María Teresa Roca de Togores
y Pérez del Pulgar
Hija de Alfonso Roca de Togores y Aguirre-Solarte, I Marqués de Alquibla, y de María de las Angustias Pérez del Pulgar y Ramírez de Arellano.
Nacida el 7 de septiembre de 1905 en San Juan de Luz. se casó el 11 de Abril de 1928 en Madrid con Carlos de Rojas y Moreno, VII Conde de Torrellano, XI Marqués de Beniel, Caballero de la Orden de Alcántara, Maestrante de Valencia, diplomático; nacido el 23-VIII-1891 en Alicante.
María Teresa publica su primer libro, Poesías cuando tenía quince años. el segundo libro de poemas no sale hasta 1935, Romances del Sur.
Murió en madrid en 1989 a los ochenta y cuatro años de edad.
Libros publicados:
Poesías, prólogo de Carlos Luis de Cuenca. Madrid, suc de R. Velasco, 1923.
Romances del Sur, Ávila, tipografía de Nicasio Medrano, 1935.
El Puente de Humo, Madrid, ed. de la propia autora, 1946.
Antología intemporal, prólogo del Marqués de Lozoya, Madrid, Artes gráficas Soler, 1974.
La mentira
Sé que me despreciáis; mas no os asombre
que os diga que al hacerlo de tal suerte,
despreciaréis de mí no más el nombre,
pues vivo en el espíritu del hombre,
y puedo dar la vida y dar la muerte.
¡No podéis despreciarme! que es mi sino
vagar en vuestros pechos siempre errante;
me rechazáis, mas me buscáis sin tino,
pues deparada estoy por el destino
a ser vuestra enemiga y vuestra amante.
Soy amada cual soy aborrecida,
yo sé engendrar el odio y el amor,
mi destreza jamás se vio vencida,
que en las lides más fuertes de la vida
vencer supe la dicha y el dolor.
Queréis huir de mí; pero es en vano,
necesitáis mi astucia y mi poder,
las leyes del honor tengo en mi mano,
si yo quiero, ennoblezco al más villano,
y al más noble yo puedo envilecer.
Soy el eje del mundo, y mis antojos
manejan la indulgencia y la maldad;
no debo merecer vuestros enojos
que la verdad no ofrece más que abrojos,
yo soy menos cruel que la verdad.
Sin mí no existiría la esperanza,
doy vida y realidad a la ilusión,
soy el arma mejor de la venganza,
vivo entre la caricia y la acechanza,
después de seros fiel me hacéis traición.
Yo sé resucitar la fe perdida,
que el ser en quien creéis y a quien amáis
me lleva en sus palabras escondida;
si la savia yo soy de vuestra vida,
decidme, pues, ¿por qué me despreciáis?
De Poesías, 1923
María Teresa Roca de Togores (San Juan de Luz, 1905- Madrid, 1989) inició su carrera literaria con la publicación en el año 1923 del libro Poesías en la Imprenta del Sucesor de R. Velasco. Su segundo libro, Romances del Sur, no aparecería hasta el año 1935 en Ávila en el Establecimiento Tipográfico de Nicasio Medrano, firmando la autora como marquesa de Beniel 287. El primero de estos poemarios está precedido de un prólogo de Carlos de Cuenca titulado “En confianza”, en el que, de manera continuada, el autor se refiere a la poeta como una “señorita aficionada”, calificativo que, sin duda, contribuye a restar valor a la obra. Por lo demás, y tal y como suele ser habitual en este tipo de paratextos, se exponen una serie de concepciones estereotipadas sobre la poesía de autoría femenina. Destaca, así, su “pureza”, su “carácter cristalino” y su “espontaneidad”, al tiempo que percibe una “profunditas y un vigor más bien varoniles”, lo que determina el extrañamiento del autor ante la corta edad de la joven
poeta, quince años. Al final, alude al origen noble de María Teresa Roca de Togores, lo que contribuye, en su opinión, a un realzamiento de la calidad literaria del poemario:
“De tan altas cimas no me extraña que proceda la abundante vena que brota en frescos y limpios raudales; en tan robustos y fecundos troncos, no me choca un fresco brote al recibir el injerto de la juventud y la belleza. (…)” (“En confianza”, apud. Roca de Togores 1923: 5- 9) 288.
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287 Esta autora, de origen noble, fue Condesa de Torrellano y académica de la Real Academia de Historia.
Estos datos han sido obtenidos de la Antología Intemporal, publicada en el año 1974 y precedida de un prólogo del marqués de Lozoya. Este prólogo se publicó también en ABC el 12 de diciembre de 1974.
288 El cultivo de la poesía por mujeres pertenecientes a la nobleza y a la aristocracia fue relativamente frecuente en el primer tercio del siglo XX, siendo concebida, en muchos de los casos, como una mera actividad de entretenimiento y distracción. Resulta, en este sentido, ilustrativo el título del libro de Josefa Pardo de Figueroa (marquesa de Figueroa), Solaces poéticos (1929). Entre las cultivadoras nobles de la poesía, sobresalen la Marquesa de Bolaños (de origen italiano), que tenía, tal y como destaca Francisco Fernández de Bethéncourt en el prólogo a su libro Rimas italianas y castellanas (1903), una tertulia en su casa, Regla Manjón, la Condesa de Lebrija, e Isabel María Castellví y Gordón, Condesa de Castella (1865- 1949).
La poesía de Roca de Togores evoluciona desde el Modernismo altamente retórico de su primer libro hasta el tono popular de su segundo poemario, en el que destaca la utilización de la forma métrica del romance. En Poesías, predominan, así, los versos de arte mayor –fundamentalmente alejandrinos- agrupados en estrofas clásicas y propias de la tradición culta como la sexta rima, el serventesio y el quinteto. En cuanto a los temas y motivos, destacan los característicos de la estética modernista, de manera que encontramos desde poemas que recrean escenas palaciegas ambientadas en el siglo XVIII (“A un abanico” y “A un violín”) a otros que expresan sentimientos de angustia
existencial, derivada de la fugacidad del tiempo y de la conciencia de que el sufrimiento es algo innato y consustancial a la existencia humana y que, por tanto, ha de ser aceptado con resignación: “Alma, ama el dolor; no vendas a la muerte/ la razón de tu vida, que es el arma más fuerte/ aquella que se templa, como el bien, en el mal” (1923: 69). En otros textos, como en “Noche de invierno”, predomina un cierto tono decadentista y, así, en él aparecen una serie de semas negativos que remiten a lo tenebroso, a la muerte, a las tinieblas, etc. 289. En “La mentira”, encontramos, por su parte, un monólogo dramático de la Mentira, que aparece personificada –al igual que en los autos sacramentales del Barroco-, exponiendo su universalidad, pues, como ella señala, “soy el eje del mundo, y mis antojos/ manejan la indulgencia y la maldad; (…)” (ibid. 63). En “Lloras”, siguiendo el modelo de la “Sonatina”, de Rubén Darío, encontramos la imagen típicamente modernista de la mujer que llora y suspira sin razón aparente, quedando dibujada, en consecuencia, como un ser irracional e ilógico:
¿Por qué lloras? ¿Por qué de tus pupilas
las lágrimas descienden, cual raudal
que al derramar sus aguas intranquilas
esparce gemas de límpido cristal?
¿Por qué de tu garganta, antes sonora,
se escapan los suspiros sin querer,
tan tenues, cual el viento que evapora
tus lágrimas ardientes de mujer?.
(ibid. 87)
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289
“Fue una noche de invierno; llamando a mi ventana
la nieve preludiaba su constante cantar;
sentí un frío intenso, y me acerqué a la llama
que trémula y rojiza ardía en el hogar”
(“Noche de invierno”, Roca de Togores 1923: 49).
El segundo poemario de María Teresa Roca de Togores, Romances del Sur (1935), se publica más de diez años después del primero, Poesías, de carácter modernista, y, en él, resulta evidente la evolución de la obra poética de la autora hacia un tipo de poesía de clara filiación popular, en la que predominan los versos de arte menor agrupados, como el título indica, en estructuras romancescas y rimando en asonante los pares 290. Estructuralmente, el poemario está dividido en cinco apartados no titulados –como la mayoría de los poemas- y conformados a su vez por diversos textos, entre los cuales no es fácil encontrar una unidad temática que justifique su agrupación. En el poemario considerado en su conjunto, es evidente la influencia de la poesía popular de García Lorca (especialmente del Romancero gitano, 1928), de manera que es posible identificar una serie de motivos comunes, al tiempo que se comparte un cierto aire trágico derivado del aura de muerte que rodea los textos.
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290 El 4 de abril de 1935, con motivo de la publicación de Romances del sur, se publica en el Heraldo de Madrid una semblanza de María Teresa Roca de Togores, realizada por Miguel Pérez Ferrero y bajo el título “María Teresa Roca de Togores y sus versos”. En esta semblanza, el autor aprovecha para presentar el libro como contrapunto a la tendencia al hermetismo que caracteriza a una parte de la poesía del momento, considerándolo, de acuerdo a una serie de características que se atribuyen generalmente a la poesía de autora, como “franco” y de una limpidez artística, sencillo, espontáneo, “sin ningún atisbo de mimetismo lorquiano” (Pérez Ferrero 8). Al final del artículo, el periodista se refiere, así, al carácter esencialmente “femenino” de los romances de Roca de Togores, justificando la utilización, para referirse a la autora, del calificativo “poetisa” en lugar de “poeta”.
Existe, por otro lado, una ambientación común en el “sur” y, así, tanto en el libro de Federico García Lorca como en el de María Teresa Roca de Togores, hay un andalucismo evidente (Gallego Morell 1993: 11- 26; García Montero 14- 26; Morris 1997; Torrecilla 2008), especialmente en los paisajes descritos, que, en el caso del libro de la poeta madrileña, son fundamentalmente marinos. Estos espacios marítimos son, así, presentados a través de la concatenación de una serie de imágenes, en las que las cosas y los elementos de la naturaleza parecen adquirir vida propia, al tiempo que las personas aparecen metonímicamente referidas por sus gestos y sus objetos. Se podría, así, hablar de una cierta influencia de la estética vanguardista:
“Hamacas de agua
sobre piedras verdes,
en siesta del Sur
de aves y redes. (…)
Adiós de abanicos
y palmas calientes
a los navegantes
que del mar no vuelven”
(1935a: 21).
El mar aparece dibujado como un espacio de muerte: es el lugar al que marchan los barcos que nunca vuelven, una especie de Hades y, por consiguiente, el lugar del no regreso, donde se forja la tragedia cotidiana que es percibida de un modo natural por los que permanecen en tierra:
“De todas las que se fueron,
no ha vuelto la ‘Santa Clara’.
Pero en la playa de Altea
no había quien la esperara”
(ibid. 23).
Los pescadores, de “uñas de plata”, pertenecen a los espacios marinos, pues sus “raíces verdes y frías” han sido de la mar desenterradas (ibid. 22). La muerte se dibuja, así, como un abrazo final con el mar, que antes había dado la vida. Al igual que el amor tiene una doble dimensión, pues, en él, Eros y Thanatos aparecen fundidos:
“Y un día entre esos días
sin fechas y sin plazo,
ese mar de levante
que te dio su furia y sus halagos,
se colgará a tu cuerpo
en un inmenso abrazo
y allí te quedarás
con los ojos abiertos a lo alto (…)”
(ibid. 12- 13).
Una manifestación del andalucismo del libro sería también la presencia de la religión en su aspecto más folclórico y, por tanto, externo. Uno de los romances está, así, dedicado a la recreación de la Semana Santa, de manera que la imagen del Nazareno en procesión se convierte en un símbolo de la tradición religiosa española y especialmente andaluza:
“Ya venía el Nazareno
por la calle de los Santos
la melena mate, mate,
moreno, moreno, el hábito.
Ya venía el Nazareno
extraído de un respaldo
de oliveras y de palmas
como un Domingo de Ramos;”
(ibid. 25).
En el único romance que conforma el apartado dos, encontramos una presentación de Granada, que queda condensada en la imagen de la Virgen de las Angustias, que se convierte en un emblema de la ciudad para el sujeto poético, quien, con el sólo deseo de volver a verla, ansía el regreso:
“La luna curva y luciente
con donaire de navaja,
abre calles y plazuelas
en los muros de Granada.
Cuando vuelva a Andalucía
ha de ser para mirarla,
mi Virgen de las Angustias,
sola en sus plantas amargas, (…)”
(ibid. 33- 35).
Un tema que suele aparecer recurrentemente en la lírica popular es la recreación de la muerte infantil, que representa una alteración del orden lógico, temporal y, por tanto, natural de los acontecimientos. Provoca, por ello, un desasosiego especial que incita al canto y a la rememoración de la infancia truncada, de la inocencia interrumpida y rota para siempre. De ahí que en la recreación de la muerte de un niño se insista en detalles e imágenes que remiten a la pureza de quien ha muerto y que buscan la empatía bien de los lectores, bien de los oyentes. Obsérvese, así, en el siguiente poema, ambientado en un paisaje del sur, la insistencia en el carácter simbólico del ataúd blanco, y de los lazos y bolillos de la cabellera de la niña:
La llevaron en Domingo
con palio de amanecer
entre los campos de olivos. (…)
En su caja blanca, blanca,
con los bordes amarillos,
se fué marchando del pueblo
Josefica la del Pino,
en un dulce suspirar
de ojeras y zarcillos,
desmelenada de lazos,
crisantemos y bolillos.
(ibid. 18- 20)
La infancia también está presente en el poemario a través de la canción infantil, forma de la tradición popular que se convierte en modelo para muchos de los textos.
Así, por ejemplo, en el apartado III, dedicado a la hija de la poeta –“A María Teresa, mi hija”-, encontramos una serie de poemas inspirados en este tipo de canciones, que se caracterizan por un lenguaje sencillo, por la proliferación de imágenes asociadas a la infancia, por la repetición de un estribillo, etc. El primero de los poemas es precisamente una canción de cuna, en la que la madre se dirige a su hijo pidiéndole que se duerma y presentándole, para ello, un entorno de total seguridad y protección:
“Duérmete, mi niño, duerme,
que todo duerme en el mundo,
y el mundo todo te quiere,
el fuego, el gato y el cuco”
(ibid. 39).
En otras ocasiones, a pesar del tono infantil, existe un cierto aire de tragedia, de manera que la muerte se presiente detrás de una serie de imágenes que remiten a la inocencia, a lo naïf y, por tanto, a lo que debería ser un espacio de seguridad. La muerte, representada como un pájaro o un ángel negro, acecha, pues, siempre a los niños, que son los seres más débiles y frágiles:
“A las siete de la tarde
no te quedes junto al río
que un ángel negro vendrá
a abrir tus ojos dormidos
para que bajes de noche
a los jardines del río,
a coger juncos de luna
y el corazón de otros niños”
(ibid. 45).
La infancia se presenta, por lo demás, como el territorio del miedo a lo desconocido, a lo que queda fuera de los parámetros considerados normales, de manera que a veces ni siquiera la presencia protectora de la madre logra transmitir seguridad al niño:
“Ya galopa la tormenta
por los bosques de Vizcaya.
- Madre me dá mucho miedo-.
-Duérmete hijo, no es nada-.
La Nada estaba allí puesta
en los rincones, muy pálida, (…)”
(ibid. 47).
[Texto: IMÁGENES FEMENINAS EN LA POESÍA DE LAS ESCRITORAS ESPAÑOLAS DE PREGUERRA (1900- 1936)
Doctoranda: Inmaculada Plaza Agudo]
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