Stephen Morrissey
Poeta y educador, nació en Montreal, Canadá, en 1950. Asistió a escuelas públicas, graduándose de Bachiller en Artes y con altas distinciones en el dominio de la lengua inglesa en la, en ese entonces (1973), Universidad Sir George Williams (rebautizada Concordia). Tres años después hizo una maestría de idioma en la McGill. Morrissey fué laureado con el premio de poesía Peterson durante su estancia en esta prestigiosa universidad.
Ha publicado 7 libros de poesía incluyendo Los árboles del Desconocimiento (The Trees of Unknowing, Vehicule Press, Montreal, 1978), Divisiones (Divisions, Coach House Press, Toronto, 1983) y Album de Familia (Family Album, Caitlin Press, Vancouver, 1989).
La poesía de Morrissey es visionaria y conmovedoramente confesional. Ha sido influenciado por dos grandes pensadores del siglo XX: J. Krishnamurti, a cuyas lecturas asistió en Suiza, California y Nueva York y C. G. Jung, cuya influencia está presente en La Trilogía de las Sombras de Morrissey: El compás (The Compass, Empyreal Press, Montreal, 1995) y La Bestia Mistica (The Mystic Beast, Empyreal Press, Montreal, 1997), Mapeando el Espiritu: Nuevos poemas escogidos (Mapping the Soul: New and Selected Poems) fué publicado en 1998 por Muses' Company en Winnipeg, Manitoba.
Morrissey ha tambien publicado siete cuadernos de sus poemas, incluyendo Poemas de un período (Poems of a Period, Montreal, 1971) y mas recientemente "Recordando a Artie Gold" ("Remembering Artie Gold", 2007). El legado literario de Stephen Morrissey, 1963 - 2003 se encuentra ubicado la Biblioteca McLennan de la Universidad McGill. En los 70 Morrissey estuvo asociado con Vehicule Poets (visite www.vehiculepoets.com), un grupo de jovenes poetas que publicaron y organizaron lecturas de poesía en la galería de arte Vehicule de Montreal. En el 2000 Stephen Morrissey y Carolyn Zonailo (www.carolynzonailo.com) fundaron Coracle Press, el cual publica cuadernos de poesía en línea. Visite www.coraclepress.com.
Poems by Stephen Morrissey
Translated from English by Adrián Valdé-Montalván
Translated from English by Adrián Valdé-Montalván
1950
Yo nací en la mitad del siglo:
50 años antes del 2000,
50 años después de 1900.
Los hornos donde cremaban a las personas
apestaban aún.
Idi Amin y Pol Pot eran jóvenes aún.
En 1950, alguien puso un martillo en sus manos
y les dijo:
"Aplastad tantos cráneos
como sea posible"
y ellos lo hicieron.
El cuerpo de Hitler,
piernas carbonizadas,
oscurecidas de cenizas y de hueso,
permanecía aún caliente
y como si aún estuviese vivo
nos hablaba en susurros.
Con su mano derecha, aún sin descomponerse,
dibujaba swastikas en el polvo.
En los 50 yo vivía cada tarde de domingo
a través de la Twentieth Century
en la televisión:
el dia Dieppe,
Messerschmitt y Panzers.
Amigos judíos en la escuela
perdieron ambas ramas de sus familias
y ya nunca las conocerían.
Un día sabrán—nos decían.
Y nosotros imaginábamos que aún podríamos oír las bombas
explotando en un cielo rojo,
escondidos bajo las mesas de la cocina,
mientras las sirenas de las incursiones aéreas
resonaban a lo lejos evocando en nuestra mente
el sonido de las ametralladoras
como la lluvia cayendo sobre un techo de hojalata.
Tantas balas se dispararon como personas murieron
en Babi Yar, alrededor de 10 000.
En Dresde las calles se convirtieron en asfalto líquido.
Todo eso impregnaba la atmósfera
como humo ¿o eran nuestras mentes?
un prolongado grito ¿o era Mao Tse Tung
y la Gran Marcha del ejercito rojo,
el paso de la gente a través del continente
de este siglo?
Sus nombres como ciudades,
lugares donde la gente era llevada y ejecutada
o claudicaba y se rendía:
Stalin, Hitler, Mussolini
Ho Chi Minh, Castro.
Yo nací en la mitad de un siglo
conocido por su crueldad.
Tumbas masivas descubiertas al paso de los años,
soldados polacos ultimados en la foresta fuera de Varsovia,
enterrados allí donde cayeron,
hombres con capas blancas mirando a las bulldozers
develar a los muertos.
Cuerpos ajados, carnes grises, oscuros genitales desnudos
expuestos sin vergüenza.
Colgaron los muertos
sobre las espaldas de los asesinos
como costados de reses.
Vertidos en tumbas colectivas
de millas de largo, cuerpos
hinchados y cubiertos de limo.
Esta semana yo ví los muertos
en la televisión
mezclados y retorciéndose en olas turbias,
coloreándose el agua con la carne en descomposición.
Incontables actos de homicidio,
la muerte del alma, la muerte del espíritu.
Atrapados por aldeanos
que los descuartizaron a machetazos, sus vecinos,
el matadero humano,
dando cuerpo a un rompecabezas de rojas partes.
No podemos reordenarlas.
No podemos tratar con esta mucha muerte.
Así que no pienses en eso.
Vuelve a tu propia vida.
Los muertos no pueden volver a vivir,
no pueden retornar para visitarnos.
¿Qué significan estos cuerpos
ahora que hemos visto tanta muerte?
Luchamos con el demonio, salvemos
lo que es bueno y precioso:
prehistóricas manos dibujadas en una cueva de Lascaux,
los tapices de Bayeux, el libro de Kells.
Con un pie en cada mitad de siglo,
recuerdo cuando Stalin
hambreaba a los ukranianos,
y las mujeres gritaban en las calles de Saigón.
Estamos hipnotizados por tantas escenas de muerte.
Mientras más vemos, más evadimos
nuestra propia mortalidad.
Ejecuciones en las calles, el cuerpo
colgado de un hombre
repetidamente batido con el metal doblado
de una silla,
sus pies a seis pulgadas del piso,
su cara ennegrecida y
una multitud mirando temerosa y reverente
la ausencia de vida en aquel que sólo momentos antes
se nos asemejaba,
los miles de toneladas
de sufrimiento humano como toxinas liberadas
flotan en la atmósfera,
gemidos y gritos grabados.
Ningún catalogo del sufrimiento humano es completo:
Rwanda, Armenia, Liberia, Bosnia...
CUANDO PAPA MURIÓ
Uno
Cuando Papá murió
estuve completamente solo,
sólo un hueso
sin carne ni cara, sólo
un sonido vacio,
una bola resonando en una lata vacia.
Mamá vino esa noche
"es mejor de este modo—me dijo—
mejor la muerte que años de sufrimiento".
Dos
Cuando Papá murió
se podía escuchar
un alfiler caer;
y en una lata
ese alfiler cayendo
sonaba como un repique,
casi campanas,
casi un lamento.
Ese alfiler cayendo
devino una aguja
y traspasó mi corazón.
Mi cara es de cristal
tallado en hielo.
Mira cúan transparente
este dolor,
mira como lo deshago.
Tres
Me tiendo solo en la cama,
de noche, metido
entre las sabanas.
Era pequeño
y Dios cortó mi corazón
en dos pedazos por aquel
a quien amé.
Oh, esta noche es una
sinfonía de viento,
carros y sirenas.
Es luz. Cuadrados y triángulos
se mueven mecanicamente a lo largo
del techo. Entonces yo
desciendo hacia el sótano
del Ser, a la muerte de mi padre.
Nunca hablé de eso otra vez.
Nunca tuve allí sosiego posible.
OJOS VERDES
¿Donde obtuve estos ojos verdes?
Dos mármoles reflejando
el verde océano, dos piezas
verdes de cristal
halladas en la playa
donde se encuentran los ciegos.
Tú me preguntas por ellos.
Yo te digo
que ellos resplandecen en la oscuridad,
un efecto sobrecogedor como de poseído por espíritus
o seres del espacio exterior; ojos que salen cuando termina el día
y se tienden a mi lado sobre la mesa de noche,
mirando fijamente
al muro o alguna
puerta cerrada.
Si el cuarto vibra
por un camión que pasa
ellos se corren una pulgada
a la izquierda y miran las estrellas
en un cuarto de luna.
Yo nací con ojos verdes
¿qué puedo decirte?
Ninguna inyección de doctor creó esos ojos,
ningun adivino llegó hasta mi y me explicó el futuro
ni me dijo el pasado ya no existe
pero donde quiera que vayas
tus ojos verdes
miraran lo que tu nunca quisiste ver.
Con un giro de la muñeca
remuevo estos ojos
y ellos están en la palma de mi mano,
dos habas verdes mexicanas saltando elípticamente,
doloridos puntos verdes en la palma de mi mano,
mirando fijamente al mundo,
como si fuera otro planeta, incapaces
de descifrar
lo que ellos ven, para venir a términos
con esto y con aquello
y quizá con la vida.
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About the translator
Adrián Valdés-Montalván: Born in Havana, Cuba, in 1972, Adrián Valdés-Montalván has lived for several years in Montreal, Canada, where he works as a graphic designer. Adrián is a visual artist and poet who will graduate in July 2008 with his Attestation d'etudes collegiales in Graphic Design and Multimedia; he graduated from the San Alejandro Fine Arts Academy in Cuba. Adrián speaks four languages: Spanish, English, French, and Portuguese. Visit Adrián at his Website.
1950
I was born
in the middle of the century;
fifty years before 2000
fifty years after 1900.
The human crematoria
were still warm;
Idi Amin and
Pol Pot were young
in 1950; someone
put a hammer in their hands
and told them "crush
as many skulls
as possible,"
and they did. Hitler's
body barley cold,
his legs charred black
with ash and bone;
as if still alive,
he spoke in whispers
and with his good
right hand
drew swastikas
in the dirt.
In the 1950s
I lived each Sunday
afternoon through
The Twentieth Century
on television:
D-Day and Dieppe,
Messerschmitts and panzers;
Jewish friends at school lost
whole branches of families
they would never meet-
"one day you'll know"
they said. We imagined
we could still hear
bombs exploding
in a red sky;
hid under kitchen
tables while air raid sirens
wailed, and in the mind's distance
the sound of machine guns
like rain on a tin roof,
as many bullets fired
as people killed at Babi Yar,
over 100,000; at Dresden
streets turned into melted asphalt.
These events caught
in the atmosphere, like smoke
or was it our minds?
A prolonged scream,
or was it Mao Tse-tung
and the Red Army's
Long March,
the passage of people across
the continent
of this century?
Their names are like
cities, places where
people meet and are
executed, or believe
and surrender: Stalin,
Hitler, Mussolini, Ho Chi Minh,
Castro.
I was born in the middle
of a century known
for cruelty: mass graves
unearthed years after burials;
Polish soldiers shot
in a forest outside
Warsaw, buried where they
fell; men in white
coats watch bulldozers
uncover the dead,
bodies limp, flesh grey,
naked dark genitals
exposed without shame.
They hung the dead
over the backs
of the killers
like sides of beef,
dumped them
in mile-long
mass graves;
the bloated bodies
covered with lime.
Even this week
I saw the dead on television
tossed and twisted
in muddy waves, water the colour
of decaying flesh. The many
acts of homicide, soul
death, spirit death;
trapped by villagers
who hacked neighbours
into pieces with machetes;
the human abattoir,
bodies a red jig-saw puzzle of parts.
We can't sort these pieces,
we can't deal with this much
death, so don't think
about it, get on with life,
the dead can't return
to life, they can't
return to haunt you;
what do these bodies mean,
now we've seen
so much death?
We struggle
with evil, save
what is good as precious:
prehistoric hands drawn
on a Lascaux cave;
the Bayeaux Tapestry;
the Book of Kells.
With one foot in both
halves of the century
I remember when
Stalin starved Ukrainians,
and women cried
in Saigon's streets.
We are mesmerized
by scenes of death; the more
we see the more we evade
our own mortality: street
executions, a hanged man's
body repeatedly battered
with a metal folding chair,
his feet six inches
from the ground;
his face turned black,
a crowd watches
afraid and awed
at the lifelessness of what,
moments before,
resembled us;
the thousand tons
of suffering like toxins
released into
the atmosphere, the recorded
groans and screams;
no catalogue
of suffering
is complete: Rwanda,
Armenia, Liberia,
Bosnia...
Stephen Morrissey From The Trees of Unknowing, Montreal 1978
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