Maurice Chappaz
Maurice Chappaz (Lausana, Suiza el 21 de diciembre de 1916 - Martigny, cantón del Valais, el 15 de enero de 2009)1 fue un escritor y poeta suizo.
Nacido en 1916 , Maurice Chappaz pasó su infancia entre Martigny y la Abadía de Le Chable , en el cantón suizo de Valais. Provenía de una familia de abogados y notarios, era sobrino del Consejero de Estado Maurice Troillet, estudió en el Colegio de la abadía de Saint-Maurice, y se matriculó en la Facultad de Derecho de la Universidad de Lausanne, pero pronto la abandonó para matricularse en la Facultad de Letras de la Universidad de Ginebra, que también dejó en poco tiempo.
Convencido de que sólo la creación le ppodia enseñar literatura, Maurice Chappaz publicó bajo el seudónimo de Pierre, su primer texto: "Un homme qui vivait couché sur un banc" en diciembre de 1939 , para un concurso organizado por la revista Suisse Romande. Recibiendo el apoyo de Charles-Ferdinand Ramuz y Gustave Roud. a partir de este momeno se inició una importante amistad acompañada de una correspondencia entre este último y Chappaz , que continuó hasta la muerte de Roud. Correspondance 1939-1976, Zoé, 1998.
En el verano de 1940 , la guerra interrumpe su libertad (Partir à vingt ans, Gerstenberg, 1999). Es llamado a proteger las fronteras suizas y publica en la revista "Lettres Lettres" varios textos que forman en 1944 "Les Grandes Journées de Printemps", alabados por Paul Eluard. En 1942 , conoce a S. Corinna Bille , con quien se casó en 1947 y con quien tuvo tres hijos, Blaise, Achille y Marie-Noëlle. Después de la muerte de Corinna en 1979, se volvió a casar en 1992 esta vez con Michène Caussignac , viuda del escritor Lorenzo Pestelli.
Después de la guerra, Maurice Chappaz viaja por Europa. Sin profesión habitual desea dedicar su tiempo a la escritura, Chappaz es entonces corresponsal ocasional para la prensa (colaborando regularmente con la revista "Treize Étoiles" entre 1960 y 1980) y en paralelo gestiona los viñedos de su tío en Valais. A través de una crisis personal grave, multiplica sus andanzas y cuestiones. Trata de desempeñar varios trabajos, incluyendo el trabajo como obrero en la construcción de la Grand Dixence, experiencia a partir de la cual escribirá Chant de la Grande Dixence, Lausanne, Payot, 1965.
En 1953, con su Testament du Haut-Rhône corona su búsqueda poética.
Maurice Chappaz realizó numerosos periplos alrededor del globo: Laponia (1968), París (1968), Nepal y Tibet (1970), Monte Athos (1972), Rusia (1974 y 1979), China (1981), Líbano (1974), Quebec y Nueva York (1990). Estuvo muy comprometido en la protección del medio natural, como se percibe en su panfleto Les Maquereaux des Cimes Blanches (1976, y 1984).
Destaca su Journal, diario de 6000 páginas, escrito entre 1981 y 1987.
En 1997, Maurice Chappaz recibe el premio más prestigioso de las letras Helvéticas, el Grand Prix Schiller, y es galardonado en Francia, con la Bourse Goncourt de poesía por el conjunto toda su obra . En el otoño de 2001, el "Évangile selon Judas", relato de teología-ficción, es publicado por Gallimard.
Obras
Les Grandes Journées de printemps, Porrentruy, Aux portes de France, 1944,
Grand Saint-Bernard, 80 photographies d'Oscar Darbellay, Lausana, J. Marguerat, 1953,
Testament du Haut-Rhône, Lausana, Rencontre, 1953
Le Valais au gosier de grive, Lausana, Payot, 1960
Les Géorgiques, Lausana, Éditions Plaisir de Lire.
Chant de la Grande Dixence, Lausanne, Payot, 1965
Un homme qui vivait couché sur un banc, Lausana, Cahiers de la Renaissance vaudoise, 1966
Office des morts, Lausana, Cahiers de la Renaissance vaudoise, 1966
Tendres Campagnes, Lausana, Cahiers de la Renaissance vaudoise, 1966
Verdures de la nuit, Lausana, Cahiers de la Renaissance vaudoise, 1966,
Le Match Valais-Judée, Lausana, Cahiers de la Renaissance vaudoise, 1969
La Tentation de l'Orient: lettres autour du monde, Lausana, Cahiers de la Renaissance vaudoise, 1970.
La Haute route, suivi du Journal des 4 000, Ed Galland, 1974
Lötschental secret : les photographies historiques d'Albert Nyfeler, il. de A. Nyfeler, Lausana, 24 heures, 1975
Les Maquereaux des cimes blanches, Vevey, B. Galland, 1976,
Portrait des Valaisans: en légende et en vérité, Vevey, B. Galland, 1976,
Adieu à Gustave Roud, con Philippe Jaccottet y Jacques Chessex, Vevey, B. Galland, 1977
Pages choisies: avec un inédit, prefacio de Étiemble, Lausanne-Paris, A. Eibel-Ophrys, 1977
Poésie, prefacio de Marcel Raymond, Vevey-París, B. Galland-Payot, 1980
À rire et à mourir: récits, paraboles et chansons du lointain pays, Vevey, B. Galland, 1983
Les Maquereaux des cimes blanches, con La Haine du passé, Ginebra, Éd. Zoé, 1984
Journal des 4000, il. de Claire Colmet Daâge, Briançon, Passage, 1985
Le Livre de C, Lausanne, Éditions Empreintes, 1987
Le Garçon qui croyait au paradis, relato, Lausana, Éd. 24 heures, 1989
La Veillée des Vikings, relatos, Lausana, Éd. 24 heures, 1990
Le Gagne-pain du songe : correspondance 1928-1961, M. Chappaz et Maurice Troillet, Lausana, Éd. Empreintes, 1991
Les Idylles, Lausana, Éditions Plaisir de Lire.
Journal de l'année 1984 : écriture et errance, Lausana, Éd. Empreintes, 1996
La Tentation de l'Orient : lettres autour du monde, M. Chappaz y Jean-Marc Lovay, prefacio de Nicolas Bouvier, post. de Jérôme Meizoz, Genève, Éd. Zoé, 1997
Bienheureux les lacs, il. de Gérard Palézieux, Ginebra, Slatkine, 1998
Partir à vingt ans, préf. de Jean Starobinski, Ginebra, La Joie de lire, 1999
Évangile selon Judas, relato, París, Gallimard, 2001
Le Voyage en Savoie : du renard à l'eubage, fotos de Matthieu Gétaz, Ginebra, La Joie de lire, 2001
À-Dieu-vat !, entrevistas con Jérôme Meizoz, Sierre, Monographic, 2003
Se reconnaître poète ? : correspondance 1935-1953, M. Chappaz y Gilbert Rossa, ed. par Françoise Fornerod, Genève, Slatkine, 2007
La Pipe qui prie et fume, con 26 reprod. de P.-Y. Gabioud, Conférence, 2008
Autour de liberté à l'aube. Correspondance 1967-1972, Alexandre Voisard y Maurice Chappaz, Fontenais, Ed. des Malvoisins, 2010
Journal Intime d'un Pays, Maurice Chappaz, Éd. Conférence, 2011
Unas páginas de La alta ruta
Maurice Chappaz
[Traducción de Rafael-José Díaz]
La aproximación: subida de la primavera
Las raíces del cielo
Parto hacia el cielo.
Descender un valle. Pasar a otro. Subir un tercero. Salgo de la falla del torrente, después de andar durante horas por el gran hueco. He visto ángeles: aire tenebroso en el que se precipitan los muertos, los montes. Pero las montañas tienen sus cepas en las nubes. Busco la tierra azul. Busco la llave de las cimas blancas.
¡Poneos cabeza abajo!
El rascón
El sonido de la campana es pesado como cuando llueve. Dejo los manzanos en los que la sombra que se estira se vuelve verde. La ruta se hunde en tres curvas. Los pueblos como comadrejas, como garduñas, vuelven detrás de los bosques. ¡Qué violenta oleada de hierbas en la llanura! Mi cuerpo se detiene para orinar. El haz de los faros de los coches deslumbra los huertos por la noche. Estos encierran un misterio: el de la gran codorniz. Los fugitivos motorizados lo ignoran. Presto oídos al hilo verdoso, el techo de las gramíneas al fondo del talud. El rascón está ahí, es su nombre y su grito. Se diría un enorme saltamontes bastardo. Es pardo dorado, más grande que un doble mirlo, y se pasea por los surcos húmedos abandonados un momento por los aspersores. ¡Curioso muerto al sol! Se pasea por el día, canta por la noche. Me fascina. Salto el terraplén de la carretera. Un mar de hierba me recibe hasta el vientre. Busco al rascón a través de los dientes de león. He apoyado mis esquís y mi bolsa. Avanzo como si picoteara, luego me enderezo. Varias veces creo estar en el punto del que procede el ruido. Aún no en ese tronco negro, escamoso, de viejo árbol frutal, no en ese joven manzano que echa a volar con la luna bajo el brazo, al ras de la hierba. Las ramas y la luna: un colegial que vuelve a su casa con el pan. El ruido se desliza más adelante. Su trayecto no es perceptible, hay un zigzag de huecos de hierba que se suceden para llevárselo. Al final ya no me atrevo sino a mover la punta de los zapatos de un modo tortuoso entre los tallos. Ese zac zac de la cigarra, el rasgueo del arco en el contrabajo, el tic tac de un macizo reloj de granja se ha vuelto más que poderoso, enorme: un latido, un estertor vital, una aspereza melodiosa que reemplaza a mi propio corazón, a mis pulsaciones.
Noche, noche de las codornices bajo los Alpes.
¿Capilla o blanco de tiro? La blancura de una pared va a aparecer, va a ensancharse como una mancha, una radiografía en el día que es un fantasma. [Escucho el alba] El rascón desaparece, medita. Y luego, más allá del pájaro, un arrullo nacido de la sombra: el agua casi sin cuerpo. Los arroyos susurran. Aprieto contra mí las piedras de una choza (¡no eras una capilla!) similares a rostros perdidos, ¡por el amor de Dios!, cuando la noche se apaga. Pues el mundo se disipa a medida que se afirma. El alba enjuga lo salvaje. El alba lo aclara y se da muerte. Los árboles toman forma y se endurecen. Cuando llega el día, cuando todo deja de temblar, me mortifica ese horror, el nacimiento acabado: no ver nada más, no oír nada más.
¡La noche del día! Lo apagado del día. Y que corresponde al trabajo. Parto con los esquís para escapar del trabajo. ¡Sin explicaciones! La ciudad: el estruendo, la cancelación de mí mismo. Parto sin meta hacia lo que no tiene meta. Como un animal que retorna a sus ancestros. He ayunado o desayunado de soledad, cuarenta días en los límites del desierto. También las avalanchas han jadeado. Después de la luna, es esa cima blanca al fondo del desfiladero lo que me alimenta.
Primer plano: las viñas fangosas; diluvio, deshielo, delirio
¡Qué alegría volver a ver las viñas ―mi tesoro, pues a pesar de todo soy un campesino― en un momento de evasión! Trastabillan en las colinas a la entrada del valle, el deshielo las ha dislocado. Fantasía de estacas grises. Ahora toco las viñas como se hace la señal de la cruz antes de la larga oración. Están fangosas; diluvio, deshielo. Trepo entre las cepas. Las suelas se imprimen. Las viñas brillan con una partícula de arena parecida a la plata. Están calientes. Han bebido muy deprisa la nieve. Chisporrotean unas migajas de esquisto. Estos conos de vid prolongan las morrenas. Los glaciares han dictado la geología. ¡Después de ustedes, señores Glaciares! Hasta en la llanura.
El calor de la tierra y el calor del aire me barren el rostro. Como manos de lansquenetes, de alféreces, las cepas retorcidas, a flor de tierra, empuñan sus rodrigones. Un arrendajo y una urraca revolotean en esta geometría puntiaguda. Pero siento el hocico del toro, el foehn que desciende la ondulación de las cepas y me sopla entre las piernas y me hiere el cuello. Los esquís cambian de hombro, traquetean a través del paisaje. Los esquiadores suben como carpinteros. Los listones cortan, desequilibran el cielo. Sucede que desde abajo no se ven más que muros, parcelas de tierra se encadenan las unas a las otras, ¡más delgadas, más estrechas que las fortalezas de piedras secas que las soportan! Es preciso: ¡arriba! Elevad vuestros corazones: nos las tenemos que ver con gigantes. Primera etapa graznido del arrendajo: las viñas, con su esterilidad aguda, su desnudez terrosa mezclada con el aspecto salmón, rosa viejo marchito de los eriales. ¡Placer del desierto! Encuentro un ciruelo blanco, siento el polvo y la flor. Y me doy cuenta de que la flor pesa.
Desde el Ródano claro, el Ródano de antes de las crecidas que es como una espada azul, subimos como por una escalera de través a las montañas: de lo grueso a lo fino, de la hierba a las codornices ―inspeccionando en general a los escolares, pues tanto insiste el ejército gris de las estacas, bastones que caen rodando por los taludes, bastones que se apoltronan, que imploran a Alá en las terrazas―, ¡hurra!, hasta el vinagre verde, el pequeño prado ácido justo bajo los barrancos que defecan, todavía con ese intermediario, la nube de bodas de cerezos, de ciruelos, el ondeo de pétalos y el zumbido de las oleadas de abejas, y os lo señalo, es el lugar de la pendiente que está preñado de la melosidad de las floraciones y de las pastoras videntes (las vaqueras de cinco años), ¡preñadas con los ojos! ¡Qué larga es la montaña! Se encoge, se agacha, se eleva bajo los imperceptibles cuatromiles. Los Alpes con sus «monstruos» abetales como un gato que arquea el lomo. Las torres blancas miran de reojo, se inclinan entre dos bosques. Los más allá... Ya no veo más lejos de los matorrales, las lindes de las que cuelgan orejas de nieve; y, alargados sobre la visera de sombra, sobre la corona forestal, rezuman unos prados parduscos, unos bosquejos de prados. Las toperas se alargan. He sentido con sorpresa el peso de las flores. He deseado el glaciar. Incluso las flores pesaban. ¿Dónde es el aire tan cortante que el sebo de la montaña, los musgos descompuestos parecen plantas aromáticas? Y es que ahora aspiro los olores como se aspira una pipa. El polen pierde su eficacia. [El útero de los bosques; las santas ciervas] Todas las hojas de aliso podridas, pegadas en las calzadas, los limbos desgarrados, color chocolate, de las hayas, de los abedules infiltrados entre los abetos (que tienen un toque rojizo), esas hojas y esos limbos acuñan el sendero, la gran marea se despierta. Olor de santidad de las hojas muertas: sube el fétido y caliente olor a tabaco y a útero. Fumo la antigua marca del país. Tiene su toque de huevas de esturión en la vegetación, caviar en el estiércol. Mi nariz chapotea. En estos sotobosques mi nariz encuentra algo espiritual, el ojo de la cierva como una piedra negra que piensa. Las apariciones de la Virgen están contenidas ya en los corzos. ¿Quién ha visto esas pupilas, captado la mirada ciega de los animales? Es como un tacto. Se diría que no ven. Nuestra santidad está en la transparencia, la suya en esa yema oscura, compacta, de su ojo. ¡Qué pregunta en nuestro cara a cara! Dejo que se escapen los costados grises, que se marchen las patas como varillas. Los turistas, los terroristas masacran el silencio de estos animales. Vuelvo a coger una bocanada de aire, de viento. El humus me atrae. Inhalo el barro, fabrico una especie de bolita de opio con el humus, aspiro, huelo los arroyuelos de agujas que se arrastran como limo sobre el suelo, bajo las ramas bajas, lluviosamente ocres. Barbas, caparazones, filamentos blancuzcos pululan y me confunden. Hay poetas que cantan el baile de las luciérnagas en la llanura. ¡Mucho ánimo, etéreos, mórbidos! Los pétalos, las corolas ostentaban una especie de purulencia. ¿Quién dirá la gran fermentación? Hojas de arces, de abedules, de alisos, es el frenesí de los matorrales húmedos. La mucosidad, el suelo que se despierta, el orgasmo de la tierra. Se anuncia un nacimiento: la morilla. Distingo los dos olores: el de antes del invierno y el de después del invierno. Las ráfagas se bifurcan. Lo maduro y lo podrido se separan como enamorados. Me apoyo en las suelas. No cedo a lo resbaladizo. Pisoteo helechos. Camino sobre las cepas, sobre las colas de los árboles y, al meter la cabeza, golpeo con los listones y los palos los bosquecillos que parpadean, brrrum, un rocío, un finísimo perfume en el que se decanta todo lo macizo, y me abro un agujero en el compacto silencio de los abetos.
Sí, hay que abrirse paso a través de la maleza, arrojarse con los esquís bajo el brazo entre las ramas rojizas. Esas que nos abofetean y nos dejan tuertos.
A pesar del sol, la tierra sigue siendo virgen en esta hondonada púber.
Pero si levantamos una piedra se desprende un olor como el de las primeras reglas.
El lecho del torrente
Obligación de saltar un torrente descarado y vivaz. Un puñado de pájaros en el cielo como astillas de luz. El cerro ha acabado, el torrente ha llegado hasta él. Entre los abetos avanzamos junto a la corriente para seguir el valle. Elijo la orilla derecha, elijo la orilla izquierda: de una piedra negra y cobriza hasta ese guijarro verdoso. Mis esquís se balancean en la bolsa. Me deslizo sobre algunas piedras como sobre la piel de las truchas. Las viscosas, las afiladas sobresalen por encima de la espuma. ¡He cruzado diez veces! El agua aúlla bajo un túnel de nieve y el sol aúlla sobre el nevero. Un viejo caparazón de avalancha salpicado de ramitas y cortezas cubre el torrente. El viento, fisgón, ha dibujado pequeñas crestas y ha cavado en la nieve endurecida: parece el paseo de mil suelas. El tropel y el viento no son sino una sola cosa. En estos parajes soy el único curioso. Como en los mostradores de un mercado, venid a visitar con el viento: tocones con sus raíces que imploran, colinas de mantillo, piedras rotas, ramas esparcidas, matorrales arrancados como escalpos (los centinelas rocosos tenían las cabezas rapadas); y obtened, a granel, una hendidura de música caótica, el graznido repetitivo del gran cuervo que cae de lo alto.
Recorro las orillas al tuntún. Subimos de explosión en explosión las difuntas avalanchas. Mi mirada sobrevuela una y otra vez esos conos achatados al fondo de los corredores. Allí el bosque incluso se ha deslizado en la nieve, allá un islote de alisos destaca con un vivísimo temblor sobre el caparazón. Este se derrite muy lentamente. En verano el torrente se tragará el islote. ¡Con un rugido que es como una cucharada de miel para estos salvajes torrentes! Pero yo inspecciono, corto en tajadas los corredores, aminoro mi tuntún, decía, bajo esas fracturas, esas torres truncadas que se vacían como proyectiles, esas escaleras rotas que se largan arriba entre los abetos. Hay como dos vuelcos: el cielo está dentro del agujero, las cimas están dentro del agujero. Pero el techo es el lecho del río por donde yo troto con mi equipaje como un ratón con la cabeza agachada por el vértigo de caer en el cielo. Y el ratón encuentra los cuatromiles que aparecen en las fallas, como tulipanes blancos que se tambalean, que se borran, con sus caras inclinadas hacia nuestras insignificantes migraciones.
Notas
1.- No he encontrado la manera de reproducir en español la ambigüedad de la palabra râle, que significa en francés tanto 'estertor' como 'rascón'. Maurice Chappaz emplea el término unas veces con uno y otras veces con otro de los sentidos a lo largo de este pasaje. Pero, como digo, la ambigüedad esencial de ese juego de palabras me parece imposible de traducirse en nuestra lengua.
Maurice Chappaz
Philippe Jaccottet sobre Maurice Chappaz
Por Rafael José Díaz
Leo estos días —días del final de un año, días de recapitulaciones y de embargos, de providencias y cancelaciones— un pequeño libro inagotable: Pour Maurice Chappaz*, de Philippe Jaccottet, envidiablemente editado por Fata Morgana en 2006 para celebrar los noventa años de Maurice Chappaz (1916-2009). (¿Cuándo se crearán en España colecciones de poesía o de ensayo tan gráciles como Fata Morgana, tan liberadas de toda tentación comercial y, al mismo tiempo, tan seductoras por dentro como por fuera?) Maurice Chappaz, el entonces nonagenario patriarca de las letras suizas de lengua francesa —un patriarca que nunca se dejó momificar, que se inventó a sí mismo una y otra vez, que habló, en cada libro, solo de lo que había sentido y tocado con su propia piel—, homenajeado por el entonces octogenario Jaccottet, amigo próximo y lejano (como él mismo lo afirma en su prólogo: siempre gran maestro de la distancia justa, Jaccottet): y, sin embargo, dos ancianos juveniles, cada uno a su manera. Una colección de ocho ensayos escritos a lo largo de más de cincuenta años, entre 1945 y 1997: el homenaje de un lector fiel y siempre atento a lo que Maurice Chappaz, un escritor tan diferente a Jaccottet, tuviera que decirle. Tan diferente por varias razones: porque apenas abandonó su Valais natal, a diferencia del transterrado Jaccottet; porque amó las montañas, las alturas alpinas, y las recorrió una y otra vez, mientras que para Jaccottet, también gran caminante, pero circunscrito sobre todo a las errabundas colinas de su Provenza adoptiva, los Alpes figuran apenas como visiones borrosas de su infancia; porque la escritura de Chappaz tiende a un movimiento incontenible, a una eclosión torrencial, en tanto que la de Jaccottet practica una sosegada dicción casi susurrada al oído del lector, tímida aunque sorprendentemente tenaz en su fragilidad. Por estas y por tantas razones resulta tan meritorio un homenaje que ni siquiera se concibió como tal, que se fue labrando inadvertidamente a lo largo de los años como un acompañamiento de lector en la distancia, como un constante estar ahí a la escucha: como una camaradería intelectual que no elude los reproches —cariñosos— cuando los cree necesarios ni las reservas —siempre bien matizadas— cuando el entusiasmo prefiere contenerse para no dejar de ser un sentimiento auténtico y el fundamento del verdadero respeto. Jaccottet celebra desde su misma aparición Verdures de la nuit [Verdores de la noche], el primer libro de Chappaz, un canto exultante al descubrimiento de la naturaleza y la mujer; destaca el naufragio de Testament du Haut-Rhône [Testamento del Alto Ródano], es decir, la inquietante retracción de la voz que asiste a su propio fracaso; queda deslumbrado ante los paisajes de La Haute Route [El alto camino], cuaderno de vivencias de la alta montaña recorrida en esquí, visiones casi extasiadas de encuentros con lo que nos supera o nos borra; se conmueve con Le Livre de C [El libro de C], escrito por Chappaz con más de setenta años en recuerdo de su esposa, la escritora S. Corinna Bille, muerta de cáncer en 1979 (traduzco un breve fragmento: “Vivo intentando convertirme en C y embarcarme. Con el cielo que se pasea, el susurro y el agua de la Dranse alrededor de mi sótano, me voy reflejando ya en lo que aún no existe. Escribir era para nosotros tocar de milagro. Incluso las piedras se volverán sensibles. Nunca me dará un ángel lo que me dará la muerte.”); y, finalmente, se incluye el emotivo discurso que Jaccottet pronuncia con motivo de la entrega del Premio Schiller a Maurice Chappaz el 4 de octubre de 1997 en Sion (cantón de Valais).
Vagabundo y sedentario, íntimo y expansivo, defensor de la integridad natural de su país natal y a la vez participante en la construcción del progreso (en este caso la Grande-Dixence, la mayor presa de gravedad del mundo, situada en el Val d’Hérens del cantón del Valais), iconoclasta y fervoroso recolector de tradiciones, propietario de viñedos, alpinista y defensor del bosque mítico de Finges, Maurice Chappaz, que murió a comienzos de 2009 a los 93 años de edad, es una de esas figuras gigantescas que no se parecen a ninguna otra, que han ido labrando su obra entre la convicción y la duda mientras a su alrededor el mundo, que apenas supo escucharlas —si no es, como recuerda Jaccottet, con algún disperso canto de júbilo en celebración de la vertiente más externa de su obra, su ecologismo—, se iba decantando por el más desolador y estéril de los olvidos: el olvido del ser, de la autenticidad, de la búsqueda de lo que alguna vez pudo llamarse el Weltinnenraum, el “espacio interior del mundo”.
Mientras se publican en nuestro país cientos, por no decir miles, de novedades editoriales de autores de culto o de jovencísimos vates que van ya —asómbrese quien pueda— por su cuarto o quinto libro sin que hasta el momento hayan demostrado poseer el más mínimo sentido de lo que el propio Jaccottet ha llamado “las imágenes justas”, los “ritmos justos”, “el don de pesar cada palabra en las más sutiles balanzas interiores”, mientras grandes editoriales de poesía publican antologías “ante la incertidumbre” repletas de versos farragosos, de obscena verborrea y de vomitiva impostura, mucho me temo que un poeta como Maurice Chappaz tendrá que seguir permaneciendo inédito en nuestro país. Libros como Verdures de la nuit. Les grandes journées de printemps, Testament du Haut-Rhône, Tendres campagnes, Office des morts, Vocation des fleuves, Le Livre de C o L’été très bleu seguirán conservando sus títulos originales, tan bellos. Algún milagro —de esos que nunca se esperan— se dará, tal vez; algún traductor joven o demente se encaprichará con alguno de estos títulos, lo vertirá con la necesaria pasión a nuestra lengua, enviará unos cincuenta o sesenta correos a las más diversas editoriales, alguna de las cuales mostrará un discreto interés, pretenderá no pagarle en razón de su juventud o de su demencia, mareará la perdiz proponiéndole publicarlo el próximo año, incluso, por qué no, junto con algún libro más del mismo autor, lo dejará luego tirado, quiero decir, que no publicará su traducción ni le contestará más correos, hasta que, nuevo milagro, algún pequeño sello recién estrenado, sin que se sepa bien cómo, publicará en nuestra lengua, por primera y acaso por última vez, a Maurice Chappaz.
* Texto extraído del blog Travesías
http://www.fronterad.com/?q=14683
Alleluia
Aus: Office des morts
Sortez de vos demeures,
sortez de vos œuvres !
La mort est comme de la fraîche rosée.
C'est l'Eternel qui respire
si vous vous confiez en Lui.
La mort monte dans mon cœur
comme une alouette.
La mort est comme l’haleine d'un enfant
en hiver.
Je lui dis : Tu me donnes de la joie.
Après il y a un oiseau
Apres il y a un oiseau
qui vient toujours taper du bec au bord de la fenêtre
et Samuel dit :
«J'aurais dû m'enfuir avec eux,»
Tous les hommes au bord de la tombe
sont partis cet hiver,
ils ont longtemps écouté l'horloge,
ils ont longtemps léché les cuillerées de miel
et le creux des tasses
où il est peint une fleur.
Puis un grand vent est venu
fracassant les branches d'arbres.
Ou bien la lumière a baissé dans la chambre
mais dehors la neige était éblouissante.
Elle a fondu près du lit.
On entendait le tic-tac des cœurs.
Comptine de ma vie toujours en retard.
Bon pour le service
Qu est-ce que la patrie ? Ce n’est rien d’autre
que le pays de mon enfance et pour celui-là je
trahira, et vomirai la dite patrie nouvelle, et en
parfaite innocence aussi, si cela avait pu me le
rendre, j’aurais tué, volé et donné tous mes biens.
Ah ! si mon encre pouvait faire couler le sang !
C’est cela être poète.
Prends ton fusil, Grégoire.
Et tire sur les faisans.
Complainte des Chrétiens qui tuèrent
le Christ au col de Collon
1
Soldat dans l'autre guerre
Je fus témoin d'un crime
Comme il y en eut mille
Qui ne comptent plus guère
Pour la Passion les rats, l'oubli
J'ai vu dans la jumelle
L'homme à l'étoile jaune
Qui demandait l'aumône
Sa femme dans son ombre
Pour la Passion choisis l'élu
2
Plus de pain, ni souliers
Ils étaient dépouillés
Désiraient un pays
Cachant son lait, son miel
Pour la Passion, Terre promise
Coiffé du casque gris
Je surveillais le col
Les Passants de Dieu frôlent
Ma patrie en silence
Pour la Passion prends mon visage
3
Reposez sous ma tente
Vous Jacob et Sarah
Bénis soient votre attente
Et votre grand mystère
Pour la Passion parcours le monde
Ils ont été remis
A Pilate Croix-Rouge
Les Chefs ont dit : mangez !
Les Chefs ont dit : fumez !
Pour la Passion tends la facture
4
Puis sonnez l'hallali
A la fin du repas
La police était là
Vous dormiez dans un lit
Pour la Passion crachez l'espoir
C'est la loi du refus
Je vois en habits neufs
Sans cœur Sarah Jacob
Qui remontent le col
Pour la Passion un vilain rire
5
L'idiot de mon village
Baïonnette au canon
A la main le papier
Des bureaux de la Bête
Pour la Passion le noir mensonge
De Pilate à Hérode
Au sentier des cailloux
Allèrent au rendez-vous
Du grand meurtre allemand
Pour la Passion la nuit tomba
6
Chef où est l'alibi?
Dans ma poche sergent!
D'une guérite à l'autre
La terre a bu le sang
Pour la Passion Christ fut trouvé
Je partis le soir même
Refusant le service
Pour le froid château d'Aigle
Et passer en justice
Pour la Passion soufflez sur l'ombre
Dites-le avec des lys!
Aus: Office des morts
La vie m'a donné un baiser de Judas:
d'une part sa brièveté
est un breuvage d'amertume
et de l'autre sa beauté,
parce qu'elle semble meilleure que le pain,
ne s'obtient que par trahison.
Le cœur aux joues VIII
Aus: Tendres Campagnes
Mon désir d'elle
la fait ressembler à une carafe d'eau glacée
qui circule en plein midi
à la terrasse d'un café.
Mon désir d'elle la pose sur la table
telle une cathédrale claire et fragile,
le litre et le verre.
Mais mes lèvres balbutient de soif
et cette transparence est pour mon esprit
une nuit au milieu du jour.
.
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