SUSANA CABUCHI
Susana Cabuchi. ( Jesús María, Córdoba, Argentina, 1948.) Ha publicado: El Corazón de las Manzanas (E. y G. López Editores, Córdoba, 1978), Patio solo (Alción Editora, Córdoba, 1986), Álbum familiar (Alción Editora, Córdoba, 2000), El dulce aís y otros poemas (Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología de la Nación, Buenos Aires, 2004), Detrás de las máscaras (Colección Fénix, Ediciones del Copista, Córdoba, 2008). Textos de su autoría han sido incluidos en numerosas antologías, ensayos y estudios críticos de poesía hispanoamericana y de literatura escrita por mujeres. Fue traducida parcialmente al francés, italiano, portugués y árabe. Obtuvo por su escritura distinciones nacionales e internacionales. Dictó cursos, seminarios y talleres de escritura y de lectura para docentes, niños, jóvenes y adultos en diversas provincias de la Argentina y en países limítrofes. Organizó Ferias del Libro, Semanas de Cultura, Concursos Literarios, coordinó debates y otras actividades de difusión de la Literatura Argentina. Actuó como Miembro de Jurado en numerosos concursos literarios de Poesía y Narrativa, entre ellos del “Premio Consagración”, Córdoba, 2003. Ha participado como panelista y conferencista en Congresos, Encuentros, y Jornadas en su país y en el exterior. Actualmente colabora en revistas especializadas, coordina Talleres de Escritura y brinda asesoramiento en instituciones públicas y privadas sobre temas de su especialidad.
VIERNES
I
A fines del verano
crece marzo.
Los empleados municipales
construyen a Momo
de paja seca
enlazada con mimbres
y lo tensan en cruz.
Sobre una rueda
girará para su muerte
en la estación de trenes.
¿Qué hará Momo por nosotros,
qué obtendremos al castigarlo?
No otorgará salud.
No prometerá el agua.
No cubrirá nuestros campos
de trigo.
Pero lo han decidido
hace mucho.
Y asistimos.
II
No ignoramos
las equívocas sensualidades
nacidas de las aguas venecianas,
ni la desmesura de Brasil,
su estridencia selvática,
ni los temores del Origen,
ni las orgías que ocultaban las máscaras.
Sabemos
que el rey, o el dios, o el hombre,
esperará hasta el martes
para morir
y observa, mudo,
la tenacidad del desfile.
Su punzante palabra,
su desafiante humor,
le han deparado
doble pena:
la expulsión del Olimpo
y el fuego sobre nuestro planeta.
¿Quién podría reír en estas vísperas?
III
Por las calles
que rodean la plaza,
compartimos
– y ninguno lo dice –
la fiesta
más triste de la tierra.
VISITA AL PURGATORIO
El cartel anuncia
“El Paraíso”.
Aquí están
la directora del colegio,
la fundadora del Teatro Vocacional,
el carnicero,
el prestamista, el notario.
– Si madre,
traigo galletas,
sacaremos una mesa,
jugaremos a la confitería,
tomaremos el té.
Las pequeñas carrozas
– trípodes, andadores,
sillas de ruedas –
giran.
Aferrados al pasamanos
los caminantes
repiten la peregrinación,
como antes en la plaza,
ahora a orillas de la ciudad,
a orillas de la vida,
con las máscaras de la vejez,
y con pesados trajes, marchitos.
– Si madre,
soy la tía Emma
y también soy Susana.
Entre sombras
la comparsa emite
entrecortados llantos, gemidos secos.
– No madre, sus padres
no la olvidan,
están muy ocupados.
Cuando puedan
vendrán
con un ramo de rosas.
ENCUENTRO
Pensábamos que era tarde.
Que los fuertes resplandores del deseo
habían sucedido en las calles del río,
entre la hierba,
o algún automóvil detenido
frente a los trenes que pasaban,
interminables y ajenos,
o en las eternas noches
dedicadas a medir
la respiración
y la duración de los besos.
Ya pasó. Nada hemos perdido.
Para este encuentro
sumamos
países y tristezas,
los rostros de los que hemos amado,
los libros que leímos,
la belleza del mundo.
Serenos, como antiguos amantes,
sorprendidos, como Eva o Adán,
inhábiles, peritos,
actores de un instante definitivo,
afirmados en el temblor y en el instinto,
entregados
a una victoria más:
la gravitación del fuego,
la claridad de su mandato.
PASOS
He bebido las aguas
del Shu – Am
como si no estuvieran
contaminadas.
A orillas
del río silencioso
crecen flores amargas
sobre las que he descansado,
leyendo.
Y no he pecado
sino
lo necesario.
Secreto
Despertó la mañana
con un pájaro muerto.
Bajo la tierra,
donde están los rosales,
lo han guardado los niños
y cantaban.
Más tarde
María barrerá el patio.
Y no sabrá.
en Patio solo, 1986
Momento
No he olvidado
el olor
de los comedores baratos
ni aquella mujer pálida
dormida sobre su cartera.
Sin embargo
parece
como si todo
estuviera bien
ahora,
porque una sola rosa
da perfume a la pieza
y están
las manos del amado
sobre mis rodillas.
en Patio solo, 1986
ÁLBUM FAMILIAR
Los padres
fueron una vez
a Mendoza.
Me dejaron
una foto con nieve
a orillas del camino
con un gran auto negro
y con amigos.
Me dejaron
una foto con nieve
y este frío.
12 DE JUNIO
Esa mano que muere
no está sola.
El anillo dorado
la devuelve
a una danza de bodas
y a sus giros.
A una siesta
de parrales ardientes.
A los vinos
guardados
para las grandes fechas.
Está
el metal redondo
sosteniendo
que todo fue verdad.
El anillo de bodas
de mi padre,
en la mano, en la vida
de mi padre.
En el día de la muerte
de mi padre.
LA CARTA
Ha llegado la carta.
Está sobre la mesa,
al lado de las flores.
La miro
largamente.
Conozco la letra.
Pero la leeré
a la medianoche,
cuando los trenes
que pasan hacia el norte
hagan temblar
los vidrios de la casa.
VISITA
Un viajero
ha llegado a la casa.
Salimos todos
a abrazarlo
porque trae noticias del hermano.
Habla de campos secos,
del hambre en las ciudades,
muestra fotografías.
Después del almuerzo
le servimos
la fruta más dulce del ciruelo.
Y la ha comido,
pero sin alegría.
EN ESTE PATIO
En este patio
han jugado los niños.
Eran un coro alegre
que rompía la siesta.
La madre
alguna noche
contaba cuentos bajo la luna,
mientras su delantal
se ahuecaba entre las piernas
por el verdoso peso de las arvejas.
El verano
maduraba en las uvas su jugo dulce.
A veces
las vecinas venían
contando alguna muerte,
y parecía mentira
la muerte,
bajo aquellos parrales.
Cómo entender la pena
ahora,
con estos mismos gatos
cruzando los tejados
ya sin nada de infancia
en este patio.
De
DETRÁS DE LAS MÁSCARAS
Córdoba, Argentina: Ediciones del Copista, 2008
PAYASOS
TRANSITAN
gesticulando aparatosamente,
exagerado el carmín de sus bocas,
las gruesas figuras
con prendas desiguales
a rayas, a lunares, a jirones,
como saludando
a la Patrona de los Bufos.
Bajo la gran sonrisa de pintura
—artificio
que solo ellos develan—
la tristeza de todos los payasos.
Saltan,
reverencian las máscaras,
sueltan globos
que recibe la Noche:
tu madre, Momo.
ClEGO
IMPOSIBLE explicarlo,
me dice.
Sabores y texturas
habitan la fiesta.
Nadie advierte
el perfume de las calles resecas,
el olor áspero de la tierra.
Hay un temblor de pájaros
entre las palmeras,
un rumor de alas
golpeando sobre las anchas hojas.
Zumban los insectos
en cada esquina,
alrededor de los focos de luz.
El paso de mis vecinos
—los vigorosos, los débiles—
produce un diferente
movimiento del aire,
un ritmo único.
Es carnaval —insiste—
y me saludan todos.
Saben que mis quemados ojos
se entienden mejor
con la fatiga del dios.
Susana Cabuchi: A Jeannette Kabouchi. A Siria.
I
Ha despertado
seguramente temblorosa.
Ha escuchado los ayes
ascender las piedras de Sednaya,
ondular sobre las cambiantes dunas
hacia el desierto,
reptar entre los arcos de Palmira,
crecer en los olivos.
Por favor querida, dice
desde ciudades inolvidables
a la hora del sueño.
Por favor querida,
insiste,
escriba sobre Siria.
II
Juntas hemos visto
los juegos del Mediterráneo
frente a las costas de Latakia
y las manchas lejanas de la tierra turca
a través del mar.
Sabe que escuché, conmovida,
cinco veces al día
el hondo llamado a la oración
que surge, poderoso y verdadero, desde
las mezquitas, desde sus altos minaretes.
Sabe que me gustaba caminar
hacia el zoco Al-Hamidiyah
para oler los tejidos
y las especias.
En mitad de la noche
ha querido llamarme. A pesar
de los años y la distancia.
Debió recordar que en la Feria
del Libro de Damasco
me vio adquirir obras
escritas en un idioma que no leo
y que algo en mí reconoció los signos,
esas suaves y delgadas canoas
sobre el papel, esas líneas
de arenas y de vientos.
III
Jeannette,
la prima de mi padre,
no usa velo.
Simplemente lo prefiere así.
Ella es cristiana, Fayez
su esposo, musulmán.
Hemos viajado al mar,
hemos nadado juntas
vestidas con trajes de baño occidentales
como las cristianas y las judías
mientras las musulmanas jugaban
en el agua
con sus largos vestidos mojados
adheridos al cuerpo, más sugestivas
que las turistas europeas
que extendían sus claras
y desnudas figuras
en las playas doradas.
IV
Qué sé, qué desconozco para que ella repita
varios meses después, Susana, no lo olvide
-suena firme su voz en el teléfono-
escriba sobre Siria.
Qué espera, qué me pide?
Hablaré de Quneitra,
del pasto crecido sobre los escombros,
de los testimonios del Golán?
Ibrahim me muestra unos montículos de nada
y dice: esta era mi casa.
Por esta calle iba a la escuela cada mañana.
Y señala la escuela, lo que debo
creer que fue una escuela,
cemento y hierros
arrasados por las topadoras.
De quiénes eran las tumbas?
Cuántos lloraban entre los olivos?
Alguien preguntó
sobre la poesía después de Auschwitz,
también yo lo pregunto
desde las ruinas de Quneitra,
sus hospitales muertos, sus calles incendiadas,
las infinitas filas de cruces blancas sobre
la vergüenza del mundo.
De quiénes son las tumbas?
Cuántos lloran entre los olivos?
.
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