Hugo Goldsack Blanco
(1915-1988). Poeta y Cronista Chileno. Miembro de la Generación de 1938. Se desempeñó como director de la Revista “Zig- Zag”, fue Fundador de la Revista “Siete Días” y colaboro en los diarios: “El Mercurio”, “La Opinión”, “La hora” y “La Tercera”. Sus obras principales son: “En Torno a cierto fuego”, Ed Diógenes,(prologo e ilustraciones de Andrés Sabella) Santiago, 1949, “Pedro Prado, un clásico de América”, en colaboración con Julio Arraigada, Separata Revista Atenea, Universidad de Concepción, 1952, “Elegías de L- Thor”, Ed Francois Villon, Santiago, 1955, “Encuentro con Bolivia: Color y sorpresa de un país inesperado”, (Prologo de Joaquín Edwards Bello), Ed Taller Grafica Periodística de Chile, Santiago 1956, “De España un pelo”, (Prologo de Joaquín Edwards Bello), Ed Nascimento, Santiago 1968, “El rostro de Dios”, Suplemento Literario Revista Extra, Santiago, 1976, “Los Archivos del diablo”, (Prologo de Luís Sánchez Latorre), Ed Diógenes, Valparaíso, 1990, “Antología Poética” Ed Diógenes, Valparaíso, 1995. En 1968 recibo el Premio Hispanoamericano de Periodismo “Carlos Saptien”, y en 1972 recibió el Premio Nacional de Periodismo, Mención Crónica.
(1915-1988). Poeta y Cronista Chileno. Miembro de la Generación de 1938. Se desempeñó como director de la Revista “Zig- Zag”, fue Fundador de la Revista “Siete Días” y colaboro en los diarios: “El Mercurio”, “La Opinión”, “La hora” y “La Tercera”. Sus obras principales son: “En Torno a cierto fuego”, Ed Diógenes,(prologo e ilustraciones de Andrés Sabella) Santiago, 1949, “Pedro Prado, un clásico de América”, en colaboración con Julio Arraigada, Separata Revista Atenea, Universidad de Concepción, 1952, “Elegías de L- Thor”, Ed Francois Villon, Santiago, 1955, “Encuentro con Bolivia: Color y sorpresa de un país inesperado”, (Prologo de Joaquín Edwards Bello), Ed Taller Grafica Periodística de Chile, Santiago 1956, “De España un pelo”, (Prologo de Joaquín Edwards Bello), Ed Nascimento, Santiago 1968, “El rostro de Dios”, Suplemento Literario Revista Extra, Santiago, 1976, “Los Archivos del diablo”, (Prologo de Luís Sánchez Latorre), Ed Diógenes, Valparaíso, 1990, “Antología Poética” Ed Diógenes, Valparaíso, 1995. En 1968 recibo el Premio Hispanoamericano de Periodismo “Carlos Saptien”, y en 1972 recibió el Premio Nacional de Periodismo, Mención Crónica.
ELEGÍA DEL PRIMER ALUCINADO
Yo no podría negar los derechos de L- Tor
Nadie negará tus derechos, L- Tor.
Aunque por defenderlos me apedreen.
Y mis hermanos de clan me arranquen los ojos.
Y me quiten de las manos el lábaro de mi tótem.
Y me abandonen ciego en la selva enemiga.
Nadie negará tu existencia, L-Tor,
Mientras yo esté vivo,
Y tu voz de azufre ritual me ilumine el plexo,
El sexo y la boca
Como si empezara a arder.
Tú sabes hablar en la noche.
Inmóvil y desvelado al fondo de la caverna.
Tú sabes hablar y ladrar
Y aún cantar como los pájaros.
Y graznar con la vieja y sabia lengua de lechuza.
Y desbordar los ríos de la sangre
Como si me deshielara.
Tú sabes herir de vida, L- Tor.
Tú enseñas a golpe de relámpago
Y sobre la fuga de los lobos
Consigues que estalle la dentadura alegre
De una flor que me hace reír hasta la aurora.
He medido tus plantas en la arena del sueño,
Son iguales a las mías.
He acariciado el follaje con mi áspero tacto
Y lo he visto temblar lo mismo
Que cuando tú lo besas
Mientras el sol se pone.
Las aves del aire se devuelven
Cuando las silbo como tú
Y tú estas dormido.
L-Tor, L-Tor,
Sombra mía,
Hermano mío,
Llanto mío,
Tú y yo somos el mismo espectro,
A veces, tú el eco y yo la voz.
A veces, tú la flauta y yo la música.
La música que empuja hacia fuera a la tribu
Y la obliga a danzar sobre la escarcha.
Pero tú no pesas, L-Tor.
Tú no necesitas alimentos, L-Thor,
Ni agua con fuego adentro.
Tú no aúllas de dolor cuando nos hieren
En medio de la guerra.
Tú eres inmutable como el sol en el aire.
Tú eres de aire,
De aire tibio,
Y te pareces extrañamente al miedo
A veces…
Porque mi lengua te sigue, me persiguen.
Porque te llamo como a mi padre, que era bueno,
Me apedrean en la fiesta.
Porque converso contigo cuando ronda la hiena,
Los ancianos azuzan contra mí
Los poderes del hechicero.
Y mi suegra suele llorar diciendo:
-Ya no es el mismo, ya no es el mismo…-
Un muro de azufre me cerca.
Un río de odio morado me ahoga.
Una noche sin luna se me congela en los huesos
Y veo los ojos ardientes del lobo
Iluminando de sangre las huellas
Del que tiene que morir esta noche.
L- Tor, estoy perdido.
Hermano mío, estoy herido.
Padre celeste, la fiebre me hace crujir las sienes.
Pero, yo no te negaré nunca, L-Thor.
Antes de negarte, que me devoren, L-Thor.
Que nunca nadie niegue tus derechos, L-Thor.
ELEGÍA PARA EL QUE MURIÓ DE NUEVO
Esta noche, el pecho del mar se romperá bramando contra las rocas muertas.
Esta noche, un aullido llenará de lágrimas el ojo de los faros.
Esta noche gemirán solos todos los armonios del mundo,
Y el viento de los médanos oficiará una misa
Para la muerte de la anémona
Porque el hombre está triste.
Esta noche, un llamado despertará a la madre.
Que se erguirá en la huesa
Con las cuencas quemadas por espesas lágrimas de barro.
Con sus duros dedos cogerá del aire agua lunar.
Con sus negras uñas tejerá vendas de olvido,
Y como antes a la cuna, ahora correrá hacia la ciudad,
Por caminos que sólo los ladridos transitan,
Porque el hombre está herido,
Y ese hombre es su hijo.
Esta noche el hombre estará sentado sobre un lecho negro
Partiéndose el pecho contra los muros irremediables.
Llenando de lágrimas el ojo de su dios.
Ahogándose inútilmente en las sordas músicas del vino.
Nadie vera el flujo de su sangre, creciéndole en la conciencia,
Hasta quebrantar sus sillares inmemoriales.
Nadie sabrá del derrumbe
Ni escuchara el espantoso hervor de sus piedras, arrastradas por la resaca
Hacia el abismo de la muerte,
Al abismo final en que flota una anémona,
Perdida para todo alto destino sublunar.
Pero tal vez no sea enteramente cierto.
Yo sé que el hombre tendrá un consuelo esta noche.
Es posible escuchar pasos de seda sobrecogedora.
Y es posible una mano de celestes huesos y uñas negras.
Acariciando los cabellos negros,
Mientras el mundo llueve afuera.
Qué tristes son las citas del hombre con sus muertos…
Qué desconsuelo hay en sus vendas de olvido,
Y en el agua lunar que una mujer,
Vestida de líquenes y polvo,
Ejercita inútilmente contra la fiebre,
Que ciñe de rojas y atroces coronas
Las sienes de su hijo…
El hombre está herido y muere,
Y mira como arden, lejos,
Brumosos calendarios.
Una balada tenue suelta al aire sus signos
De cristales agudos,
Por encima de los vagos abanicos del humo.
(Anémona perdida…)
El silbido viene y va, mientras se ahogan,
En los últimos limos, las pausadas
Columnas del crepúsculo.
(Oh, dedos que insistieron
En entrar en la celda del que no tenia
Otra defensa que su obstinada soledad…)
Humo y trino pastoril han conseguido
Pulir peldaños de amatista,
Para que no resbalen las sandalias del lucero.
(Ah, los pies en que el vencido
Creyó besar la tibia cifra
De su regreso al mundo…)
En el cielo indeciso,
El abracadabra de los murciélagos
Enseña, siniestramente
Que también las campanadas tienen sombra.
Ay del hombre herido que está muriendo en la noche…
Ay del que solo tiene el salmo de sus fantasmas…
Ay del que perdió su anémona, y con ella, la vida.
Ay del que desertó de su soledad para besar el viento,
Y enceguecido por su relámpago rubio y verde y rojo,
No tuvo siquiera la cama de piedra de su celda para morir de nuevo!
HISTORIA PARA UNA NOCHE DE NEBLINA
Ya podéis gritar y correr, deudos de nadie,
Hombres de roja gorra, caballeros
De acompasado pantalón.
Ya podéis pisotearme, señoras
De poderoso fuelle sentimental, y en mis narices
Batir vuestros pañuelos.
Precipitaos hacia las puertas
Gesticulando, sonándoos, rodando,
Riendo.
Empujadme a la margen del rebaño,
Y dejadme solo como los guardafaros
O los náufragos.
Dejad que me convenza lentamente
Que el frío del andén bañe mis huesos
Hasta que me percate de mi muerte.
O de la paradoja de estar vivo
Cuando el alma va lejos.
Lejos, más lejos, mientras fluye el tiempo,
Y la niebla se cuela por las venas
Para volverse llanto…
Nadie me escuche, nadie me consuele.
Solo nací, solo me muero
Con su desdén que me trepana el alma,
Con sus manos cuyo recuerdo lamo,
Y sus ojos que retienen el embrujo
De la primera luna que alumbró en el mundo.
En invierno las ánimas van vestidas de niebla.
Como volutas giran en torno a los faroles
Y gimiendo cruzan la cara del desamparado.
¿De qué viejas culpas le hablaran cuando pasan?
Pero el triste sigue sin decir nada.
Un pitazo infinito ha rasgado su oído
Y una voz que fue suya parece que hablara cerca.
Marejada de anhelo, la sangre se le escapa
.y se va por nocturnos campos, hacia remotos galpones ferroviarios.
El vino torna monstruosa la risa en el burdel.
Alguien me mira, Es posible. Sólo sé
Que mis besos perdidos como jauría triste
Van rodando en la bruma tras un tren.
Semblanza de Hugo Goldsack Blanco
AUTOR: RODRIGO VERDUGO
El presente texto fue publicado originalmente en la revista “Rayentru”, N° 29, Año 15, Verano 2009. Agradecemos al poeta y gran conocedor de la poesía chilena, Rodrigo Verdugo su generosa contribución.
Hugo Goldsack Blanco (1915- 1988), es quizás uno de los miembros más olvidados de la generación del 38, pero, a su vez, es una de las figuras más carismáticas, literarias y activas de dicha generación. Poeta y periodista, defensor incansable y entusiasta de los derechos de los escritores chilenos, fue uno de los impulsores de la ley de los premios nacionales, bajo el gobierno de Gabriel González Videla. Su obra se bifurca en dos géneros: poesía y crónica y ambos son testimonio total de una vida dedicada por completo al periodismo y la literatura.
Casado con la poeta Irma Astorga (autora de “Nido de Piedras”, “Ceniza Quebrada”, entre otros libros), Goldsack vivió intensamente un periodo memorable de la bohemia santiaguina de las décadas del 40 y del 50, habitué permanente de las Cafés “Iris” y el “Bosco”, junto a los poetas Andrés Sabella, Víctor Castro, Carlos de Rokha, Emilio Oviedo, entre otros. Goldsack desbordaba ingenio y elocuencia.
Fue justamente en estas nocturnas atmósferas donde fragua lo que vendría a ser al poco tiempo su primer libro: “En torno a cierto Fuego”, bajo las Ediciones Diógenes en 1949, que él mismo fundara e impulsara como una forma de dar a conocer el pensamiento poético de muchos congéneres, (y que no solo abarcaría obras poéticas, sino otros géneros como el ensayo, el teatro, etc., y un pequeño folletín) y que incluye un prólogo y viñetas del poeta Andrés Sabella.
Este inicial conjunto de poemas le valió elogiosos comentarios críticos de Humberto Díaz Casanueva, Hernán del Solar, Ricardo Latcham, y Ángel Cruchaga Santa María. En esta primera obra, Goldsack, plantea una posible resolución de conflictos, específicamente teológicos, demarcando una ansiosa unidad entre los misterios del erotismo, la demonología y la divinidad, exaltándolos en su comunión fragmentada.
También en este conjunto de poemas se hace presente (como lo exigía su época y toda época) la denuncia social, la estupefacción frente a la miseria y la injusticia, pero referidas a esa resolución mayor, también se hace notar un fuerte grado de especulación filosófica que dejaría a la vista la temprana afición de Goldsack por la Filosofía Clásica, y que en sus obras posteriores se hará cada vez más presente, dejando abierta y sangrante no solo la pregunta sino la pugna entre la inmanencia y la trascendencia. Dicha unión entre filosofía y poesía, ha sido en muchos casos útil en el desarrollo de la literatura, por cuanto ambas confluyen en muchos aspectos y el caso de Goldsack es concluyente en este sentido.
Esta obra alcanzó una segunda edición en 1953, bajo las ediciones “François Villon”, con ilustraciones del pintor catalán Manuel Segala.
En 1952, en colaboración con el poeta Julio Arriagada, publica el ensayo “Pedro Prado, un clásico de América” en la Separata de la Revista Atenea de la Universidad de Concepción. Y posteriormente en 1955 publica “Las elegias del I-Thor”, Ed. François Villon, obra que también mereció elogiosos comentarios críticos de: Hernán Del Solar, Ricardo Latcham, Julio Barrenechea, Pedro Lastra, entre otros. Esta obra -podríamos decir- es el punto máximo de su creación poética, por cuanto no solo plantea sino que resuelve el conflicto con su propio ser, con su propio cuerpo, o como él mismo definiera: “Ese amasijo de reflejos”. El hablante invoca su condición suprahistórica, es aquel otro (el otro referido por Arthur Rimbaud), ese otro que se transfigura y vislumbra otros estados del ser, otro poder que no es la resurrección cristiana, sino que es una alteridad fulgurante y desesperada, una indagación inmaterial en los enigmas del amor y del dolor. Como su mismo autor lo señala en el prologo: “I-Thor” es su nuevo nombre, una suerte de segundo bautizo, no el católico sino un bautizo inmortal, no es el cuerpo como suma de vidas y muertes y reflejos y funciones, sino que es un “Dios” , un dios primitivo que estaría en conflicto con la idea habitual de “Dios”.
Es preciso hacer notar dos influencias capitales en esta escritura, y siguiendo lo señalado por Andrés Sabella y Víctor Castro, la obra de Goldsack estaría bajo ciertas determinaciones poéticas de Pablo Neruda y Charles Baudelaire. La influencia del primero es mas rastreable en cuanto a cierta intención apocalíptica, y la del segundo en cuanto a la asunción de un credo poético. Además se puede ya afirmar que Goldsack estaría reactualizando dos mitos bíblicos: El mito adánico y el mito luciferino, por cuanto ambos (Adán y Lucifer), quisieron en un momento ser como dioses, y no lo lograron, precisamente de esa nostalgia consubstancial derivan los materiales sangrantes y helados con que se arma todo este discurso.
En 1956 Goldsack publica: “Encuentro con Bolivia, color y sorpresa de un país lejano” (Ed. Taller Gráfica Periodística). Prologada por Joaquín Edwards Bello, esta obra (estructurada primero como conferencia y luego como libro) es el testimonio de un viaje que el autor realizara a Bolivia como parte de la comitiva chilena del Presidente Carlos Ibáñez Del campo; sobre esto debemos mencionar que Goldsack trabajó durante este periodo como encargado del departamento de Prensa de la Presidencia de la República, y en la sección prensa del cuerpo de Carabineros de Chile. Este libro es, entonces, un signo de confraternidad entre ambos países, y en la hora actual nos exigiría más que una simple lectura.
A pesar de ser autodidacta e iniciarse en la vida laboral antes que periodista como pintor, minero, publicista y vendedor, trabajó casi toda vida en el área del periodismo, iniciándose en el Departamento de Extensión del Ministerio del Trabajo, y luego como Profesor en la cátedra de Literatura Chilena en las Escuelas de Temporada de la Universidad de Chile. Posteriormente, trabajó como encargado de prensa de diversos servicios públicos, y en la Agencia “France Presse”, además de ser redactor de diversos diarios chilenos, españoles y panameños, escribiendo muchas veces sus crónicas bajo el pseudónimo de “Dimas Corabia”.
Resultado de este quehacer, al poco tiempo publicaría su libro “De España, un pelo” (Ed. Nascimento, 1968); obra nuevamente prologada por Joaquín Edward Bello. Este conjunto de crónicas le valdrían un sitio al lado de notables cronistas como el mismo Edwards Bello, Daniel de la Vega, Jenaro Prieto, etc., contando además con la obtención del Premio Hispanoamericano de Periodismo “Carlos Septien” en 1959.
Pero su labor como difusor cultural es aun más vasta. Fue director de la revista “Zig Zag” y fundador de la revista “Siete Días”; en Panamá fundó la revista “Siempre”.
En 1976 publicó lo que sería su última obra poética: “El Rostro De Dios”, en el Suplemento Literario de la Revista Extra, extenso poema donde resolvería un segundo conflicto: La sacralidad. Aquí “Dios” es una construcción del hombre, una construcción más en el extenso inventario, el hablante es uno de esos trabajadores (de esos horribles trabajadores, al decir, nuevamente, de Arthur Rimbaud), su misión es construir un “Dios”, que esté a la altura del hombre o, como el mismo Goldsack dijera: un Dios construido a partir de ese mismo “Sentido sanguíneo”, que el hombre tiene de él.
En 1972 obtiene el Premio Nacional de Periodismo, mención crónica, lo que vendría a corroborar su innegable calidad en este ámbito.
En 1988 fallece Hugo Goldsack Blanco producto de un infarto. Mas “I- Thor” continúa abriendo y cerrando círculos con sangre y hielo. En 1990 se publica el libro “Los Archivos del Diablo” (Ed. Diógenes, Valparaíso), con prólogo de Luis Sánchez Latorre, que reúne el conjunto de crónicas que se hallaban dispersas en diarios y revistas nacionales y extranjeras. En 1995 se publica su “Antología Poética” (Ed Diógenes, Valparaíso), obra que será útil para revalorizar su legado poético.
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