lunes, 9 de agosto de 2010
350.- ROCÍO CERÓN
Rocío Cerón (Ciudad de México, 1972). Poeta y editora. Ha publicado los libros de poesía Basalto (México, 2002) por el cual recibió el Premio Nacional de Literatura de México Gilberto Owen 2000; Litoral (México, 2001), Soma (Buenos Aires, 2003), Apuntes para sobrevivir al aire (México, 2005) e Imperio (México, 2008, 2da edición República Dominicana, 2010); Imperio/Empire, edición bilingüe e interdisciplinaria (México-USA, 2009) y La primavera comienza muy tarde (Uruguay, 2010). Obra suya ha sido antologada, entre otros, en Anuario de poesía mexicana (Fondo de Cultura Económica, ediciones 2004, 2005, 2006, 2007, 2008); Latinale 2006. Überland und leuchtende Städte (Instituto Cervantes de Berlín-Kulturstiftung des Bundes, Alemania, 2006); El hacer poético. Compilación de Julio Ortega (Colección Entremares, México, 2008); 16 Balas, antología de poesía mexicana actual selección de Antonio Orihuela (Fundación Juan Ramón Jiménez, España, 2008) y Soda cáustica. Cinco poetas latinoamericanos, selección de Enrique Falcón (Cuadernos Caudal de Poesía, España, 2009). Obra suya ha sido traducida al inglés, al sueco y al alemán. Desde 1996 desarrolla proyectos de poesía visual y desde 2007 imparte el laboratorio de poesía en formatos no convencionales (polipoesía).
De Basalto
-gozne-
(del devenir nacida
sin presente
atada siempre a la era del gesto
al ras de la música de los letrados
sobre el tapiz de la mejor escoria de las razas
sin más error que la miseria de la sal
una palabra
sin sujeto y sujeta a la civilización
trazo de un cuerpo que es verbo)
-gozne-
(vertical
sujeto al trapecio
fundador
acurrucado en el arcón proteico
ingenuo
necio
mutilado al paso de las hordas
inmaterial
y sin embargo dueño del mundo
hombre signo)
De Soma
Sublingual
¿Qué hay debajo de la lengua?
¿Un triturar de huestes vocálicas,
un cierzo de agudas consonantes,
un despojo de viento áureo,
quizá el mustio huso de la letra?
Aquí entre toneles de saliva y tiento
se guarda el vocablo,
la gramática de tu rojo nombre,
y se incendia –sí, se incendia–
la simetría del giro:
debajo de la lengua hay un presidio.
Sitio de partida
Lo más profundo que hay en el hombre es la piel.
Paul Valéry
Debajo de la piel hay un fracaso.
El alveolo no atempera el miedo,
el ramaje exacto va, viene,
trayendo la oquedad del aire
(esta sangre, despoblada de hábitos, sólo conoce el eco de una letra:
M que madura en las vértebras, castañea menuda, y mártir es en este navegar
de muecas que el olvido no procura)
Debajo de esta dermis la brasa aclara el engaño de estar vivo
(brasa como filo, filo de cierta era, era que guarda lo insondable)
aquí —líquido que guarece la llama,
aire que entona un gemido tácito y palpable—
se esconde el humor de la infancia,
la lentitud del invierno,
la cosecha muerta de una frase.
De Habitar (inédito)
(fragmento)
No es la ajena silla que angustia los contornos edípicos del suelo
es la inflexión subversiva de una bufanda echada al paso
es una A establecida a fuego en el pecho
una letra gutural que cobija al miedo
desempolva los pliegos escritos del mundo
y traza sobre la boca una casa
un hábito de muerte
aquí en lo inmediato
entre el salmón y la ballesta
en la nuca calva de un hombre que zurce ciudades
no hay virtud ni asomo
quizá un mero dejo de intención
la hendidura, no la grieta, marca el pulso del cimiento
es en los contornos del fin donde el aire recoge
la falsedad del tiempo y la cara es testimonio de desvelo
máscara hecha ídolo rostro conveniente para desandar
esa realidad derrochada de espejismos
y cada mano es sepultada a la fuerza y cada signo
es el intervalo letal del naufragio
ya no mella la cura los objetos son abismo
y los hábitos y las marcas son presagio de la culpa
y ahí en el piso esa bufanda puñal cristalizado en aire
marca el tenso lugar el piso ardiente
donde el teatro del mundo es sólo huida.
Resistencia
Bajo el desdén de la canícula
erra la mano en su deseo de prisa,
de movimiento arduo sobre el blanco.
Mas el cuerpo aquieta desazón y agotamiento
en la enmienda del paso justo.
Hay contacto entre velocidad y pausa,
un registro de paulatinos tonos
que engarzan en un vaho el cantar del cuerpo.
Redoblando el movimiento, en caída,
vertical y austero,
el nervio más grande atrae hacia sí
la pulpa añeja del escarnio.
Ya nada interpone su designio, ya nada es sólo sangre,
hay historia emplazada en cada miembro, en cada herida,
en cada gesto.
Despacio y aprisa –como el tiempo– se acuna en la mano la palabra.
Esplenio
En este triangular destino
donde se fraguan las junturas del relámpago,
en este punto álgido
que permite sólo el cabeceo menor,
comienza el desliz de la tragedia.
Apenas puñado de red fibrosa,
apenas geometría escalena,
apenas contracción de dos dedos de músculo
donde se aposenta el miedo
y punza.
Aquí tira la voluntad de la vejez y el tedio,
se ahonda el clavo y hace merma en el poco cobijo del cuello,
aquí, en este punto álgido, se descubre la fragilidad,
se especula la posibilidad de una pronta muerte
para acallar la úlcera invisible de un taladro.
Habitación 413
Que nadie contradiga cuan abierto es el deseo
de estar así, bajo las sábanas de otoño,
mirando destejer del día a las sombras.
Que nadie ose (no mientan, no sean púdicos) decir
que en este lecho de herido no hay gozo,
lascivia, encantamiento.
Que nada irrumpa tan excelso instante, que nada evite
el contacto de la gasa sobre el cuerpo.
Que nadie venga
(¡cómo no odiar a las visitas y sus lánguidos consuelos
y su encendido morbo por la muerte!) a escuchar
la respiración atrofiada, el quejido
—una y otra vez, una y otra vez—
de dolor profundo, oculto.
Que nadie mire este despojo de hombre
—ya flor, ya hierba, ya esqueleto–
agitándose en la arista del recuerdo,
intentando guardar las mieses, el sudor,
la breve valentía de ser presa.
Que nadie roce sus labios, manos,
que nadie toque nada.
No recorran esta habitación, esta ciudad cercada,
huelan sólo la fragancia del espino.
Celebración del acecho
Cada estrella tiene un nombre,
un cintilar que completa las llagaduras del cielo
Cada tramo del desfiladero sopesa
—a breves escaños— el suicida cuerpo
Cada hora es un acecho, un empujón al ánimo
para darle vuelco a la jareta
Y un hombre se detiene
no a compadecer las rodillas destrozadas
o el cuenco de la palma absorto en sangre
se detiene en la frontera del tímpano y la cresta,
escucha los lamentos de su aire —todavía de hombre—
y ante el acecho de la muerte, se toca la barbilla.
Menudencias
No hables sólo de tu execrable páncreas
y su estilete agrio,
ni de la pretendida lozanía del hígado
—ayer ya remolacha y sino—,
ni siquiera del bazo y sus manías gallardas,
que todo será caldo, sopa aguada,
suculencias no de mujer ni de hombre
sino de un puñado de lombrices
que loarán festín tan regio.
Intestinos —ni tan largos ni tan cortos—
serán aperitivo, apenas bocado breve, servil.
El corazón —segundo plato— habrá de rendir
puñado y medio de abono;
postre de majestades, el estómago
será digna bazofia para el convite reunido,
pedazo de cielo para mortal jauría.
Los ojos —cautos— serán nicho de huevecillos,
borde tenue entre muerte y vida.
Vísceras, en fin, de salada signatura
que, apetitosas a rastreros seres,
no valen ni un minuto de tu empañada mente.
Coda
A la memoria de Juan Oronoz y Francisco Niebla
Cómo me gustaría oír
el estallido de la pústula
la lascivia de la herida
el grito ahogado de la costra
la melancolía del golpe
y así acostarme en el lecho de espera
con la ebriedad atada al cráneo
sólo aguardando la ferviente aparición
de cualquier muerte.
BASALTO
Justo en el centro, en un tiempo preciso, entre oscuridad y luz, se partió el universo, de ahí el mundo habitable, de ahí el hombre.
Como está escrito:
" De mis astillas, de la ceniza de mis pensamientos, del último eco de mi nombre, será el fémur."
del aire blanco que se concentra en la silueta y la razón
del éter de un diamante sin peso ni brillo
de la soga que pende del Árbol binario del conocimiento
del círculo de la mano a la mano círculo de un solo tiempo
del primer silbido que es cuerda puente del viento y la horizontalidad
de la sierpe deslizándose por el claroscuro de la idea
de la nuez cáscara dentro de la cáscara capas sin fin de un todo
de la luz negra luz primordial
de la letra que configura el rostro del mundo silencio que declina
se sujeta es sostén al detenerse quietud que es movimiento
fuego incesante de la forma
de las siete caudas fluido de un solo no del que todo sale
y al que todo llega
de esto y lo antes dicho porque el poema es siempre el mismo y lo será
y a su vez se despliega en voces y es inagotable
del desierto único lugar abierto a las posibilidades:
basalto
fuego que abrasa las tinieblas
desciende se transfigura
se detiene
grava milenaria arista que especula con la forma diamante nómada
¿de qué gesto saldrás de qué principio cautivo de qué homilía brotarán tus vetas?
la piedra gravita va hacía las llamas el movimiento pendular crea el fundamento
seduce el abismo al silicio al cieno
basalto leve extracto del halo terrestre
de la penumbra del caos surge el esplendor
giran astillas de oro se suspende el tiempo fecunda el roce lo incierto
lo impreciso una gota de fuego negro señal de lo que emerge
el brillo incita a la grieta a ser tramado
a delinear la traza de un cuerpo
destello espeso nido pétreo en la dureza reside la flexibilidad del pensamiento
de lo múltiple surge el principio
el polvo reposa en colérico vaivén
en el interior la gema guarda la sima de las eras el destello vedado de la infinidad del tiempo
el vértigo concibe la caída baja el mineral
lava que construye y aglutina en sus fragmentos una piel
transmigración de la materia
piedra que accede al contorno roca que es lava para volver a sí misma
horas que encierran en un cuadrado la vastedad de la luz y no cesan de ser espiral
gesto sólido ------- móvil ------- emanación del vacío
---------------- del prisma de sus laderas brota la lluvia
-----------------día térreo de donde surge un perfil
---------------- boceto del cuerpo esencial
No hay comentarios:
Publicar un comentario