miércoles, 11 de enero de 2012
5624.- ADALBERTO GUERRA HERNÁNDEZ
Adalberto Guerra Hernández
Nació en Matanzas (Cuba) en 1967. Cursó hasta el segundo año de la carrera de periodismo en la Universidad de La Habana.
En 1987 es expulsado de la Asociación Hermanos Saínz por presentar una solicitud de salida del país, cancelándosele contratos con publicaciones periódicas (revistas) aun cuando éstas ya le habían sido pagados.
Ha obtenido varios premios nacionales en el tiempo que estuvo dentro de la Asociación Hermanos Saínz.
Es miembro de la Asociación Pro Arte Libre (APAL) desde 1988.
ODA DEL EMIGRANTE
He soñado que estuvieron las aguas
alguna vez cercando al hombre
que el hombre soñaba que su país
era realmente su país
y no la confusión de otro país en su país,
éste también era mi sueño
mi sueño era limpio como yo soñaba que era mi país,
pero uno tiende a conservar los ojos
ante el pico del cuervo
y evitar la horrible mirada de su cara
uno siempre se inventa un sueño,
una pared de agua que justifique sus propias manchas
uno es a veces más soñador que hombre
y más falso que su propio país.
Yo he soñado que soy el emigrante
que se marcha a conquistar el fuego,
pero el fuego no existe
sólo existen las aguas que me cercan
y yo me invento un sueño
y me marcho a conquistar lo inexistente;
que falsos son los sueños
en que uno puede inventarse su país,
que falsas son estas paredes de agua
que retienen el grito de los que sueñan
que alguna vez su tiempo será limpio.
Soy el emigrante
que ensimismado he vuelto
sobre estos muros de la contradicción y me pregunto
si alguna vez estuve entre los muertos
que heredaron el reino
o entre los vivos
que maldijeron una y mil veces el vientre de su madre
y habitaron una y mil veces el vientre de la bestia
y con beneplácito gozaron de sus carnes,
e hicieron con beneplácito
una trampa azul para sus huesos.
Mas yo estoy marcado por la sangre del cordero
mi frente es el centro del mundo
y en el centro del mundo era el principio de las cosas
y en el principio era el verbo y Dios era el verbo
y yo no estaba y no estaba mi país,
mi país no tiene centro,
ni dioses, ni verbos, ni hombres que sueñan,
sólo las aguas divisorias de familias,
de familias del exilio o familias del odio,
de familias que se fueron a buscar la paz eterna
y encontraron que la conciencia también era una guerra.
(1965)
En temporada de la muerte de mi madre
Yo tenía los ojos en esa foto de niño
como los ojos vidriosos de un toro entristecido,
como solo en la tierra tenía yo los ojos
en esa foto en la que mi madre clavó dos alfileres
con la finísima delicadeza de una campesina;
que queriendo huir se quedó allí cuidando mi alma tanto tiempo
que envejeció sin cambiar sus prendas interiores,
como un animal atado a un árbol envejeció mi madre,
yo la miraba con los ojos vidriosos de haber llorado mucho,
sola como una baliza olvidada en medio de las aguas.
Yo le tejí un vestido oscuro para su viudez
y lloré con ella sin saber a quién
por los muertos de la casa,
en la casa donde no había muerto gente alguna,
yo le leí Job Treinta y ella tornó su cara hacia la luz y se fue yendo
como una niña de regreso a casa
con los ojos vidriosos de haber llorado mucho.
Yo he llorado a mi madre
y ciertamente he llorado al que tuvo un día duro por igual,
una vida dura,
le he llorado públicamente como un hombre,
como un hijo enfermo,
mas ella andaba como buscando alguien o algo
olvidado en la vasta región de su memoria,
no me miró, no me maldijo o dijo nada
y entró riendo para siempre en los cuartos interiores de la muerte.
Volviendo de la guerra
Estoy volviendo de la guerra
como quien vuelve del polvo
a su antigua armadura de hombre,
no reconozco la ciudad que me aguarda,
si alguna vez fue mi ciudad este laberinto,
y cabía en mi bolsillo como una llave
el secreto de sus grandes puertas.
Yo fui a la guerra
y de buen guerrero puse mi rostro
mas he vuelto hoy ciego y desnudo a ser quien antes fuera,
he vuelto como quien busca
dónde acomodar en paz su frente y ya no hay sitio,
la ciudad danza en su demencia
y yo he olvidado el secreto de sus grandes puertas.
Los que no fueron a la guerra
hicieron la paz en sus cabezas
y enterraron las tablas
en que escribían extensos manuscritos,
acerca de hambre o acerca de Dios
que según las tablas estaba en todas partes.
Los que no fueron a la guerra
mal inventaron la historia
e hicieron muros para que no volvieran las noticias
porque era un bochorno la guerra y lo contrario
y en pavorosas llamas
quemaron los intranquilos ángeles de la mente
para no pensar en el mármol
y en la sagrada tristeza de la ciudad
que habían fundado bajo pretexto.
Esta es la ciudad a la que he vuelto
como quien busca dónde acomodar su frente
y ya no hay sitio,
la ciudad danza en su demencia,
los que vuelven de la guerra
han olvidado el secreto de sus puertas,
y yo estoy volviendo del polvo
a mi antigua armadura de hombre,
no reconozco sus templos
convertidos en abrevaderos de bestias,
sus vírgenes que vinieron a ser
como cántaros al borde de la fuente
para apaciguar la sed de los viajeros,
no sé si es esta mi ciudad
la que ahora como una generosa madre
me abre las puertas de su laberinto.
Mi padre
Contadas estaban las caras que le daría Dios para perderse entre la gente,
contados los amigos, los días, las mujeres todas que le daría Dios,
contado todo tan exacto que vio venir la muerte
y se dejó caer sobre el cemento como un pájaro helado.
Yo que llegué a ver temporada de mi muerte
Hay una temporada
en que el hombre enmudece y muere
y se cava en el pecho para enterrar la lucidez un hueco,
hay un tiempo en que los amados tuyos
te abandonan en los manicomios
y tienden a desconocerte
y un tiempo en que se vuelven a la codicia,
los hombres pobres codician cosas simple,
la lucidez de otros o cosas simples,
pero hay un tiempo en que se muere
y la lucidez cesa
y los amados queman tus fotos con bochorno
y te entierran en el patio de sus casas por bochorno.
En una temporada así viniste Tú
y no te percibió mi ojo enfermo,
yo era un extraño en hombros de un extraño
que conducía mi cuerpo a parte alguna y no te vi
yo no te vi porque los hombres
en estas temporadas mueren
o fingen estar sordos o se van por los puentes
lamentando en un verso la oscuridad ajena.
Mi madre me enviaba cartas
y panecillos de su indigencia
(desde otro tiempo supongo)
porque me hablaba de la muerte de alguien
que yo sabía muerto hacía tiempo,
mi madre residía en el Estado
y el Estado era anciano
y los ancianos prefieren cosas simples para moldear la mente.
Nunca escapó por el corredizo
que unía mi casa con su casa,
literalmente no había unión alguna
porque los ancianos prefieren cosas simples como la soledad,
yo le hacía señas, me aprestaba a correr con sus huesos,
mas ella nunca abrió, o huyó de SÍ.
La casa de los amados míos está en un hueco
que cavaron los antepasados de mis antepasados
para esconder su lucidez,
que murieron y fueron enterrados
por desconocidos hombres o por amados suyos
en el corredizo que unía mi casa con sus casas.
Los amados míos que me hacían muerto
cortaron los árboles que había plantado yo hacía tiempo
para marcar los límites que me pertenecían de la lucidez;
mas estaba severamente enfermo
en la temporada en que vino mi madre
por el corredizo que unía nuestras casas
y yo no abrí, no estaba yo dentro de las habitaciones
que había enlucido para el recibimiento de los míos,
había desorden y extraños versos que no habría escrito yo
en los tiempos de la lucidez,
no estoy seguro si fue realmente así
porque me he visto recostado a mi madre en una foto
de aquella temporada en que Dios me vio flaco y postergó mi muerte.
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