Eugenio Previgliano
Nació en Rosario, Argentina en 1959. Es egresado del Instituto Politécnico Superior y se recibió de Agrimensor en la Universidad Nacional de Rosario. Trabaja como agrimensor y docente investigador en Física Biológica. En las décadas de 1980 y 1990 participó en obras de teatro tocando el piano y el saxo. Desde 1991 colabora en el diario Rosario/12. Además de cuentos y poemas en varias antologías, publicó tres libros de narrativa, Los territorios de Bibiana y otros lugares (Gauderio, Rosario, 1993), La pelea (Ciudad Gótica, Rosario, 2006) y La tierra perdurable (Editorial Municipal de Rosario, 2013), y dos de poesía, Alcohol para las heridas (Ciudad Gótica, 2003) y La cuerda (Editorial del Pasaje, Rosario, 2015).
de La cuerda (2015):
Largo poema de la revolución y la cárcel
No era, exactamente, en aquellos días
porque había renunciado,
por los sucesivos fracasos,
por los intentos frustrados,
por el rigor de la revolución
o por un oportuno desencuentro
respecto de directivas, mandamientos,
órdenes, despachos e instrucciones
que allí en la revolución entonces
abundaban, militante.
Tampoco era ya,
acaso por desánimo, sorpresa o agotamiento,
hartura de la esperanza, balumba del alma o nunadesas
letargo humilde y tan cristiano, espera de la otra venida,
rezo introvertido,
despecho del obispo, desengaño del espíritu o
–quien sabe–
esperanza,
ortodoxamente cristiano.
Tenía
sin embargo
una seria esperanza
de que esta enorme oscuridad,
ese silencio
durara hasta la muerte, y pensaba
que en otros lugares, otros días,
cuando fuera grande, cuando creciera,
antes de ser viejo, pelado y gordo
tendría sin embargo un tiempo de tranquila confianza
lo que en estos aciagos días
venía a ser sin duda una enorme venganza
frente a los que nos tenían preso, arrestado, detenido,
encarcelado, desaparecido, borrado, exterminado, asolado,
talado, desmantelado, suspendido hasta nuevo aviso,
ausente de los lugares que solía frecuentar,
omitido en las listas de exámenes,
aplazado de la vida corriente
y expulsado de los romances que hasta entonces
había o podría haber sostenido.
Tampoco diría que
el credo habitual que reinaba entonces
y desde hacía varios años, un credo
que creían no pocos creyentes,
creyentes absolutos, militantes,
personas, los grandes, que habían hecho de esto
no solo un gobierno, una lucha
una cuestión de vida y de muerte,
un asunto relegado al elevado limbo
de la revolución rampante,
un credo cuyos creyentes tampoco diría
tenían sin embargo
no solo una creencia firme inamovible y concreta,
una creencia sin la cual el mundo
a duras penas sobreviviría
y por fuera del enorme limbo de la revolución rampante
ya estaba yo
pensando con simpatía en Guevara
que era rosarino, leproso y jugó mal al rugby,
pensando con simpatía en Peredo
que era moreno, bajo, sonriente, cordial y
como todos los latinoamericanos
un poco tocaba la guitarra,
en Camilo Torres
que aun bajo la sotana se permitía tener presta la pistola,
tampoco diría yo que en esos días aciagos
ni antes, el año anterior, o el verano sonriente
en que sonaba la guitarra acompañando
boleros despiadados, extemporáneos e impropios,
no creo haber sido ortodoxamente revolucionario.
Y ahí en la cárcel entonces estaba prohibido
hablar en largas horas del día, su crepúsculo y la entera noche,
prohibido estaba leer, escribir y juntar papeles,
ilegal era dialogar con otros, conversar,
intercambiar opiniones, oír la radio,
vedado era hacer ejercicio, salir de la cárcel,
comer a deshoras, ver la televisión,
proscrito estaba jugar juegos sanos,
beber vino, fumar marihuana, leer noticias,
indebido era subir al banquito, tener más de dos mudas
de ropa para aliviar el invierno del preso
y leer la Biblia: todo eso era prohibido.
La tal prohibición procuraba
–supongo– ganar por el tedio
a la Revolución Rampante.
Sus combatientes
entre los que habían
mozos de café, escribanos, bancarios,
periodistas, viajantes de comercio,
patrones, obreros, estudiantes, radicales, peronistas, liberales, cristianos mustios, pocos pero algunos musulmanes, judíos de barba recordada, hombres de ultramontana derecha, anarquistas, trotskistas de verba suelta, socialdemócratas de modales elegantes, protestantes y católicos, ex diputados, gobernantes mustios, embajadores en raro exilio, millonarios,
personas sueltas, soñadores y argentinos contemporáneos,
jóvenes y viejos
pero los más fuertes, sin embargo,
no resultaban ser los almaceneros,
los vigilantes, los estudiantes amargos
ni los abogados privados de su toga
por la violencia carnal de la dictadura:
los que tenían en programa
esta estadía en la cárcel y preparación y recursos
no eran los cristianos meditabundos
que miraban el amanecer o el atardecer según la orientación de su celda,
los radicales, los demócratas, los liberales, los de derecha,
eran los verdaderos revolucionarios
que militaban a favor de su credo, todo el tiempo,
que alimentaban como al pavo para Navidad su ganado
y que iban a aprovechar
este breve interludio para prepararse
en sus propios evangelios y como para ellos,
nuestros captores, que no dejaron
de creer ni un instante en el baño de sangre que
como un sencillo bautismo
como una forma de lavar las culpas
nos devolvería a todos la moral perdida,
y así en las tardes tediosas de la cárcel de Coronda
unos predicadores de la bestia
hablaban a los gritos por la ventana
sobre la revolución, y si no lo habías escuchado
siempre había otro que repetía lo dicho
para que la palabra iluminada llegara a todos,
y el que hablaba a veces no solo no había leído
sino que lo que había escuchado allí,
ya en la cárcel y fuera de la acción
que predicaban sobre él
sus trasnochados, crueles y humildes captores
lo había escuchado de otro que repetía
y de esta repetición de las verdades reveladas
surgía nuestra fortaleza,
porque la Revolución Rampante
no se detiene, acecha, embala, atraviesa
y cuando menos se lo espera, como una bola de nieve
tiene la fuerza y el poder necesarios para
acabar con el yugo que somete al hombre
Y esa fue mi primera sorpresa:
Un descubrir.
Yo había por entonces
adquirido la mayoría de edad, había
aprendido en el Tiro Federal a defender a la patria, tanía
mi título de electrotécnico expedido por
autoridad competente y tenía además
ocasión de jugar en primera si mi habilidad me lo hubiera permitido,
también hubiera podido ingresar en la escuela de suboficiales,
de oficiales de la Marina Mercante o dedicarme
con mejor simpleza al comercio: sin embargo
me tocó la cárcel y en la cárcel
la prédica de la justicia
y en la justicia
la única liberación del hombre.
Y ahí fue que me sentí desconcertado al saber
que lo que procuraba la revolución,
la cosa última por la que allí, en Cuba
y en toda América, se libraba esta guerra
era para que todos los hombres
del primero al último sin excepción alguna
se dedicasen al trabajo, a la producción de su vida material
para que por añadidura
los días de feria pudieran recordar a la revolución
mirando películas sobre hombres que trabajan,
escucharan canciones
sobre lo real del trabajo, leyeran poemas
orientados a que mejor trabajen, miraran murales
ilustrando ese trabajo y bailaran al son
del trabajo:
contradicciones
con la naturaleza
¡Trabajo!
esencia
existencia
¡Trabajo!
Y yo que soñé ser otro, un hombre
dedicado a las especulaciones puras sobre la materia, yo
que quería tocar más tangos mientras a mi alrededor se baile, yo
que intentaba enamorar alguna naifa antes de la medianoche, yo
que no pocas veces había mirado con simpatía
a la revolución rampante, yo
que sin aún conocerlo sufría la enorme melancolía
de extrañar París
venía entonces a encontrar que todo
era un estúpido bluff
para conseguir trabajo
mejor reparto
música para trabajar
poemas para el trabajador
y una vida sin sorpresas
a la sombra del sindicato, del partido, la revolución.
Otros poemas
¿Y qué harán con mi cadáver
gordo, fofo, macilento,
cuando la grasa se empiece a endurecer,
con los restos de ese cuerpo
que yo paseaba por bulevares y avenidas
en busca de la gloria
que no me fue dada?
*
Así que me hayas dejado
habré vuelto a ser un desaparecido.
Ni rastros quedarán
del que navegaba las aguas bravas
una tarde de fin de verano
bajo tu mirada.
*
Ahí,
en un luminoso mediodía de ya hace muchos años
uno, un muchacho, de pelo corto y mirada sorprendida.
Es seguro –yo lo creo– que todos lo ven.
Soy yo que a los veinte años recién cumplidos
he salido de la cárcel
para investigar el mundo.
*
El doctor entró y me
distrajo
de lo que había pasado en Oceanía
contándome sobre sus investigaciones.
Encontramos
–dijo el Dr.–
diluidos en la sangre que da vida a tu cuerpo
restos muertos de tu corazón, el dolor
–pensé–
era entonces porque mi corazón
está muriendo:
no era tan duro y resistente como yo creí
ni le bastaba un único parche.
¿Cuánto hará que esto está pasando?
¿Por qué corazón habrás decidido morirte
mientras yo sigo inquieto
por lo que ocurrió en Oceanía?
*
Como ha dado por comenzar la lluvia
también las palomas a volar se fueron y si ahora
no suenan los benteveos no se debe menos
al cortocircuito que el agua ha generado sino
que simplmente por su propia naturaleza
la lluvia arrulla a los amantes,
expulsa a los pájaros y a los fantasmas
de los agricultores de antes
alegra.
*
No busques más
Todo lo que había se habrá agotado
Todo lo que hubo se lo llevaron otros
Todo lo que habrá tiene nuevos dueños.
*
Lejos yace el mundo
acá quedé yo
vacilante macilento, abotargado
sin mirar más allá de mis narices
como si hubiera estado esperando ese tren
que partió de aquí hacia una tierra lejana la semana pasada
y no ha llegado aún a todas partes.
*
¿Se parece al sexo la danza con todos esas reglas,
contratiempos y etiquetas?
¿Se parece al sentimiento el tango bailado, con tantos
arabescos, normas y protocolos?
¿Se parecen?
Inédito:
Así fuera que se trate de un instante
esa nieve cálida y delicada, una música
relampagueante de disgustos, se trate de un equívoco
contornear de su cintura, una comodidad de montaña, una colección
de dispares velocidades y entretiempos rodeada de novedosas colecciones
tras las que hueros ruidos ni resuenan ni distraen, así fuera
una confusión pasajera, una conjunción de casualidades improbables, una
triste deyección hacia otros campos, un punto impropio, una anomalía
pasajera, un diferencial, así fuera
nada más que la ilusión del mero instante,
un distraerse del tiempo, un traslapamiento accidental
debido a lo incontenible de la propia belleza, así
fuera.
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario