Emilio Lascano Tegui
Emilio Lascano Tegui, o Vizconde de Lascano Tegui, (Concepción del Uruguay, Entre Ríos, 1887 - Buenos Aires, 23 de abril de 1966) fue un escritor, pintor y diplomático argentino.
Fue hijo de padre argentino y madre uruguaya. El político radical Juan José Frugoni lo inició en la poesía al enseñarle métrica. Al poco tiempo, entre 1905 y 1907, compuso sus primeros discursos públicos en octosílabos rimados provocando la risa de quienes lo oían.
En 1908 viajó a Europa como traductor de la Oficina Internacional de Correos y se dedicó a recorrer a pie Francia, Italia y el norte de África. Durante esa etapa, en compañía de Fernán Félix de Amador, se dedicó a la poesía mientras se aficionaba a los viajes. Fue entonces cuando decidió modificar su apellido de origen vasco y transformarlo en uno compuesto y, en el año 1909 aproximadamente, le antepuso el título de vizconde con el que firmaría su primer libro: La sombra de la Empusa, publicado en mayo de 1910.
Fue en 1914 cuando decidió establecerse en París, donde se hizo amigo de Picasso y Apollinaire, y ejerció de mecánico dental durante la Primera Guerra Mundial. A lo largo de su vida tuvo diversos trabajos. Fue pintor muralista, cocinero y conservador de museo. En 1923 fue designado cónsul en Caracas y en 1940 en Los Ángeles donde permaneció hasta 1944.
Vivió sus últimos años en Buenos Aires, donde falleció el 23 de abril de 1966.
BIBLIOGRAFÍA
La sombra de la Empusa, poemas (1910); Blanco..., poemas (1911); El árbol que canta, poemas (1912); Al fragor de la revolución, prosa (1922); De la elegancia mientras se duerme, novela (1925); Les bannières d’Obligado, prosa (1930); El libro celeste, prosa (1936); Album de familia, prosa (1936); Venezuela adentro, ensayo (1940); La paradoja del campo venezolano, ensayo (1940); Muchacho de San Telmo, poemas (1944).
AL AQUELARRE
Viejas caducas, sumisas,
polvo de congregaciones,
que numeran los sermones
y las peregrinaciones;
y que han perdido sus risas
a la sombra de las misas:
hostia!
Viejas sátrapas, espionas;
aroma de los santuarios,
riqueza de los osarios,
viejas corvas, dromedarios,
viejas feas, solteronas,
viejas viudas y lloronas;
esencia de mezquindad,
doctas en cosas prohibidas,
que van de negro vestidas
pues deben luto a las vidas
de los pobres de orfandad
que mató su caridad:
hostia!
Carne de las disciplinas,
coguelmo de los errores;
que en los solos corredores
dejan a sus confesores
la carne de sus sobrinas,
viejas sacras celestinas,
que hablan bajo de Jesús
en las frías catedrales
y sienten rabias sexuales:
comprendiendo los misales
y admirando a media luz
al Cristo que está en la cruz:
rezad, cuando hoy todo muere,
y es escoria lo que fuere
premisa del mundo antiguo.
Por vosotras, en exiguo,
el diablo reza un ambiguo
miserere.
Robinson-Seaux. 1909.
(De La sombra de la Empusa, París (Buenos Aires), 1910)
TRAGEDIA ANTIGUA
In memoriam para Alfonsina Storni
Salió de noche para ver la Luna.
Dejó la casa, el mueble y el recuerdo,
y entró en la sombra como en una urna.
Miró hacia el mar, ese enemigo nuestro
—que somos barro y vanidad solubles—
y opuso al fiero mar, su frágil cuerpo.
Su cabeza plateada por la gloria
pensó —ya tarde— en sonreír al cielo
yendo en los anchos brazos de la ola.
El mar que lleva el cuerpo de la Atlántida
y sabe de amarguras infinitas,
sorbió la más salobre de sus lágrimas.
Por desafiar la mar, grano de arena,
las aguas la llevaron a la playa
vacía de alma, la pupila ciega.
Y fue una noche de temible angustia
en que olvidó la casa y el recuerdo
y las alas, quebradas, de su musa.
(Nosotros, segunda época, año 4,
vol. 9, n° 37, abril de 1939)
MUCHACHO DE SAN TELMO
Pongo menudos recuerdos
en el pecho de este libro,
de un barrio que fue el juguete
que la ciudad diera al niño;
de una infancia que se aleja
las manos en los bolsillos,
escribiendo en las paredes
con las tizas del silbido.
Su escenario, fue algo chato,
—sus horizontes, baldíos—
pero a las cuestas del viento
trepó con patas de chivo
y sus barriletes fueron
a abrirle a Dios un postigo.
No supo de amor, que nunca
en mujer gastó suspiros,
que no conoció amarguras,
sino dulce de membrillo.
Libro que escribe un muchacho
por vagabundo y perdido .
siguiendo, de cerca, el humo
de su primer cigarrillo.
**
Cuando estoy hilando versos
y mirando hacia mi barrio,
color, distancia, perfume,
le dan relieves al cuadro
y oigo una pobre guitarra,
como en la casa de al Iado...
Es música misteriosa
y me penetra su encanto.
Tiene el sello de la infancia.
Yo la oí siendo muchacho.
Hoy, me llega desde lejos.
¿Es el arrorró del árbol?
De las palabras humildes,
viene tomada del brazo,
musiquita de percal
que cosió la hebra del llanto.
Yo la entendí siendo niño.
Alguien sufría en el barrio.
No le conocí la cara
y nunca le di la mano.
Era un músico. Organillo,
guitarra; ocarina, piano,
tocó con igual empeño,
pero sin salir del cuarto
Su destino fue hacer música
para llenar el espacio,
acompañando la pena
que flota en los barrios bajos
cuando sufren las mujeres
y lloran sus desencantos;
cuando se llevan las manos
hacia Dios que está en lo alto;
cuando se cierran las puertas
y cuando parten los barcos
y cuando los hombres ponen
dudas en sus relicarios...
Yo no hago versos. Escribo
con tinta color del tiempo,
el cronicón de la infancia
de mi barrio con recuerdos
algo salidos de foco.
Soy fotógrafo inexperto,
con las placas desveladas
y el bromuro, amarillento.
Son las pruebas de un pasado
muy pobrecito, por cierto.
Álbum de fotografías
borrosas, ojos de ciego,
que no ven ya para afuera
y que espían hacia dentro.
iImágenes de la infancia!
—aplastadas en los álbumes—
cómo estáis descoloridas,
escenas y personajes!...
El paisaje de esa época,
era bien pobre en detalles:
un banco, una silla, piedras,
una avenida de palmas
y una columna raquítica
que no sostenía a nadie.
E! cielo, no tuvo nubes.
Sólo el aire es importante.
y son tan duros los héroes
que usan ropas impermeables.
Siempre están en primer plano.
El resto, de nada vale.
No diafragmaban los lentes
de la Casa de Lepage
(hoy Max Glusman). Eran rígidos
con amor propio de alambre.
No había profundidad,
ni retratando en la calle
y, corrigiendo defectos,
el fotógrafo alabable
colocó en fondos postizos,
columnas y ojivas árabes,
perdidas entre palmeras
y hora única, la tarde.
Yo me retraté en San Telmo,
y se creería que en Nápoles
porque se ve, a mis espaldas,
al Vesuvio detonante
con una mecha de humo.
¿Detrás mío?... ¡Qué desaire!
Fotógrafos errabundos
por el puerto, la Avenida,
la Recoleta, el Zoológico
y, en el camino de misa,
andaban pescando clientes,
niños, sirvientes y misias,
con un armatoste a cuestas
y sus modelos en ristra.
Con unas manos muy sucias
—siempre de luto vestidas¬—
después de muchos esfuerzos,
contratiempos y fatigas,
tomando actitudes sabias
—y otras no menos fingidas—
era el parto de los montes:
sólo una prueba obtenían.
Y, para hacerla brillante,
sólo un barniz: la saliva.
El cáncer profesional
llevó la lengua al artista.
i Lengua con hiposulfito,
y amarga como la quina!
*
Fue tan ruda la paliza
que recibí de mi madre
—con el lomo de un cepillo¬—
que decidí suicidarme.
Con lágrimas en los ojos
que no eran de cobarde,
me eché escaleras abajo
y seguí calle adelante.
En pocos minutos hice
toda la calle Balcarce.
A medida que corría,
el espíritu calmábase
y, del suicida, saqué
un niño con ojos grandes
que descubría comarcas
y almacenaba paisajes.
Se paraba en las esquinas,
y era el dueño de la calle.
Así nació un vagabundo
cuando pensé suicidarme,
rehuyendo el hogar injusto
y el cepillo de mi madre.
Así nació un argonauta,
y así yo monté las naves,
que el crepúsculo prepara
nubes con formas amables
y me llevan, desde entonces,
sobre la tierra y los mares.
¡Alabado sea el cepillo;
y alabada sea mi madre!
(1895)
De Muchacho de San Telmo (1895), Buenos Aires, Editorial Guillermo Kraft Ltda., 1944
MISTERIOSA...
A la sombra pálida
de Josefina H. P.
Misteriosa,
sensitiva del Silencio....
Tú que hiciste de la espera
sortijas para tus dedos.
La triste,
la pálida del endeble cuerpo;
la que viene de los barrios bajos
costeando los cercos,
"la viuda"
la aparecida,
de las callejas y huecos;
Misteriosa,
sensitiva del Silencio...
oye:
¿Por qué huyes y rehuyes
mi encuentro?
Indecible,
ilusa hermana del Tiempo,
tú la demacrada
y aquel siempre Viejo.
¿Qué tienes, que quieres ser
sólo la sombra del cuerpo
en el zaguán inconcluible
del enigmático espejo?
Misteriosa,
sensitiva del Silencio...
oye:
Mis pómulos flacos,
mis sienes de enfermo,
amarillos en la esencia
de tu ensueño,
¿no debieron merecerte?;
¿qué te he hecho
que el vampiro
del eterno
femenino por la nuca
va chupándome el cerebro?
Misteriosa,
sensitiva del Silencio...
oye:
No quiero tu carne.
Amo tu esqueleto
sólo, y allá en las mandíbulas
un nervio
o algo en que pondrían
mis labios sus besos.
Quiérote, vieja ó muerta;
(siempre has de tener los huesos)
Misteriosa,
sensitiva del Silencio...
oye:
Que soy hombre malo?
Que poeta perverso?
Yo soy Inocente
de mi alma de perro.
Dadme tu bondad,
que para mi son tus huesos.
Que si tú eres buena,
yo malvado y feo,
¿di, por qué no quieres
que justifiquemos,
el amor de una paloma,
por un gato negro?
(De Blanco, Rubén Darío, hijo;
París-Bs.As., 1911)
Los inconvenientes
Hasta la muerte vamos tropezando con algo.
Alguien nos pone piedras en todos los caminos,
Y aunque triunfamos como el ingenioso hidalgo,
Molidos y maltrechos nos dejan los molinos.
Siempre es un inconveniente... Se desgarrarán los tules
En la danza de Anitra bajo el pie que las cela
—Por un hombre que tiene tan sólo ojos azules,
las niñas de mi pueblo llegan tarde a la escuela.
De las tres iglesias que en el sitio de Candia,
Alzábanse celosas a las estrellas, la de los
Cordeleros era la más alta de ella,
Y servía de observatorio
A la tropa sitiada.
LA YERBA LLEGABA EN TERCIOS
-dos tercios, era una carga-.
Como en los tiempos de recua,
sacos en cuero de vaca,
con el palo para afuera
y en cada tercio una marca
de hacienda. El cuero bravo
del animal muerto a lanza
era curtido en el suelo
tendido, entre cuatro estacas,
bajo los soles heroicos
de la tierra paraguaya.
Y, mañero, de encogerse
iba perdiendo las mañas.
Lo doblaban a fuerza.
Lo convertían en panza.
Lo cosían con un tiento
sobado que rea una guasca
ablandada con "pacencia"
y sebo de riñonada.
Los tercios de yerba mate
se quedaban a la entrada
del almacén donde orinan
los perros, que huelen, pasan,
y vuelven a cerciorarse
que les es propia la fragancia.
Para extraérseles la yerba
le abrían una ventana,
y por la herida del tercio
salíase a bocanadas
el aroma de los campos
empañados en el alba.
¡Perfume amargo de yerba,
tuyo es el olor a patria!
En medio de Buenos Aires,
hueles a frescor de planta
húmeda, a caldén y a flores
de Iberá, desmesuradas.
Es tu perfume de macho,
todo el olor de mi raza
que arrastró bota de potro
y las lloronas de plata;
la que una estrella tenía,
igual que los malacara
en el medio de la frete,
y era una estrella gitana.
Los indios nos entregaron,
virgen guaraní, tu planta.
No supieron de escorbuto
los que bebieron tu savia.
Soldados y montoneros
si comían, mateaban;
que hacía hombres amargos
la yerbita paraguaya.
Y en sus labios despectivos
que los barbijos cruzaban,
el dolor fue cosa dulce
curtidos con yerba amarga!
No hay en mi infancia, en San Telmo,
mujer, por pobre o por dama,
que no la vea cebando
su mate, con elegancia,
y no nos ofrezca "un dulce"
con una sonrisa en dádiva.
Veo a mi madre feliz,
y la veo desgraciada,
cebando el mate con versos,
o cebándolo con lágrimas.
Y ese mate, su ladero,
junto a mi madre lloraba,
junto a mi madre sonreía,
y entre sus manos ancianas,
los dos subían la cuesta
de los años, empinada.
Labios febriles y verdes
teñidos con yerba amarga,
¿cuántos ríos se bebieron
desde que llegaba el alba
-que iba en el flete del día,
como invitada, en el anca-
hasta que caía la noche
a beber en las cañadas?...
Si Dios, pensando en el mate,
que es sólo perfume y agua,
sembró de arroyos mi tierra
e hizo el Río de la Plata.
El Vizconde Lascano Tegui: una gloria argentina
Emilio Lascanotegui fue, ante todo, escritor (novelista, poeta, ensayista), y uno de los más originales que ha dado la Argentina, pero también ha sido periodista, artista plástico, viajero impenitente, político, traductor, dentista, vendedor ambulante, diplomático y maestro cocinero.
Nacido en 1887 en Concepción del Uruguay, provincia de Entre Ríos, Argentina, su infancia transcurre en el barrio de San Telmo. Como casi todos los grandes escritores argentinos del siglo XIX y de comienzos del XX, su vínculo inicial con la literatura se da a través de la política. El dirigente radical Juan José Frugoni lo inicia en la poesía, enseñándole el arte de la métrica y la rima en un viejo almacén. Poco después, entre 1905 y 1907, ya como político del partido radical, Lascano compone sus discursos públicos en octosílabos rimados, cosa que provoca sorprendidas risotadas a sus ocasionales oyentes en la plaza Lavalle o ante el monumento a los caídos de la Revolución del 90. Fue, sin embargo, durante un viaje - ¡A pie! - por África y Europa en compañía de Fernán Félix de Amador, emprendido en 1908, que Lascano afirma su vocación poética. Durante este extenso viaje decide modificar su apellido de origen vasco (Lascanotegui), transformándolo en uno doble (Lascano Tegui) y, hacia 1909, le antepone el apócrifo título de Vizconde con que firmará, ya de regreso en Argentina, su primer libro:
La sombra de la Empusa.
Impreso en Buenos Aires en mayo de 1910, con un pie de imprenta falso de París, La sombra de la Empusa le prodiga el mote de “loco" y provoca escándalo en los amanerados círculos literarios que aún se muestran esquivos a la renovación literaria que propone, por ejemplo, el Lunario sentimental de Leopoldo Lugones. La experimentación poética del Vizconde redobla la apuesta ante las audacias formales del modernismo local. Su impronta provocadora es verdaderamente precursora de la obra de su amigo personal Oliverio Girondo, que recién una década después, enarbolará las mismas banderas en pleno auge martinfierrista.
Aprovechando la visita que Darío hace la Argentina en 1911, Lascano Tegui publica, pocos meses después de La sombra de la Empusa, un nuevo conjunto de poemas que tituló Blanco y firmó con el seudónimo de “Rubén Darío (hijo)”. El libro, que reeditará al año siguiente con firma y título verdaderos, El árbol que canta, es su estratégica respuesta a la mala recepción del poemario inicial y una venganza literaria que descubre el poder, al momento de ser valorado un escrito, del contexto mediático. En efecto, ya que mientras Blanco es Blanco y Lascano "Rubén Darío (hijo)", el mundo literario acepta la novedad, y los augurios acreditados celebran el hecho de que la sucesión del gran poeta quedaría en familia. Lascano Tegui guardaba un dossier con recortes periodísticos que elogiaban al hijo del maestro, con cartas de eminencias literarias de América, que alentaban al joven bardo y que le rogaban transmitiera saludos a su papá.
Parece que Darío se quejó, pero no por la cuestión literaria ni porque considerara a ese súbito hijo un fraude, sino por las complicaciones domésticas y sentimentales que esta genial paternidad le trajo.
Para 1913, este bon vivant se afinca en Francia, precisamente en Montparnasse, donde participa no sólo del ambiente cultural de París sino también de los debates y movimientos que prorrumpen en el ambiente literario porteño. Tercia, por ejemplo, en la canonización del Martín Fierro que por ese entonces gestaban Ricardo Rojas y Leopoldo Lugones. Y mientras ejerce el periodismo como corresponsal de varias publicaciones argentinas, extenúa incontables oficios: es decorador del salón de lectura que el diario La Nación abre en París en el número 3 de la rue Edouard III; vendedor de ropa vieja; comisionista y exportador entre 1919 y 1922 y, entre otras curiosidades, ejerce como dentista y mecánico dental, profesión que, aparentemente, estudia en la École d’Odontologie de la Universidad de París entre 1917 y 1919.
Unos de los puntos centrales de reunión de los artistas de Montparnasse, entre los que hay que contar al Vizconde, ya dedicado a la pintura y las letras, es, durante la segunda década del siglo, el Cafe de la Rotonde. Entre sus concurrentes más asiduos se puede encontrar junto al Vizconde a Pablo Picasso, Amedeo Modigliani, Jean Cocteau, Marie Vassilieff, Moisés Kisling, Kiki, André Salmon y otros.
En 1923, el presidente argentino Marcelo T. de Alvear decreta el ingreso del Vizconde al servico diplomático del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto. Este empleo le da cierta estabilidad económica que no desaprovecha. Dos años después publica su obra maestra, la estupenda e inclasificable novela De la elegancia mientras se duerme.
La novela fue presuntamente escrita entre 1910 y 1914 y es de una modernidad pasmosa: bajo la forma del diario íntimo, el narrador fragmenta la estructura del relato con breves historias independientes articuladas por la realización de un crimen gratuito que vehiculiza la sugerente poética del autor. El tono elegantemente salvaje de casi todo el texto, le vale el epíteto de inmoral por parte de la crítica que, sin embargo, le da una favorable bienvenida. Uno de los hallazgos que potencian esta obra de Lascano Tegui, radica en el lugar privilegiado que ocupan en la ficción las manos y otras partes del cuerpo, como el cabello. .
El comienzo de la novela es memorable:
"El primer día en que confié mi mano a una manicura fue porque iría en la noche al “Moulin Rouge”. La antigua enfermera me recortó los padrastros y esmeriló las uñas. Luego les dio una forma lanceolada y al concluir su tarea las envolvió en barniz. Mis manos no parecían pertenecerme. Las coloqué sobre la mesa, frente al espejo, cambiando de postura y de luz. Tomé una lapicera con esa falta de soltura con que se toman las cosas ante un fotógrafo y escribí. Así comencé este libro. A la noche fui al “Moulin Rouge” y oí decir en español a una dama que tenía cerca, refiriéndose a mis extremidades: —Se ha cuidado las manos como si fuera a cometer un asesinato."
Cuando leí esta novela sentí que estaba ante un texto que abría un espacio no frecuentado por ningún escritor argentino, y no sólo por el modo en que reformula el género del diario íntimo, interpolando un sinfín de pequeñas historias, sino y más aún por las temáticas y el tono delicadamente siniestros de las mismas, sesgos que se conjugan a la perfección con la asistematicidad de los tiempos narrativos, enviciando el decurso de la ficción en el diario íntimo. La transformación del tiempo en la novela, tiene su correspondencia en las metamorfosis que el narrador despliega en diversos pasajes de oscilación genérica (humano/animal -Kafka-; masculino/femenino - Puig, Lamborghini), desconocidos hasta entonces en nuestras letras: así, por ejemplo, la percepción humanizada de una cabra alienta una platónica historia de amor y la figura masculina del narrador se confunde en vaporoso travestismo ante la presencia varonil de un pasajero en el compartimento de un tren.
En febrero de 1924 aparece en Buenos Aires una nueva revista literaria, editada por Evar Méndez y Samuel Glusberg, Martín Fierro (Segunda época) que aúna las expresiones más modernas del ambiente artístico con la sátira política. El grupo inicial, reunido en las confiterías “Richmond”, de la calle Florida, y “La Cosechera”, de Avenida de Mayo, está integrado por Conrado Nalé Roxlo, Ernesto Palacio, Pablo Rojas Paz, Luis Franco y Cayetano Córdoba Iturburu, pero no es sino hasta la aparición estelar de Oliverio Girondo como figura central del proyecto —con la inclusión de su Manifiesto en el cuarto número— que la revista puede definir su carácter netamente vanguardista. Emilio Lascano Tegui aparece en el suelto “¿Quién es ‘Martín Fierro’?”, entre el núcleo de colaboradores adherentes al programa de la publicación, acompañado por Enrique Amorim, Luis Cané, Jorge Luis Borges, Pedro Figari, Eduardo González Lanuza, Leopoldo Marechal, René Zapata Quesada y otros.
Con excepción de una pequeña separata publicada en francés en 1935, Les bannières d’Obligado (Une Revendication Argentine), Lascano Tegui no vuelve a publicar libro alguno hasta 1936 cuando, de regreso a la Argentina, antes de trasladarse a Venezuela en calidad de Cónsul de tercera clase, da a la prensa El libro celeste y Álbum de familia.
El libro celeste, estructurado en numerosos capítulos breves, retoma el estilo atomizado de De la elegancia mientras se duerme, pero con un radical giro de color y tono, ya que abandona la tradición francesa por una ferviente argentinidad. Este libro no es, por cierto, un simple ejercicio de patriotismo; es un volumen de bruñida prosa, mezcla irreductible de autobiografía lírica, atractiva sátira, análisis sociológico, etimologías provenientes de Isidoro de Sevilla y enciclopedismo medieval, conformando un extraño universo, cuya órbita tiene por eje la participación de las letras locales en la cultura universal. Presentado como geografía abstracta, bestiario, herbario y lapidario argentinos, la novela del Vizconde reclama la ayuda de la imaginación como camino hacia la plenitud. A continuación un párrafo notable:
"El animal mayor de la República sería el dragón, pero no existe. Ha sido reemplazado por la estatua ecuestre. Es un animal fabuloso. Es de piedra y de bronce. Recuerda a los héroes de la Independencia que resolvieron a caballo nuestra libertad política. Desde 1810 a 1860 no bajaron del corcel. Las dificultades que les creaba su posición ecuestre les impedían adaptar como cosa suya los principios liberales de Voltaire y Montesquieu, a esa asociación fundamental y que parecía eterna (antes de la invención del vapor) entre el héroe y la bestia, y que no cesó sino con la degeneración del héroe en montonero y en la disminución notable del valor del caballo criollo como elemento civilizador frente al ferrocarril."
Mezcla de géneros y tradiciones, El libro celeste reformula la línea de experimentación híbrida que, noventa años antes, había inaugurado en el Facundo, Domingo Faustino Sarmiento.
La otra novela editada en 1936, Álbum de familia con retratos de desconocidos, es un texto más extenso, precedido de un breve prólogo y con un primer episodio narrativo que funciona como marco introductorio de los textos que le siguen. A diferencia de El libro celeste, cuya escritura le habría llevado pocas semanas, esta obra le requirió varios años de labor. Colección de biografías imaginarias que muestran la influencia de Marcel Schwob, la novela se plantea como una extravagante galería escrita por Miguel Bingham, un inspector de dos compañías de seguro inglesas para las que trata de descubrir, mediante la minuciosa investigación genealógica de los víctimas de una catástrofe ferroviaria de 1900, una razón actuarial, demora su paciente tarea más de veinte años y, cuando intenta presentar el informe definitivo, halla que las empresas aseguradoras quebraron hace ya largo tiempo y su trabajo es inútil. Sátira del realismo documentalista y de la novela como espejo del mundo, la tarea fútil de Bingham anticipa los devaneos poéticos que Carlos Argentino Daneri, en el célebre cuento de Borges, emprende ante la visión total del Aleph:
"Veinte años de pena, de búsquedas ingratas, de tesón, de fe, de soledad moral, de olvido de la realidad, pasaron ante sus ojos desparramando libros, palimpsestos, armoriales, testamentarías, tachando pruebas, rellenando lagunas, fallando, a frío, juicios contradictorios, leyendo gacetas, revisando memorias, moviendo diccionarios, sacudiendo infolios del derecho de costumbre, polvo y polillas. Veinte años de consulta a los correos sin estampilla de los diarios buscando ayuda, pidiendo explicaciones e impulsando a otros tantos archivistas en su mismo camino detrás de la verdad, o de sus aspariencias; veinte años dirigiéndose a los coleccionistas de estampillas para cambiarles, por sellos obliterados que compraba al kilo, la descripción de ciertos sitios geográficos, pidiéndoles precisiones sobre paisajes y panoramas hasta los que no le fuera posible transportarse y que explicaban las actitudes de los héroes que historiaba, y a los que no podía abandonar a los hechos tan sólo. A medida que se alejaba en el tiempo, iba entrando en la fantasía y la leyenda. Sin la parcela de realidad que les echaban encima el medio, el escenario de la tierra, la sombra del campanario, o el puente en ruina de la localidad rural, esos personajes carecían de relieve, y el informe, a fuerza de ser extenso, se achataba como las enumeraciones bíblicas y sus genealogías."
Promovido por Agustín P. Justo y Carlos Saavedra Lamas al Consulado de Caracas el 14 de julio de 1936, Lascano Tegui viaja a Venezuela con su esposa, Sofía Simone Zahrli, de origen suizo, y se domicilia en el barrio de Sarría, donde sus tertulias y hospitalarias cenas serán rápidamente famosas. Su figura se difunde por el ambiente intelectual y artístico, y sus ensayos y colaboraciones literarias hallan prensa receptiva en los principales diarios, El Universal y El Heraldo, entre otras publicaciones del país y de la región caribeña.
A fines de octubre de 1940 lo trasladan al consulado de Los Ángeles, cuya misión finaliza el 2 de mayo de 1944, cuando una resolución del ministerio le solicita que formalice su jubilación en Argentina. De regreso en barco a Buenos Aires, donde debe tramitar su expediente jubilatorio, sufre un percance que sumerge en la incógnita buena parte de su obra. Un incendio en el camarote que compartía con su esposa le hace perder los originales de varios libros inéditos que venía a publicar en cumplimiento tardío de una promesa. Con excepción de Muchacho de San Telmo (1895), impreso por Guillermo Kraft ese mismo año, todos los demás libros se perdieron. Algunos de los libros perdidos (Daguerrotipos, Mujeres detrás de un vidrio, El círculo de la carroña, Filosofía de mi esqueleto) corresponden a volúmenes ya anunciados en espera de editor; de Mis queridas se murieron, novela terminada a comienzos de la década del treinta, se conserva hoy un anticipo de pocos capítulos aparecido en el único número de Imán, la lujosa revista que Elvira de Alvear editó en París con la colaboración —como secretario de redacción— de Alejo Carpentier.
Ya en Buenos Aires, el Vizconde cierra su vínculo laboral con el Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto e inicia en abril de 1945 un largo ciclo de notas en Patoruzú, la popular revista de historietas de Dante Quinterno, donde mantiene una columna semanal que, por su tono e intereses, podría compararse con la de “Aguafuertes Porteñas” de Roberto Arlt en el diario El Mundo o con las que, mucho tiempo antes y sin mayor regularidad, él mismo había ofrecido en las páginas de La Mañana. La reconstrucción nostálgica del pasado, centro emotivo de muchas de estas viñetas, es también el núcleo que —en clave poética— desarrolla en Muchacho de San Telmo (1895).
Sus últimos años en Buenos Aires lo encuentran bastante activo. Hacia mediados de la década del cincuenta prologa Reflejos, de Enver Mehmedagiè, y participa de las tertulias de “El Mangrullo” en casa del eminente coleccionista Federico Vogelius, donde se reúnen poetas y artistas plásticos de renombre: Ricardo E. Molinari, Santiago Cogorno, Jorge Luis Borges y otros. Un catálogo de la galería de Samuel Jahbes (4 al 18 de noviembre de 1963) nos confirma que, hasta poco antes de su muerte, Lascano Tegui seguía integrando activamente los círculos artísticos de la ciudad; entre las obras expuestas se cuentan vistas de Washington, París, Punta del Este, Boulogne-sur-Mer y Córdoba, una marina de la costa de Santa Bárbara y dos naturalezas muertas.
Emilio Lascano Tegui fallece a los setenta y nueve años en Buenos Aires, el 13 de abril de 1966.
[Publicado por Enrique Pagella.
http://enriquepagella.blogspot.com.es/2012/11/el-vizconde-lascano-tegui-una-gloria.html]
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