lunes, 25 de julio de 2011

4273.- SANTIAGO MOLINA




Santiago Molina. (Juigalpa, Nicaragua, 1958). Poeta. En 1982 obtuvo una beca para estudiar literatura rusa en el Instituto Gorky (Moscú). Residió casi veinte años en Francia donde se licenció en Literatura Hispanoamericana en la Universidad Michel de Montaigne, donde también obtuvo una maestría en Lingüística Española. Actualmente reside en Jugalpa. Ha publicado Los dominios del aprendiz (Managua: Centro Nicaragüense de Escritores, 2005, 203 p.) libro donde recoge toda su poesía hasta la fecha.


AUTORRETRATO DEL PESCADOR

La fuite de l´ eau est comme la fuite de nos annèes.
Étienne de Senancour, Oberman.


De espaldas a la ciudad extranjera
el pescador teje las distancias de su pasado
frena el azar transparente de las aguas

íngrimo en la pendiente de un paisaje
el río lento encrespa las carpas doradas del otoño
y anima todo el año al viejo molino cerca de Suffolk

sosteniendo una caña de carbono entre sus manos
recuerda su infancia en un pueblecito
acorazado de cerros azules
piensa en la luz agostina de sus calles
apelmazadas por el palmoteo del viento llanero
recuerda los mugidos en el atardecer cuando
comenzaban a encenderse las bujías en las esquinas

y largas fueron sus estancias en latitudes inesperadas
una vez por inexperiencia política
se quedó durante años en un país del norte
otra vez por desconocer el amo
se quedó durante años en un país del sur
así cuantas veces le pareció que los días del verano
llevaban una mortaja de niebla
y una capa de oro las noches del invierno

hace poco visitó su pueblo natal
(el pueblecito acorazado de cerros azules)
y trajo de allá palabras que ya no pronunciaba
guapote chuluca guabina sábalo
la simpleza furiosa de una mojarra luchando en el aire
le recordó el estrépito de su juventud
una imagen fresca del corredor de su casa
la madre la abuela rodeadas de pajareras
atareadas vendiendo los periódicos la leche y el queso
voces y sombras que el pescador hoy busca
en el remolino difuso de la lejanía

la garúa milenaria de la ciudad extranjera
enllava su vida puertas adentro
destarlando a grito pelado las sienes apretadas del espacio
cuando no se puede pescar en el río en llena
cuando las esclusas de los canales están rebalsadas
trata de entender
fuma un cigarrillo de nube hasta escalar el cielo
goza las desapariciones narrativas
lee una novela con largos adioses iniciáticos
qué estará haciendo en esta vida de zapatos empapados
su amigo Julio Cabrales soñaba siempre soñaba
vivir en el interior de un diamante
escuchar la musiquita perdida de los años setenta

nace descalza sobre la concha del tiempo
una muchacha de su tierra
pecoso cuerpo de trucha salvaje
el pescador la amó con ese afán inmortal del joven
la semilla y la carne del mundo jugando a la nada
de espaldas a una borrosa ciudad costera del tiempo
el pescador frente a las aguas multiplica sus ayeres
esas vidas aquí y allá mal arregladas por descuido
por culparse demasiado del alarido ondulante de los ríos secos

tapia con su angustia nocturna
la cuenca azul de los umbrales
en el fondo de sí el pescador
(ahí sentado en su silleta plegable de lona)
a pesar de la inminencia del divorcio de todo
la separación de los hijos con el barro primigenio
él que ha visto día tras día el trayecto de Caronte
ha creído en la unidad de su vida
un río lleno de peces y palabras

el pescador ama las palabras
ama la lucia contingencia de sonidos
debajo del escaparate de lo real arpillado
un grupo de palabras es la maqueta de su paisaje
el plomo exacto hasta el fondo de las tinieblas
el anzuelo filoso que desgarra los labios de la luz
la mazamorra carnosa invita al banquete incrédulo
el pescador trabaja al borde de su bocana revuelta
dibujando silbantes parábolas con su caña de carbono
buscando en los círculos del nenúfar las sílabas del trueno.

1997





LA TEJEDORA NOCTURNA

La tejedora nocturna de J. Constable està esperando
a su esposo que anda en otro condado
una mujer tranquila pues no se ve preocupada
sòlo piensa en el regreso del esposo
y en el hilo y en la aguja que tiene en la punta de los dedos
pienso que la suave bata de noche que lleva
en la misma que llevarà bajo las sàbanas finitas
la noche cuando èl estè ya de regreso del condado vecino
y cuando ella haya zurcido la distancia que los separaba.





OCTUBRE

Un vientecito fresco o helado por las tardes
los bosques se ponen dorados y los helechos
se confunden con el color de los zorros y los venados
a veces se escucha un cuerno de caza en la distancia
podemos recorrer en bicicleta la comarca si queremos
pero subimos a las colinas y ahì nos damos un abrazo
idos quedamos en calma mirando
los caserìos en el poniente con la luna blanca
colgando como una herradura en la puerta del cielo
regresamos a casa y los comentarios se vuelven interesantes
hablamos de cualquier cosa al azar de nuestros pasos
hasta uno se detiene y muestra al otro un objeto encontrado
algo que tiene forma de algo
un gancho largo de palo que puede ser una escultura de Giacometti
una vieja bañera sarrosa que sirve para aguar las vacas
y que puede ser un ready-made de Marcel Duchamp
la gente vuelve tambièn de sus trabajos
un pescador aparece de pronto
entre los cercados que bordean el camino
y ya se pone a hablar del enorme pez que se le escapò
y nos acercamos a ver el cubo de su paciente jornada
valiò la pena la partida de pesca
y quiere regalarnos una perca de aletas rojas
se llega a casa y cenamos una sopa caliente con pan del dìa
leemos un poco antes de dormirnos
dejamos el libro a un lado y nos abrazamos de nuevo
y te descubro en la espalda una hoja seca de las colinas
y te vuelvo a abrazar
dudamos si comenzamos lo mismo de hace rato
lo mismo de las colinas
me duermo a tu lado seguro de que el sol
mañana estarà en el patio con los gallos y los pàjaros.




JUEGO DE SOMBRAS

El juego de tu sombra lo deciden los jugadores de ajedrez
cuando sus manos bajo el frescor de la sidra del verano
desplazan a la reina en lo alto de una torre
para que escuche el canto del ruiseñor entre las hojas de los tilos.



DÒNDE TE HAS IDO CON TU SOMBRA

La distancia todo lo vuelve gigantesco
no puedo leerte ni escucharte ni tocarte
enviame un mapa de tus desplazamientos cotidianos
un dibujo de tu barrio con los gatos mirando detràs de las persianas
un emploi du temps como el tramado por M. Butor en su novela
subrayame en un cuaderno con verde fosforecente
los lugares donde te encontràs o salìs
o volvès a entrar en tal y tal hora
quiero saber bien la hora que te bañàs
la hora que desayunàs y almorzàs y cenàs y te acostàs
copiame tu dìa como la anotò la Sra. Dallowey
porque lo ùnico que deseo es ver y escuchar
leer todo lo que hacès
cuando mis manos no estàn en tus manos.





BIOGRAFÌA DE MIS MANOS

Mis manos que las niñeras lavaban con jabòn marfil
porque yo era un chancho que jugaba con el polvo del verano
mis manos de muchachoquenosabíahacernada
de muchacho demasiado mimado por su mama
mis manos de chavalo pobre vendedor de caramelos
mis manos de chavalo vago estirando una honda
apedreador de garrobos en el cucurucho de los palos
mis manos que enrollaron y desenrollaron yardas y yardas
de sedina cuando elevada los barriletes tricolores de noviembre
mis manos que a tientas siguieron el hilo
tendido en la noche del laberinto
mis manos encendidas bajo las velas puntiagudas de George de la Tour
mis manos que en la oscuridad cavan túneles matutinos
mis manos que fueron clavadas como lechuzas
en las puertas de las aldeas para alejar los maleficios
mis manos hebreas tatuadas con un nùmero desde el antebrazo
mis manos desaparecidas en los hornos de Alemania
mis manos cuya infancia George Perec recordó así: W
mis manos que temblaron de inutilidad pendant la guerrre
mis manos de postguerra buscándote entre los escombros
mis manos de ceniza iniciando un vuelo de palomas en las tardes grises
mis manos cuantas veces faltaron de leña en el invierno
mis manos casi borradas por tantos adioses
mis manos que han leído en las piezas de ajedrez
las tàcticas de Raymond Roussell y de Borges
mis manos que han buscado las predicciones de Nadja
mis manos de once dedos signo alucinante del Amour Fou
mis manos que han acariciado bolas de cristal
mis manos que han llevado a mis hijos a través de los parques
y las montañas
mis manos que han contado en vano las estrellas
mis manos por donde se escapa el agua de los cielos
mis manos que han querido ser un cuenco para tu sed
mis manos que he dado a los mendigos en forma de pan
mis manos que se calentaron con la sopa de los sin nada
en los albergues de clochards
mis manos rurales cortadas durante la època de los lirios
mis manos urbanas agarradas a la barra de un vagón del metro
cuando iba al trabajo o a buscar trabajo en algún lugar de la ciudad
mis manos de Guzmanillo de Alfarache haciendo la guatusa a los poderosos
mis manos tercas que jamás tocaràn las manos enguantadas
de la Reina de Inglaterra
mis manos de bebedor indecisas en su alcohol muy de mañana
mis manos sobrias de alfarero cuando te escribo
mis manos que llevan a mi boca los ansiolíticos
que me calman del insomnio de mis separaciones
mis manos de pescador que aprendieron de los organilleros
a dar vuelta al carrete de la música que surge de las profundidades
mis manos un puñado de aguamarinas donde se confunden
los colores de las vocales de Rimbaud
mis manos que lanzan guijarros pintados por Mondrain sobre las líneas del mar
mis manos que se alargan con el vuelo de las gaviotas hasta tu isla
mis manos que desean borrar el vaho que empaña
tus puertas de cristal cuando hay tormenta en el mar
mis manos bohemianas que quisieran irse con vos en un carromato por el mundo
mis manos de abanico que nunca soplaràn tu rostro
con el aire portuario de ninguna despedida
mis manos que no son de pintor pero que saben esbozar de memoria
las colinas pavesianas de tus caderas
mis manos obscenas o llenas de pudor si quiero
mis manos que pueden ser un biombo para tus pánicos japoneses mis manos de vidente pero que se vuelven ciegas
cuando se alborota la baraja de tu pelo
mis manos órficas que bajan a tu cuerpo para rescatar
el primer el penúltimo el último grito
del placer de tus uñas enterradas en mi espalda.




PAISAJE

Mientras nos amamos en un albergue solitario

hay afuera el poeta chino Wang oteando palabras en el cielo junto a un rìo escribiendo el poema que los dos hemos escrito

sobre una sàbana de seda con un pincel de bambú.






SIN EL AGUA FRESCA DE TUS LABIOS

Sin camisa hojeando libros y viejos papeles
junto al abanico toda la tarde demi cuarto
sudando y citàndome a esos dos vagos mayores Baudelaire y Rimbaud
el primero que decìa nada mejor que vivir en la nonchalance tropical
el segundo que en les pays chauds soltò todas sus maldades
sentado en la puerta de su ferretería en Abysinia
con una escopeta el malvado tiraba
cualquier perro callejero que se acercara a su negocio
hay testimonios de un Arthur el riflero a caballo
sin camisa envuelto en una nube de arena en medio del desierto
y el otro que entre los negros pètalos de la cabellera de Jeanne Duval
perfumaba de voluptuosidades ultramarinas su spleen de citadino
nada tengo que ver sì con esos dos vagabundos de la lejanìa
aunque conozca el continente y la vida de esos bandidos
sin camisa aquì y ahora junto a un abanico en mi propio paìs tropical
y sudaba de verdad y renegaba de mi calor natal
y soñaba y soñaba esta tarde con vos mientras esperaba un vientecito fresco
que viniera de las afueras con la humedad de tus labios
para que me refrescara la piel.










Saint-Pont

Yo miraba pasar las bandadas de ciclistas gorjeando
cerca del murito gris con hierbajos lentos mínimos
peinados por el viento de mediodía
las muchachas de las granjas de las afueras de Vichy
iban temblorosas por los caminos
puntillados de copetonas codornices
el verano era llevado entre agujas
de oro por los erizos del patio
Adeline persistía en la música del Renacimiento
Dominique interrumpía el memorioso barroco
con el rumor amarillo del tractor
cortejado por perdices que dejaban atrás
un círculo tribal de cuervos ojerosos
las bandadas de ciclistas
las muchachas y las codornices
pasaban bajo la fronda de la mañana
tiempo de la golondrina adobando en el alero
tiempo del rastrillo sobre la paja del granero
tiempo de Gerard Manley Hopkins surgiendo
de un tráfago piadoso de paisajes manchados
tiempo del azadón anual removiendo
las raíces de la fiesta cuando los soles
y vientos de agosto llenan de vino
los botellones verdes de Saint-Pont.










Nudistas

Las bolas al aire, ellos jugaban a los bolos
sobre la playa; ellas, boca abajo
se dejaban acariciar el culo por Eolo;
mientras en lo alto de la pereza estival
del grupo emancipado
más allá de la caseta en zancos
del púdico y visionario salvavidas
como una aparición querubínica
ronroneando en los sueños
el secreto de un presagio
un aeroplano despliega una pancarta
anunciando las virtudes de una nueva crema
contra las quemaduras del diluvio de fuego
provocado por un castigo de rayos solares
demasiado perpendiculares en esta época.






El Poema

Las colas de las palabras tiemblan en el viento

encúmbralas un poquito
levántalas hacia arriba
más allá de vos mismo

el poema comienza a volar

dale hilo sin miedo cuando pida
y dejá que tu enrrolladora
gire sin parar su estrella

el poema se va

ahora esperá que toque el cielo.






Collage

Los tejados guardan un recuerdo quebrado
de su paso armado por las tardes.
El silencio de mi honda
de hules infinitos
espantaba a los pájaros
en el espacio pascaliano.
Las tijeretas cortaban el cielo
en jirones de tela lapislázuli.
Los chichitotes venían del Otro Mundo de Escher
a posarse en los jocotes maduros
del Árbol Rojo de Mondrian.
Niño hacedor de collages
con pájaros muertos en esa edad
en que las cruces de los cementerios
son violines de Braque tocando al viento
una música de guadañas que silban
a ras de la hierba verde.







Cerco de Piedra

Cerco de piedra, muralla de china,
torre caída de mi medioevo infantil:
lagartijas que eran dragones,
hierbajos que eran inmensos bosques,
huecos que eran pasajes donde mi mano
tocaba el sueño afilado del unicornio
dormido bajo el sol rojo de las pitahayas.






Los Mendigos
P. Breughel


Casi no tenemos cuerpo;
la lepra pudre hasta nuestros vendajes,
el alma se engusana como el vino malo.
Junto a las golondrinas
abandonamos los aleros de las ciudades
y sus calles torcidas de sol triste.
Ahí los mercaderes desde sus dorados tenderetes
y los perros bajo las altas ruedas de los carromatos
hurtaban más ágiles el pan y las monedas.
La peste poco visita los campos:
en cabañas o molinos vencidos por el viento
alzamos nuestro fuego de cuatro cenizas.
Las botas de un ahorcado,
el gorro rojo de un peregrino
vestimos para olvidar la helada.
Cojos, nuestros pies de madera
cruzan una colina y otra,
dormimos entre las piedras
bajo el aldabón de la luna.
Los fantasmas del bosque recogen
para nosotros las nueces del tiempo.
Los segadores de agosto
a la altura del trigo
levantan su merienda y sus cántaros
durante nuestra sed del mediodía.
Pentecostés o Nochebuena,
los monasterios tienen preludios de fogatas:
el carbón mísero de sus cenas
es nuestro desayuno por la mañana,
un monje o una mujer vestida de monje
nos reúnen al borde de un plato hondo y sin cielo;
las campanas del monasterio despiertan a los cuervos,
amontonados en la hierba gemimos:
sobre nuestras muletas de roble
picoteamos las migajas caídas del mundo.









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