Juan Domingo Argüelles (Chetumal, Estado de Quintana Roo, México 1958), poeta, ensayista, crítico literario, escritor y editor mexicano.
Estudió lengua y literatura hispánicas en la facultad de Filosofía y letras de la UNAM. Ha sido coordinador de publicaciones periódicas de la Dirección General de Publicaciones de CONACULTA, y subdirector de la revista Tierra Adentro. Es columnista de temas culturales en los diarios El Financiero, El Universal y La Jornada. Colabora habitualmente en las revistas Libros de México, Quehacer Editorial y El Bibliotecario, revista de la Dirección general de CONACULTA.
Poesía
Yo no creo en la muerte (Práctica de vuelo, 1982).
Poemas de invierno (UNAM, 1983).
Merecimiento del alba (Gobierno de Campeche, 1987).
Como el mar que regresa (Universidad Veracruzana, 1990).
Canciones de la luz y la tiniebla (UNAM, 1991).
Cruz y ficciones (La Tinta del Alcatraz, 1992)
Agua bajo los puentes (CNCA, 1993).
A la salud de los enfermos (Joaquín Mortiz-INBA, 1995).
Animales sin fábula (UNAM, 1996).
Piedra maestra (Ediciones Arlequín, 1996).
La última balada de François Villon (UNAM, 1998).
Antologías y ensayos
Quintana Roo una literatura sin pasado (CNCA, 1990).
Escribir cansa. Brevísimo diccionario del hastío cultural (Gobierno del Estado de Jalisco, 1996).
Diálogo con la poesía de Efraín Bartolomé (Instituto Mexiquense de Cultura, 1997).
Dos siglos de poesía mexicana: Del siglo XIX al fin del milenio (Océano, 2001. ISBN 970-6514-88-2).
Ensayos dedicados al libro y la lectura
¿Qué leen los que no leen? (Paidós, 2003. ISBN 968-853-522-2).
Leer es un camino (Paidós, 2004. ISBN 968-853-582-6).
Historias de lecturas y lectores (Paidós, 2005. ISBN 968-853-608-3).
Ustedes que leen. Controversias y mandatos sobre el libro y la lectura (Oceáno, 2006. ISBN 970-7772-31-1).
Antimanual para lectores y promotores del libro y la lectura (Océano, 2008. ISBN 970-7772-31-8).
Del libro, con el libro, por el libro... pero más allá del libro (Ediciones del Ermitaño, 2008 ISBN 978-607-7640-05-9).
Si quieres... lee. Contra la obligación de leer y otras utopías lectoras (Fórcola, Madrid, 2009. ISBN 978-84-936321-1-3).
La letra muerta. Tres diálogos virtuales sobre la realidad de leer (Océano, 2010. ISBN 978-607400275-1).
Escritura y melancolía. Un viaje a la depresión (Fórcola, Madrid, 2010. ISBN 978-84-15174-02-8).
Estado educación y Lectura. Tres tristes tópicos y una utilidad inútil (Ediciones del Ermitaño, 2011. ISBN 978-607-7640-51-6).
Premios
Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta (1987).
Premio de Ensayo Ramón López Velarde (1988).
Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen (1992).
Premio Nacional de Poesía Aguascalientes (1995).
Poema Avenida Héroes
A Pilla y Efraín Bartolomé,
en compañía de Celina y Balam
La ola de Dios del mar de Dios azota.
En la playa de Dios, clavado, hundido,
hijo y padre de Dios, migaja suya,
azotado y cansado y malherido.
JAIME SABINES
I
Aquí estaban los muertos ¿dijo mi padre?
y el rugido del viento era un mar en el cielo.
Entre el estruendo turbio caminábamos,
entre ruinas y escombros y sueños derribados.
El oleaje buscó playa en las calles;
barcos eran las casas, ya rotas sus amarras.
Aquí murió aquel hombre mientras salvaba
su porvenir, en medio del desastre;
aquí quedó su cuerpo, tronchada su cabeza
por lámina silbante como machete ciego.
II
El aire trajo muerte con su cauda ululante
y cortó limpiamente los hilos de la sangre.
Fue la noche más negra de septiembre:
negro el cielo y Janet rompiendo diques,
luego el amanecer lento como una nube.
III
Apilamos los muertos en la Avenida Héroes,
muertos también nosotros, sin tiempo para el llanto,
muertos nuestros afanes, hundidos en el lodo
bajo un cielo ofensivo sin siquiera una mancha.
IV
Janet tiene la edad de una mujer madura.
Pero nadie se llama Janet en estas tierras.
Janet es un recuerdo como una llaga ardiente
para quienes entonces quemaron los escombros.
Aquí un madero alado se incrustó en una viga,
se acomodó en las hebras de la dura madera
como si en mar se hundiese la plomada.
Aquí estaba el curvato que reventó su vientre
y derramó sus aguas en medio del aullido.
Aquí se desplomaron los árboles más gruesos.
Después vino el silencio que cayó sobre todos
más fuerte y más espeso que el huracán más fuerte.
V
Fundamos la ciudad ?dijo mi madre?
sobre el espanto y los recuerdos.
Otra vez fue crearla porque no había
ciudad donde una vez hubo ciudad.
Lento es el viento hoy, débil de tan humilde;
mueve las ramas y las acaricia
como el vaivén del mar que suavemente lame
el musgo de la roca más amable.
¿Para qué recordar aquella noche,
para que convocar esa mañana?
Se posa el aire en la fronda más alta
y ahí se queda inmóvil.
VI
Nunca he visto yo un muerto ?dijo entre risas
el loco desde entonces:
el que perdió los hijos y la memoria,
y entre toses de guaro habla solo y olvida,
ya libre del recuerdo,
ya triunfador por siempre
sobre la muerte.
Como El Mar Que Regresa
I
El mar siempre regresa;
sus montañas saladas se alejan,
pero vuelven;
abren las cicatrices de la arena;
rebosan de infinito los ojos que lo miran.
El mar regresa siempre
porque siempre está solo;
vuelve a buscar las playas.
Regresa.
Sabe que te hallará
porque los que están solos
saben que alguien está siempre esperándolos.
II
El mar no acaba nunca de regresar;
apenas lo has mirado ya se ha ido;
apenas lo has perdido
y ya te encuentra.
Para decirle adiós
es necesario no irse nunca;
quedarse junto a él,
frente a frente y sin prisa,
pegar tus labios a su beso húmedo
y sentir que no hay tiempo,
que no hay lugar,
que no hay límites;
saberlo, y nada más,
como cuando se ama,
como se afirma uno al ser que ama,
como hace uno razón
la fe,
la dictadura
del amor.
III
En la tumba del mar crecen cofres cerrados,
botellas que nunca han sido abiertas,
canciones olvidadas,
elementos nocturnos que se han perdido.
El mar les da cobijo bajo su frágil cuerpo
y los pone a danzar en la noche
para que se enamoren.
Hay campanas también, nombres y huesos,
cartílagos que ya se disolvieron,
elementos del día,
material de los sueños.
Yo me pongo a soñar esta materia
para que cuando duerman mis hijos su alegría
vean lo que el amor ha conservado
más allá de la arena y de la ceniza.
De Éstos Hablo
Mientras los buitres trazan círculos
alrededor del sol, como planetas,
los poetitas con sus versos
tiernas romanzas acompasan;
buscan el más elaborado de los silencios
y ordenan a sus tripas que no gruñan;
los buitres no quisieran
comer carne tan flaca,
tan desabrida como yeso,
tan poca cosa como un hueso
con una piel seca y sin brillo,
pero no hay nada bajo el cielo
para pegar el picotazo
sino estos pobres infelices
que gimen, muerden, se desgarran
pero no aflojan sus corbatas.
De Los Trabajos
Con piedras y maderas hago mi casa bajo el sol,
la visto de ventanas para que el sol entre a habitarla.
Cierro sus puertas luego de que ha partido el ocaso.
Mi casa cruje bajo la lluvia que ha venido a mirarla.
Mi casa es una tumba cálida en donde vivo yo mi muerte.
Mi casa es el caparazón del armadillo que soy de noche cuando duermo.
Mi casa, en la mañana, abre sus puertas y ventanas a la felicidad.
Del Origen
Tiembla el hielo del sol y la calle se llena
con su rojez. El aire se congela y es piedra.
En la mitad del día el corazón se agolpa
y la sangre levanta su torrente de espuma.
Caen, lentas, las nubes calcinadas
y comienzan a rodar en la vereda.
El mundo aquí es el principio del mundo,
joven aún es esta tierra en que nacimos,
este trozo de estrella que el agua amansa
para que los que llegan lo habiten sin rencor.
En La Ola Más Alta
Solamente la música,
la melodía que viene y va
como mi boca,
ávida,
de pezón en pezón,
de un monte a la otra cima;
solamente la música,
tu música,
me hace dormir,
feliz,
mece mi corazón
y lo estremece
y después lo serena
y lo detiene,
y lo quema
y lo apaga,
lo hace ceniza,
¡oh, Diosa!,
y luego le devuelve sangre joven
en la ola más alta
de la noche más alta.
Solamente la música,
tu música,
aprieta mi garganta
hasta la asfixia
con su mano que es garra
y luego leve
extensión de la espuma,
vellón de Venus.
Ésta es la poesía
y no palabras:
música para el alma
desde su primer día.
Entrada En Materia
Al mar dije que no.
Dije también ya no más cielo,
ya no más canto al manantial
ni al eco grácil y purísimo
de sus aguas que bajan
de la más alta inmensidad.
Ahora solamente nombraré la desgracia,
dije y le puse nombre.
Para que arda más la herida
le puse sal y miel silvestre,
y que se escalde así el amor,
y que se escalde, así, mil veces.
Epitafio Para Anaïs Nin
Dejo en su tumba unas cuantas palabras húmedas
y silenciosas como un gato.
Para la tumba de Anaïs Nin.
Para su pelo que nunca conocí
y sus muslos que un día fueron hermosos,
lo aseguro.
Para sus sueños donde solía hablar despacio
en lo redondo de una oreja,
cuando subía a la corola del amor para cortarle un pétalo.
Para su risa que aún me llama
con un gesto furtivo que no olvido
porque por esas rutas me perdí
arrellanado en la noche
cuando tenía quince años.
Para Anaïs Nin.
Para su tumba que parece un huerto.
A veces una flor entre el musgo negruzco se entreabre
con su color violeta
húmeda por un soplo de tibieza
cuando la vara del manzano le acaricia los labios.
Para Anaïs Nin.
Para la tumba de ese éxtasis
que me hizo morir alguna noche
para resucitarme en un instante.
Para la tumba de Anaïs Nin, un beso,
una puerta de amor no clausurada.
Un día nos veremos en el polvo.
Entonces ya verás
cómo no muere un muerto.
La Torcaza
La torcaza volaba
y tú la contemplabas.
Era luz en la luz del mediodía,
calor en el calor de la mañana,
aire en el aire y tú
la contemplabas.
Tú la veías y eras libre,
porque la libertad de ver se aprende,
porque ser libre de mirar se aprehende
como el río a cantar aprende de los pájaros.
No le importaba a la torcaza su belleza,
pues vanidad no abriga;
volaba y nada más y el mar y el mundo
razón de ser tenían
y existían.
Tus ojos eran sus ojos
y eran sus alas tus alas.
Oración De La Noche
Otra vez para ella, la que sabe por qué
I
Ella, la más salaz,
sangra en la luna,
y sabe del honor de merecer
la gracia de los dioses
y el castigo
de ser mujer.
II
Ella, la más salaz,
bebe esta gracia
y goza el paraíso del infierno:
entre las llamas arde,
se consume,
y es esta condición,
desesperada,
la que nos une.
III
La limpia seducción
es una enfermedad,
y tú lo sabes.
La más limpia inclusive
es la más visceral,
y tú lo sabes…
IV
Ardemos hasta el punto
de la consumición,
y cuando ya el dolor
destruyó nuestros cuerpos,
ahí donde creemos
que ya no hay nada,
como un virus fatal
brota el deseo.
V
En la luz
del dolor
arde
una llama.
VI
Que el fuego del amor
por siempre nos devore.
Que el fuego del amor
nos ilumine
y nos condene.
VII
En la noche, tu nombre,
una flor encarnada,
abre su resplandor,
enardecido:
el cuarto se ilumina
y su fulgor
ciega mi entendimiento
y su sentido.
VIII
No sirven las palabras,
no funcionan
para decir aquello que sentimos.
¡Qué pésimo lenguaje, tartamudo!
(El de la poesía, incluso.)
La única elocuencia:
La de tu lengua.
IX
El paso hacia el amor
es sobre brasas,
y andas en llamas
y nada duele más:
El paso del amor
es sobre llamas.
X
Al igual que la carne,
yo era débil:
no opuse voluntad
a la pasión.
XI
Ella, la más salaz,
arde en las llamas
del deseo,
sin importar
su voluntad.
XII
¡Qué terrible destino el del instinto!
¡Qué terrible destino
en las frágiles ansias
del muy civilizado!
¡Qué delirante paradoja!
¡Y pensar que el hambriento
tan sólo piensa en devorar!
XIII
Mentira:
El centro de la dicha
no era miel;
no era miel sobre hojuelas:
ni siquiera era miel…
El centro de la dicha
era fuego y ardor;
ardor sin fin y llagas,
y el corazón te duele…
si tienes corazón…
El centro de la dicha
lo palpas dulcemente
pero su nombre es Brasa;
su signo, Intensidad.
XIV
Tu corazón está donde tu boca
lame, gusta, deshiela.
Lo demás no ha existido:
es tan sólo un pretexto
de la canción.
XV
Lo sabes, lo sabemos,
y a veces lo podemos balbucir:
la herida que te duele
y por la cual respiras
es una condición para vivir.
XVI
En tu corazón, guárdame,
en tu deseo más salaz,
y no hagas caso a las promesas.
El que promete,
nada da.
Todo lo que se cumple,
se da sin más.
XVII
No hay que confiarse
a la felicidad,
pues la felicidad
es un relámpago
en medio de la espesa oscuridad.
XVIII
Cuando la más salaz
se recuesta en mi pecho,
queda una quemadura
como recuerdo.
XIX
Arde el amor,
escuece, quema,
como un chorro de alcohol
en la herida profunda
que no cierra.
XX
Ella, la más salaz,
habita el más ardiente firmamento,
el que con tinta negra aquí trazó
la mano oscura del deseo.
El otro cielo,
ella lo llena con su luz,
ella lo baña con su fuego.
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