ALLISON ADELLE HEDGE COKE
Allison Adelle Hedge Coke Nación Cherokee, Estados Unidos, 1958. De ancestros franceses, canadienses y portugueses, creció montando caballos, recogiendo tabaco en Carolina del Norte y trabajando en fábricas. Desarrolló estudios de Escritura Creadora en el Institute for American Indian Arts en Santa Fe, y en el Boulder’s Naropa Institute con el poeta Allen Ginsberg. Sus poemas han sido incluidos en diversos periódicos, revistas y en las antologías: Speaking for the Generations and the Lanas; Visit Teepee Town, y Reninventing the Enemy’s Language. Coeeditora de Voice of Thunder. Su primer libro de poesía publicado, Dog Road Woman, ganó en 1998 el American Book Award.
Resonancia en Movimiento
Inspirado por Greg Cajete
En el tiempo en que ellos dieron a luz
los símbolos aquellos signos silábicos
representados en atractivo discurso los
viejos utilizaron en cada palabra hablada
aquellos caracteres traduciendo la lengua oral
sin necesidad de modular los labios en nuestro
lenguaje. En aquel tiempo se pusieron
éstos caracteres al alcance de la gente facilitando a
aquellos que escogieron comunicarse
tocando con tinta la página, pintada con la
curvada punta del dedo para grabar sucesos.
Con el tiempo ellos cedieron a la
madre y fueron ejecutados
por el pueblo de acuerdo
con la ley tradicional escrita. En ese
tiempo en que la gente importante
se mostraba a sí misma como si fuera un
único personaje. Ellos entregaron sus
vidas por auxiliar a un amigo o pariente.
Ofrendaron sus cuerpos para salvar
a su pueblo. En el tiempo en
que todos creían en las visiones
y sueños de sus semejantes. En
el tiempo en que la honestidad dio a luz
a la libertad mental y espiritual.
En ese tiempo éramos humildes,
simples como el rocío sobre la
punta del pétalo prometiendo frescura desde el
rosa pálido y blanco cornejo, tan simples
como las fases de la luna,
tan simples como el paso del día.
En ese tiempo éramos humildes,
tan humildes como el peludo
conejo raqueta, como la joven
liebre con camada adentro,
tan humilde como los viejos, aquellos filósofos de
toga, los que
saben realmente todo cuanto esperamos siempre
al preguntar. Aquellos que fueron felices
con la flor del conocimiento.
En esos específicos días y horas,
ciclo lunar, calendario cíclico, leño contado.
En ese acontecimiento siempre cierto momento-en-el
tiempo, duración de la era de los vivos y de
los muertos. En ese segundo fraccional
cuarteado abarcando incluso a aquellos
extraños a este mundo apareció
ese segundo de centurias de
milenios. En ese tiempo, entonces
mejoramos nuestra resonancia
y lugar, ese centro específico
de la existencia, ayunábamos y
resguardábamos nuestras proyecciones
para visualizar claro más allá de la
claridad de la vista para observar
para oír los sonidos resonar
encima, debajo y aquí en este lugar
donde edificamos túmulos, observatorios
para entender nuestra relación con
los firmamentos, aquellos cielos
extendidos cada noche ante
y encima de nosotros. Aquellas multitudes
de luces, cuerpos celestiales,
siete, ocho estrellas afiladas,
sol nocturno de la abuela,
sendero de los espíritus
aquellos que se fueron de aquí y salieron
adelante, aquellos que nos enseñan
con el canto, ese vasto
firmamento de seres unidos tan intrincadamente
a nuestro ser, a los seres
de la tierra, al lugar
del cual venimos donde
hallamos sustento. Esos
cielos que seguimos como mapas,
o mojones, recordando
aquellos soles, madre y
hermana, las dos que
retornarán un día y
la que permanece para nuestro abrigo
y para el borlado maíz verde que
emerge de nuevo. El cielo que
sostiene tanto al día como a la
noche, luz y oscuridad, la
puerta a la ventana del
Creador y aquellos
espíritus que habitan adentro.
Sapientísimo Creador
posee ambos lados, doble tiempo,
nuestro Gran Creador,
ese dador de vida, punto de luz
misma equiparando los grandes
picos de la tierra rodeando
los valles, las montañas mamuts,
ásperas pendientes, onduladas colinas que ascendimos para
orar. Desde éstas observábamos para centrarnos nosotros
mismos. En ese tiempo creíamos
que lo que es importante es lo que
ahora en este tiempo aun continúa
existiendo bajo la superficie de
este mundo, la fachada de este
tiempo que nos da el sustento
aun cuando a menudo descuidamos
su sitio de honor e importancia
tan destacada. Permite el crecimiento
de todos los seres vivos, su continuidad.
Si solamente trabajamos para nutrirla,
juntos completamente para mantenernos a nosotros mismos.
Ahora la resonancia seductora
para aquellos con los ojos de la golondrina
la candidez del inocente,
infantes viejos y pequeñitos,
no cansados aun de la humildad.
Esta importancia ahora con necesidad
de bendición, de tributo espiritual
como el recién nacido y el mayor
necesitan nutrirse para regular a la
gente con su sabiduría y
regeneración Ahora en este tiempo
la resonancia señala nocturnamente
en las estrellas en la luna en la
nubosa, vía láctea, diariamente en
el cielo y en el sol y
en las masas, hombre común,
salva al más extenuado individuo que
regresó a un tiempo de violencia en
fieras latitudes. Ahora, en este tiempo,
buscamos lo que nosotros
sabíamos hace miles de eras
y sangramos en la búsqueda
de aquellas flores. Entonces
vivíamos hasta ciento setenta y cinco
años, madurábamos cerca a cincuenta y dos. Ahora
morimos antes de empezar a
alcanzar esta duración las
enfermedades y males de los
extranjeros, nuestra decadencia. Ahora
esclerosamos los ríos primaverales las atrevidas cascadas
sin mirar al firmamento
para hallar lo que parece estar fuera del alcance y que esta realmente
sólo fuera del alcance. Ahora,
en este tiempo, empezamos de
nuevo. Escucha cómo los grillos marcan
estas ocurrencias y cambios y
mira cómo el sol estampa
una nueva profundidad al cielo. Siéntelo
retorcerse en los alrededores,
ser otra vez. Vuelve de nuevo al
lugar desde donde viniste a
donde finalmente si vamos, a donde te indico
mientras he sido llamada.
Está girando. La aurora del
próximo mundo se aproxima.
La próxima generación.
Está girando. Recuerdas tú lo que
ellos nos dijeron. Recuerdas tú que
ellos nos trajeron esto. Ellos
nos dirigieron para vivir así. Recuerdas tú
que estamos para vivir siempre
tal como ellos nos instruyeron. Estas
voces pertenecen a los cielos, a las
montañas. Pertenecen al
pasado y al presente, ellos cantan
el futuro. Él se encuentra en movimiento.
Fuera de Estación
Para los trabajadores del campo y ensambladores como yo
Temprano, en las mañanas más grises, cuando nosotras
urticadas fuertemente en medio de los surcos de
tabaco y dulces patatas,
lejos de ambas estaciones del plantado,
razonabas que yo pertenecía allí,
fluyendo como arroyo de agua
abajo de nuestros campos de hojas brillantes,
mostrando luego sólo rastrojo dorado y raíz.
Dijiste que nunca lo había hecho
rítmicos martillos y dentadas
sierras para Construcción Interior.
Alcé las alas de mi espalda, esos músculos
formados por surcos de primera mano, músculos
que mecieron mis costillas y costados. Yo
dejé herramientas en la cama plana, señalando el
norte, a la ciudad extendida como
mampostería esparcida y agrietados rieles, Raleigh,
vientos de fábrica ahumada y callejones de venta ilegal de alcohol.
Una polla blanca cayó de un aparejo Tyson,
un poquito adelante de mí en la calle Saunders.
Yo la llamé ôHookerö
desde el descenso de la calle de la luz roja.
El enrolador local era un tipo grande y rojo,
sentado tras la puerta tendida como escritorio sobre una plataforma cenicienta.
Él se burló mucho como tú
al mirarme, pero los campos y los caballos debilitados,
justificaban mis noventa libras de empuje.
Al día siguiente me hizo comenzar en una cuadrilla llena de hombres.
Hombres que nunca habían visto trabajar a una mujer
de esa forma en el pueblo, primera
vez que tenía la oportunidad de operar un azadón,
primera vez que ensamblaba, y cuando blandía el martillo con
total fuerza, tres libras enfilaban derecho a dieciséis peniques.
En seis semanas, me hice capataz.
Justo antes que me dirigiera a ti
ôHookerö casi fue picoteada de muerte
por nuestros gallos—urbanizada como estaba ella.
Desembolsé tanto dinero, tiré
lo que tú aportaste para el otoño. Nos establecíamos
para el largo frío. Comiste ridículo y rápido.
nunca fuimos las mismas,
Hasta la primavera cuando los campos nos reclamaron
como su propiedad y regresamos
a lo que pertenecíamos y que conocíamos ambas.
La estación extemporánea sólo una consecuencia
de aquello para lo que estábamos hechas.
Nunca conociste esta parte de
lo que yo soy. Trabajadora del campo o ensambladora,
yo solamente te mostré lo que tú decías que no podía ser.
Mujer del Camino del Perro
Te llamaban
abuela
Maggie como al
Valle Maggie.
Recurrí a ti
por tu conocimiento
del arte del retazo de algodón.
Yo trabajaba
la cerámica
y el hilado para tejer
pero no tenía marco
ni comprensión
de patrones
en colchas.
Ascendiendo arriba
del sagrado bosque
que alimenta el
fuego eterno,
yo capturaba
ramitas de nogal
que tú querías a modo de
cepillo de dientes
para chupar empapadas.
Dedos de cuero de
noventa y dos años
acariciaron puntadas
y popelina
en tendidos de cama.
Tú con tu delantal
y tu gorra
y tu risa
ante los dólares de oro
y las carnes procesadas.
Tú que me enseñaste
a tasajear
sin desperdiciar
y que revolvías
historias en tu
naipe cuando quiera que
yo las escuchaba,
confeccionábamos estrellas.
Antes de la Próxima Aurora
Antes de la Próxima Aurora, fue como había sido por decenas de cientos de años.
Y la vida misma fue como había sido por miles de miles.
A través del horizonte, plumados y emplumados danzaron en los cielos,
diminutos reptaron entre la hierba, criados por el calor del verano,
sobre ellos tronaban miles y miles de pezuñas y patas.
Este fue sitio de comercio, de colonización de diez mil personas,
seis culturas, bandas, tribus, y todas las familias incluidas.
Este era el sitio donde el viajero podía parar a descansar, a comer a
estar con la gente luego que el cansancio se instalaba. Era el lugar de la paz.
Marcando su existencia en el mundo, como todo pueblo hace,
se erigieron estructuras de tierra humedecida remolcada en canastas.
Luego fueron colocados estratégicamente para formar los diseños reverenciales.
Al pasar la gente, fueron honrados con significativas cuantías
de su propiedad y llegaron a ser parte de este paisaje para siempre.
Grandes rocas fueron movidas del pasado asentamiento
y se tallaron piezas de acuerdo a la necesidad de
utensilios afilados, para los cambios cosmológicos, para
refinar polvo de granito rosa para hacer blanca faz de fantasma para la congoja.
Y El Pueblo vivió como le habían dicho
y trabajaron reunidos como se hace en las ciudades.
Rezaron juntos y a solas, como tiende a hacer la gente.
El gobierno era estable y trabajaba
por el bien común de todos los ciudadanos
como es de suponer en todos los gobiernos.
Y, vivieron y prosperaron
algunas veces viajando río arriba
a otros asentamientos para comerciar,
para importar y exportar mercancías. Algunas veces
permaneciendo, disfrutando el Sol de la tarde--fácil.
Ésta es la forma en que era y El Pueblo
estaba seguro que habría de ser siempre.
Empezaron a circular historias sobre
La venida de una nueva condición humana.
Historias tan comunes como ropa colgada
en aquellos días, ritual cotidiano,
guardando huella de experiencias
e instrucción para propósitos educativos,
para ocurrencia social pues existía la Historia
acerca de la entera Madre Tierra. Pero,
estas Historias pronosticaban terror,
una bestia de hombre que parecía no meditar
nada para ponerle fin a la vida de
una mujer, de un niño, del Pueblo. De hombres Extraños
sin familias que vinieron
en la noche, trayendo perros de guerra, ensordecedora
artillería monstruosa que podía matar
sin ni siquiera tocar a un hombre, en
un tiempo en que tocar realmente a un enemigo
tenía un valor más grande que poner fin a su vida.
Las Historias hablaban de
extranjeros venidos en botes a través del
límite acuoso del fin de La Tierra.
De desastres dejados tras de sus expediciones.
Una vez la Historia incluso habló de un asentamiento entero
quemado en la Noche
mientras El Pueblo dormía apaciblemente
esperando la llegada del Nuevo Amanecer.
Y hubo testimonio. Frazadas extrañas,
de hermosos colores y tela
densamente tejida con hilos ajenos a estas praderas y
llanos, no de pelo de búfalo, ni pelo de perro,
ni de ninguna planta jamás utilizada para tejer aquí.
Estas frazadas precedieron la llegada por medio del comercio
entre todos Los Pueblos que vivían
encima de la Caparazón de la Tortuga
comprometiendo el cuerpo Norte del
Hemisferio Occidental extendido
desde el Ártico hasta el Antártico donde cerca de cien
millones de personas a buen seguro ya tenían su hogar.
Al comienzo, cuando las frazadas llegaron,
El Pueblo quedó mesmerizado con ellas,
Ellas inmediatamente fueron parte del atuendo diario, altamente codiciadas.
Los poderes predictivos de los Extranjeros extrañamente rápido se
revelaron a sí mismos por medio de una rara enfermedad.
No como cualquier enfermedad que haya estado nunca
sobre El Pueblo hasta este día.
Fue una plaga de gran magnitud, en la que
miles de miles sucumbieron
para su cólera. Hubo una marca
sobre la tierra—el poder del Extranjero.
Era el poder de la muerte sin siquiera tocar,
sin siquiera ver los extraños
instrumentos lanza fuego y balas a un Ser Humano
desde una gran distancia.
Fue este mismo poder sin siquiera los retumbantes instrumentos de muerte.
Hubo una señal de tumba sobre la tierra,
una marca revelada ella misma por medio de otras marcas y señales
sobre El Pueblo. Este poder mataba.
Ni raíces, hierbas, o medicinas probaban
eficacia para combatir su curso.
La enfermedad se desató sobre Este Mundo desde las
frazadas vendidas al Pueblo
por el contacto que se había acumulado en la ropa tras ser
removida de los cuerpos
de víctimas de Las Tierras a Través de las Aguas
lejos, muy lejos, y traídas aquí
para hacer de la colonización una tarea más fácil. Había sido
efectivo en otros viajes
de la condición del hombre extranjero. Fue el comienzo del germen del
conflicto, quizás el primero practicado nunca sobre la faz de la Madre Tierra
y El Pueblo que había sido siempre
pronto estuvo casi perdido. Aquellos sobrevivientes juraron
recordar lo que había sido, y
para asegurar que los hijos de sus hijos no olvidaran a los
ancestros que los precedieron.
Esta es la historia del mundo. Este adorable sitio de asentamiento
salpicado de talloazul, yerba roja— Roja Racha.
El carcomido granito rosa testimonia la floreciente cultura
del tiempo antes de la Nueva Aurora.
De algún modo milagrosamente todavía rodando el canto del horizonte.
Esta es una Historia de Roja Racha y de la súbita
desaparición del reservorio de cultura regional.
Mientras enfrentamos el hoy renovado Miedo a la Peste, de la deliberada
liberación de la viruela, no nos olvidemos
que ello ocurrió aquí antes. Recordemos
a hombres, mujeres, y niños
que sucumbieron a tales males diseminados antes de la
llegada del nuevo género humano,
que apareció ciertamente como terrorista
sobre la pradera natural y las llanuras y
sus habitantes originales.
Recientemente testimoniamos sitios
sacros, demolidos, colapsados
durante otra conquista todavía.
Testimoniamos silenciosamente a la desacralización de sagrados sitios de cultura en el oriente, así como en el resto
del mundo lo testimonian canteras de grava, cursos de golf,
edificaciones levantadas sobre tumbas
sin miramientos con las Bisabuelas,
Bisabuelos que duermen aquí
en esta tierra plisada con tierra cargada
en muchas, muchas canastas curvas y dañadas,
por docenas y docenas de manos trabajando al unísono
para el bien común edificando terraplenes
esculturas de la comunidad, estructuras, barreras seguras alzadas con
tierra y despojada en los huesos
de El Pueblo sobre su anticipación y fugacidad.
El sol arrastra azul desde la Tierra de la Oscuridad,
levanta el párpado cada amanecer
sobre las mismas ruinas
de esta gran civilización de hace tiempo,
sobre la pradera intemporal
relumbrante río, manantiales.
Es en este comienzo que
la conciencia se elevó.
Una era del hombre reflejada ahora respetuosamente
sobre la gloria de otro hombre.
Aun en peligro por las monstruosas máquinas,
excavando heridas sobre el suelo,
levantando la propia piel de la tierra,
cortándole huesos y huesos
de su gente para reunirlos, luego sofocando su
aliento con concreto, ladrillo, argamasa
no permitiéndole nunca más respirar libremente.
Que ella respire de nuevo.
Que ella respire.
Que el despojado halle refugio.
Que el despojado halle paz.
Que ella respire.
Que ella respire de nuevo.
Que el despojado halle rescate.
Que el despojado halle esperanza
Que ella respire de nuevo.
Que ella respire.
Que el despojado halle esperanza.
Que el despojado halle rescate.
Que ella respire.
Que ella respire de nuevo.
Que el despojado halle paz.
Que el despojado halle refugio.
Que ella respire de nuevo.
Que ella respire.
Que ella respire.
#4 Principal del Suroeste/Central de LA
Para DERYA y HEID
El brillo de la luz de las lámparas incandescentes viaja por este riel,
arriba adelante del conductor
nos recuerda, si es que existe algo
podemos hacer más barato su viaje sólo déjenos saberlo
y nadie rompe una sonrisa.
Este carro Amtrak se desliza entre
pilares de concreto envueltos en acero como protección contra terremotos
proyectos cubiertos por graffiti en el día ahora zozobran en las confortables 9:00 p.m.-
a esta hora de la noche tú creerías que son condominios
si cabalgaras este riel por primera vez.
Lo que veo es una concertina cabalgando eslabonadas cúspides de cercas--
Como si hubiera un intento de escape necesario en cada momento.
Luego, de algún modo, me veo a mí misma en la ventana. No un reflejo
sino una replica real volteando a mirarme en el deslumbramiento,
mucho más allá de lo que un salto de luz pudiera relumbrar, donde los
aeroplanos aterrizan semejando estrellas caídas,
y llevo a mi madre al asilo en mi memoria.
Puedo aun escucharla diciendo, oh traviesa, traviesa muchacha mira
las hermosas estrellas y las luces de navidad alguna vez al final de julio.
El río LA a mi izquierda, esta noche hay más agua de la que chorrea abajo.
A lo largo de las bancas de concreto donde alguien escribió fuera TEMERIDADES
Una mezcladora de concreto está parqueada precisamente junto al río y al riel,
y un solo camión tiene sus luces encendidas.
En la mañana, salta la voluntad cardiaca que lo vuelve a la vida.
Duelen mis tripas. El mundo entero está en una ventana en Fullerton y
a través de arcos, lámpara eléctricas, gira
muy por encima de una dispensadora de Pepsi sobre el piso muy abajo.
Traviesa, traviesa muchacha. Mira las hermosas estrellas y las luces de Navidad.
Equipaje
Para Calabaza
Mirábamos filas de víveres
a través de una puerta de hierro,
cabezas de extraños con sombrero
abajo de nuestros pies y nuestro piso.
En el apartamento del pequeño pueblo y
el almacén general a ambos lados
pasábamos días y noches
pretendiendo ser espías.
Mi hermana y yo
aun bastante jóvenes
para cargar.
Nosotras estábamos
cargadas con
un maletín de tiras color trigo,
sus lados ennegrecidos
por quemaduras de radiador,
nuestros trajes de algodón arrugados
con crayones de cera
metidos adentro.
Pegados a los asideros había
ondulantes marbetes, con
los nombres
de aquellos que nos dejaron
aquí
y partieron.
Cada vez que los clientes
caminaban las aceras abajo
podrían haber estado caminando
pasillos suavemente alumbrados entre
psiquiatras y guardias--mi
padre visitante, mi madre paciente,
en Dix Asylum.
Carrera de Alazana
Para PAPÁ
Alazana roja y hecha para apisonar diablos entre el polvo,
con su fina cruz,
esta joven yegua desafía vientos
del norte su cuarta parte convertida en décimo,
se yergue con los pechos llenos, gatillo arqueado,
sus cuartos traseros diseño de carrera.
Su grupa bate moscas de ciervo, golpeando el aire pesado
como si fuera algo permeable.
Mis manos tiran la silla, la cincha abajo, y
dieciséis manos me levantan, pierna montada
y en el estribo, piernas flojas como si todavía fuera
el primer día en una verde línea de partida.
Pronto cuando partimos, corriendo en pleno,
pasando cardos y puertas, ella agarra un ritmo muy suyo.
Un fuerte golpe acelerado—profundo y tamborileado,
mi pelo azota
como bandera rota,
todo cuanto veo es el borde del acantilado
y sus orejas ladeadas, ladeadas atrás. Todo cuanto siento es la chispa de su vida
cargando con todo corazón hacia adelante. Todo cuanto
se es que llevamos casi cinco minutos
en esta roja carrera, hasta que volamos--
y ella está determinada.
Frénala, muerde su oreja, apacíguala
escucho a alguien dentro de mí. Amánsala
Mis manos aferran ambas riendas y halan, recostándome
todo el camino hacia el lado derecho como estrategia de
monta en mitad del rodeo. Tiro del cuero abajo hacia mi tobillo
me alzo a morder su oreja, tiro abajo y aprieto y aprieto y rezo
una vez, bastante alto para hacer rezos para alcanzar desde mi mente
el Camino del Perro a Capella in Auriga,
o Deneb en Cyghus,
y ella brinca
cuello alzado y apretados círculos, serpenteos, pivotes
en ese particular giro de moneda, y todo
se vuelve rojo como cuando cierras
tus ojos en el sol. Todo está girando,
ovilladas, ambas,
somos una en la forma más desfavorable.
Jinete y caballo, sí, pero una y lo mismo.
Por años se ha dicho que ella no escapó nunca, o
abandonó una carrera de nuevo. Pero yo sí soy todavía
yo. Pero en algún lugar del círculo nosotras
negociamos. Yo la salvé; ella me bendijo.
Ella hace una gran carrera ahora y yo realizo
todos sus planes de escape—
Esperando el Último Eclipse Lunar de 2004
Para todos los HOMO FLORESIENSIS
Soñé con un eclipse súbito
revelador de inesperadas estrellas
que me produjeron un sueño inquieto,
recuerdo montones reunidos,
canastada por canastada—un edificio.
Varias tierras cuidadosamente agrupadas
conmemorando muertos inmortales
debajo de irresistibles cielos.
Una mujer mondando tajadas
de una gran bola
colgando sobras sueltas
como trozos de langosta--plateada.
Entonces las estrellas llenaron-el firmamento.
Mientras la tierra envolvió a la luna en rosa
me imaginé a la noche brevemente rompiendo
barreras de luz como pulsos, en otros
tiempos, en algún lugar mucho más lejos.
Aquí en el estiércol de la mañana,
donde cielos gris pizarra
y llovizna amenazan a
Oneonta, New York,
una estrella, o dos, pueden cernirse ciegas.
Constantemente preparando plenamente
totalmente el día meditativo,
esperando alumbrar el mundo como nosotros,
y nosotros con bienvenidas esperamos.
Levantando Frijoles
Para HAZEL y DEJA
Con el delantal de cubierta de algodón para enlatar,
hace veranos, yo desgrané frijoles verdes para una vieja dama.
Los frijoles verdes lejos de hacerse al estilo francés,
ni siquiera al francés canadiense,
más a la Hurón supongo, o a la Tsalagi hacia la parte sur.
Apretando duro con los índices, pulgares, a dos manos
haciendo reventar regordetas vainas
frescas de colinas repletas en los campos.
Congestionado de abejas y avispas de tierra.
Levemente elásticas, levemente dulces
suficientes canastas repletas para espantar el hambre del invierno
por cerca de un año más.
Recuerdo la primera vez que enlaté en los cobertizos,
los quemadores de tabaco humeaban azul,
llené cuatro tinas de acero con setenta pintas cada una--
cuarenta si fueran canteros de un cuarto.
El granero mismo cubierto con almadías
para colgar estacas
llenas de grandes hojas de tabaco, verdes como judías,
aunque pronto serán doradas y café añejo.
Ahora en ninguna parte cerca a Winston o Salem.
Ni cercano siquiera al Espíritu Americano.
Más probablemente Bull Durham y Drum.
Estacas de sabor íntegro colgaban por todo el cobertizo de tablilla,
sobre mi cabeza donde encendí gas para hervir frijoles y
esperaba afuera bajo la sombra de la hojalata que
descansaba sobre postes que eran maderos únicamente a un lado
Una avispa aterrizó cerca de mi hombro
y murió.
Quizás se habría curado entre el ático.
Era enorme, negra, dura y reluciente, tan
grande como el único céntimo de mi bolsillo
su medio tórax escasamente marcado.
Recuerdo hormigas león arrojando polvo
sobre la avispa muerta
como un funeral.
Y el funeral de la abuela carretera abajo
cuánto tiempo había ella gastado haciendo ese delantal
que recuerdo sobre mi regazo.
En un tiempo en que las mujeres no llevan
delantales nunca más.
Cuando los animales dejen este lugar
Debajo de capas de hielo, picos glaciales
ciervos, alces, zorras comienzan a ascender.
Criaturas silvestres camufladas como
olas y olas retrocediendo
halando desde las planicies
arriba de pendientes y montañas empolvadas de nieve.
Sobre colinas moteadas y totalmente despojadas de abetos,
muy arriba de los valles tapizados de trigo, llanuras inundadas
arriba de donde residen las cabezas de agua.
Las gotitas azotan, escucha.
Mamíferos de pezuñas y garras
dando zarpazos y trotando hacia arriba ellos mismos, arriba, arriba.
A lo largo de ríos embalsados por castores color chocolate,
trasegados por salamandras—muñecos de barro.
Sumergiéndose a través de corrientes,
sobre barreras de concreto y acero hechas por el hombre
estas poblaciones de los bosques escapan
con tal frenesí, reventando en danza de chapoteos,
saqueando zonas de espadaña, azotando hojas de nenúfares--
el aliento de la vida en fangosos estanques y lagos quietos.
Abalorios líquidos se deslizan sobre el parabrisas de vidrio
a lo largo del marco rajado y destrozado,
como telas de araña con redes y prismas.
Mira, allí, el arco iris
tocó abajo los dos extremos de la tierra.
Arco completo, siete colores que bañaban, observando
lo que los indígenas sabían,
porque hace mucho ellos dijeron que el pueblo no era de aquí,
que esta tierra no estaba hecha para humedecerla con aguas
ni era fértil para cultivos y cosechas domésticas.
Los viejos decían,
cuando los animales dejen este lugar
las aguas volverán de nuevo.
Este poder está más allá de la fuerza del hombre.
El río retornará con su fuerza más grande
Nadie puede detenerla.
Ella fue creada para ser así.
El arco iris con rojo y verde como
aquel del pétalo de rosa, aunque sólo momentáneamente.
Los colores desaparecen como desvaídas fotos impresas.
Se mezclan con el gris oscuro del entorno.
Una ráfaga de aves pasa
como mechones, el culantrillo cae,
de ennegrecidas nubes encima
pululando adentro
cubriendo la cuenca y elevándose al cielo.
Arriba la oscuridad está suspendida
las colinas semejan crestas de agua negra,
oscuridad modificando sombras.
El sol está en alguna parte más lejos que el límite más distante.
Encrucijadas importantes de grava y caminos secundarios
se deslíen en arcilla, barro.
Las tortugas reptan a lo largo de las altas riberas, castañeando quijadas.
Las ranas engullen cantos guturales.
Las ranas sólo una parte del inmenso coro
anunciando el diluvio, los océanos que se precipitan.
Sobre el caballete del tren y el puente suspendido con tan
diestra corriente todo se desliza en sábanas.
Entre tocones podridos en profundos y oscuros estanques,
los siluros voltean entre aletas y se arrastran,
andando bigotudos hacia aguas más altas.
Las aguas arriba y abajo
el coro convoca adelante.
Arrendajos brillantemente emplumados y deslustrados pájaros cafés
vuelan como colgando de un solo sitio como girándulas.
Ellos danzan hacia la cresta de la lluvia,
la tormenta próxima
haciendo señas, invitando, convocando.
Un único gorrión que canta la caricia de la lluvia
atraviesa la fuerza de la luz solar.
El coro de ranas canta un estribillo,
melodía tamboril del trueno,
evocada por bestias y criaturas del agua que desean sus casas.
Desean regresar a claros y arroyos donde
bosques de abedules blancos se levantan y sobrepasan
y álamos temblones se alzan contra
oscuros, oscuros velos—cortinajes de lluvia cruzando
pastizales, campos, montañas.
Estallan sonidos.
Nubes convergen reuniéndose, empujan,
halan, empujan, halan forzando rayos
atrás y adelante formando
esculpidos y ventosos cisnes, patos silvestres, y gigantes
del estratocúmulos media.
Como si fueran una cámara de nubes vivientes,
Como si existieran solamente en los cielos.
El aire se esponja con la humedad.
Ha comenzado
América, con mi canto te respondo (America, I Sing Back)
América, con mi canto te respondo. Respondo con mi canto lo que en tí fue cantado
Respondo con mi canto el momento en que amabas el aliento.
Canto tu hogar hacia ti y de vuelta a la razón.
Oh, antes de que América comenzara a cantar, yo la arrullaba con mi canto,
la sostuve en la baranda de su cuna, la lloré hacia el día.
Mi canción la creó, preparó su parto,
Sostuvo su cordón cortado, hermosamente como un collar.
Mi canción le ayudó a erguirse, sostuvo su mano en sus primeros pasos,
nutrió su propio ser, la alimentó, le dio la fuerza de tres hermanas.
Mi canción la confortó mientras luchaba con mi razón
Rompió mi equilibrio, como cualquier niño lo haría.
Vean, mientras forzaba su salida, me forzaba a removerme
mientras yo lloraba este país mi canción plantaba rosas en cada lágrima.
Mis ríos de venas, teñían canteras de piedra humeante,
rodearon cañones, mientras se hacía ella una fina doncella.
Oh, pero aquí estoy, aquí estoy, aquí, permanezco en toda y cada cumbre,
retumba delicadamente su gran bajo vientre, preparada para descargar su canto
y habré de cantar de nuevo, como siempre lo he hecho
Nunca silenciada excepto en compañía de extraños, cantando
el rostro estoico, amable reposo, amable mientras danza profundo al interior, amable
Madre de su mundo. Hermana de mí misma.
Cuando mi canción cante de nuevo en voz alta. Cuando yo la llame de nuevo a su cuna.
La llame para atisbar hacia las aguas, para verse a sí misma en luz y oscuridad
día y noche, la llame para cantar juntas, la llame para madurar, para visionar.
Entonces, se renovará. Así como mi canción.
Cuando ella trascienda su propio anhelo
le responderé con mi canto, le responderé. Cantaré, oh lo haré.
América, te respondo con mi canto, lo que en ti fue cantado.
(Traducción de Raúl Jaime Gaviria)
Pantera de piedra roja (Red Stone Panther)
Para Travis
La primera vez que vio una hebra, de perro de Alaska
el pensó que era una púa miniatura de puercoespín.
Al contar esto, todos pudimos ver la púa de blanco traslúcido a negro.
Al cumplir un año,
Sus ojos oteaban a través de hendiduras entre garras felinas
Enfundado en una piel suave y leonada regordete y tambaleante.
Ellos derretían el peligro cotidiano
Como si fuese cobre al fuego.
Su nariz aún tan diminuta no daba señal alguna
Del puente montañoso de su abuelo
Y los abuelos que le precedieron.
Fue así como pronunció su propio nombre
Así era como hacía cabriolas
En el cuarto de madera amurallado junto a la chimenea de piedra.
Dando saltos hacia la percha de piedra.
Justo lo suficientemente lejos del fuego como para estirarse
Frotando su barriga y sonriendo tan ampliamente
sus carrillos rebosantes de calor
Reluciendo rojos como las piedras ardientes tras de él
Deslizando su lengua en su muy grueso frenillo
Único en nuestro clan.
Sus ojos atisbaron y chispearon en conjuro.
Erizando la atención a nuestras espaldas al pronunciar,
Soy una Pantera de Piedra Roja
en inglés y lengua india.
Y lo era
Todos pudimos ver que era obvio, esto es lo que él era.
Todos decían que estaba cansado de esperar
Y que no quería ser simplemente un crío, ahora que lo era
Su pelo negro alisado hacia el ápice de su corona remolineante,
Enroscado en trenzas de bebé
Deslizándose por su cuello
Estirándose a gusto como lo hacen las panteras.
Esto es lo que sigue siendo
Esto es lo que él es dando saltitos
A través de las cornisas calcinadas por el sol, hacia nuestro mundo, reclamándolo como suyo.
La Paloma (The Dove)
Para Joy
Una paloma debe haber muerto aquí-
Plumas lanzadas giran
hacia las junturas de la acera
Gris sobre gris,
Un zarpazo de viento las lanza en espiral
Como cortinas de encaje emplastadas
sobre ladrillo de edificio-
de vuelta al tren “Amtrak” en Albany.
La ventana abierta ha acechado
Por décadas las cargas de los trenes.
Rostros despojados de paz, alargados en su desesperación,
Rostros desplazados y deshechos, anhelantes-
En el mismo tren de los años cuarenta,
Tren cincuentañero en el que viajé hasta aquí.
Hace un instante una señora ciega cruzó
La intersección a mi izquierda,
Diciendo, Son pájaros cautivos.
¿Por qué no podrán utilizar timbres como en Watertown?
Estas señales suenan como pájaros cautivos
Me palpo a mí misma luchando cada día,
Esforzándome por mantenerme emplumada.
Suavemente levanto mis hombros,
Los codos invertidos, las alas se estrechan.
Mi rostro se endurece y despelleja la piel
Los dedos de mis pies se alargan y rasguñan
Las líneas y grietas de la acera
Vislumbrando
Y circundando bajo la ciudad
Pulpa y cáscara (Pulp and Thick Skin)
Para Diane, Margarita y Juan Felipe
El deseo es tan fuerte que tus pasos se aceleran
De vuelta a casa
Ni siquiera deseas pelarla, agarras
El gran cuchillo de carnicero sobre la tabla de cortar y
La rebanas a la mitad como una toronja
Cada corte firme y brillante.
Una cuchara azucarera lleva el primer bocado separando
pulpa y cáscara, en este sabor
reside la sabiduría.
Volviendo atrás
A través de la hierba ahogada por la lluvia, ocre pantano,
Los naranjales inundados, vuelven a florecer
Pequeños brotes blancos, casi como madreselvas
Con el grosor de los lirios,
Frescamente apiñados entre las hojas verdes del soto
Hojas tan gruesas que se parten al doblarlas
Naranjales llenos de flores y fruta verde
Cuando hace tan sólo una semana podrías pararte a un campo de distancia
Y ser testigo de la maduración.
Todo está tan húmedo y fresco, la tierra cede
a cada paso, hierbas emplastadas contra zapatos de lona
Si caminas lentamente alrededor de un árbol, mirando profundamente
Dentro de ramas escondidas, una fruta gigantesca lista para exprimir,
Para ser devorada, cuelga inmóvil invitando al zarpazo.
Tu hombro se desliza en el húmedo, húmedo árbol.
La lluvia aun vive entre sus ramas,
Cubriendo tu brazo y mano, salpicándote de mañana.
Tu brazo se desliza y toma la más cercana, robando
lozana frescura para la mesa.
Si creciste como yo, te encuentras de nuevo en el pasado
Cogiendo frutas en el campo, recuerda.
Despertando para recoger en los húmedos sotos cada mañana. Talegas
Sobre tu hombro y cadera, cajas, más abajo baldes de cinco galones.
Llenando enormes cajas apiladas en filas y enviadas por camión
A Minute Maid o Sunkist, mas esta es la hora del sabor
Que necesitas. El húmedo, dulce-amargo cítrico.
Traducción de Raúl Jaime Gaviria
Allison Hedge Coke has been an invitational featured performer in international festivals in Ireland, Netherlands, Colombia, Venezuela, Argentina, Canada, and Jordan and foreign visiting professional in for Shandong University in Wei Hai, China. A Split This Rock Festival featured poet and Lannan Writing Resident (Marfa), she is a MacDowell Colony for Artists, Black Earth Institute Think Tank, Hawthornden Castle, Weymouth Center for the Arts and Humanities, and Center for Great Plains Research Fellow, is a former National Endowment for the Humanities Appointment Distinguished Visiting Professor at Hartwick College, held the Distinguished Paul W. Reynolds and Clarice Kingston Reynolds Endowed Chair in Poetry as an Associate Professor of Poetry and Writing at the University of Nebraska, and a Visiting Artist chair at the University of Central Oklahoma. She directs the Sandhill Crane Migration Literary Retreat & Cranefest and is field faculty in the University of Nebraska MFA Program and regular Visiting Faulty of the MFA Intensive Program at Naropa University. Hedge Coke is a regular keynote lecturer/performer and was the 2008 Paul Hanly Furfey Endowed Lecturer, in Boston. Her books include: Dog Road Woman, American Book Award, Coffee House Press, 1997; The Year of the Rat, chapbook, Grimes Press, 2000; Rock Ghost, Willow, Deer, AIROS Book-of-the-Month (memoir), University of Nebraska Press, 2004; Off-Season City Pipe, Wordcraft Writer of the Year for Poetry, Coffee House Press, 2005; Blood Run, Wordcraft Writer of the Year for Poetry, Salt Publications, UK 2006-US 2007; To Topos Ahani: Indigenous American Poetry, Journal Issue of the Year Award (ed.), Oregon State University, 2007; Effigies, (ed.), Salt Publications, 2009 and Sing, University of Arizona Press, 2011. She has edited five other volumes. Her long poem "The Year of the Rat" is currently being made into a ballet through collaboration with Brent Michael Davids, composer. Recent literary publications include Kenyon Review, Florida Review, Connecticut Review, Sentence Magazine, Prometeo Memories, Akashic Books, and Black Renaissance Noire. Recent photography publications include Connecticut Review, Future Earth Magazine and Digital Poetics. She has also authored a full-length play Icicles, numerous monologues, and has worked in theater, television, and film. Hedge Coke has been awarded several state and regional artistic and literary grants, fellowships, and tours; multiple excellence in teaching awards, including the King Chavez Parks Award; a Sioux Falls Mayor's Award for Literary Excellence; a National Mentor of the Year, a Wordcraft Circle of Native Writers and Storytellers Award; has served on several state, community, and national boards in the arts, a housing board, as a Delegate, in the United Nations Women in Peacemaking Conference, Joan B. Kroc Center for Peace and Justice, University of San Diego, and as a United Nations Presenting Speaker (with James Thomas Stevens, Mohawk Poet), Facilitator, and Speaker Nominator for the only Indigenous Literature Panel of the Indigenous Peoples Human Rights Forum. For many years she has worked with incarcerated and underserved Indigenous youth and youth of color mentorship programs and served as a court official in Indian youth advocacy and CASA. Hedge Coke has edited five additional collections and is editing two new book series of emerging Indigenous writing. Hedge Coke has continually taught various creative writing, literature, environmental writing, cultural philosophy, Native American Studies/Literature, education, and other courses for pre-school, K-12, college, university, and professional institutions since 1979. She came of age working fields, waters, and working in factories. Current projects include Burn (MadHat Press 2014), Rock, Ghost, Willow, Deer-Paperback (UNP 2013), Streaming (Coffee House Press, 2015) and the Red Dust film-media-lit-music project (in production). (From Web Allison Hedge-Cooke)
Resonance In Motion
Inspired by Greg Cajete
In the time when they brought forth
the symbols those syllable markings
indicating patterned speech the old
ones utilized in every spoken word
those characters translating oral tongue
without need to touch our lips in our
language. In that time when he made
these available to the people enabling
those who chose to communicate
by touching ink to page, paint to
bent fingertip to record events.
In the time they signed away the
mother and were put to death
by the people in accordance
with written traditional law. In that
time when people of importance
showed themselves to be of
unique character. They gave their
lives to spare a friend or relative.
They laid down their bodies to save
their people. In the time
when all believed the visions
and dreams of their peers. In
the time when honesty gave birth
to mental and spiritual freedom.
In that time we were humble,
simple as the dew on the
petal tip budding fresh from the
pastel pink and white dogwoods, as simple
as the phases of the moon,
as simple as the pass of day.
In that time we were humble,
as humble as the furry
snowshoe rabbit, as the young
doe with fawn internal,
as humble as the old ones, those robed
philosophers, the ones who
truly know all we can ever hope
to question. Those who were comfortable
with the flower of knowledge.
In that specific day and time,
lunar cycle, cyclic calendar, counted stick.
In that ever-certain moment-in-
time event, era span of the living and of
the dead. In that splitting fractional
second spanning up until those
foreign to this world appeared
that second of centuries of
millennium. In that time, then
we enhanced our resonance
and place, that specific center
of existence, we fasted and
retreated our projections
to visualize clear beyond
clarity of sight to observe
to hear the sounds resound
above, below and here in this place
where we built mounds, observatories
to understand our relation
to the skies, to those heavens
spreading every night before
and above us. Those multitudes
of lights, heavenly bodies,
seven, eight pointed stars, the
grandmother night sun, the
path of the spirits
those that leave here and go
onward, those that teach
us in the singing, that vast
sky of beings united so intricately
to our own beings, to the
earth's beings, to the place
from which we come where
we find sustenance. Those
skies we follow like charts,
or landmarks, remembering
those suns, the mother and
daughter, the two that
will return one day and
the one that remains for our warmth
and for the tasseled green corn to
emerge again. The sky that
holds both day and
night, light and dark, the
door to the window of
Creator and those
spirits dwelling within.
Knowing Creator
has both sides, double time,
our Great Creator,
that giver of life, the very
point of light matching the great
peaks of earth surrounding
the valleys, the mammoth mountains,
jagged buttes, rolling hills we climbed to
pray. From these we observed to center our-
selves. In that time we believed
that which is important which
now in this time still continues
to exist under the surface of
this world, the facade of this
time which gives us sustenance
even though we often neglect
its place of honor and importance
so significant. It allows growth
of all living beings, continuity.
If only we work to sustain her,
together fully to sustain ourselves.
Now the resonance appealing
to those with eyes of the swallow
the openness of the innocent,
aged infants and little ones,
not yet jaded in humility.
This importance now in need
of blessing, of spiritual tribute
as the newborn and the elder
need nurturing to gift the
people with their wisdom and
renewal. Now in this time
the resonance beckons nightly
in the stars in the moon in the
cloudy, milky, passageway, daily in
the sky and in the sun and
in the masses, common man,
save the most jaded individual who
returned to a time of violence in
heated latitudes. Now, in this time,
we search for what we
knew thousands of eras
ago and we bleed in the quest
for those flowers. Then we
lived to a hundred seventy-five
years, we matured at around fifty-two. Now
we die before we begin the
approach to this span the
diseases and evils of the
diseases and evils of the
foreigners, our downfall. Now
sclera spring rivers cheek waterfalls
without looking to the sky
to find what appears to be out of reach and is actually
only out of hand. Now,
in this time, we begin
again. Listen as the crickets mark
these occurrences and changes and
watch as the sun patterns
a new depth of sky. Feel
twist in the surroundings,
be again. Come again to the
place from which you came to
where we do finally go, to where I beckon
you as I have been called.
It is turning. The dawn of
the next world approaching.
The generation coming.
It is turning. Do you remember
they told us. Do you remember
they brought this to us. They
directed us to live so. Do you
remember we are to always live
so as they instructed us. These
voices belong to the skies, to the
mountains. They belong to the
past and the present, they sing
the future. It is in motion.
The Change
FOR THE SHARECROPPER I LEFT BEHIND IN '79
Thirteen years ago, before bulk barns and
fifth gear diesel tractors, we rode royal blue tractors with
tool boxes big enough to hold a six pack on ice.
In the one hundred, fifteen degree summer
heat with air so thick with moisture
you drink as you breathe.
Before the year dusters sprayed
malathion over our clustered bodies, perspiring
while we primed bottom lugs,
those ground level leaves of tobacco,
and it clung to us with black tar so sticky we rolled
eight inch balls off our arms at night and
cloroxed our clothes for hours and hours.
Before we were poisoned and
the hospital thought we had been burned in fires,
at least to the third degree,
when the raw, oozing, hives that
covered ninety-eight percent of our bodies
from the sprays ordered by the FDA
and spread by landowners,
before anyone had seen
automated machines that top and prime.
While we topped the lavender
blooms of many tiny flowers
gathered into one, gorgeous.
By grasping hold below the petals
with our bare, calloused, hands
and twisting downward, quick, hard,
only one time, snapped them off.
Before edgers and herbicides took
what they call weeds,
when we walked for days
through thirty acres and
chopped them out with hoes.
Hoes, made long before from wood and steel
and sometimes (even longer ago)
from wood and deer scapula.
Before the bulk primers came
and we primed all the leaves by hand,
stooped over at the waist for the
lower ones and through the season
gradually rising higher until we stood
and worked simultaneously,
as married to the fields as we were to each other,
carrying up to fifty pounds of fresh
leaves under each arm and sewing them onto
sticks four feet long on a looper
under the shade of a tin-roofed barn, made of shingle,
and poking it up through the rafters inside
to be caught by a hanger who
poked it up higher in the rafters to another
who held a higher position
and so they filled the barn.
And the leaves hung down
like butterfly wings, though
sometimes the color of
luna moths, or Carolina parakeets, when just
an hour ago they had been
laid upon the old wooden
cart trailers pulled behind
the orange Allis-Chalmers tractor
with huge, round fenders and only
a screwdriver and salt in the tool box,
picked by primers so hot
we would race through the rows
to reach the twenty-five gallon
jugs of water placed throughout
the field to encourage and in attempt to
satisfy our insatiable thirsts
from drinking air which poured
through our pores without breaking
through to our need for more
water in the sun.
Sun we imagined to disappear
yet respected for growing all things on earth
when quenched with rains called forth
by our song and drumming.
Leaves, which weeks later, would be
taken down and the strings pulled
like string on top of a large dog food bag
and sheeted up into burlap sheets
that bundled over a hundred pounds
when we smashed down with our feet,
but gently smashing,
then thrown up high to
a catcher on a big clapboard trailer
pulled behind two ton trucks and
taken to market in Fuquay-Varina
and sold to Philip Morris and
Winston-Salem for around a buck a pound.
Leaves cured to a bright leaf,
a golden yellow with the strongest
aroma of tobacco barn curing
and hand grown quality
before the encroachment of
big business in the Reagan era
and the slow murder of method
from a hundred years before.
When the loons cried out in
laughter by the springs and
the bass popped the surface on
the pond, early on, next to
the fields, before that time
when it was unfashionable to
transplant each individual baby plant,
the infant tobacco we nurtured, to
transplant those seedlings to each hill
in the field, the space for that particular plant
and we watched as they would grow.
Before all of this new age, new way,
I was a sharecropper in Willow Springs, North Carolina
as were you and we were proud to be Tsa la gi
wishing for winter so we could make camp
at Qualla Boundary and the Oconaluftee
would be free of tourists and filled with snow
and those of us who held out forever
and had no CIBs would be home again
with our people, while the BIA forgot to watch.
When we still remembered before even the Europeans,
working now shoulder to shoulder with descendants
of their slaves they brought from Africa
when they sold our ancestors as slaves in the Middle East,
that then the tobacco was sacred to all of us and we
prayed whenever we smoked and
did not smoke for pleasure and
I was content and free.
Then they came and changed things
and you left me for a fancy white girl
and I waited on the land
until you brought her back
in that brand new white Trans Am,
purchased from our crop, you gave her
and left her waiting in a motel,
the nearest one was forty miles away,
but near enough for you
and for her and I knew though
I never spoke a word to you
about it, I knew and I kept it to
myself to this day and time and
I never let on
until I left on our anniversary.
I drove the pick up
down the dirt path by the empty fields
and rented a shack for eighty dollars,
the one with cardboard windows
and a Gillespie house floor design,
with torn and faded floral paper on walls
and linoleum so thin over rotted board
that the floor gave if you weighed over
a hundred pounds, I did not.
And with no running water of any kind, or bathroom.
The one at hilltop, where I could
see out across all the fields
and hunt for meat when I wanted
and find peace.
I heard you remarried
and went into automated farming
and kept up with America.
I watched all of you from the hill
and I waited for the lavender blooms
to return and when it was spring
even the blooms had turned white.
I rolled up my bedroll, remembering before,
when the fields were like waves on a green ocean,
and turned away, away from the change
and corruption of big business on small farms
of traditional agricultural people, and sharecroppers.
Away, so that I could always hold this concise image
of before that time and it
floods my memory.
Off-Season
FOR FIELDWORKERS AND FRAMERS LIKE ME
Early, on grayest morning, when we
nettled deep in between rows,
tobacco and sweet potato,
both two seasons away from planting,
you reasoned I belonged there,
flowing like creek water
below our bright leaf fields,
then showing only golden stubble and root.
You said IÆd never make it
swinging hammers and teething
saws for Inland Construction.
I raised my back wings, those muscles
wrought from priming rows, muscles
which cradled my ribs and sides. I
chucked tools in the flat bed, headed
north, to the city sprawled out like
scattered masonry and split rails, Raleigh,
smoked factory winds and speak easy halls.
A white chicken fell off a Tyson rig,
just a bit ahead of me on Saunders Street.
I called her ôHookerö
from walking down the red light street.
The Inland guy hiring was big and red,
sat behind a door laid flat for a desk on cinder block.
He chuckled much like you
at the sight of me, but the fields and breaking horses,
justified my ninety pounds of lean.
Next day he had me start out on a crew full of men.
Men whoÆd never seen a woman work
that way in town, first
time I had a chance to operate a back hoe,
first time I got to frame, and when I swung the hammer
full leverage, three pounds drove in sixteenpennys straight.
In six weeks, I made foreman.
Just before I drove back to you.
ôHookerö almost got pecked to death
by our bantams--citified as she was.
I laid out so much money, I beat
what you pulled in for fall. We settled in
for the long freeze. You ate ridicule and haste.
We never were the same,
until spring when the fields reclaimed
us as their own and we returned
to what we both knew and belonged to.
The off-season only an offshoot
in what we were meant to be.
You never did know this part
of what I am. Fieldworker, or framer,
I only showed you what you said I couldnÆt be.
Sorrel Run
FOR DAD
Sorrel red and built to tamp devils into dust,
her withers keen,
this young mare she challenges northers
winds her quarter turn on a dime,
stands full-breasted, trigger-flexed,
her hinds the shape of running.
Her back flutters a deer fly, whacking the heavy air
as if it were something permeable.
My hands toss the saddle, cinch down, and
pull me up sixteen hands, leg over
and stirruped, legs loose as if this were still
the first day on a green break lunge line.
Soon as we head out, riding open,
past thistle and gates, she catches a gait of her own.
A strong throttled beat--deep and drumming,
my hair whipping
like a frayed flag,
all I see is the cliff edge
and her ears tilting, tilting back. All I feel is her life spark
charging full center forward. All I
know is we have about five flat minutes
on this red runaway, until itÆs us flying out--
and she is determined.
ôTurn her down.ö ôBite her ear.ö ôWind her
down.ö I hear someone say inside me. ôTurn her down.ö
My hands grip both reins and pull down, leaning
all the way on her right side like a trick
ride at midpoint rodeo. I tug leather down to my ankle
reach up bite her ear, tug down and hold and hold and pray
once, loud enough for prayers to carry from my mind
to the Dog Road, to Capella in Auriga,
or Deneb in Cyghus,
and she swoops
neck over and circles tight, winds, pivots
into that particular dime turn, and every-
thing turns red as when you close
your eyes in the sun. Everything is swirling,
bent double, both of us.
WeÆre one in the most unfavorable fashion.
Rider and horse, yes, but one and the same.
For years they said she never cut loose, or
pulled a runaway again. But I did,
still am. Somewhere in the circle
we traded. I saved her; she blessed me.
She makes a great ride now and I carry out
all her plans for escape--
Putting up Beans
FOR HAZEL AND DEJA
My cotton-covered lap apronned for canning,
summers ago, I snapped green beans for an old lady.
Green beans far from French-styled,
not even French Canadian,
more Huron I suppose, Tsalagi on the southern side.
Holding hard with indexes, thumbs, double-handed
popping apart plump green strings
fresh from leafy hills in the fields.
Bristling with bees and dirt wasps.
Slightly rubbery, slightly sweet
enough bushel baskets to put away winter hunger
for about another year.
I remember the first time I canned in the barns,
tobacco barn burners gassed up blue,
I filled four steel washtubs with seventy pint jars each--
forty if they were quart sized Masons.
The barn itself layered in rafters
for hanging sticks
filled with great leaves of tobacco, green as beans.
Though soon to be gold and brown cured.
Now nowhere near Winston or Salems.
Not even close to American Spirit.
More likely Bull Durham and Drum.
Full flavor sticks hung all through the entire shingle barn,
above my head where I set gas to boil beans and
waited outside underneath the tin shade
resting on poles which were only sideways logs.
A wasp landed near my shoulder
and died.
Maybe it got cured inside the loft.
It was huge, black, hard and shiny, so
large the only dime in my pocket
barely marked its half trunk.
I remember ant lions tossing dust
up over the dead wasp
like a funeral.
And the funeral for the grandma down the road
how sheÆd spent so much time making this apron
I remember on my lap.
In a time where women donÆt wear
aprons much anymore.
#4 Southwest Chief/LA Central
FOR DERYA AND HEID
The sheen of incandescent lamppost light travels this rail,
up ahead the Conductor
reminds us, ôif thereÆs anything
we can do to make your trip æworthlessÆ just let us knowö
and no one cracks a smile.
This Amtrak car glides between
concrete pillars wrapped with steel for quake protection.
Projects plastered in graffiti by day now sink into 9:00 p.m. comfortable--
this time of night youÆd think they were condos
if you rode this rail for the first time.
What I see is concertina riding chain link fence tops--
as if there is an escape attempt due any moment.
Then, somehow, I see myself in the window. Not a reflection
but an actual replica looking back at me and at the glare,
over further than a bounce of light could flash, where
planes coming in to land look like falling stars,
and IÆm taking my mother to the asylum in my memory.
I can still hear her saying, ôBad, bad girl.ö and ôLook
at the pretty stars and Christmas lightsö sometime late July.
L.A. River on my left, tonight thereÆs water more than trickle down.
Along the concrete banks where someone wrote out ôRECKLESSö
a concrete mixer is parked right by the river and rail,
and one single truck has its lights on bright.
By morning, jump starts will cardiac it back to life.
My gut aches. The whole worldÆs in a window at Fullerton and
through arches, past electric globes, it spins
high over a Pepsi machine on the floor far below.
Bad, bad girl. Look at the pretty stars and Christmas lights.
Baggage
FOR PUMPKIN
We watched grocery rows
through an iron grate,
strangersÆ hatted heads
below our feet and floor.
In the small-town apartment
straddling the general store
we spent days and nights
pretending to be spies.
My sister and I
still young enough
to carry.
We were
carried in with
a banded wheat-colored suitcase,
its sides blackened
from radiator burns,
Our crumpled cotton shifts
And wax crayons
Tucked inside.
Attached to the handles were
fluttering tags,
the names
of those who dropped
us here
and left.
Each time the customers
strode aisles below
they might have been walking
softly lit halls between
psychiatrists and guards--my
daddy visitor, mama patient,
In Dix Asylum.
Eternity Safeway
FOR VAUGHAN
Curses whisper from
Somewhere beyond our peripheral vision.
Parking lot, Safeway.
safe way
Leaning back
my light brown boy says,
ôMom, thereÆs no one there.ö
The curses continue,
not from human lips,
at least not those in the here and now, but
someoneÆs on the other side.
over there.
One who walked this gray Safeway plaza
a million times or more.
One who still tries to catch the glass auto-door
at precise moments to mingle with the living,
or at least those convinced they are.
Slipping into box boy mania,
aisles and aisles dwindle
to checkered cashiers,
the lowest paid public performers.
Waitresses barely beat æem out by tips.
Only tip number three gal ever received was to bundle up,
the front moving in quicker than predicted.
Box boys bring oxygen tank
for lady senior,
as if it were a box of Rice Krispies.
The tankÆs connecting blue plastic hose is
Lady Grey HairÆs extended visa to
Planet Earth.
She climbs into silver taxi.
Her driver pulls away.
Hearing vulgar whispers, my mind
Brings back the bag lady next to dumpster,
late last summer,
who claimed her son would
come back
any day.
He didnÆt really mean to leave her in the
city
all
alone.
Mornings my hands passed oranges and sandwiches
into her crab cage palms
two times a week. And I remember
that other one,
the apple dried older man
who talked out loud though
no one understood.
He was Indian, like a lot of us
but, we didnÆt know what tribe,
what dialect, he was.
He couldnÆt trust us to take him away from the granite curb.
Someone had pushed him out a car door where he still waited.
As if whoever dumped him like a box of styrofoam
would return, take him home.
Government Relocation Program victim?
No one really knew.
We gave him Sandwiches, sardines and mayonnaise.
My kids rolled him an old wool blanket.
Over the years he went from limp
to cane
to walker,
some Skins got him a nice one
from St. Vincent de Paul.
Then some rank skin heads trashed his aluminum aid, they
got him drunk
holding back his head.
He must have been close to ninety
when he disappeared.
We asked everyone for miles anÆ miles,
at corner stores,
on curbs,
sidewalks,
streets,
all over Indian town,
no one ever knew
where he went,
who abducted him this time.
If he lived and breathed.
Or, died alone
picked up by street sweepers
brushing up loose leaf.
Leaning back
hearing whispers
my light brown boy says,
ôMom,
thereÆs no one there.
Can you hear cussing?ö
I smile,
rub his shoulders,
ôI know, kinda scary, huh?ö
He blinks and listens.
Waiting for the Last Lunar Eclipse, 2004
FOR ALL THE HOMO FLORESIENSIS
I dreamed of a sudden eclipse
revealing unexpected stars
causing me to shift in my sleep,
remember mounds assembled,
basketful by basketful--the building.
Various earths carefully compiled
commemorating dead immortal
underneath compelling skies.
A woman peeling slivers
from a great ball
hanging loose leavings
like locust leaf--silver.
Then stars filled sky--radiant.
While earth wrapped moon in rose
I imagined night briefly breaking
light barriers like pulses, in other
daytimes, somewhere far beyond.
Here in the muck of morning,
where gray slates sky
and drizzle threatens
Oneonta, New York,
a star, or two, may hover blind.
Constantly preparing plenty
wholly pondering day,
hoping to light the world like us,
and we in welcome wait.
WHEN THE ANIMALS LEAVE THIS PLACE
Underneath ice caps, glacial peaks
deer, elk, vixen begin to ascend.
Wild creatures camouflaged as
waves and waves receding
from plains pulling
upward slopes and snow dusted mountains.
On spotted and clear cut hills robbed of fir,
high above wheat tapestried valleys, flood plains
up where head waters reside.
Droplets pound, listen.
Hoofed and pawed mammals
pawing and hoofing themselves up, up.
Along rivers dammed by chocolate beavers,
trailed by salamanders--mud puppies.
Plunging through currents,
above concrete and steel man-made barriers
these populations of forests flee
in such frenzy, popping splash dance,
pillaging cattail zones, lashing lily pads--
the breath of life in muddy ponds and still lakes.
Liquid beads slide on windshield glass
along cracked and shattered pane,
spider-like with webs and prisms.
ôLook, there, the rainbow
touched the ground both ends down!ö
Full arch, seven colors showered, heed
what the indigenous know,
why long ago they said people didnÆt belong here,
that this land was meant to be wet with waters
not fertile to crops and domestic grazing.
The old ones said,
ôWhen the animals leave this place
the waters will come again.
This power is beyond the strength of man.
The river will return with its greatest force.ö
No one can stop her.
She was meant to be this way.
The rainbow tied with red and green like
that on petal rose, though only momentarily.
Colors disappear like print photograph fading.
They mix with dark grey surrounding.
A flurry of fowl follow
like strands, maidenhair falls,
from blackened clouds above
swarming inward
covering the basin and raising sky.
Darkness hangs over
the hills appear as black water crests,
blackness varying shades.
The sun is somewhere farther than the farthest ridge.
Main gravel crossroads and back back roads
slicken to mud, clay.
Turtles creep along rising banks, snapping jowls.
Frogs chug throaty songs.
The frogs only part of immense choir
heralding the downpour, the falling oceans.
Over the train trestle and suspension bridge with
current so slick everything slides off in sheets.
Among rotten stumps in dark bass ponds,
catfish reel in fins and crawl,
walking whiskers to higher waters.
Waters above and below
the choir calling it forth.
Brightly plumed jays and dull brown-headed cowbirds
fly as if hung in one place like pinwheels.
They dance toward the rain crest,
the approaching storm
beckoning, inviting, summoning.
A single sparrow sings the stroke of rain
past the strength of sunlight.
The frog chorus sings refrain,
melody drumming thunder,
evoked by beasts and water creatures wanting their homes.
Wanting to return to clearings and streams where
white birch woods rise and tower over
and quaking aspen stand against
dark, dark veils--sheeting rains crossing
pasture, meadow, mountain.
Sounds erupt.
Gathering clouds converge, push,
pull, push, pull forcing lightning
back and forth shaping
windy, sculptured swans, mallard ducks, and giants
from stratocumulus media.
As if they are a living cloud chamber,
As if they exist only in the heavens.
Air swells with dampness.
It has begun.
Before the Next Dawn
Before the Next Dawn, it was as it had been for tens of hundreds of years.
And life itself was as it had been for thousands upon thousands.
Across the horizon plumed and feathered ones danced in the heavens,
tiny ones crawled beneath grasses, raised by summer heat,
upon them thundered thousands and thousands of hooves and feet.
This was the place of trading, the settlement of ten-thousand people,
six cultures, bands, tribes, and all the families encompassed.
This was the place where a traveler might stop to rest, to eat, to
be with people after weariness set in. It was the place of peace.
Marking their occurrence in the world, as all people do,
structures were erected from wet earth hauled in baskets.
Then strategically placed to form the designs of reverence.
As people passed, they were honored with significant mounds
of their own and became a part of this landscape forever.
Large boulders were moved from the past settlement
and pieces were etched in accordance with the need for
implements sharpened, for the changes in cosmology, for
fine pink granite dust to make ghost-white face paint for mourning.
And The People lived as they were told
and worked with one another as cities do.
They prayed together and alone, as people tend to do.
The government was steady and worked
for common good of all citizens
as all governments are supposed to.
And, they lived and prospered
sometimes traveling up the river
to other settlements for trade,
to import and export goods. Sometimes
settling in, relishing afternoon Sun--easy.
This is the way is was and The People
were sure would always be.
Stories began to circulate about
a coming of a new mankind.
Stories as common as changing clothes
in those days, daily ritual,
keeping track of experiences
and instruction for educative purposes,
for social event as Story existed
around the entire Mother Earth. But,
these Stories foretold terror,
a beast of a man who seemed to think
nothing of putting a life to an end
of a woman, a child, of The People. Of Strange men
Without families who came
in the night, siccing war dogs, sounding
monstrous weaponry that could kill
without even touching a man, at
a time when to actually touch an enemy
meant greater valor than to end his life.
The Stories told of
Strangers coming by boats across
the end of The Land's watery edge.
Of disasters left behind their journeys.
Once Story even told of an entire settlement
being burned in Night
While The People slept peacefully
waiting for the New Dawn to come.
And there was proof. Strange blankets,
with beautiful colors and fabric
thickly woven from thread not of these prairies and
plains, not of buffalo hair, nor dog hair,
nor of any plant ever worked for cloth here.
These blankets preceded the coming through trade
amongst all The People living
upon the back of the Turtle Shell
compromising the Northern body of
Western Hemisphere stretching
from the Arctic to the Antarctic where some hundred
million people were already so safely home.
At first, when the blankets arrived,
The People were mesmerized with them,
They immediately became part of the daily wear, highly coveted.
The foretold powers of the Strangers soon strangely
revealed themselves through an odd illness.
Not like any illness that had ever been
upon The People until this day.
It was a plague of great magnitude, where
thousands upon thousands succumbed
to its wrath. There was a mark
upon the earth--the Stranger's power.
It was the power of death without touching,
without even seeing the odd
Instruments throwing fire and pellets into a Human
Being from a distance away.
It was this same power without even the sounding death instruments.
There was a grave mark upon the earth,
A scar and it revealed itself through pockmarks and scars
upon The People. This power killed.
No roots, herbs, medicines proved
effective to fight its course.
Disease unleashed upon This World from
blankets traded to The People
upon contact that had been hoarded in trunks after
being removed from bodies
of victims in The Lands Across The Waters
far, far away, and brought here
to make colonization an easier task. It had been
effective in other travels
of the new Stranger mankind. It was the beginning of germ
warfare, maybe the first ever practiced on the face of Mother Earth
and The People who had always been
soon were almost lost. Those surviving vowed to
remember what had been, and
to ensure that their children's children would not forget the
ancestors who preceded them.
This is world history. This gorgeous settlement site
nettled with bluestem, red grass--Blood Run.
Pitted pink granite testifies to thriving culture
of time before New Dawn.
Yet somehow miraculously still bouldering the horizon.
This is a Story of Blood Run and of the sudden
regional mound culture demise.
While we face today's renewed Fear of Plague, of deliberate
unleashing of Smallpox, let us not
forget that it has happened here before. Let us
remember the men, women, and children
Who succumbed to such diseases spread by and before the
approach of the new mankind.
Who certainly appeared as terrorists
upon the natural prairie and plains and
It's original inhabitants.
Recently we witnessed sacred
sites, demolished, toppled
during yet another overthrow.
We silently witnessed desecration of a culture's
sacred sites in the east, just as the rest
of the world witnesses gravel pits, golf courses,
housing erected upon graves
without regard to Great Grandmothers, Great
Grandfathers who sleep here
in this land puckered with soil carried
in many, many wound and coiled baskets,
by dozens and dozens of hands working in unison
for common good in building earthworks
community civic sculpture, structure, safe barrier bound by
earth and taking in the bones
Of The People upon their untimely passing.
Sun pulls blue up from the Darkening Land,
raises the lid each dawn
Over the same ruins
of this great civilization of time ago,
Over the timeless prairie
glistening river, streams.
It is in this dawning
consciousness is raised.
An age of man now reflecting respectfully
upon another Man's glory.
Still in danger of monstrous machines,
bulldozing scars upon the soil,
Lifting the earth's very skin up,
barring her bones and bones
of her people for raking, then smothering her
breath with concrete, brick, mortar
Never more allowing her to freely breathe.
May she breathe again.
May she breathe.
May the revealed find refuge.
May the revealed find peace.
May she breathe.
May she breathe again.
May the revealed find delivery.
May the revealed find hope
May she breathe again.
May she breathe.
May the revealed find hope.
May the revealed find delivery
May she breathe.
May she breathe again.
May the revealed find peace.
May the revealed find refuge.
May she breathe again.
May she breathe.
May she breathe.
May she breathe again.
Dog Road Woman
They called you
grandma
Maggie like
Maggie Valley.
I called on you
for your knowledge
of pieced cotton.
I worked clay
to pottery
and thread to weave
but had no frame
nor understanding
of pattern
in quilting.
Climbing high
in sacred wood
which feeds the
eternal fire,
I captured
hickory twigs
you wanted for
a toothbrush
to dip snuff.
Ninety-two year old
leathered fingers
caressed stitch
and broadcloth
into blanket.
You with your apron
and bonnet
and laughter
at gold dollars
and processed meats.
You who taught
me to butcher
without waste
and who spun
stories on your
card whenever I
would listen,
we fashioned stars.
https://www.wpm2011.org/node/445
Worlwide Aboriginal Poets: Allison Adelle Hedge Coke
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