lunes, 2 de mayo de 2011
3787.- RAÚL JURADO GALLEGO
Raúl Jurado Gallego nació en Badajoz el 18 de mayo de 1978. Cursó estudios de Humanidades y Ciencias Sociales y es Técnico Superior en Gestión Comercial y Marketing. Es poeta y colaborador en varios medios y revistas culturales, así como miembro activo en diferentes comunidades literarias y poéticas. Escribe algunos textos en altuestremeñu y castúo (variantes lingüísticas de Extremadura) y cultiva la variante poética japonesa denominada Haiku. Algunas de sus composiciones poéticas han sido publicadas en la Revista Cultural El Cinollo de Villanueva del Fresno (Badajoz). Desde el año 2005 reside en Cáceres.
POESÍA:
Simples discurrires. La caja desempolvada (2009).
Lo bueno de ser una rata (2011).
Poetas del mundo con Cáceres, siempre. Antología. (2011).
El mundo a través del ojo
Hay un hombre que insufla silencio,
un silencio rutinario abstraído del objeto.
Un objeto es esa sombra tangible de algo
capaz de volar, reptar o nadar,
algo que colgado del aire se tambalea,
que al cobijo de unas manos se siente forma.
Pero, ¿quién moldea las formas?,
¿quién decide asignar al rojo el rojo
y al verde la esperanza?
Contemplar la silueta de un beso en la arena
es sentir la delicadeza de unas manos
rozar la espalda, tocar el alma,
la luz efímera que dejó impresa
el batir de unas alas con fundas de plumas.
El sombrero que antes fue paja y antes de paja
vida,
pero, ¿quién moldeó su forma?
Hay un hombre que insufla silencio,
un silencio rutinario abstraído del objeto.
De Tallado en la madera (inédito).
Misterio
No es la universalidad del hombre
la que crea antes de hallarla incertidumbre,
es más el contorno misterioso
de su sombra solapada;
cuerpos cambiantes como tendidos
al aire buscan ser uno al lento ocaso,
inocentes como el primer ser
que envejece solo y experto vehemente.
A vueltas con el desvelo escucho
marchar al otoño junto a las aguas
en un silencio repentino que aqueja.
De Tallado en la madera (inédito).
Ecos del valle
Mi voz sola se va,
cae por los bancales
del cerezal.
Vete pausada
por las tristes laderas
de las alamas.
De las alamas vuelve,
te ignora el valle,
con su oscuro desdén
poco amigable.
Mi voz planea el viento,
en canoas de nubes
bajo el lucero.
Vuelve tranquila,
por los surcos del tiempo
pendiente arriba.
Pendiente arriba vuelve,
sin miramiento.
Grito descontrolado
flor de cerezo.
De “Tallado en la madera”
Cáceres monumental
“Cada vez que las facultades humanas alcanzan su plenitud,
necesariamente se expresan
mediante el arte”.
JOHN RUSKIN
Me siento partícipe de tu ostentosa sombra
absorbido ante tal magnánimo
cúmulo de siluetas.
He conseguido vaciar mis expectativas,
mis creencias e ideas
imaginándote días atrás,
dibujándote noches enteras.
Adarves intrincados que llevan al cielo
adoquinado también por fusión
del horizonte mismo.
Palacios que confinan secretos señoriales
de marqueses y sus doncellas.
Y casas. Y torres.
El Sol. Y la Yerba.
Templos religiosos que alborotan
con el tañer de sus campanas
a coloniales cigüeñas que coronan cada techumbre.
El poder de la piedra hecha piedra,
de la fe hecha forma.
Acervo monumental de inmensidad izada al cielo,
cuajo fastuoso de sabiduría arquitectónica,
de laboriosas manos,
albergue nobiliario y divino
que el hombre ha regalado al hombre.
La maleta
“A mi faro en la tormenta, a mi sol de invierno,
a mi vida Lara”
Sin doble fondo, he visto un nenúfar brotar
del quebranto de un espejo
y que un libro de hojas en blanco
de boca en boca sopla a contracorriente.
Frasco de moras cautivas,
zarzales que te soltaron,
que alquitranaron mis huellas
y jamás dejaron rastro.
Sé del canto de puñados de pétalos
que en alboradas se lleva el aire
al balcón de una azotea que mira abajo,
más cuelga de unos hilos, de unas manos,
con alfileres de tender, que suben y bajan.
Sé del aliño de mis momentos opacos
que en tu sonrisa se pausan en el tiempo,
del deshielo de la luz del glaciar
que derrumba hojas de otoño para forjar
los pasos de mis gélidas pisadas.
Sé de los sueños pueriles de volar sin alas
que quedaron atrás y ahorcaron la nostalgia
en la rama de un ciprés.
Sé de la danza ancestral de mi lánguida voz
cuando dice que te quiere
y el retumbar de unos timbales sepultan párpados
en el malva de tu blanca calma.
La hice,
y tal vez mañana el tiempo arranque a pedazos
la sombra de aquel ciprés que el sol moldeó
a su gusto y la luna deshizo al relente,
vacía de sueños, plena de ti.
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