Matilde Cabello. Puerto Real (Cádiz) 1956.
Poesía: Entre El fruto de aljamía (1991) y La tierra oscura (2004) lleva publicados Las teas de la tarde (1992) Azul Reflejo (1993), Tres cantos para un niño oscuro (1993) El culto de la espera (1994), Cenizas de otro Sur (1995), avalados, por los premios “Luis Carrillo de Sotomayor”, “Mujer-Arte”, “Mario López” o “Rosalía de Castro”, entre otros.
Salvo apariciones en antologías y algunos opúsculos como Remembranzas, Biografías o De los días azules, el resto de su obra permanece inédita.
Autora de la novela Wallada. La última luna (Edt. Almuzara, 2005), ha participado en jurados, congresos y encuentros nacionales e internacionales con comunicaciones relacionadas con la poesía y las mujeres andalusíes.
Es columnista y colaboradora desde principios de los noventa, en el diario Córdoba y, a partir del año 2000 en diario el Día y guionista y presentadora de TV.
LA RUPTURA
Españoles, dijeron, Franco ha muerto.
Y allí me quedé yo, con quince años
de banderas y signos en la espalda.
Los fantasmas salieron de los sótanos,
las cigüeñas volvieron a su oficio,
los amores eternos caducaron
y el celofán cayó de las palabras.
Nos abrieron los pisos clandestinos.
Sus sábanas al sol y sus consignas.
Nos hicieron creer que un equipaje
se queda en la estación cualquier mañana
como se olvidan los paraguas
si sales
y ha escampado.
El ojo del triángulo
Sabed que reivindico, pese a todo,
la infancia que tuvimos.
Por encima del sexo mutilado
y de órdenes supremas.
Porque Dios nos miró desde un triángulo
y en su observancia fuimos
capaces de subir a interrogarlo.
De: La tierra oscura
(Córdoba, 2004)
Larache
La luna de septiembre nos convocó en Larache.
Mil novecientos treinta en el hotel España.
Un conserje mestizo, las anchas escaleras,
pasillos infinitos y puertas azul cielo.
Topolino, uniformes, música de gramolas,
cortinas rojo sangre, bañeras dieciochescas.
Aquella noche fuiste un galán de Alhucemas,
salido de los textos de aquella guerra antigua.
Mas no te envalentones y ni cebes tu autoestima.
Sucede que la niña de cuentos aprendidos
da cuerda a su memoria apenas que la animen.
De vuelta la dos mil uno detesto las batallas
y junto a ti, rifeño, la paz es utopía.
(Inédito.)
LEY SÁLICA
Prolongaré este amor porque te excluyo
de los lunes, la compra y la oficina.
Aún pretendo doblarte en el estuche
de mis tiempos azules, donde nunca
dejo entrar el otoño y sus tormentas.
Allí te aguardaré. Pero no vengas.
(Del texto inédito: Leyes de Gravedad)
Estarás
Cuando nada concluya. ¡Cuándo todo sea eterno!
Vicente Núñez.
La lluvia hurgó en los ojos y encontró a la tormenta.
Aquel cálido junio se me trocó en noviembre,
la mañana de sábado en noche de domingo.
Me volví a los arcones de nácar donde escondo
las prendas exquisitas, sabiendo que estarías
entre coronas fúnebres y crisantemos secos,
las huellas de otras muertes que he velado en las tuyas.
Envuelto en carey blanco aguardaba el recuerdo:
Tu verbo de diamante, los dedos entre el Chesterfield
y esa media sonrisa llorándole a la vida,
convirtiendo en retablo los zócalos del Tuta,
tallando de caobas sus mesas de formica,
pintando los murmullos con notas de Beethoven.
Y supe que tu lengua le venció al epitafio,
que estarás mientras quemen las súbitas heridas
y tu Longines marque las horas de un vacío.
Porque todos guardamos las hebras de algún cuerpo,
esa tarde que nunca nos vestirá de rosas
o unas manos amadas, avaras al mendigo.
Cuando ronde el cetrino moscón de la hermosura
o nos cerque la llama de tu Poley de invierno,
cuando tiemble la carne hacia el desnudo enigma ...
Estarás. Y sabremos que mienten las esquelas.
(De: Dime que te quiero. Antología Homenaje a Vicente Núñez. Ateneo de Córdoba, 2004.)
LAS TRECE ROSAS ROJAS
¿En nombre de qué patria disecaron las hojas?
¿Qué metralla ha truncado tan virginales tallos?
Trece rosas, apenas nacidas a la lluvia.
Trece sueños desnudos frente a un terror de insomnio.
Era un tiempo de sables. Fue en Las Ventas.
Era la madrugada y era agosto.
Día de Andalucía
Aquella noche había
postales coloristas.
Mantones de manila
nadaban por el aire.
Enardecidos duendes
por entre los gemidos
del volante ligero.
Gitanas con claveles
y coches de caballos.
La sal en el acento.
La gracia en el quejío.
Al fondo era el paisaje,
palomas de alas verdes
y angustias contenidas.
Aquella noche había
un padre en la vendimia,
viejos analfabetos
y nietas en Caleya.
Un carburo encendido
en tiempo de aceitunas.
Las colas en el paro.
Las cuentas en la tienda.
La historia repetida.
Era Abril en Sevilla.
Era en Córdoba Mayo.
Era el verano largo
del Sur desconocido.
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