domingo, 16 de enero de 2011
2840.- ELENA MARTÍN VIVALDI
Elena Martín Vivaldi (1907, Granada - 1998, Granada) fue una poetisa española.
Cursó Bachillerato en el instituto Padre Suárez de Granada, siendo una de las pocas jóvenes que por aquel entonces estudiaban. Después se licenció en Magisterio y Filosofía y Letras por la Universidad de Granada. En el año 1942 opositó al Cuerpo de Bibliotecas, Archivos y Museos y obtuvo una plaza como archivera; en calidad de tal trabajó en Huelva, el Archivo de Indias de Sevilla y la biblioteca de la Universidad de Granada. La plaza le permitió la independencia económica necesaria para escribir y el estímulo del contacto continuado con los libros.
Desde un punto de vista cronológico, Elena Martín Vivaldi es contemporánea de varios poetas de la Generación del 27, aunque no comienza a escribir en serio sino mucho después de que pueda considerársela perteneciente a ella, y su primera obra publicada, Escalera de luna, data de 1945. Puede, por tanto, considerarse el engarce entre el 27 y poetas granadinos posteriores (Antonio Carvajal, Rafael Juárez o Juan Andrés García Román). En palabras del Catedrático Gallego Morell: "Elena Martín Vivaldi pertenece a una Andalucía poética que no va a remolque de Alberti o de Lorca, sino que enhebra con el aliento de Juan Ramón Jiménez y de Salinas después, y de Bécquer antes".
La poesía de Elena Martín Vivaldi se caracteriza por un tono intimista y melancólico y un romanticismo callado donde resuena, como ya se ha mencionado, el eco de Bécquer. En ella hay una fuerte presencia tanto de la frustración vital y amorosa, como de (a pesar de ello) un continuo reafirmarse en la esperanza. La naturaleza, árboles y flores y pájaros sobre todo, supone una constante a lo largo de su obra, con el paisaje como reflejo del estado anímico o moral.
Poemarios
Escalera de luna. Granada: Vientos del Sur, 1945
El alma desvelada. Madrid: Ínsula, 1953
Cumplida soledad. Granada: Veleta al Sur, 1958
Arco en desenlace. Granada: Veleta al Sur, 1963
Materia de esperanza. Granada: Albaycín, 1968
Diario incompleto de abril. Málaga: Ángel Caffarena, 1971
Durante este tiempo. Barcelona: El Bardo, 1972
Nocturnos. Granada: Don Quijote, 1981
Y era su nombre mar. Málaga: Jazmín, cuadernos de poesía, 1981
Tiempo a la orilla (Obra reunida), 2 vols. Granada: Silene, 1985
Desengaños de amor fingido. Málaga: Ángel Caffarena, 1986
Poemas inéditos. Granada: Academia de Buenas Letras de Granada. En prensa
GINKGO BILOBA
[ÁRBOL MILENARIO]
Un árbol. Bien. Amarillo
de otoño. Y esplendoroso
se abre al cielo, codicioso
de más luz. Grita su brillo
hacia el jardín. Y sencillo,
libre, su color derrama
frente al azul. Como llama
crece, arde, se ilumina
su sangre antigua. Domina
todo el aire rama a rama.
Todo el aire, rama a rama,
se enciende por la amarilla
plenitud del árbol. Brilla
lo que, sólo azul, se inflama
de un fuego de oro: oriflama.
No bandera. Alegre fuente
de color: Clava ascendente
su áureo mástil hacia el cielo.
De tantos siglos su anhelo
nos alcanza. Luz de oriente.
Amarillo. Aún no imagina
el viento, la desbandada
de sus hojas, ya apagada
su claridad. Se avecina
la tarde gris. Ni adivina
su soledad, esa tristeza
de sus ramas.
Fue certeza,
alegria – ¡otoño ! - . Faro
de abierta luz.
Desamparo
después. ¿Dónde tu belleza ?
La música callada
Se quedó el mundo mudo, sin aroma.
Solo en su inmensidad,
desposeído, sin dolor. Callado.
Como sonido mudo,
roto arpegio,
apoyándose, huyendo, desangrándose. Inerme.
Sin un ritmo, en sigilo de palabras y voces.
Solo.
Solo quedó el color –arco iris, promesa-.
Oculta sintonía
AMARILLOS
I
Qué plenitud dorada hay en tu copa,
árbol, cuando te espero
en la mañana azul de cielo frío.
Cuántos agostos largos, y qué intensos
te han cubierto, doliente, de amarillos.
II
Toda la tarde se encendía
dorada y bella, porque Dios lo quiso.
Toda mi alma era un murmullo
de ocasos, impaciente de amarillo.
III
Serena de amarillos tengo el alma.
Yo no lo sé. ¿Serena?
Parece que entre el oro de sus ramas
algo verde me encienda.
Algo verde, impaciente, me socava.
Dios bendiga su brecha.
Por este hueco fértil de mis ansias
un cielo retrasado me desvela.
Ay, mi esperanza, amor, voz que no existe,
tú, mi siempre amarillo.
Hazte un sol de crepúsculos, ardiente:
ponte verde, amarillo.
DESTINO
Entre ti, soledad, me busco y muero,
en ti, mi soledad, mi vida sigo,
vencida por tus brazos voy contigo
y allí te aguardo donde ya no quiero.
Desde siempre en mi calle yo te espero,
y amante de mis noches te persigo,
si alguna vez, dolida, te maldigo,
desde tu ausencia, triste, desespero.
Me diste la esperanza de tenerte
en mi dolor. Guiada por tu mano
subí los escalones de la muerte.
Aquí donde a tu sombra soy crecida,
el tiempo, tuyo y mío, va cercano,
dejándome la sangre ya cumplida.
DÍA 5
Dame tu mentira, abril,
venda mis ojos y enciende
toda la luz de tu sol,
y deja al alma que sueñe.
Esconde tú mi verdad.
No me la digas. Alegre
abre tu puerta. Que yo
por tu primavera entre.
Sonrisa. Abril. Cielo azul.
Con mis lágrimas, ya ausentes,
deja tu rocío a la flor.
¡Y dile al viento que espere!
EL ALA DE UN RECUERDO
Como un aire suave que el verano
nos deja entre la carne y acaricia,
trayéndonos, ausente, la primicia
de un otoño amarillo y más cercano.
Como un agua que llega hasta la mano,
sedienta de esperanza, y la delicia
de su frescura por la sangre inicia,
y calma el corazón. Así, lejano,
en brisas de nostalgias florecido,
el ala de un recuerdo, silencioso,
ha rozado mi alma, y, suavemente,
desde el umbral oscuro del olvido,
un sueño, de su noche, milagroso,
llega claro a mi sed con voz ausente.
LA LLUVIA
¿Cómo sería la lluvia
si no fuera de aroma,
de recuerdo,
de nube,
de color
y de llanto?
¿Cómo se oiría la lluvia,
si no brillara intensa,
pálida,
azul,
violeta,
relámpago,
arco iris
de olores y esperanzas?
¿Cómo daría la lluvia su olor,
su gris perfume,
si no fuera aquel ritmo,
aquella voz,
el canto,
eco lejano,
el viento,
una escala de ensueños?
¿Cómo sería la lluvia,
si no fuera su nombre?
LA LLUVIA EN EL INSOMNIO
A Antonio Carvajal
Llueves, la noche, llueves reclamando
mi atención, la mirada,
mi entrega a tu constante, entrañada,
pasión.
Llueves y llueves, lluvia de la noche,
lluvia que te proclamas vencedora
de la estrella más alta,
que pregonas, abates el silencio,
repitiendo tu nombre y tu destino
de palabra insaciable.
Llueves y llueves más,
cuelgas tus hilos
de un cielo recobrado
en tu sombra y acento.
Llueve tu acompasado ritmo sobre el tejado,
el árbol,
por las ramas,
la tierra,
en la carne,
en la ausencia.
Iluminas la noche y la oscureces.
Hablas y dices tu húmeda pregunta
al que insomne te espía.
Pero yo no respondo.
¿Qué me tiene
la frente dolorida, y sin espejos
donde encontrar el corredor que lleve
hasta el hondo lugar que se extiende en lo oscuro,
revelador de un sueño?
¿Por qué tu voz no es hoy
brillante azul,
liviana,
alegre, triste,
desvelada, mía?
¿Por qué no es puente, aroma
trayéndome el asombro de tus manos?
¿Por qué me dejas sola, con mis ojos
ciegos a la verdad que tú le siembras
a corazón sencillo,
al hombre que te escucha sintiéndose más tierra,
más árbol, más deseo,
más rama, más raíz
y más humano?
Déjame de tu nombre la inquietud,
guardada en el temblor de tu insistencia.
Que mañana la encuentre,
cuando el sueño
haya borrado este desasimiento,
y amanezca yo en ti,
ya luz y llama.
LLUVIA CON VARIACIONES
A Juan de Loxa
Y estoy triste también,
"elenamente triste",
con la lluvia, en la lluvia, por la lluvia,
a través de, debajo de la lluvia.
Mi tristeza no es de hilo blanco,
ni de esa música (Radio. Noche. Nocturno),
ni de saber que el tiempo
bicéfalo, contando dobles horas,
(el tiempo del reloj, y -yo te saludo Bergson-
el tiempo tiempo)
no es hora ya de juventud, de síes
(¡ay, divino tesoro!)
Sino tiempo del "no", del se acabó que es tarde,
que nada hay ya que hacer...
(La paz <#> de los sepulcros.
Y que haya un muerto más que importa al mundo.)
Pues sí, estoy triste. Triste.
Cómo chorrea la lluvia en mi tristeza,
goteando en mi paso impar y solitario.
Cómo llora la lluvia por mis sienes,
por mis manos, mis ojos y mis labios
que fueran elegidos por los dioses
para hazañas de vida
y epopeyas de fiebre.
Escogidas mis manos para alcanzar las cimas
(mundo del tacto, cumbres de ternura),
las palmas hacia arriba, suplicantes a un cielo.
Preferidos mis ojos que alertaron distancias,
profundidades, ríos, mares insospechados,
ojos vigías de auroras, paraísos, crepúsculos,
cauces del amarillo.
Nombrados boca y labios,
reductos del amor,
a empresas de aventuras y audacias destinados.
Todo desbaratado, reprimido,
hechos pedazos, roto entre la lluvia.
(Detritus y pavesas, cáscaras de ilusiones.)
Nadie entiende este puzzle, este, dígase enredo.
En el espejo turbio de la lluvia
está todo, sangrante, reflejado.
Es verdad que estoy triste.
Elenísimamente desesperada y triste.
(Pero tengo razón. Malhadada mi suerte.)
Pero bendita lluvia,
pues que puedo
recordar esos versos
de un poeta francés -por más señas romántico:
Le seul bien qui me reste au monde
est d´avoir quelquefois pleuré.
Y TRISTESSE se titula, en realidad, el poema
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