Lourdes Vázquez
Escritora y poeta nacida en Puerto Rico, reside en la Florida tras muchos años en Nueva York. Obtuvo el premio Juan Rulfo de cuento en 2002 en Francia y en el 2004 la revista ForeWord Magazine nominó su poemario Bestiary uno de los finalistas al Libro del Año. Su libro Las hembras fue seleccionado por la crítica puertorriqueña como uno de los diez mejores libros del año en 1987 y Aterrada de cuernos y cuervo, biografía de la poeta Marina Arzola recibió la misma distinción en 1990.
Reside en Estados Unidos hace muchos años. Con unos cuantos premios a su haber, como el Juan Rulfo de Francia, y una profunda y provocativa obra que incluye poesía, cuentos, novela y ensayo nos sorprende una vez más con estos textos. Entre sus últimos libros se encuentran una selección de sus cuentos: Adagio con fugas y ciertos afectos (Madrid: Verbum, 2013); la antología de poesía en italiano: Appunti dalla Terra Frammentata (EDIBOM, Venecia, 2012); su novela Sin ti no soy yo, segunda edición (2012) traducida al inglés con el título, Not Myself Without You (2012) y que forman parte del listado en Estados Unidos de “2013 Top Ten New Latino Authors to Watch''; así como The New Essential Guide to Spanish Reading 2012, respectivamente.
La colección La Noctámbula de Torremozas (Madrid) acaba de publicar Un enigma esas muñecas, nuevo poemario de la poeta y cuentista Lourdes Vázquez. Un enigma esas muñecas recibió la Mención de Honor del Paz Award, 2014 de Estados Unidos.
http://www.lourdesvazquez.net/
http://lookingazul.blogspot.com/
SALMO 9
Amanece,
con lluvia tras la ventana
cada gota cercana
cae en las sienes de mi melliza presente.
He tomado un somnífero y me he recostado
para que ella reexamine mis ruidos familiares;
estos hábitos sentimentales que como cohetes mohosos
disparan pedacitos de ambivalencia,
Que esta melliza abra el mapa sagrado de la vida
y me indique el país donde el amor ya fue
un chorro de lodo espeso, animal desesperado de espacio.
Que destruya esta pirámide de vidrio,
este heroísmo inventado y pueda desviarme a una pampa húmeda,
como un vaquero ansioso de lluvia.
Bestiario
Esta es la historia de una mujer en su
habitación. De noche un enorme
insecto se dedica a vigilarla. La
mujer confusa, la mujer irritada, por
tan insignificante animal. La mujer
atemorizada huye de esquina en
esquina, más sus sentidos le indican
que el animal se encuentra cerca. El
insecto que agita sus alas vigorosamente,
la mujer fuera de sí. La mujer
que conoce el poco espacio que queda
entre ambos. El insecto que vuela el vuelo
seguro de lo horrible. Ella, ya sin espacio.
La Cabalgata
Todo el día he estado cabalgando
este caballo. Un animal vigoroso
y suave al tacto. Es como trotar con el lobo,
la zorra, sus patas, su cabello largo.
Galopando con esa intensidad me
aficiono al óvulo, al ovario entero,
todos los huevecitos de mi cariño
y de a poco cuatro poderosos brazos
me levitan, sientiéndome cómoda,
sin peso, suelta, suspendida y estas ganas
de estar, solo estar, la mera presencia
y brillo como un hallazgo de oro
en mitad de la cueva o un incendio
de guirnaldas en medio del bosque.
Todo el día.
Poemas del libro: Salmos del cuerpo ardiente.
Gaza
I
En el medio de tanta noticia doméstica
detallando accidentes aparatosos,
animales atrapados en la intensa nieve,
o las medidas para el aumento de la seguridad de la ciudad,
un padre sacude a su niño muerto
ya convertido en muñeco de trapo,
un abuelo enseña a las cámaras a su nieto
recién nacido, ya sin ánima.
La muerte lenta y certera se mueve
como la arena del desierto.
II
La noche que entregué el gato
a un refugio de animales
un obelisco fue descubierto,
(debo decir otro).
Pagué veinticinco dólares
mostré mi licencia con la
dirección indicada
y recordé el corazón triste
de los pescadores de Zanzíbar,
la casa sin puertas de sus mujeres,
los muñecos de trapo en Gaza.
Tomé un somnífero amarillo.
Lloré.
Somos
Del otro lado de la ciudad nos proponemos festejar con chiffon y seda, es decir, con la frivolidad de un inglés en época de guerra.
Somos miles de escombros con ropa elegante en el medio de la humareda,un pueblo con celulares y sin poder adivinatorio.
Salmo
Mi piel en tu piel,
mi piel morena con amuletos...
“Cántiga 40”,
—Ernesto Cardenal
Cuando todo está frío
ella que regresa a su amado,
más dulce es el amor sin armas o vigilias.
Más quieta la querencia.
Solos con los gusanos
que se enroscan unos con otros.
Solos con las hormigas,
construyendo canales en la madera.
Solos en este lecho de tierra.
Vamos a intercambiar tatuajes
y que el sudor permita
la transferencia de cariños
y su miembro se convierta
en mi collar humano,
antes de que la pasión se triture
y yo me dedique a esta viudez ciega,
cual fantasma sin sexo.
Antes de que ya no te tenga.
Los títulos de los poemas son una referencia directa a la serie de grabados en aguatinta Los desastres de la guerra de Francisco de Goya.
¿Por qué?
Organicé una fiesta y llegó el bufonero. Apareció la gran dama en blanco y su cabello lustroso reposaba con una camelia pinchada en una hebilla elaborada en marfil. Una Vespa trajo a un rockero y a una niña con rizos Boticelli. Entre grandes buches de vino y enormes lagunas rojizas que los invitados evadían piruetando cuerpos, bandejas y tragos, era ella el centro de atención. No hubo poetas esa noche, mas bien un par de zánganas con el ombligo por fuera que se movían en pesados y afilados stilettos y reluciendo cual estrellas capturadas por algún terrorrista. Un payaso triste y barbudo sonrió tímidamente detrás de un arbusto. Se me ocurrió en ese instante inventar el llanto. Un gran llanto que sustituyera la amargura penetrante de aquel paisaje. Yo solita inventé ese llanto. A nadie nunca se le ocurrió antes. Un llanto que extingue a pájaros que mal musican en la mañana o a las ratas que se instalan en las tuberías de los hogares. Un llanto para desgraciados que se agarran de Narciso y causan agobio a los payasos.
Sanos y enfermos
Hace poco recibí una tarjeta postal y un paisaje playero se desbordó en mi sala con todo y palmas, gaviotas de mar, arena y bañistas. Un par de tiburones se distinguió en la cercanía. Me quedé quieta. Fija la mirada. No hubo temor o pánico, solo respeto.
Aletas fuera del agua. Sombra y silueta marcada a ras del líquido. Un chamaco con cámara video metió sus piernas en el agua para tener una toma más dramática sin reflexionar en las consecuencias. Entonces la magnitud del espectáculo fue in crescendo. Los tiburones se aproximaron más a la orilla y una incomodidad general se produjo.
El hombre detrás del lente despertó las células sensoriales de aquellos monstruos, mas de forma insólita y en un gesto de elegancia los animales pretendieron no ver, no sentir, continuando su balanceo por el agua. Alguien miró a su vecino y los otros y todos nos inventariamos unos a los otros, hasta que estuvimos seguros de que efectivamene continuábamos vivos y de una sola pieza al pie de la arena mojada.
Populacho
Aguien inventó un círculo. Gritos—no cantos melindrosos, pero gritos. Bocas y pelos desencajados. Serpientes de piel suave, lengua fina y espuma brotando por las bocas. Yo y todos los demás y no sé cómo nos reconocimos en su centro. De pronto quedé espantada por las pedradas. Eran peñones grandes lo que arrojaban. Cada peñón acompañaba una muchedumbre de quejidos: hundiéndome down down hundiéndonos down down cual miles de abejas picoteando la punta de mi nariz. La punta de los lóbulos de ambas mis orejas. Mi propia almita. Todos los gritos continuaban. ¿Por qué gritaban? Es el gran misterio. Pero sí que destruían la sensibilidad de mis tímpanos, sin contar con los peñonazos que sentía como los cocotazos que mi madre enterraba en mi cráneo cuando yo era pequeña.
Y ahora me pateaban y ahora también me agarraban por el cuello arrancando las pocas peluzas que me quedaban. Espantada de tanto grito.
A ella, repetían.
A ella.
A ella por desmadrada—dijo un poeta calvo de uñas sucias y barba como de chivo viejo. Yo aceptaba cada peñonazo, cada patada, cada arrancada de pelo.
¡Bum Bum Bum!
¡Así se sentía!
La Mecánica Flor
Mi labio muere
parado en tu pie
ese esqueleto de carne angosta
Epitafio
Si de morirme se trata
entiérrame en tu puño
acércame a tu ancho huevo
escríbeme sin dudas
en la pared más firme
si muero bajito
apriétame a tu uña
enrosca mi abanico de hierro
sacude las loras de mi espejo
y deja caer tu lisa pestaña
tu verde pestaña
tu salada pestaña
húndeme en tu único nervio
que da al instinto sed
esa mecánica flor que suelta agua de tus puños
acurrúcame derecha por algún rincón de tu frente.
Un enigma esas muñecas
Ediciones Torremozas Colecciones La noctámbula, 2015.
Dos clases de amores
Aquí estoy con la fotografía de éste
el cual me inventé que amaba
para huir del destino de las criaturas solitarias.
Reviso la silueta del que repetía:
‘No me acostumbro a estar sin ti’.
A decir verdad nunca le tomé en cuenta.
No es que dudara de su palabra,
es que no me importó si me adoraba o no,
porque lo que me sostenía era la imagen de
la dicha eterna. Con éste o con cualquiera.
Mas la suerte atrajo a ese, que era incapaz
de un buen beso, o un abrazo auténtico
como se agarran las hormigas furiosas
cuando esperan la muerte.
Dos clases de amores hay: el de las ganas
eternas o el de la incertidumbre. A ninguno
de los dos pertenece esta historia.
iam amore virginali
‘Ah, aquella época de crecimiento’—dijiste.
Como si yo hubiese sido la teta de la cual
te enganchaste una temporada.
Por el vacío de tu mirada o el fraseo
despersonalizado daba la impresión de que te dirigías
a los súbditos de un culto. Tuve también la sensación
de que yo te brindaba la rara oportunidad
de hacer las paces contigo mismo.
No se me ocurrió que pudo haber otra razón
a tus palabras, alguna interpretación más cercana
a la alegría de los soles de haber compartido
tantas mañanas luminosas. Que solo era una
referencia a aquellos buenos tiempos
en que descubrimos al poderoso deseo mortal.
No quise compadecerme o desahuciarme,
no quise imaginarme estrella de cine
que se pasea por un campamento de refugiados
para atraer la atención de las cámaras—
mas no evité sentirme como una huerfanita
pálida y flaca que siente deseos de soñar
a los suyos vivos.
El eco de las bocinas de los buses
y un grupo de voces que se acercaban,
permitió dejar atrás esa sensasión de lástima
y concentrarme en el instante. Entonces
pude constatar que ese momento
ha sido lo más cerca que te he tenido
y me sentí cabra hinchada de leche mordiendo
todo lo que agarra.
Amanece,
con lluvia tras la ventana
cada gota cercana
cae en las sienes de mi melliza presente.
He tomado un somnífero y me he recostado
para que ella reexamine mis ruidos familiares;
estos hábitos sentimentales que como cohetes mohosos
disparan pedacitos de ambivalencia,
Que esta melliza abra el mapa sagrado de la vida
y me indique el país donde el amor ya fue
un chorro de lodo espeso, animal desesperado de espacio.
Que destruya esta pirámide de vidrio,
este heroísmo inventado y pueda desviarme a una pampa húmeda,
como un vaquero ansioso de lluvia.
Bestiario
Esta es la historia de una mujer en su
habitación. De noche un enorme
insecto se dedica a vigilarla. La
mujer confusa, la mujer irritada, por
tan insignificante animal. La mujer
atemorizada huye de esquina en
esquina, más sus sentidos le indican
que el animal se encuentra cerca. El
insecto que agita sus alas vigorosamente,
la mujer fuera de sí. La mujer
que conoce el poco espacio que queda
entre ambos. El insecto que vuela el vuelo
seguro de lo horrible. Ella, ya sin espacio.
La Cabalgata
Todo el día he estado cabalgando
este caballo. Un animal vigoroso
y suave al tacto. Es como trotar con el lobo,
la zorra, sus patas, su cabello largo.
Galopando con esa intensidad me
aficiono al óvulo, al ovario entero,
todos los huevecitos de mi cariño
y de a poco cuatro poderosos brazos
me levitan, sientiéndome cómoda,
sin peso, suelta, suspendida y estas ganas
de estar, solo estar, la mera presencia
y brillo como un hallazgo de oro
en mitad de la cueva o un incendio
de guirnaldas en medio del bosque.
Todo el día.
Poemas del libro: Salmos del cuerpo ardiente.
Gaza
I
En el medio de tanta noticia doméstica
detallando accidentes aparatosos,
animales atrapados en la intensa nieve,
o las medidas para el aumento de la seguridad de la ciudad,
un padre sacude a su niño muerto
ya convertido en muñeco de trapo,
un abuelo enseña a las cámaras a su nieto
recién nacido, ya sin ánima.
La muerte lenta y certera se mueve
como la arena del desierto.
II
La noche que entregué el gato
a un refugio de animales
un obelisco fue descubierto,
(debo decir otro).
Pagué veinticinco dólares
mostré mi licencia con la
dirección indicada
y recordé el corazón triste
de los pescadores de Zanzíbar,
la casa sin puertas de sus mujeres,
los muñecos de trapo en Gaza.
Tomé un somnífero amarillo.
Lloré.
Somos
Del otro lado de la ciudad nos proponemos festejar con chiffon y seda, es decir, con la frivolidad de un inglés en época de guerra.
Somos miles de escombros con ropa elegante en el medio de la humareda,un pueblo con celulares y sin poder adivinatorio.
Salmo
Mi piel en tu piel,
mi piel morena con amuletos...
“Cántiga 40”,
—Ernesto Cardenal
Cuando todo está frío
ella que regresa a su amado,
más dulce es el amor sin armas o vigilias.
Más quieta la querencia.
Solos con los gusanos
que se enroscan unos con otros.
Solos con las hormigas,
construyendo canales en la madera.
Solos en este lecho de tierra.
Vamos a intercambiar tatuajes
y que el sudor permita
la transferencia de cariños
y su miembro se convierta
en mi collar humano,
antes de que la pasión se triture
y yo me dedique a esta viudez ciega,
cual fantasma sin sexo.
Antes de que ya no te tenga.
Los títulos de los poemas son una referencia directa a la serie de grabados en aguatinta Los desastres de la guerra de Francisco de Goya.
¿Por qué?
Organicé una fiesta y llegó el bufonero. Apareció la gran dama en blanco y su cabello lustroso reposaba con una camelia pinchada en una hebilla elaborada en marfil. Una Vespa trajo a un rockero y a una niña con rizos Boticelli. Entre grandes buches de vino y enormes lagunas rojizas que los invitados evadían piruetando cuerpos, bandejas y tragos, era ella el centro de atención. No hubo poetas esa noche, mas bien un par de zánganas con el ombligo por fuera que se movían en pesados y afilados stilettos y reluciendo cual estrellas capturadas por algún terrorrista. Un payaso triste y barbudo sonrió tímidamente detrás de un arbusto. Se me ocurrió en ese instante inventar el llanto. Un gran llanto que sustituyera la amargura penetrante de aquel paisaje. Yo solita inventé ese llanto. A nadie nunca se le ocurrió antes. Un llanto que extingue a pájaros que mal musican en la mañana o a las ratas que se instalan en las tuberías de los hogares. Un llanto para desgraciados que se agarran de Narciso y causan agobio a los payasos.
Sanos y enfermos
Hace poco recibí una tarjeta postal y un paisaje playero se desbordó en mi sala con todo y palmas, gaviotas de mar, arena y bañistas. Un par de tiburones se distinguió en la cercanía. Me quedé quieta. Fija la mirada. No hubo temor o pánico, solo respeto.
Aletas fuera del agua. Sombra y silueta marcada a ras del líquido. Un chamaco con cámara video metió sus piernas en el agua para tener una toma más dramática sin reflexionar en las consecuencias. Entonces la magnitud del espectáculo fue in crescendo. Los tiburones se aproximaron más a la orilla y una incomodidad general se produjo.
El hombre detrás del lente despertó las células sensoriales de aquellos monstruos, mas de forma insólita y en un gesto de elegancia los animales pretendieron no ver, no sentir, continuando su balanceo por el agua. Alguien miró a su vecino y los otros y todos nos inventariamos unos a los otros, hasta que estuvimos seguros de que efectivamene continuábamos vivos y de una sola pieza al pie de la arena mojada.
Populacho
Aguien inventó un círculo. Gritos—no cantos melindrosos, pero gritos. Bocas y pelos desencajados. Serpientes de piel suave, lengua fina y espuma brotando por las bocas. Yo y todos los demás y no sé cómo nos reconocimos en su centro. De pronto quedé espantada por las pedradas. Eran peñones grandes lo que arrojaban. Cada peñón acompañaba una muchedumbre de quejidos: hundiéndome down down hundiéndonos down down cual miles de abejas picoteando la punta de mi nariz. La punta de los lóbulos de ambas mis orejas. Mi propia almita. Todos los gritos continuaban. ¿Por qué gritaban? Es el gran misterio. Pero sí que destruían la sensibilidad de mis tímpanos, sin contar con los peñonazos que sentía como los cocotazos que mi madre enterraba en mi cráneo cuando yo era pequeña.
Y ahora me pateaban y ahora también me agarraban por el cuello arrancando las pocas peluzas que me quedaban. Espantada de tanto grito.
A ella, repetían.
A ella.
A ella por desmadrada—dijo un poeta calvo de uñas sucias y barba como de chivo viejo. Yo aceptaba cada peñonazo, cada patada, cada arrancada de pelo.
¡Bum Bum Bum!
¡Así se sentía!
La Mecánica Flor
Mi labio muere
parado en tu pie
ese esqueleto de carne angosta
Epitafio
Si de morirme se trata
entiérrame en tu puño
acércame a tu ancho huevo
escríbeme sin dudas
en la pared más firme
si muero bajito
apriétame a tu uña
enrosca mi abanico de hierro
sacude las loras de mi espejo
y deja caer tu lisa pestaña
tu verde pestaña
tu salada pestaña
húndeme en tu único nervio
que da al instinto sed
esa mecánica flor que suelta agua de tus puños
acurrúcame derecha por algún rincón de tu frente.
Un enigma esas muñecas
Ediciones Torremozas Colecciones La noctámbula, 2015.
Dos clases de amores
Aquí estoy con la fotografía de éste
el cual me inventé que amaba
para huir del destino de las criaturas solitarias.
Reviso la silueta del que repetía:
‘No me acostumbro a estar sin ti’.
A decir verdad nunca le tomé en cuenta.
No es que dudara de su palabra,
es que no me importó si me adoraba o no,
porque lo que me sostenía era la imagen de
la dicha eterna. Con éste o con cualquiera.
Mas la suerte atrajo a ese, que era incapaz
de un buen beso, o un abrazo auténtico
como se agarran las hormigas furiosas
cuando esperan la muerte.
Dos clases de amores hay: el de las ganas
eternas o el de la incertidumbre. A ninguno
de los dos pertenece esta historia.
iam amore virginali
‘Ah, aquella época de crecimiento’—dijiste.
Como si yo hubiese sido la teta de la cual
te enganchaste una temporada.
Por el vacío de tu mirada o el fraseo
despersonalizado daba la impresión de que te dirigías
a los súbditos de un culto. Tuve también la sensación
de que yo te brindaba la rara oportunidad
de hacer las paces contigo mismo.
No se me ocurrió que pudo haber otra razón
a tus palabras, alguna interpretación más cercana
a la alegría de los soles de haber compartido
tantas mañanas luminosas. Que solo era una
referencia a aquellos buenos tiempos
en que descubrimos al poderoso deseo mortal.
No quise compadecerme o desahuciarme,
no quise imaginarme estrella de cine
que se pasea por un campamento de refugiados
para atraer la atención de las cámaras—
mas no evité sentirme como una huerfanita
pálida y flaca que siente deseos de soñar
a los suyos vivos.
El eco de las bocinas de los buses
y un grupo de voces que se acercaban,
permitió dejar atrás esa sensasión de lástima
y concentrarme en el instante. Entonces
pude constatar que ese momento
ha sido lo más cerca que te he tenido
y me sentí cabra hinchada de leche mordiendo
todo lo que agarra.
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