Horacio Rega Molina
(San Nicolás de los Arroyos, 1899 / Buenos Aires, 1957)
”Era capaz de escribir los diálogos de la historieta El gato Félix en el diario El Mundo, enseñar castellano a los alumnos de bachillerato y anotar de paso -en algún boleto de tranvía- la semilla de un poema”, esto decía el periodista Eduardo Pogoriles de nuestro poeta de hoy. Horacio Rega Molina nació en San Nicolás de los Arroyos en 1899 y murió en Buenos Aires en 1957. Ejerció el periodismo y fue crítico literario por mas de tres décadas en el diario “El Mundo”; dueño de un carácter predispuesto a las bromas y bucólico enamorado de la pampa y el soneto.
Hay marcadas influencias de Leopoldo Lugones en sus primeros libros, editados entre 1919 y 1923. Con la aparición de La Víspera del Buen Amor (1928), se aleja de su padre poético y toma altura propia. Será, recién entonces, cuando el mismo Lugones lo reconozca como uno de los poetas más originales de entonces, junto a Ezequiel Martínez Estrada, Conrado Nalé Roxlo y José Pedroni. La artesanía del soneto estaba instalada. Las lecturas de Quevedo y Góngora y su relación con los poetas martinfierristas, desde Nicolás Olivari a Raúl González Tuñón, afilaron su pluma. En 1951 obtiene el Premio Nacional de Poesía y en 1955 la editorial Espasa Calpe edita una antología de sus poemas. Después, volviendo al relato Eduardo Pogoriles, vino el olvido ya que se le atribuyó equivocadamente el haber escrito La Razón de mi Vida de Eva Perón.
Horacio Rega Molina dejó una obra vasta donde, sin perder nunca su fuerte contenido telúrico, supo convertirse en el arquetipo del poeta tan popular como ilustrado.
El poeta Manuel Alcobre, quien fuera su entrañable amigo, lo recuerda así: “Su nombre seguirá vigente, como título de una vasta sinfonía de palabras, que siempre dirán la belleza inextinguible de su espíritu. Era la suerte a la que aspirábamos, con poca fe, en prístinas tardes dominicales, al margen de la gran ciudad, necrópolis de muchas esperanzas.”
Su trotecito por las calles solas
Era de negra luna y noche blanca,
Y así llegó hasta el plan de la barranca
Tierna de margaritas y amapolas.
La herida, en cuajos cárdenos, le arranca
Un voto de barajas españolas,
Y brilla el flete en espumosas olas,
Inmensa y dura de pasión el anca.
Recelosa del poncho y del cuchillo,
La muerte se acercaba. Entre las cerdas
Zumbó, en su propia oreja, una chicharra.
Rígido espasmo lo encogió en ovillo.
Crispó los dedos como sobre cuerdas.
La eternidad le pareció guitarra.
LA CORTINA
La cortina es piadosa, la cortina
es la niebla doméstica, por eso,
a través de su tul, fino o espeso,
nada se ve, más todo se adivina.
Una ventana es una pobre cosa,
pero, cómo varía, de repente,
si tú le pones, inocentemente,
una cortina de color de rosa!
Y que bello será cuando suceda
que al penetrar el sol de la mañana,
encuentre que en la rústica ventana
hay otro vidrio más, ¡pero de seda!
BALADA DE UN DOMINGO DE MI INFANCIA
Mañana el maestro dará prueba escrita.
(Mi infancia no tuvo sino días malos.)
Sentada en un banco mi infancia recita:
Colón ha partido del puerto de Palos.
Es día domingo. Llovizna. Hace frío…
El cuarto es muy grande, yo estoy solo en él.
Parece que arrastra en el cuarto sombrío
su cola de seda Isabel.
Es día domingo. Con una constancia
que más dolorosa no pudo haber sido,
sentada en un banco repite mi infancia:
del puerto de Palos Colón ha partido.
Las seis de la tarde. Se encienden candelas.
Se cierran las puertas. La casa es distinta…
Dan miedo, dan miedo las tres carabelas.
La Santa María, La Niña y La Pinta.
MONOGRAFÍA DE UNA MANO LABRADORA
La mano sin tocar, sin hacer nada,
Máscara en sombra clara y luz obscura,
Ceñida piel de tierra cultivada
Y venas como riacho de llanura.
En cinco dinastías renovada
Su fuerza y benemérita dulzura.
La palma es de su amor la bocanada
Que en el nudo del puño se asegura.
Firme, parece en su sopor profundo
Que en síntesis del hombre y de su mundo
Pesara mucha más que todo peso.
Pero la mano, como ayer, ahora
Sabe lo que es y lo que puede, y llora
Con una seca lágrima de hueso.
ODA CON UN CABALLO PATRIO
El caballo encontróse de pronto con que le faltaba el cuerpo del jinete.
Ninguna afirmación entre el cenit y su lomo.
Bravocea al desafío atávico de las distancias.
Su indeleble trote era merced innecesaria
pues hecho estaba al peso de una imagen cuyo nombre
hacía volver la cabeza al enigma
aunque era como el árbol, que ya nace descrito
y patriarcaba, dichosa, en el vino nuestro de cada pulpería.
Las riendas perdían ataduras de la soledad
acariñado el amarillecer del pasto fundido al suelo como sarro
en esa fosca noche
en que una estrella le roba el fuego a otra estrella.
La bien hinchada luna olía a frutos del país.
Entonces se destuvo, levantó la testa, dilató los ollares,
miróse luego los cascos que mahirieron el sentido dinástico de las flores
olió su propio olor de fogata de cuero,
y se reconoció potro nacido a cuatro rumbos,
aquella mañana, cuando el oírse como en los primeros tiempos
el versículo veintiocho del Génesis
los hacendados pusieron en el fuego los hierros de marcar.
Su condición de bestia caída, expulsada del paraíso de las bestias
tornóse portentosa al dejarle la sombra
tan sólo las formas más salientes
como esos objetos envueltos en un lienzo.
La mitad de la noche parecía haber encontrado el buen camino
de su estado a la espera de un acto, de una súbita
iluminación del espíritu nocturno.
Y pensó:
Todos los días hay alguien que resucita.
En ese mismo instante fue tomado de las riendas
hacia un espacio de otra geografía equivalente a su tamaño,
crecido milagrosamente en el lugar donde estaba
con límites de palenques florecidos por la fiebre de la madera
porque las tierras donde nacen y mueren los caballos
son las favoritas de Dios.
AL POETA ANDRÉS DEL POZO
Que me envió una baldosa de la casa natal donde nací
Oh tú, que al repertorio de mis penas
Envías de mi casa una baldosa,
En la que el tiempo, que jamás reposa,
Fijó recuerdos y detuvo arenas.
Pequeño territorio donde apenas
Cabe mi pie, y adolescente rosa
Por su color; y por su forma, losa
Del primer niño que se ahogó en mis venas.
Cuando pienso en el patio y su rumores,
En el hueco dejado, y que así rueda
Hasta mi amor, abandonando amores,
En parecida soledad me encierro,
Pues desde ahora todo lo que queda
Fuerza de esaq baldosa es mi destierro.
LA CASA DEL ACUERDO
He aquí que, como hace tantos años, la calle
Se llena de galeras de rancia y alta caja.
Se abre una portezuela crepuscular ¿Quién baja?
¿De quién es ese rostro, ese pecho, ese talle?
Caballeros que llegan de la ciudad, del valle,
De la montaña. Polvo con agua y nieve cuaja
Cada rueda de cada vehículo en que viaja
La patria misma, para que la guerra no estalle.
Un farol plañe luces. Las sanguíneas baldosas
Reverberan. La hierba nace entre sus junturas.
El aire acuña voces. ¿Quién olvida estas cosas?
¿Pedestal de qué heroica figura es el aljibe?
De pronto hay un silencio preñado de futuras
Grandezas. Alguien llora. Y el acuerdo se escribe.
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