Ramón de Garciasol
Miguel Alonso Calvo, conocido como Ramón de Garciasol, (Humanes, Guadalajara, España; 29 de septiembre de 1913 - Madrid; 14 de mayo de 1994) fue un poeta, ensayista, biógrafo y narrador español, miembro de la generación del 36.
Hijo de humildes artesanos, estudió el bachillerato en el Instituto Brianda de Mendoza de Guadalajara. Se licenció en Derecho por la Universidad Central.
Comprometido políticamente con la izquierda revolucionaria, durante la Guerra Civil española colaboró en la publicación UHP-Milicias Alcarreñas.
Detrás del cambio de nombre literario están las fuertes represalias políticas que padeció tras la derrota republicana de 1939.
Obra
Poesía
Agradecimiento (1951)
Canciones (1952)
Palabras mayores (1952)
Defensa del hombre (1955)
Tierras de España (1955)
La madre (1958)
Sangre de par en par (1960)
Poemas de andar España (1962)
Correo para la muerte (1963)
Fuente serena (1965)
Antología provisional (1967)
Apelación al tiempo (1968)
Del amor y del camino (1970)
Atila (1973)
Poemas testamentarios (1973)
Decido vivir (1976)
Las horas del amor y otras horas (1976)
Libro de Tobía (1976)
Mariuca (1977)
Memoria amarga de la paz de España (1978)
Segunda selección de mis poemas (1980)
Escuela de la pobreza : [Maquiavelo: 1469-1527] (1981)
Recado de El Escorial (1982)
Diario de un trabajador (1983)
Testimonio de la palabra (1984)
Notaría del tiempo (1985)
Ensayo
Vida heroica de Miguel de Cervantes (1944)
Una pregunta mal hecha: ¿Qué es la poesía? (1954)
Lección de Rubén Darío (1961)
Presencia y lección de Rubén Darío (1961)
Claves de España : Cervantes y el Quijote (1965)
Quevedo (1976)
Rubén Darío en sus versos (1978)
Cervantes (1982)
PADRE ANCIANO
El padre se ha quedado niño,
débil. Casi un soplo, un aire
puede tirarle al suelo. Ahora
sus huesos son arcilla frágil
o tallos de cristal. Se queda
parado y nos pregunta por las
cosas más entrañables, como
si no las conociera. Niño
se me ha quedado el padre. ¿Pero
quién riñe al padre, quién le deja
sin postre o de rodillas? Llora
a veces como yo lloraba
entonces en sus brazos. Y no
puedo acunarle yo en los míos,
tal él a mí. ¿Cómo se dice:
que viene el coco, padre, ea,
que no resulte monstruosa
farsa? Estoy junto a la orilla
de este niño que ya no llega
a hombre, que no entiende nada
más que su soledad, su frío,
siempre su frío, aun en agosto.
Ya no recoge mi palabra,
perdida por un aire ambiguo.
¡Cercada soledad! ¿Es éste,
lejano, que se apaga como
se muere un astro, torna opaco,
misterioso de luz ya muerta?
Arenga a las rosas
Rosas, creced, pujad, multiplicaos
hasta invadir las cajas de caudales,
hasta impedir las ametralladoras,
hasta sembrar la pólvora y el hierro
de luz y primavera,
hasta ocupar el odio y las entrañas
de obuses, bombas, balas y morteros.
¡Creced, rosas, creced! ¡Pujad sin tregua!
Llenad los ojos de los tocineros,
floreced los cerebros belicosos,
corroed de esperanza a los podridos,
iluminad la mente de las bestias,
que se alimentan de oro, y sangre, y lágrimas;
que son capaces de matar la vida
porque palpita y brilla en nuestras manos.
Árboles, aguas, pájaros, frutales,
mieses, vides, obreros, plantas, madres,
óleos, músicas, máquinas, ideas,
vamos a proclamar la resistencia
de amor contra la guerra.
Están sembrando el aire de temores
para amargarnos la alegría,
para que nos matemos tú y yo, hermano,
ahora que ya maduran los dolores, y el sentido
va a revelarse al mundo.
Trabajad
de espaldas al temor. Abrid los ojos,
Rosas, hombres, al bien y a la belleza.
¡Creced! ¡Cantad! La vida es nuestra.
La tierra es nuestra, y nuestro es el futuro.
Trabajos, pensamientos, esperanzas,
vuestros y nuestros, rosas, hombres.
Nosotros encendemos las estrellas
y traemos el día,
y por nosotros se hará la paz.
Estamos en peligro, rosas, hombres,
perfume, sol, materia, inteligencia,
ciencia, fe, muerte, piedra, gracia, Dios.
¡Ahoguemos a los bárbaros en luces!
¡Avanzad, rosas, hombres! ¡Ocupad el mundo!
Canción del silencio de Castilla
A cortar silencio, esposa.
Está Castilla crecida
de silencio y sonorosa
paz, oreo por la herida
melancólica. Qué olores
tiene el campo que amanece.
Alamillos reidores
con el viento que les mece
están cribando en sus hojas
sol y sombra por el suelo.
Coge silencio sin duelo,
que se viertan las congojas.
Huele el campo que alimenta
de serenidad, y canta
un sabor en la garganta
que va de romero a menta.
Disuelve el terrón reseco,
silencio, y dale a la tierra
arada. Rellena el hueco
de sombra con luz de sierra,
y ponme a cantar a coro
con el color de la jara,
con el arbolillo de oro
-cuatro hojicas en la vara-,
con el arroyo serrano
y el pájaro que gotea
uvas de armonía. Sea
grano de trigo en verano
y buche de agua marcera,
y carmín en el poniente,
sagrada sombra de higuera
y diamante en el relente.
Fúndeme a tu ritmo eterno,
silencio del campo mío.
El pensamiento hace invierno
y metafísico frío.
Corta la invisible rosa.
Está crecida Castilla
de silencio para trilla
de corazones, esposa.
Cancioncilla de la esposa
Mariuca, esposica, madre:
Dios te salve
en este día y siempre.
dios te guarde,
y mi corazón de rabia y trigo
y sangre,
esta luz amorosa que en el filo
de las palabras arde.
¡Cuánta pasión, que sólo sabe
morder, callar, rugir,
ponerse grave
o niña, desesperarse
porque no puede saltar la carne
y fundirse contigo eternamente,
Mariuca, esposica, madre!
¡Que calle
ese tener que ir a las cosas,
este dejarse
los ojos entre las ideas,
el oleaje
que rompe contra las cuartillas!
¡Hoy es todo Mariuca, esposa, madre!
Reza por mí, Mariuca, esposa.
Yo te rezo a mi modo. Sale
el corazón en ritmo por la boca, me renace
tanto amor que no sé decirte,
y me resuena dentro en los panales
del sentimiento y en los huesos. Dame
la palabra sencilla, la sonrisa
Ingenua de la infancia, madre,
Mariuca, esposica, amor.
Tú me salves.
Cancioncilla de la invitación a la serenidad
Dulce te quiero, serena-
mente profunda te quiero.
Un silencio colmenero
melifica la colmena
que no quiere ser locura,
sino luz medida. Mira
y di con los ojos. Tira
esa prisa, criatura.
Moneditas atesora
de sol y tiempo. Se ve
mejor el paisaje a pie,
como manda Dios. Ahora
nace la palabra, brilla
con la hoja, con la nube.
Savia, sangre, sabe, sube
al árbol, a la mejilla.
Ven a recoger dulzura
para el invierno y la pena.
El secreto de la vena
va aclarando su escritura.
Dehesa de la villa
( Madrid )
¡Dehesa de la villa!
Desde esa hora,
el azul se te espesa,
se te enamora.
¡Qué maravilla!
En tu hierba, Dehesa,
fue su mejilla.
¡Fue tu mejilla, esposa!
Cómo lucía
en el aire la rosa
de tu alegría.
¡Viva mi suerte!
Sobre la hierba un día,
volveré a verte.
Del amor de cada día
Es posible que se haya dicho todo
y que hayamos nacido tal vez tarde.
Mas esta gloria que en mis venas arde,
nadie -¡nadie!- la vive de este modo.
Todo es posible. Todo ha sido en nombre:
todo. Pero este beso tuyo y mío,
esta luz, esta flor, este rocío,
son nuestros nada más, mujer y hombre.
Mujer y hombre únicos, primeros,
-tú y yo, yo y tú- con nombres y apellidos
que no se han de dar más en criatura.
Empezamos la Historia, verdaderos
primer hombre y mujer reconocidos,
proclamando el amor y su aventura.
Desafío de amor frente a las sombras
Otro doce de octubre, compañera,
con la serena flor de la alegría
y más luz en los ojos. Se diría,
coraje renaciente, que te espera
nuevo «milagro de la primavera».
seria la hora, dura la sangría,
el aire temeroso, esposa mía,
atormentado el ceño, sementera
de tiempo anubarrado. ¿habrá mañana
con plazuelas y niños juguetones,
espigas candeales la besana,
mozas de arracimado amor, parejas
como tú y como yo, los corazones
empavesados, dime? Sí: de tejas
abajo está muy grave la esperanza,
y de tejas arriba silenciosos,
mudos los astros, tan majestuosos
como siempre en sus órbitas. alcanza
el terror con la mano el hombre, avanza
entre fuerzas hostiles, tormentosos
los pulsos, con espanto los sabrosos
frutos sobre la mesa. la balanza
no está en el fiel de la justicia, pesa
espanto y más espanto. ¿Qué nos trae
a la espalda el futuro? Niebla espesa,
perdidiza y cobarde, sin agallas
el verbo imbécil. El vigor decae.
Y tú Dios, ¿por qué duermes, por qué callas?
Mas frente al miedo, mientras viva, digo
que no a las sombras. Trae la mano, esposa,
y avancemos. ¡Atrás los monstruos! ¡Rosa,
florece contra el hielo! ¡Sube, trigo,
más gallardo que nunca! ¡Ven, amigo,
a cantar con nosotros la gloriosa
salud trabajadora, la grandiosa
coral voz del Océano! ¡Conmigo
los vientres y las tiernas labrantías,
la rabia y el honor de los talleres
forjadores de panes y de días!
¡Adelante, a la vida sin fracaso!
si todos desertores, sé que eres,
Mariuca, la bandera de mi paso.
Fe
Dulcinea del Toboso es la más hermosa
mujer del mundo...
Quijote, 2 LXIV
Has de matarme sin lograr que ceda,
y ni entonces podrás decir que dudo.
Si tu fuerza mi cuerpo vencer pudo,
nunca llegó a mi fe, ni habrá quien pueda.
Derribado, no esperes que conceda
un sí para tu gloria. Muerto y mudo,
por mí hablarán mis hechos más agudo
lenguaje que en palabra humana queda.
Aprieta más la lanza, caballero:
no puedo confesar a mi señora
segundona de nadie en hermosura.
A tu merced y en tierra vine, pero
tengo intacto el esfuerzo, y la ventura
no siempre de lo justo se enamora.
Gracias hermanos
A Gabriel Celaya
Sois tan buenos y desdichados,
tan sobrehumanos,
que me tenéis en algo.
Y voy apuntalado
Por vosotros, por vuestras manos
trabajadoras, vuestros labios
sonreídos del alba, brazos
sostenedores, respaldado.
Tan solitario
estoy que apenas valgo
con mi sombra. ¡Cuánto
en lo mío es vuestro, y proclamo,
en mi trabajo!
Y no me caigo
del todo, que sería malo
para vuestras creencias. Y me canso
tanto
que no quisiera haberme despertado
una mañana más al tajo,
llamo
a la materna muerte, a su regazo
acunador, me pongo a vuestro lado
y procuro mostraros
lo más sano
de mi palabra, el relámpago
que dignifique el barro
original, lo claro
de mis oscuridades, hago
el papel asignado
por el azar en el teatro
del mundo amargo
a ratos,
fascinante, entreclaro
y terrible, aún no descifrado,
criaturas de fe, de canto,
que no sabéis -¡ay, risas!- el milagro
diariamente renovado
que sois. Os amo,
gentes del pueblo llano,
de mis raíces, campo
pegujalero de mi sangre, árbol
de luz y fruto de mi llanto.
Y me callo, falto
y sin verbo adecuado
para rezarlo,
hermanos.
Nadie me cantará como te canto...
Nadie me cantará como te canto,
madre, con una llama que se enciende
en ti y en mi termina. Nadie entiende
la sangre de su fin y de mi llanto.
Yo no tengo semilla que me cante
en hijos de consuelo, salvadores,
por el tiempo y los hombres, labradores
que vuelvan a sembrar para adelante
la vida en criatura, y aún en pena,
pasajera, que luego se enardece
en la flor sin memoria ni condena
de la santa alegría. Aquí se apaga
el agua que se agota en sí, perece
sin salir a la mar que la propaga.
Pero a tu sombra, amor
Rompe el tabique, trae a la ceguera
el diálogo, tu música. Me llenas
de otra luz esta carne donde penas,
recuerdos van. Tú sigue, compañera,
cogida de mi mano. Me redime
esa voz tan alzada de romero,
de campo con simienza y caminero
paso. Veo en tu verbo, creo. Dime
por qué este olor -¿es mayo?-, cómo ha sido.
Habla o calla, mujer, pero a mi lado,
pero a tu sombra, amor, pero a tu oído,
pero a tus brazos. Habla o calla, esposa,
pero ahí. ¡No me sienta abandonado
sobre la Tierra inmensa, silenciosa!
Proclamación de la esperanza
El aire se enrarece, adensa, espesa
hasta hacerse de plomo en los pulmones,
porque se está matando al hombre.
La sangre se entontece y aguachirla
de no salir al mundo y propagarse,
porque se está matando al hombre.
La luz de las estrellas palidece
y no consuela como en nuestra infancia,
porque se está matando al hombre.
La risa se deshoja, mustia, pasa
sin que nadie la coja y la disfrute,
porque se está matando al hombre.
El beso y el amor no tienen gusto,
agusanados de preocupaciones,
porque se está matando al hombre.
La selva está cercando nuestras casas,
y aúlla, brama y hoza en los umbrales,
porque se está matando al hombre.
Porque se está matando al hombre arde mi canto
tal un diluvio de oro por los trigos;
porque se está matando al hombre y nadie grita
quiero clamar hasta tirar las sombras;
porque se está matando al hombre mis palabras
quieren clavarse como puñaladas,
quieren herir, buscar raíces nobles,
dar coletazos que despierten siglos.
Le está doliendo su dolor al hombre,
un dolor que ya no es literatura
ni puede ser espanto y madamismo,
porque no quedará vivo quien cante
el naufragio indecente de las ratas:
porque los que se salven no tendrán memoria.
Está el hombre ante sí, trágicamente solo,
mientras las aguas crecen sin espera
ahogando justamente, santamente
lo que debe morir.
Perecerá quien deba perecer.
El hombre,
desnudo, hacia el mañana, sobre el miedo.
Por eso está mi canto repicando
sobre el fuego, la muerte, y os convoca,
hombres, para que proclamemos la esperanza
Tren de la frontera
Assis parten unos d'otros
como la uña de la carne.
Poema de Mio Cid, v. 375
A medida que avanza a la frontera
el tren, hay más silencio dolorido.
Llega un instante en que parecen muertos
los viajeros, desterrados hijos
de España, que se van echados de hambre.
Esos rostros serenos, tan llovidos
de lágrimas, ¿qué buscan en la niebla,
en el azar, en lo desconocido?
¿Un pan sin alegría que les niega
una Patria madrastra? Y esos niños
que duermen mientras lloran esas madres,
¿dónde tendrán conciencia, qué destino
les aguarda, qué sábanas, banderas?
Debajo del buen ceño sin testigo
de ese trabajador, ¿qué pasa ahora,
qué cantares, qué días, qué designios
para desarraigarse del terruño
donde quedan sus muertos y sus vivos,
la infancia, aún cantando su moneda?
¿Qué verdades no dichas van consigo,
les barren, tal papeles de merienda,
tal polvo de un camino a otro camino,
mordidos por hombría con los dientes
enclavijados, porque uno mismo
se desintegraría si dijera?
¿Qué viejos lloran por el campesino
que cecea guitarras andaluzas?
¿En qué pueblo se rompen los martillos
artesanos, se callan los talleres,
se queda la aceituna en el olivo,
da miedo el campo tan abandonado,
da mal consejo un solitario vino
soñado para fiesta y compañía?
Me despueblan España, sin amigos,
desarbolan mis bosques para leña,
ponen ascuas de pena en mis escritos.
Enceniza pisadas y salivas
un calendario negro sin domingos.
Palidece la luz, duelen los ojos
de no ver lo que vio. Se empoza el río
que rumorea al fondo de esa frente
anubarrada de hombre pensativo.
Soy palabra en la noche. Nadie escucha,
aunque comparten el acedo mío
tantas gentes dispersas. De uno en uno,
mujeres y varones, pobres críos
que se me van, el verso de rodillas
va besando por caras y suspiros,
que se alejan mermándome el coraje,
enlutándome el aire que respiro.
Estoy en un anden llorando, solo.
Al lado, la maleta con los libros
que pensaba leer, por si valía,
y debiera tirar aquí; tan frío
se me ha quedado el corazón de pronto.
Huele en la sombra el mar. Se apaga el ruido
del tren que ya ha pasado la frontera.
Dicen manos adió, en tanto sigo
lloroso por mi vida en esos hombres
donde la sangre se me va al exilio.
Y debemos andar de otra manera...
Y debemos andar de otra manera
por los caminos de la Mancha, hermano,
por si, fecunda tierra de secano,
diese trigo su augusta calavera.
Ay, huesos, donde ardió la sed más pura,
sustentando con más viril coraje
el ¡no! en pie y de cara al oleaje
que rompe contra el hombre y su figura.
Comed el pan despacio, andad a besos
por los lagares y por los molinos,
que ya todo es Quevedo derramado.
Polvo de humano polvo son sus huesos,
mas aunque sean polvo en los caminos,
polvo serán de España enamorado.
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