lunes, 20 de diciembre de 2010

2566.- SAMUEL TRIGUEROS


Samuel Trigueros. (Tegucigalpa, Honduras, 1967)Autor del libro “El trapecista de adobe y neón” (en coautoría con Albert Depienne. QDDG).Premio Único de Cuento Súbito-Centro Editorial. S.P.S. 1991, con el cuento “Sin una palabra”.Mención de Honor para Poetas Jóvenes. Revista Mairena. Río Piedras, Puerto Rico. 1992., con el libro “Amoroso signo”.Primer Premio Poesía. Lira de Oro Olimpia Varela y Varela 1988. Honduras., con el poemario “Todo es amor tras esta nostalgia”.Primer Premio Ensayo. Lira de Oro Olimpia Varela y Varela 1988. Honduras., con el ensayo “Borges”.Primer Premio Víctor Hugo 2003. Alianza Francesa, Secretaría de Cultura Artes y Deportes, Embajada de Francia., con el libro “Animal de ritos”.Miembro fundador y primer director del Colectivo de Poetas Paíspoesible. Antologado en “La hora siguiente”. Poesía emergente. Ediciones Il miglior fabro. 2005. Antologado en “Versofónica. 20 poetas, 20 frecuencias”. Paíspoesible, Banco de los Trabajadores. Reseñado en “Panorama crítico del cuento hondureño”, de Helen Umaña. Letra Negra Editores. Guatemala, 2001. Reseñado en “Diccionario de literatos hondureños”, de José Gonzáles. Editorial Guaymuras, 2006.Antologado en “Papel de oficio”, Veinte poetas. Secretaría de Cultura, Paíspoesible. Mención de honor en el Premio Hibueras 2006, con el cuento “Una despedida”. Antologado en “La palabra iluminada”. Helen Umaña. Letra Negra Editores. Guatemala, 2006. Antologado en “La herida en el sol” Antología de Poesía Contemporánea Centroamericana. Universidad Autónoma de México (UNAM), 2008.


Poesía hondureña en resistencia ante el golpe de Estado




Oh Fortuna, emperatriz del mundo

A los mártires de la Resistencia

Sí, sin duda somos los más dichosos
-los afortunados.
Reinaldo Arenas

Nosotros todavía usamos gafas en los días soleados
para soportar el resplandor
de la vida
Nosotros todavía
maldecimos bajito en nuestro pequeño auto de tercera o cuarta
durante el congestionamiento de las siete de la mañana
o entre dientes en el micro (por aquello
de no ofender los amanecidos restos rancios
del dios que todavía cargamos en el alma)
Nosotros todavía buscamos un trabajo
entre los escombros del día o de la noche
para llevar la maravilla del pan a nuestros hijos
Nosotros aún somos capaces de correr
–sentir la sangre a borbotones, sudar como caballos solares,
jadear como una reluciente máquina, sentir el rojo corazón -
cuando nos siguen los soldados
y luego, en el refugio, reír, asegurar que ya
nos hacía falta un poco
de lacrimógena vencida del Perú
Nosotros todavía buscamos los paraguas cuando
la tetona de CNN anuncia la vaguada
Nosotros todavía soñamos elevar cometas
en el aire de octubre cuando todo haya pasado
Nosotros todavía
planificamos llevar nuestra bandera, el bote con vinagre,
pañoleta, gorra con estrella y ardientes consignas en el pecho
el día de la marcha
Nosotros aún
leemos, escribimos, hacemos la pancarta,
conspiramos,
queremos ver la era del poder en nuestras manos
Nosotros –se los digo, hermanos,
hermanas, compañeros-
somos los afortunados

Los demás se han ido sin dejarnos,
duermen
(desorganizados,
desmovilizados
por la muerte y su peso reprimidos)
bajo siete cuartas
en la eternidad del polvo y las estrellas
deseando
silenciosamente deseando
estar a nuestro lado
en la rugiente luz
de la vida y la batalla.




Fragmento VII

TE HABLO DESDE LA SOBERANÍA DE UN GRITO que antes fue una cadenita de suspiros, un rosario de gemidos inútiles apenas válidos para quitar del pecho un poco de presión insana. Te hablo así, desde el derecho cósmico que me otorga el segundo de mi existencia sobre la Tierra yerma. Escúchame. Acaso no sea tan profundo el abismo que han levantado entre nosotros; tal vez haya un mal cálculo en la suma de distancias desde los puertos de tus mercaderes y los arrecifes de mi sueño. Han lanzado sondas, sputniks y voyagers, cohetes con letras cirílicas para investigar si es posible todavía unir la órbita mecánica de tu corazón con la olorosa almendra que llevo en el costado. El eco de la soledad vibra bajo los discursos de los que anuncian un nuevo orden construido sobre los viejos cimientos carcomidos. No los escuches. El eco de la soledad es un señor cetrino que cruza un hall interminable con dos cubos de hielo en la bandeja plateada de la tarde. Por eso insisto en que me escuches, que salgas de tu cáscara insonora y me escuches. Vuelve tus ojos hacia las estrellas moribundas de mi barrio, desde donde surge mi voz, y enternécete por un segundo. Sólo entonces se encenderá el geranio que hace un siglo coloqué en tu mano; y la muerte, incinerados sus pezones, se irá en silencio a amamantar su olvido.







Antes de la explosión

He pensado en la excitación del gas,
he imaginado los lentos remolinos que se hinchan en secreto
antes de la explosión,
el instantáneo girar inútil de cabezas,
la onda expansiva y su manotazo de vidrio,
los cuerpos partidos, desmembrados sin instrumento,
sólo por el cálido aire convertido en arma;
y he pensado en la transparencia de la vida y de la muerte,
en la frágil condición de fiera que tiene la existencia
y en la dificultad de atraparla en la redoma transitoria de la piel,
llena de inestable sangre,
colmada de horas y de días confabulados en la terrible
manifestación de lo que fue y no vuelve.
Entonces
otra vez he vuelto a recordar a Fullton,
a Conrad y Zósimo Zara dormidos en la colina;
y he pensado que un cementerio burgués
es igual a un vertedero
en la retina de los pobres
y que el jardín del pobre es lo mismo que un basurero
en la ceguera de los potentados;
he llevado a la colina una corona
hecha con el perfume con que la belleza hiere,
mortal, la iniquidad;
y he pregonado que muerta la injusticia
se acaba la necesidad.
El gas gira y se expande.
El gas tiene la misma seducción del abismo,
el mismo extraño magnetismo que luego,
convertido en noticia,
publica los restos de la vida,
la increíble comprobación de la eternidad
reducida a unos amoratados trozos,
esparcidos para la fría pupila del forense.
El gas tiene la elocuencia de un dios tranquilo en cuyo seno
descansa el estro de la sombra y del subsuelo.
Antes de la explosión
el gas canta una vieja canción de cuna
y cuenta los pesares en la pesadilla del pobre, y dice que aún
el que tiene sus dedos cuajados de oro,
alguna vez escarba en su nariz y encuentra primicias del sepulcro
entre las heces del llanto y el vaticinio de la muerte.
Así he aprendido a diafanizar mi pecho
aceptando la suma de todos los errores,
soportando el destello brutal de las virtudes;
he compartido el pan soso del humillado y he bebido
el vino amargo de la desesperación.
Alguien que supo mis carencias
Samuel Trigueros Poemas www.artepoetica.net 2 perdió su alma al confundirlas con miseria.
Entre la inmensa turba enemiga
mantengo a salvo mi cáliz compartido y en secreto
me nombro sobreviviente de mí mismo. He domesticado
la poderosa seducción de llaves y conjuros
y me he quedado quieto adentro de mí mismo
cuando la desconfianza arrecia y arde mi corazón en medio de la noche
como un auto desmantelado que ahora es joya
y tálamo de los enamorados.
Ahora, dentro de poco, han de arrebatarme
los mismos corceles de gas mortal que se llevaron a Elías
y vivieron sus últimos momentos entre flores silvestres
en un campo baldío de suburbio.
La distensión de su carne y el resplandor de sus huesos
hicieron germinar el pasto de la humildad.
Y voy tranquilo
pues he visto al amor sin techo
hacer castillos en el aire negro del consuelo,
bajo el palio de las constelaciones impasibles.









Tríptico por la luz

I
La luz recuerda,
exhausta,
en honda sombra,
el breve instante en que las llamas
levantaron su imperio por el cielo;
quieta, recuerda vastos pueblos,
los caballos o relámpagos tensos girantes en la hierba,
alzados en el esplendor de su victoria.
En el confín dorado del abismo
mira su antigua rueda de milagros,
la catedral fugaz de su mentira
y oscurecidos prados donde muriera el canto.
Desconsolada llega la penumbra.
Tiempo de ver fluir lo inexorable,
el sueño de verdad, la tarde,
por el declive turbio de las aguas.
Tiempo de estar, perdido con el barro
que sostuviera al cuerpo en fulgurancia.
Lo que en el claro día palpitó sucumbirá a la noche:
el bosque entre las hojas en la hora iluminada,
las palabras cruzando como pájaros,
el viento que olvidamos en los labios,
los continentes blancos en lo alto,
las invisibles manos
que alzan el heno en límpidos oleajes.
El girasol que abren y agostan los amantes
será materia,
débil materia del sueño incinerado.
La luz perdida toca en la tiniebla
los callados vestigios, los fragmentos,
la casi nada de su blanco cuerpo de memoria;
sabe que no retorna
la mansa espiga que el invierno uniera con el cieno,
que sólo es polvo el oro de su reino.
Y nada queda.
Y nada fue, sino la luz,
la vida,
el sueño en la distancia.


II
Lejos pasó la luz.
En los espesos bloques de la noche fluyen,
heridos, los instantes.
Ahora mis brazos,
el galopar nervioso de los astros,
el imperio del sueño que vibrara,
son música vencida, arenas vagas,
quilla que no cortó las aguas:
la agitación del viaje que se apaga.
Ahora mis manos van entrelazadas
contra la duna oscura de mi pecho.
Lejos golpeó la luz.
Atardeció en mi carne.
La vida entera ardió como una gota de ámbar.
Sin embargo, algo quedaba del jardín,
de la mañana vertida en la ternura,
de la esperanza sumergida
en los inmensos días luminosos,
cuando la hora es ancha y abarca soles navegantes,
besos que arden en la insensata lumbre del deseo:
el sueño de sobrepasar la muerte.
Anocheció en mis huesos.
Mientras la sombra vino sobre el mundo
supe que no es difícil desprenderse
de la límpida boca de la vida;
caer en lo profundo,
donde la luz no llega.
Las hojas rotas,
lo que de mí persiste, seguimos en lo oscuro,
sin intentar volver a la amistad del cielo.
Este es mi antiguo lecho, mi cámara de limo,
nuevos mientras comprendo
el término y destino de mis horas.
Esta es mi tierra de erizado mármol.
Alguien rompió la piedra para guardar mis iniciales
en la vana rutina de los aires;
y he visto a las palabras esforzarse,
querer ser,
creer,
iluminarse,
ansiar eternidades y angustiadas
caer
sin entender que el polvo y no la ira las reclama.
Este es mi cielo sin distancia,
entre constelaciones de raíces
y la humedad que baja en medio de los bulbos,
piedras
y el corazón de los jacintos ignorados.
Arriba corren los caballos,
y puedo imaginar
el claro jinete de las horas pardas
con el cristal del día entre las manos.
Y porque nada más poseo,
pienso en el fresco reino que ascendía
mientras la luz bajaba por la pared enferma de la tarde;
en el envés plateado de los sauces
sobre el temblor perdido de las aguas.
En la casa lejana
vigilia y sueño pasan abrasados.
La densa soledad sigue sin pausas.
¿Cómo podría ser de nuevo verdadero
en el amor o el odio,
aquí,
donde el intento de unos besos no alcanza más que los maderos,
la breve puerta de cristal cegada por la tierra,
los brocados que encierran mis lívidas entrañas?
Y ¿cómo sorprender al tiempo trabajando
con energía brutal en mi nostalgia?:
Recuerdo aquel verano,
la blanca piel,
la dorada espiga de agosto,
el vigoroso fulgor del aire entre los labios...
Y ¡qué silencios!,
¡qué ahogadas palabras acuden!,
¡qué pájaros hermosos
caen tan cerca de mis manos!
mientras el inclemente octubre se derrama.
Queda la hierba simple,
la roja estela que dejó la imagen
de los caballos mustios del ocaso:
el sueño de la carne:
perdurar un solo instante
en la ciudad del último destello...
¡Tanto brilla el recuerdo de las luces en lo alto!,
mientras la vida pasa,
mientras la sombra espera
como un abrazo
de los tranquilos reinos del subsuelo.



III
Menos que polvo es el recuerdo:
luz que no logró llegar donde mis huesos.
Y no despertaré para poner mi sombra
en el ardiente día venidero
ni fulgurar de noche con los sueños abisales.
Abrid el astro de los ojos,
y ved,
cómo he perdido el tiempo y he ganado los abismos,
la absolución final de los instantes,
el pasado de un cielo que brillará.
Luego apagad la rememoración del día,
los vanos fuegos, las voces importunas,
y dejadme soñar
el inflexible sueño de mi nada.
En la incansable noche hablo de la sombra
como de un lirio abierto
en la cerrada luna de los búcaros;
de las rotas imágenes que giran a su condición más tenue:
se alzan y se desvanecen:
son las últimas brasas palpitantes,
ráfagas del turbión donde la vida estaba.
Y hablo también del término del viaje
y del destino que apenas se levanta:
sombra sin tiempo anclada más allá de las palabras.
Nunca tuvo la sombra
más energía perfecta que ahora
en sus corceles que rememoran el paso desbocado de la sangre
por la intrincada red de inapresadas emociones:
magnéticos los cuerpos yacen, no se alzan,
apasionados e inefables,
sin importar si es dicha o es quebranto
la combustión que cruza inexorable.
Considero la senda que separa
mi tiempo sin instantes de los astros,
y es de sombra la savia que sostiene
viejas ramas flotando en el abismo.
Sombra es lo que hay en la distancia
que une y separa las estrellas y mis manos.
Y luego nada...
Habla la luz que fui;
y esto de siempre es el vacío unido a las palabras,
el sólido vacío que exhala
en soledad mi indiferente calma.







Más lejos

Decir
decir
decirlo todo
en partes
en pequeños bloques
en largas tiradas de sonidos o de tinta
lanzar un tenso cable hacia la nada
o hacia las esferas
pedirle a Withman prestada esa araña que lanza filamento
para envolver al mundo
o al menos los pesares en sedosos verbos
en el capullo de los párrafos
decirlo todo a plena vos
sin atender vetos ni decretos
sacarlo todo desde el fondo del magma
hasta la superficie y más
más lejos de la piel rosada de los labios
de la testa
hacia el aire activo que camufla bestias
transparentes muros
cianóticas miradas de cíclope
no claudicar
armar por dentro un cubo
una esfera
una pirámide plena de significados
apuntando hacia el vacío externo
puesto que adentro sólo
al menos solo
hay un cadáver soñando con la vida
hay sombras
de azafrán o copal
esencias indistintas elevándose en penachos de humo
en grandes frases o en minúsculas
aunque aparentemente grandes frases
espejismos bondadosos para expulsar la realidad
de la realidad
en fin
preconizar
alzar un credo un nicho un altar
unas hermosas nubes radiadas
y en medio la gran palabra
METALENGUAJE
para burlarse
para hacerlos volar con solo la nostalgia del metano
horadar los cráneos y los pechos
hacer girar el barreno de silencio
entrar en la materia bofa
a colocar un gran cartucho
una candela de palabras sin prestigio
romas de tanto ir y venir de boca en boca
sin las aristas asesinas de otras
las de ellos
encender la mecha hasta decirlo todo
en partes o en pequeños bloques
mejor en grandes explosiones
cuyo lejano origen es apenas
una historia sencilla
que indescriptiblemente
toca las esferas.









Resurrección

De cuando en cuando el corazón
los huesos en silencio
los tendones laxos
los párpados cerrados
establecen un acuerdo a espaldas de los otros
a un costado de todos los dormidos
en la gran colina de cenizas
en la gran consecuencia de la muerte
en la coronación de lo que fue la vida
vacilando pero honestos
entre la inexistencia y el humo
para decir “esto” “aquello”
en lengua torpe
en balbuceo de mundos
de historias pequeñas reducidas a un cuerpo
a unos datos para el aire
a un aliento que escapa entre las grietas de la carne:
otra mano que escribe el palimpsesto:
ir de regreso en viaje nuevo
inverso
siendo otro en el mismo
como antes
como nunca
apenas una voz que intenta encender preguntas
sin más consentimiento que la invención de un coto
de un lugar donde el pie sabe “aquí”
sin un “por cuánto”
excepto el deber
la ineludible vuelta a la sencilla forma
sin mentiras ni matices para la complacencia
sólo unos omóplatos
tejidos
órganos
una construcción que avanza
contra la insoportable medida del silencio
ese es el acuerdo
sólo una voz que inicia algo
aunque no un mundo
al decir lo que nunca
lo que apenas
eso que insinuado no
lo que leído no sirve como ejemplo
más allá de los arrebatos
y la tirana sensación del subconsciente
o la inutilidad de un pensamiento
en el hueco erizado de las horas y la historia
puesto que para eso están las tarjetas perforadas
los vestidos agónicos
la efeméride del consumo
los cubículos de la rutina
las mezquinas partidas de la miseria
pero aquí desde los abismos
una columna se levanta en la virginidad del aire
en el gran río de la sombra
un pueblo que sale al fin del semisueño
con espadas óseas contra los códigos adulterados
acuerdo
conspiración de vísceras desde la pesadilla
desde el quebrantamiento
más allá de la neblina que arriba ahoga el vuelo
más allá de la tormenta sucia de otros ruidos
cuya barbarie roe las paredes
el pecho
los circuitos con que la sangre hace su música
pesa la crónica
hace polvo de sombra la intención
la fantasía de un cielo puertos y horizontes
de una casa pequeña
de un encuentro donde la nostalgia se transfigure en fuego
por eso los acuerdos
la floración silvestre de esqueletos
de cámaras resucitadas donde otra vez el ánimo
los líquidos
los renovados tendones se levantan
en contra del cinismo
ahora al fin presencia
brillante acuerdo de las partes
comunión tácita
no magia no sospecha
ya que los presagios son una ciencia sin futuro
sólo acuerdos
iniciación reconstruida a partir de viejos ritos
sobre piedras desgastadas
lenguaje reinventado
cinematografía hecha de asombros que aprenden
su acto de luz
de gargantas donde el aire no es menos que un niño
o un espíritu nonato virgen de fracasos
y en los acuerdos dudas necesarias
para no tragar el vómito
para impulsar la nave
hinchar las velas
dejar aparte los exilios
y regresar a lo de ahora
ser lo que jamás
lo que dado el recuerdo sobrevive
más acá de la tierra y los dolores.



No hay comentarios:

Publicar un comentario