swallowed a bottle of blues
after drawing a hot bath,
in which dozens of Roman senators opened their veins beneath the water.
Larry Walters became famous
for flying in a Sears patio chair and forty-five helium-filled
weather balloons. He reached an altitude of 16,000 feet
and then he landed. He was a man who flew.
He shot himself in the heart. In the morning I get out of bed, I brush
my teeth, I wash my face, I get dressed in the clothes I like best.
I want to be good to myself.
A SHRIMP TACO FOR DIANE WAKOSKI
The bowl of pink shrimp
I’ve tossed with citrus looks like a work crew
of baby aliens, exhausted
from digging up the streets all night
on a cold planet
and now they get to huddle together
in the acid heat of the lime juice
and fall asleep against a soft ear. I’m chopping up
a pineapple, a jalapeño. I’m trying to be brave
about the tooth I have to get pulled, trying not to faint
in hospitals or drink too much. A glass of whiskey
and it’s another country, a case of beer, another world.
I wonder how Michigan
can live without a single taco shack. Without
a single girl leaning in through
the window so she can talk to the boy
smoking pot behind the grill.
I’m throwing the green leaves of the cilantro in the air
for luck and money. Diane, if you were here
we could eat a couple of them
together! We could talk
about the great difference between corn tortillas
and flour tortillas, between
my brother’s sadness and my brother’s death, between the alleys
of childhood and the way we walk down them, hungry, happy in the dark.
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