miércoles, 16 de noviembre de 2011
5175.- DIANA MORENO
Diana Moreno. 1987. Madrid, España. Estudia periodismo y es una apasionada del cine negro y el jazz. Ha publicado artículos, fotografía y dibujos en varios medios digitales, y ha colaborado con revistas como Rebelión.org, Generación Espontánea o la Huella Digital. Posee un blog de contenido propio donde publica artículos, cuentos, poemas, fotografía e ilustraciones:
http://cronicasdelotroladodelespejo.blogspot.com/
Nombra
Hombre:
Nombra el cielo.
Nombra la tierra, el viento.
Nombra las criaturas que existen,
y las que no existen (para poder creerlas).
Ponle nombre a todas las cosas, con rabia bautista.
Nombra lo que no ves. El malestar y el bienestar,
el sentimiento de vacío,
el picor de nariz.
Y nombra el tiempo
para poder mirar a los ojos del verdugo.
Y nombra tus manos,
ésas que nunca podrán tener
sino tan sólo señalar
todas esas cosas que nombras.
Paralelos
Tú, en tu claustro
de lloviznas y tabacos,
en algún punto estratégico del océano gástrico,
me sueñas.
Yo, en mi ciudad sin faros,
de desnudos y de noches,
junto al hueco humedecido de la tristeza,
te sueño.
La misma noche. El mismo sexo
inesperado, de animales
en vela.
¡Nunca dos sueños
decidieron complacer tanto y tanto
a sus dos víctimas!
La maldición
Si hablo de libertad,
los caminos se decoloran
y, por no sé que molesta magia,
los mapas se vuelven arena
al desdoblarlos.
Si hablo de calles
estallan en trizas los azulejos
a ritmo de sílaba.
Si hablo de junglas
origino deforestaciones
mientras los verdaderos hombres de los laberintos
me acusan
de conocer sólo el desierto.
Si hablo de tu cuerpo, de tu sexo maravilloso,
ahí ocurren cosas trágicas:
los espejos dan la espalda, los condones se caducan,
las sábanas se vuelven una tundra de acceso no recomendable,
y los dedos
enferman
como animales en jaulas,
y toda la piel rechaza el tacto ajeno
con reacciones alérgicas.
Si hablo de amor…
bueno,
¡nunca lo he intentado!
Por descarte, por desahogo, me quedan
las cosas irreparables.
Los fuegos que ya no queman,
los cuchillos que ya no cortan,
las soledades que ya
no enderezan los espejos.
Y me basta.
Pequeñeces
Aún con las heridas de guerra abiertas
sonrió por lo simpático
de un reflejo en un charco.
Los que lo vieron lo escribieron –perplejos- en la memoria.
Nadie volvió a recordarlo
hasta que sonreímos
por lo anómalo de una nube violeta.
(Teníamos las heridas
abiertas.)
Cómo escribir un poema de amor (instrucciones básicas)
Para llevar a cabo tal locura, es preciso
abrir todas las ventanas,
dejar que entren los demonios.
El paso segundo,
de lejos, mi preferido,
es entregarse a ellos
en sus desenfrenos orgiásticos.
Para el título
no es necesaria una genialidad:
basta con un buen puñado
de huellas,
sorteadas, derramadas y tejidas
formando cualquier onomatopeya.
Hace falta, además, saña,
y una breve dosis de delirio;
abstenerse todos aquellos
que le teman a la sangre.
Seguidamente
hay que arrojarse a un local íntimo,
y de sobrevivir,
hay que entrar en una cama,
y de salir ileso,
caer debajo de un manto estrellado,
y si aún se sale vivo
ya nunca se vuelve a temer a los ogros.
Después del periplo, la poca vida
que queda ya en el pecho, se toma
y se rebana en largos hilos formando
una red de araña.
Y sin piedad
–la no piedad es importante-
se coloca en tu alféizar,
justo frente a tu pecho,
para que se enganchen tus sueños errantes
y agonicen las mariposas.
Autorretrato en clave de tú
(tú) dibujas con las uñas un hueco vibrante
para el amado
y acabas amando el hueco
(tú) quisiste ser rebelde, y sólo conseguiste
dar el primer paso:
la frustración
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