martes, 28 de diciembre de 2010
2702.- CARLOS MARTÍNEZ RIVAS
Carlos Martínez Rivas
1924-1998
Poeta nicaragüense, nacido en Puerto de Ocoz (Guatemala) el 12 de octubre de 1924 (donde sus padres, de familia acomodada, estaban de viaje). Desde muy temprana edad se reveló como gran poeta: a los dieciséis años ganó un concurso nacional con una poesía novedosa y original, que a muchos pareció muy semejante a la de Rubén Darío. A los dieciocho, estando aún estudiando bachillerato en el Colegio Centro-América (de los jesuitas) en Granada (Nicaragua), escribió su extenso poema El paraíso recobrado (publicado por los «Cuadernos del Taller San Lucas» en 1944) que ha sido considerado uno de los eventos importantes en la historia de la poesía nicaragüense y que ha influido mucho. Después de su bachillerato residió varios años en Madrid, donde prosiguió sus estudios (asistió en junio y julio de 1946, como invitado y «estudiante de Filosofía y Letras y Periodismo», al XIX Congreso Mundial de Pax Romana, celebrado en Salamanca y El Escorial). Dicen sus biógrafos que en España se aficionó al alcohol y a la noche. En 1947 publicó en la revista Alférez, en la que coincidió con los también nicaragüenses Julio Ycaza Tigerino y Pablo Antonio Cuadra, dos artículos: «Nuestra juventud» y «A propósito de un premio de poesía» (José Hierro, Alegría, Premio Adonáis de Poesía 1947). En 1953 publicó en Méjico su libro de poemas más importante: La insurrección solitaria (reeditada en 1973 y 1982), resistiéndose a partir de este momento prácticamente a seguir publicando. Trabajó para el servicio diplomático de su país, y vivió en París, Los Angeles, de nuevo en Madrid (hasta los primeros años setenta), San José de Costa Rica y desde el triunfo sandinista de nuevo en Managua. En 1985 ganó el premio «Rubén Darío». Tuvo a su cargo una «cátedra» en la Universidad Nacional Autónoma, recinto de Managua. Su poesía completa fue editada en 1997 en Madrid, con un prólogo de Luis Antonio de Villena, donde se presenta a Martínez Rivas cultísimo, noctámbulo y a menudo ebrio. Unos meses antes de morir, aislado y enfrentado con su familia, que nunca lo asistió en sus días de bohemia ni en las sucesivas enfermedades que lo aquejaron, nombró al Gobierno de la República de Nicaragua albacea de sus papeles literarios, y pidió ser enterrado en Granada (Nicaragua). Su fallecimiento en Managua, el 16 de junio de 1998, supuso una gran conmoción en todo Nicaragua, donde se le considera como uno de sus personajes más ilustres.
Memoria Para El Año Viento Inconstante
I
Sí. Ya sé.
Ya sé yo que lo que os gustaría es una Obra Maestra.
Pero no la tendréis.
De mí no la tendréis.
Aunque se vuelva, comentando, algún maestro
del humor entre vosotros: -Poco trabajo le costará cumplir…
Aunque sepa hasta qué extremo las amáis.
Sé cómo amáis la Música.
No la de los negros, por supuesto. Ni la guitarra
a lo rasgado, por tientos, esa
brisa seca de uñas y plata. Ni el endiablado
son de la Múcura que está en el suelo, o Rosa de Castilla
con su largo alarido al comienzo…
sino ¡BACH!
Ultimamente sobre todo Juan-Sebastián Bach.
Yo os he visto alzar la tapa de la discoteca,
oyendo en vuestros sagrados depósitos
de música estancada cómo cae
el Concierto, y tirar de la cadena
purificados por el suceso musical puro.
¡Con qué libertad respiráis! casi voy a decir
que vivís como hombres por un momento. De tal modo
saboreáis el aire salado de la emancipación
al salir por la puerta, la puerta
giratoria y afelpada -que se traba- del Museo de Bellas Artes.
Y ya cerrarlo con doble llave.
Y haber cumplido con la tercera y última de las variaciones de las variantes de la Battaglia.
Irse sin dejar nada pendiente con la figura
que toca el pífano y el tambor en el Cristo de los Ultrajes de Grünewald.
En paz con el exigente Maestro de la Leyenda de Santa Ursula.
Gran día para vosotros.
Ese de la Obra Maestra.
Una antigua necesidad: el holocausto
del propio ser. El deseo
de imponeros algo perenne y tribunal.
Y otro. Más rabioso,
más trémulo: el deseo de tener un pasado.
Un pasado por fin que oponer al maldito presente.
Un pasado adornado con todas sus plumas.
Con su perspectiva de adecuada jerga,
con sus categorías históricas y su problematismo crítico-cultural
precisado en función de una radical revisión de…
Y la larga, accidentada, alucinante teoría de los géneros y los estilos.
II
Si no estuviera el otro. El difuso
terco mundillo del amanecer.
La pululante línea de la imperfección y el anonimato.
Más informe en el año del hombre y dudosa que
en el año exterior
los renacuajos moviéndose sin dignidad,
que la crisálida de una abeja en su célula
cuando no es sino un poco de saliva ciega y moho,
que esas medusas que olvida el mar
aun sin hacer, translúcidas al asco.
Ahí velaremos.
Como sagaces hijos del siglo.
Como el Iscariote, que no conoció almohada.
Alertas centinelas en la púrpura penumbra
del umbral. Celosos polizontes
con la diestra en la cartuchera de cuero al pie del sicomoro.
Cada hoja tendrá su guardián.
El más mínimo remolino de savia
el tiempo necesario de cumplir su revolución
su breve furor elipsoidal hasta pintarse
como un leopardillo y ya ni Salomón en toda su gloria
(o tendrá más tiempo: todo el vasto y soleado tiempo
de no cumplirla y abdicarse a sí mismo y perderse).
No es una amenaza.
Tampoco exageraremos.
Pero ni un solo murmullo será malogrado.
Ningún lenguaje estéril y ameno brutalizará
los reciencapullos, los brotes del presente
que asómanse predicando lo que todavía no es cierto.
La fina sombra de una lanza llena de tacto
guardará el paso cálido, distinto al anterior, casi indecente
de una pulsación de segundo. El milagro
de un entendimiento súbito entre dos sangres extranjeras.
Aceptaremos sin entender cualquier discordancia:
el más aprendiz de los palmoteos
el más inventado de los borbollones.
Porque de lo aeguro salimos a reposar en lo inseguro.
En lo peligrosamente sesgado como doncella
cortante veloz como desde un puente. Del puente
a lo escapado a lo demasiado huído a lo frío
saltamos
¡impacientes!
Y más si se quiere. Que el tránsito
de una burbuja nos se viaje largo y fatigante.
Una piragua de papiro en el centro del remolino
es fortaleza,
chato torreón de piedra, ante el inseguro
inestable vacilante hogar
de un corazón inclinado al esbozo.
De un corazón de hombres dóciles flexibles vulnerables
como un colibrí es siempre un colibrí agudo ardiente rápido.
Y más hombres: los que llamaren. Como ese colibrí
es tantos diferentes colibríes agudos ardientes rápidos.
A cada arranque imprevisto ¡un nuevo colibrí sin memoria!
Agua fluctuante y pan preparado sin fatiga,
delicioso como agua desaprovechada que se mira correr
y riqueza no guardada para mañana (recibida prestada
en el viento escrita) agua
móvil como sólo ella sabe serlo y jirones de plata
donde ninguno se repite y de ninguno
es posible hallar vestigio…
Lo que a los planetas eternos les fue negado
y concedido a una chispa: desaparecer! -Ese lujo-
dice el coro. Y vuelta a lo mismo:
de lo seguro para girar en lo inseguro
en lo ondeante adoncellado y con andares aptos para el desmiembre
el date vuelta
en lo que como lomo de paloma amarillea
y ala untada de plata y gala de la mañana y que pasa
de nosotros con liberalidad projimal
o nos es quitado por asalto
o rechazado (arrebatado por rechazo) o birlado
vulgarmente
o registrado
chabacanamente destruido desplegado
con vocerrón devuelto
con las patas (¡y para nosotros gala de la mañana!)
pero que vuela saca las uñas duerme
vive ahí
-¿en dónde?- ¡aquí aquí en el entornado
desierto mundo del amanecer.
Y no domado dulcificado acorderado
bajo velocino
sino amenazante!
No hay comentarios:
Publicar un comentario