Leòn Plascencia Ñol (Jalisco, México. 1968). Poeta y editor. Es director de filodecaballos, editores. Fue director de la revista Parque Nandino. Colaborador de periódicos y revistas de México, Brasil, España, Estados Unidos, Colombia y Nicaragua. Becario del Fonca en dos períodos y de la residencia artística otorgada por el Ministerio de Cultura colombiano y el Fonca. Entre sus premios se encuentra el Nacional de Literatura Gilberto Owen 2005 y el Álvaro Mutis (México-Colombia) 1996. Entre sus libros están Enjambres, F.C.E, 1998; El árbol la orilla, Canadá-México, Ecrit des forges-filodecaballos, editores, 2003, Apuntes de un anatomista de ciudades, 2006 y Zoom, Aldus, 2006. Realizó con Rocío Cerón y Julián Herbert la antología El decir y el vértigo. Panorama de poesía Hispanoamérica 1965-1979, filodecaballos, editores, 2005. Fue director editorial de la revista México Design. Ha traducido a poetas de lengua francesa y portuguesa.
El árbol la orilla
Ángela es un estallido del pasado o Dios con un hacha de vidrio que daña dulcemente.
*
Para nacer me hundo. Hay un abismo luminoso en el pico del colibrí, una ácida bandeja con el paisaje cayendo frente a los labios y una gran puente de plata salada.
*
Sé que sólo frente a los ojos de Ángela puedo ser yo y no un alacrán nocturno. Sé que sólo frente a sus ojos podría existir como un cielo de mediodía.
*
Durante la noche la lengua se entumece. Busco el rostro de Ángela y no está aquí: Tú fuiste mi muerte / sólo te tuve a ti / cuando todo se me iba.
*
Qué extraña, qué demoledora costumbre saberse solos. En el ojo del mundo una piedra para lo disuelto. Si me acercará de nuevo a Ángela una legión de perros me impediría el paso. Afuera el bosque blanco es un cristal que enmudece.
*
Tengo un mapa reluciente en mi cabeza. Enormes zancudos vagan por el bosque. Escucho la voz de Ángela desde el fondo del estanque. Entre el rayo de su sonrisa las palabras abrasan. Afeité mi cráneo y ahora veo las nubes de un rojo demasiado tenue.
*
Julia viene por la noche. Busca en mis ojos el rastro del día. Una luz entre sus brazos, un lunar en sus pezones negros.
*
La voz de mi madre me llama desde lejos: siento en mis piernas el peso del mundo. ¿Qué tan lejos el cielo y el astrolabio de mi madre? Lo miro a él bucear en el estanque: el agua se transparenta en la mirada del zorzal.
Dios se desvanece sobre el último rastro de la arena.
*
Entre mis ojos el aceite de la muerte y doce años por el niño que vio a Julia adolescente. Una pausa en el desfile de lo blanco, dos ciruelos cubiertos por las alas del silencio. No es este el mundo. Julia se irá al desierto y cerraré los ojos para no verla más.
*
Para nunca más volver Julia arroja mi pasado a una botella. Para nunca más volver me dice: Soy pasado y la frontera del aire es un oscuro rumor que no te pertenece.
*
Acosada por los gavilanes la voz se hunde en el bosque. Mi madre canta y en el aguaje un alfiler es un eucalipto.
*
El rostro de María reposa entre mis piernas. Abre su boca y nadie en la piel más de la cuenta. Respira y huele en la mata negra, traga con la precocidad de la caricia. Sube y baja delicada, con un jugo muy dulce entre los labios, luego se monta, y la luz de un nombre, y el signo del aire y una canción que lo recuerda todo.
*
María viene del silencio y dos chacales comen del pecho de Julia una parte de mi vida que ya no me pertenece.
Mi oscuridad no es la de él.
*
Sobre una cúspide la furia blanca. Los hilos de una respiración marcada por el fuego. Polvo, luego un desastre meticuloso y obsesivo. Para siempre la niña en mi recuerdo. Yo había dicho, pero fue mentira, una exclamación en el oficio de los días. Los pájaros en la oración: aire. El horizonte de nosotros dos se aleja en el alba.
¿Qué ibas a decir, madre?
*
Un bisturí en mis ojos. Las alas del barco negro como una conversación en el verano. Voy a abrir de un tajo mi cabeza para encontrarlo a él. Mi vida ya no existe y las gaviotas arrojan de la escritura el humo de la tempestad.
*
Toda sensación de herida es una flor de invierno.
*
Cada instante como un rosario de palabras. Lejos de aquí está el Sahara. La
habitación arde.
No soy la sombra verde y el revólver.
*
Asciende desde lo oscuro una esquirla. Prevalecemos sobre la piel y es media tarde.
*
Cada fragmento de esta escritura me lleva a ti y me va alejando poco a poco. Cada ojo es invisible.
*
En la barranca del cielo. En el no lugar está la piedra de mis ojos.
*
Sólo quedan fantasmas corroídos por el pasado: veo una nube en la corteza del arce y camino por el bosque hacia la otra orilla; una isla de lo otro, un fracaso que niega la puerta al paraíso.
*
Mi aliento a veces contigo –es la hora en el vacío: quizá algún día encontremos nuestros nombres.
*
Escribir es deshacer:
De El árbol la orilla
POEMAS de ZOOM
Escritura entre los restos de café
todo ocurre así
María Negroni
Es cierto:
la noche retrocede o se alarga en tu pupila. Unos restos, en los restos de café.
Harás un viaje, me dijeron. Harás un viaje para perderte en el cielo o en sus
brazos. Escoge. Y escogí volver a un principio; escogí llamarme así como lo hago ahora. Ahoridad de aquí.
Estaba el rostro de mi flaca es eso: “su origen no lo sé, pues no lo tiene”, lo dijo el fraile que ya sabemos. Entre esos restos que extendí en el plato, entre esa negrura y grumos: restos de lo decible, y algo queda,
algo que está aquí
que se entumece, algo
que es algo. Alguna cosa,
algo.
Fueron pájaros los arrojados por la mano izquierda
para saber del futuro. Una montaña en los dineros
que pagué para saber lo adivinable. Algo falla:
el rostro de mi flaca
se parece al de mi flaca y yo quisiera
que fuera un turbión o, al menos,
sus labios en los míos.
“Harás un viaje” y no hay avance, sólo
los pasos, las cuatro calles y llegaremos
a lo no visto. Vi
desde el equipal el mundo: no se
asemeja a los pliegues de mi flaca. Vi
una parvada de gallaretas formando
el ojo herido, la mancha
que recuerda su desierto.
Quería contarte algo, yo
quería contarte algo. Alguna cosa
al menos: algo.
Cuando vuelo, pienso en Juan de Yepes encerrado en una celda
He volado por el mundo,
mi flaca lo sabe. Ayer
por la tarde recibió una postal
de la nube accidentada de Zimbabwe
Hace dos meses la mandé y lo había olvidado,
como aquella otra de Lisboa que nunca llegó
y tuve que describírsela. Mi flaca es una fiera
que quiere saberlo todo. Por ahora voy y vengo
entre aviones y aeropuertos, entre cielos
de un color distinto y sé que prefiero sus ojos,
el gris desnudo de la tarde.
Turbulencias aparte, al descender en Mazatlán
creí ver a un ángel jugar con la hélice y en mi estómago;
en Madrid llovía; en San Pedro Sula la pista era un río;
en Bogotá vi una serpiente que parecía la cordillera de los Andes,
aunque era de noche y los whiskys saben mejor para el sediento.
He visto montañas, ríos, planicies, volcanes
y escojo sentarme en el pasillo. La claustrofobia, digo
a quien me lo pregunta. Ya se sabe, nunca
he visto un falcinelo pero sí las caderas de mi flaca
que me espera ansiosa a mi regreso.
Cuando vuelo, pienso en Juan de Yepes
encerrado en una celda y abrocho mi cinturón.
Soy torpe y asimétrico mi vida, mas de física
cuántica nada sé y de navegación aérea tampoco.
Disfruto. Mira esa nube, se parece al rostro de mi flaca.
Señorita, ¿cuánto falta para que lleguemos?
Dromomanía
Íbamos como volando,
la flaca manejaba. Dramamine al lado.
Un mar de cañas se extendía, a veces Tricky
o Bill Evans rondaban ligerísimos.
–Disminuya su velocidad, el letrero. Máximo
ochenta y los pájaros aturden. La velocidad
no es rapidez, es sobresalto
y salto en copiloto. –Cuidado aquí,
un bache, aquel auto se aproxima, rebasa ya.
Cuánta violencia, Dios mío. El valle viene
después de la subida y cambia la flaca
de velocidad. Una nube olmos sauces huizaches
fragilísimos margaritas en el borde autos
que van quedando atrás. Hay
negro y la lluvia se aproxima
como ese pueblo que ahora estaba aquí
y ya se aleja. Qué fiero asunto
la fiereza de mi flaca manejando
en el Grand Prix de la carretera de insectos
de dos cabezas. Me equivoco,
no son cabezas, así copulan.
Una nube
otra dos nubes nubes negras nubarrones plaga
negra los insectos.
Nos aproximamos.
Llegaré algún día y veré
la flor que brota frente al río.
Una mañana por Praga
Anduve por la calle buscando la huella paralela, la huella
de lo oculto o al menos un bar
en donde pudiera beber una cerveza. Oscura es la fachada,
oscuro el cuerpo más oscuro
de la gitana que decía la suerte en checo. No entendí
el significado de los trazos, la estrella de David,
el cauce del Moldau y la pantera negra de Hrabal.
A veces Mozart, a veces Jan Neruda. Primero la música,
luego la calle rumbo al castillo
o el puente Karlos IV. Muchas las piernas, muchos
los brazos que transcurren
de un lado a otro. Voy y vengo
sin encontrar salida, sin descansar
mis pasos. Hubo consecuencias y rostros perfectos. Algo tan banal
como el cansancio o las estatuas
agotadas por el calor. Praga fue un espejismo
que no supe explicarme.
A la carta
...transformados en currucas en mitad del aire
(olmos) a su extrema fulguración.
José Kozer
Dormido estabas. Un poco, sí, que quema mucho la dulzura de este turbión que
proviene de mi flaca. Ayer –descuajeringado el aire y sin pájaros–, creí que moría el mundo en Trieste o San Petesburgo.
De desayuno tuvimos cuerpo blanco extendido a cuatro manos, las nalgas al garete –tienen un aire de familia renacentista– mientras Bach andaba de visita por la sala desnuda. No hay espías. En ocasiones –casi siempre– el que aletea se posa en uno y otro y platica con quien quiera, es decir, nosotros. Yo me entiendo en arameo, de yidish muy poco, pero dialogamos, que con eso es suficiente.
Hay olmos en extrema fulguración.
Casi a la mitad del aire un estornino estornuda. Desde esta ventana, y a mitad del
insomnio, imagino que lo veo. Me regreso al desayuno, a la mañana en que
mi flaca despertaba. Una botella, sin agua; un jarrón, sin flores; unas sábanas, con ella estirándose y tú me adamabas.
José Kozer
Dormido estabas. Un poco, sí, que quema mucho la dulzura de este turbión que
proviene de mi flaca. Ayer –descuajeringado el aire y sin pájaros–, creí que moría el mundo en Trieste o San Petesburgo.
De desayuno tuvimos cuerpo blanco extendido a cuatro manos, las nalgas al garete –tienen un aire de familia renacentista– mientras Bach andaba de visita por la sala desnuda. No hay espías. En ocasiones –casi siempre– el que aletea se posa en uno y otro y platica con quien quiera, es decir, nosotros. Yo me entiendo en arameo, de yidish muy poco, pero dialogamos, que con eso es suficiente.
Hay olmos en extrema fulguración.
Casi a la mitad del aire un estornino estornuda. Desde esta ventana, y a mitad del
insomnio, imagino que lo veo. Me regreso al desayuno, a la mañana en que
mi flaca despertaba. Una botella, sin agua; un jarrón, sin flores; unas sábanas, con ella estirándose y tú me adamabas.
Retrato de Eva, apple y serpiente
Pero bien mirado, la mirada mira hacia el pezón
que pesa un poco más que su suspiro. –Hablo de Eva
delicuescente y frágil. Hay luz
cayendo,/
una serpiente serpenteante, húmeda
de tocar madera y cuerpo. Es el de Eva, estática,
enmudecida, antes del paraíso,/ antes
de hablar el lenguaje de los pájaros,/ antes de ser
costilla de su costillar.
Existió la luz ya nombrada,
la cortina que dice: “Apple, Mac Intosh, modelo reciente
pantalla líquida lista para...”. No lo planeó Daguerre,
ni pertenece acaso a Las Escrituras. Sagradas
las caderas, el ombligo, la boca a punto/
de estallar esta escritura, pura, non lo so,
y eso es mucho: esto visibile parlare,
novello a noi perché qui non si trova,
o la respuesta de Eva:
–Saldré por la tarde, espérame a la salida–.
Encontré un códice, ayer encontré
un códice o un mensaje en el teléfono:
¿Por qué se enrosca, mi vida, tu vida en la mía?
De Eva sé tan sólo un poco: le gusta posar
desnuda por las tardes, entre serpiente y manzana,
lee el I Ching para salir conmigo y devora
ensaladas con vinagreta
en un tazón de épocas pasadas.
Eva posa, y su mirada se posa en eso
que los dos sabemos, abultará el mundo
y será nombrado. Relámpago o revelación
la palabra dicha. Hay nubarrones
afuera, una lluvia anunciada: –Hoy no puedo, estoy posando,
¿podrías venir por mí mañana?
Boca de iguanas
Cuatro caballos en los ojos del caimán adormilado:
mi flaca lo vio quemarse al mediodía.
Un poco de agua y la instantánea para el recuerdo. Detengámonos
un poco: la sonrisa de paloma, el cuerpo
bronceado, las flores
blancas sobre fondo negro.
Cuatro extranjeros por allá, un bar y la playa sola.
No había olas, sólo las caderas
de mi flaca sumergidas en el agua.
Habité en el rojo, sentado sobre la arena.
Nunca hubo castillos, viernes o lunes
o toda la semana para repetir el aleteo de las gaviotas.
Lo que más veo es el aire
y la espalda de mi flaca alejándose desnuda en nado mariposa.
Fui mar y murmullo erecto a su regreso.
Extendí la toalla para cubrirla de un frío inexistente.
Olfato y lengua: olfato sólo
y nube para estar en su párpado izquierdo.
Fiebre y largo sueño
el esplendor de pájaros es mucho
Si se miraran cara a cara
las razones del pájaro excluido
la nada iría a sábana cantora/
Juan Gelman
Una sombra
entre el ojo y la sábana. Hay aire, y
es demasiado sobre su rostro
al mediodía.
Qué hubo de la luz, qué de su brillo
si la posesa duerma anochecida.
Entre los álamos y las
palmeras se dibuja el rostro de la posesa. Una muralla
oculta este brazo.
Mi posesa no canta,
se agotó de rememorar lo sucedido.
A veces voy hacia las dunas y una
estepa es lo que llega primero.
No hay nada y es la nada lo que nada
a cuenta gotas en la esquirla de este dios
que no se nombra.
Pensaría en cuatro pájaros que salen
del búcaro a la alacena. Es mucho
el nombre ya nombrado. Mi posesa no
despierta.
La garota de la autopista
Quise ser bucólico. Ayer quise ser bucólico
a mediodía, en medio del viaje
con la brasileña (hija del brasileño
que buscaba a la garota) cantando. Siempre
viajo, mi amor. A veces tan lejos de mí
que no me acuerdo. Ayer había vacas
que parecían vacas blanquinegras y lluvia.
También eucaliptos y milperío. Verdes, verdes
de todos los colores,
pueblos, riachuelos, largas extensiones
abiertas a la brisa, vías para un tren
inexistente y un árbol que se parecía a Giacometti.
Me faltó mencionarte los campos azules
de agave. Ayer, te decía, mi amor,
quise ser bucólico. Había tanta belleza
en el paisaje que no pude repetirlo.
El toro de Osborne aparece cuando menos
se le espera, como ahora, mi amor.
Qué verdes, qué verdes había a lo largo de,
a lo ancho de. Quisiera volver
un poco atrás, cuando te decía, por ejemplo,
que quise ser bucólico, al menos
por un rato. Pero en realidad, eso fue ayer,
hoy quisiera ser neoplatónico, mi amor.
Hay flores para ti.
Recuento de una noche en que soñé lo mismo
Un andamiaje de álamos nocturnos.
Washington Benavides
Pero bien mirado, de Tánger conozco casi todo,
al menos en sueños. Estaba ese día
en el zoco con un hombre que me hablaba de Mandelstam
y oí el rumor de los álamos que se ausentaban. Un andamiaje de pájaros,
un tren nocturno que iba hacia ningún lado. –Yo voy al este. Nicolás
de Stael trazó un signo oscuro que supe era mi rostro
transformado. Al regresar al hotel
vi a Juliana de Norwich tener una revelación
en lo profundo de las cajellas. Podría
escapar de este sueño y no lo hago. Hay cielo para todos,
hay un pasado que se adelanta a mis pasos.
Mi posesa se posa en este sueño para impedirme que huya. Una ráfaga
entra hacia la tarde,
voces que mi posesa transparenta en voces
más cercanas, como esta luz que se vacía,
y cae hacia su cuerpo.
–Cuánto amor desperdiciado, Juan de la Cruz, cuánto aire basta
para salir de aquí y volverse aire, polvo que cubre las chilabas.
Estuve en Tánger y había cielo y desierto. Quise regresar en ferry a Algeciras
o a cualquier lado
para tomar un tren rumbo a Lisboa.
Mi posesa nunca ha viajado conmigo, no
le gustan los aviones, prefiere
hablar de Miguel de Molinos durante las tardes amarillas, prefiere una Guía
espiritual para que vuelva a tiempo. Ella abre su cuerpo, ella,
mi posesa, abre su cuerpo, estira los huesos. –Aquí hay algo, dice el hombre
que habla de Mandelstam. Aquí hay algo,
sí, pero esta costilla navega en otra herida.
[http://www.revistasolnegro.com/sol%20negro/LeonPlascencia.htm]
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