Miron Białoszewski, 30 VI 1922 - 17 VI 1983. Nació en Varsovia (Polonia.
Se dio a conocer como poeta en 1947, publicando sus primeros poemas en revistas literarias, luego se hundió en el silencio voluntario, absteniéndose de publicar hasta 1956, en un periodo estéril para la cultura y hostil a cualquier clase de experimento.
Sus principales libros de poesía: Circulaciones de las cosas (1965), Balance de los antojos (1959), Las emociones desorientadas (1961), Érase y érase (1965) y Poesías escogidas (1967).
En 1970 apareció Diario de la insurrección de Varsovia y en 1971 el Teatro particular, donde recogió su obra teatral. En 1973 publicó el libro de narraciones Las denuncias de la realidad y en 1976, Susurros, fusiones, continuaciones.
Białoszewski, en todo lo que escribe, se revela ante todo como poeta. Es una poesía-juego, poesía-chiste, poesía-investigación de las cosas elementales, conscientemente pobre y aparentemente antipoética. Su enfoque del mundo se nutre libremente del “argot” de los suburbios de Varsovia y de las escenas cotidianas. Para él no hay terrenos indignos de ser explotados poéticamente, todo le sirve de material: el hecho de estar en la cama, el mirar por la ventana, una conversación furtiva con el amigo o la contemplación de una virgen o santa rústica en una pequeña iglesia de un pueblito. La poesía —para Białoszewski— surge del hecho mismo de que existimos y tratamos de definir —como si fuera por primera vez— la relación entre yo-el mundo, yo-los objetos más cercanos, tales como estufa, piso, pared, cuchara o cobija. Todo es una buena oportunidad para encantarse, cualquier cosa es capaz también de trasmitir al poeta un mensaje filosófico, histórico o estético.
Desafortunadamente, la mayoría de los “susurros, fusiones y denuncias de la realidad” de Białoszewski resultan casi intraducibles, aunque, paradójicamente, este poeta es últimamente muy traducido al inglés y al francés. Se tendría que inventar otro idioma español, una rama fresca de este idioma-árbol, que quizás todavía no existe —aunque pueda salir de un tronco tan robusto como César Vallejo—, en fin, intentar dar unos equivalentes de la escritura de Białoszewski. Para dar por lo menos una idea de lo que hubiera podido representar este intento, me atreví a ofrecer un equivalente breve del famoso poema Minonczarnia Mironpena.
Białoszewski —controvertido y comentadísimo— no tiene discípulos ni imitadores. Es irrepetible como un capricho sagrado de la naturaleza. En fin, su aspiración máxima es encontrar el único tono que haga borrar la frontera entre realidad y literatura, resaltando una manera de ser y de verse a sí mismo y a los demás. Una manera muy “aparte”, alejada de otros lenguajes poéticos.
En la portada de su último libro aparece un busto de Juan Sebastián Bach rodeado de flores y hierbas silvestres y metido en una simple carretilla de albañil. Me parece que el artista-grabador ha captado maravillosamente la esencia del arte de Białoszewski.
Sus poemas:
Verde ergo es
eres... o no eres
creer en ti o dudar
no importa de qué estás
fabricado de qué
quizás de nada
verde
con tu barniz de luna
tu —paisaje invernal
un simple pedazo de loza
apenas poblado
y frío
con sus adornos de árboles
y de niebla
al bordo
y mientras nada sé de ti
ni del gusano de minivacío
que te muerde
no pienso llamarte nieve
ni extremidad de un pueblito
ni fondo
de una noche de luna llena
puedes tocarme
el más bello preludio
de la inquietud
Testimonio del sueño
Detrás de las cabeceras de las camas
nosotros —barracas cinematográficas
del sueño
No podemos ni silbar
ni aplaudir
Lo único que ocurre
es que vociferamos en el lenguaje de los monos
—nuestro antiguo dialecto—
las cosas más actuales
Y de veras, entonces
estamos viviendo
nuestra propia era
Qué fácil perder la fe
Vino el caballo y el carruaje.
Los veo. Creo en ellos.
Está anocheciendo.
Vino el caballo y el carruaje.
Pero ya el caballo tenía otro caballo.
Y el carruaje —otro carruaje.
Paseaban los grandes bultos
de sus sombras
por las limas de las acacias.
Y ya era difícil creer
en caballo y en carruaje.
Mironpena
pena el hombre Mirón pena
otra vez pende —
jo de las palabras
incierto de quehaceres
un ser es
Autorretrato vívido
Me miran.
Quiere decir que tengo cara.
De todos los rostros que conozco
del que menos me acuerdo es el mío.
A veces mis manos
viven sin comunicarse.
¿Tal vez sea mejor no sumarlas?
¿Dónde están mis límites?
Pues lo que me encrespa
es el moverme o vivir a medias.
Sin embargo siempre
se arrastra en mí
diminuto o lleno
un atisbo del ser.
Cargándome
cargo
un espacio propio a mí.
Si lo pierdo
significará que no existo.
No existo
ergo no dudo.
las civilizaciones: cómo han vivido
las culturas: qué han pensado y sentido
y según Ludwik / un día vino
y al quitarse el abrigo /:
— la civilización — ya lo sé
es una mecánica de la vida
¿Y qué opinó sobre el arte?
/ eso ya hace un tiempo /
— ¿con qué
empieza?
con un primer gesto desinteresado
A través del vidrio
Abajo resplandece la plaza
la calle ofrece su visión
llega, continua, prende luces:
primera, segunda, tercera,
se desvía
los tranvías se desvían,
no se ven traviesas
cruzan
un parque
alguien camina
con su cabeza
por atrás de blanco
este niño en los brazos
de blanco
al lado
construyen
detallitos
detallitos
resumiendo: yo —de pie—
en la ventana —a tientas—
faltan para las seis ¿sobre qué fondo?
―espero—
―como si me hubieran pintado—
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