Carmen RUBIO
Purullena, Granada (España), 1958. Reside en Madrid. Funcionaria. Miem. Asoc. Prometeo de Poesía (A.P.P.), grupo del Octógono. Comendadora Orden F. de Quevedo.
Poemarios publicados: "Rumores" (1992), "En el bosque del sueño" (1992), "Los bosques de la luna" (1994), "Desván de la memoria" (1997), "Rumor de la tierra" (1998), "Moyra se asoma al mar" (1998), "Jardín con interior y otras penumbras" (1998), "Galería para cobijarse de la lluvia" (2000), "El tiempo detenido" (2003),Equipaje de vuelta y Soliloqio de invierno.
Premios (a poemarios): Cdad. de Benicarló (1993), Bahía (1997), Antonio Machado (1994), Prov. de Guadalajara J.A.Ochaíta (1996), Cdad. de Mérida (1998), Eladio Cabañero (1999), Juan Alcaide (2003), Tardor (2005).
A VECES, LA MEMORIA lo devolvía al verano,
a aquella luz exacta de los días sin fecha.
Recordaba el olor
del cuarto que asistiera al primer fuego,
a la silente voz de las miradas,
cuando los sobresaltos tras la puerta sin llave,
desbocaban el pulso, e imprudentes,
se dejaban mirar por los espejos.
Entonces, parecía
que no iban a acabar los ojos del asombro.
(2002; de "Equipaje de vuelta", 2005)
VIENES DE LAS ACERAS, de un murmullo
de pies y de deseos
que arrastran a su esclavo.
Cada noche, escapa un poco más
el sueño de tu alcoba.
Oyes crujir la puerta, los cerrojos.
Te miras al espejo y ya no sabes
coincidir con aquel que poseía
el don de la presencia.
Calle arriba, el asfalto
te perdió sin apunte.
(2002; de "Equipaje de vuelta", 2005)
SEDUCCIÓN DE LA ESPUMA
Y me llega de ti, por las caderas
-seducción de la espuma-
ese dulce temblor que al costado se ovilla.
Vas mojando mi falda en tus abrazos
transcurridos de peces,
cuerpo inerme, sin llama,
con tu urgencia de gotas,
hilvanando grilletes de herrumbre entre mis dedos
mientras yo me entretejo en tus corales,
lenta, como el olvido.
Bebiéndome la boca en un sorbo de sal,
reclamándome todo,
me violentas el sueño,
me desnudas, me lames –tan confusa esta piel
de valle no pisado-
y siento un desangrarme de dulzor en tu vientre.
Mas tú tan sólo eres
agua, vaivén de estrellas, imposible caricia,
cuerpo total de amor
que al tacto se deshace,
que me repta la piel y me tensa los senos,
que me inunda de espuma
el labio y la garganta,
mi latido total…
Consentido de mí,
me pronuncias despacio
como gustando el feudo antiguo de mi nombre.
Y ya soy parte tuya,
isla en gran desamparo que besan tus alisios,
donde la soledad y distancian desposan
al pez insobornable.
El ámbito se puebla de reflejos
metálicos y fríos.
Un aire desigual me transita los huesos.
Tú, tan voluptuoso,
casi, casi salobre,
me recubres de líquen, me penetras.
Del libro: "Equipaje de Vuelta" (Premio "Tardor" de poesía en Castellón de la Plana, Alicante, España).
A veces es preciso
escapar del encierro, someterse
a la hora del gozo,
cuando la luz se sienta y nos contempla,
invadiendo el espacio del ojo que desnuda;
esperar que el declive perfecto de su espalda
de andrógino se curve
y dejarse caer, ser arrastrado
pasto de su deseo.
Los reflejos nocturnos, los olores,
las últimas esquinas. Me mirabas.
Arrastraba el deseo
aquel lento verano de la costa.
Se nos pasó la noche en recorrer
el paisaje feraz de nuestros ojos.
Ya nunca más volvimos
a asistir al milagro.
Trae pegada a los ojos la niebla de los trenes;
en su libro de adioses una calle.
Pecho arriba custodia los harapos de un tigre.
Tantas y tantas noches
sirviendo a la costumbre
cegaron su rescoldo.
Recorre la ciudad como una sombra.
Alto y desasistido, va dejando,
lo mismo que la tarde, su ceniza.
Daban a cualquier sitio los balcones.
Se cerraba la puerta y se abria,
incesante,
al jardin devastado.
Arreciaba el otoño.
La atmósfera en penumbra, los espejos vacíos.
Volver es no encontrar
porque nada pervive al abandono.
La casa se llenaba de maleza.
Los ojos del viajero, como el humo
de un cigarro,
miraban hacia adentro.
Allí estaba,
pendiente
de un clavo en la pared,
con su vestigo negro
de raso, de domingo.
El cuarto era una sombra.
Parecía que sus ojos
no iban a llegar nunca.
Contra tu nuca,
el aire da las cartas.
La noche, sin pudor, juega a canicas
con tus ojos de tigre desdentado.
Un fósforo encendido delante de tu rostro
te recuerda que has vuelto.
Intentas retener lo que te trajo
el viento de la tarde,
un aroma de agua o ropa puesta al sol.
Tus ojos se entretienen en la llama
mientras das unos sorbos de tu taza vacía.
Fuera sigue el diluvio:
"Buenas noches tristeza".
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