Alex Lima
Nació en Guayaquil (Ecuador) y reside en Long Island (Nueva York) donde es profesor adjunto de español en Suffolk County Community College (SUNY). Ha publicado tres poemarios, Inverano (2008), Bilocaciones (2011) y y Alba (2015). Un sinnúmero de poemas en revistas y antologías dentro y fuera de los Estados Unidos. Es miembro del colectivo We Are You Project y cofundador de Latino Arts Council of Long Island. Se doctoró por la City University of New York (The Graduate Center) con una disertación sobre poesía del siglo dieciocho.
Turquesa
¿Cómo pudo el óxido
crear tanta belleza?
Torso de bronce, dedos de bronce,
lengua de bronce,
revestida en turquesa
como la Estatua de la Libertad
o las fachadas de hierro forjado de Manhattan,
como el cascarón de petirrojos reciénpuestos
frágiles y precisos como la vida misma,
como la silueta de los rascacielos
enredada en estos dedos de bronce,
forjadores de versos— versos que también
se oxidarán—.
¿Cómo pudo el tiempo oxidar
tanta belleza?
Vida desteñida de turquesa sagrado,
turquesa tóxico e imposible de
recrear como la vida misma,
vida que se vuelve de color turquesa
a medida que nos oxidamos,
a medida que nos acercamos
al otro lado…
(Alba)
ALEX LIMA
BILOCACIONES
FUNDACIÓN MÍTICA DE LA 17
Dicen que llegaron por las enaguas del estero
los Murillo, los Quiñones, los Barahona y los Reto,
exiliados de Gómez Rendón y Esmeraldas,
allí donde ponía inyecciones la Polita.
A punta de machete, pico y pala,
clavaron dos estacas en el caparazón de la jaiba
y demarcaron sus parcelas con las barbas
de los bagres.
El chalet de caña se asentaba sobre cimientos de lodo
mientras el CFP les prometía escrituras
a cambio de albergar futuros mítines políticos.
Había que ir a buscar agua a Gómez Rendón,
allá donde mi tío Fidel se resistía ir, según él,
con su pinta no había nacido para esos menesteres.
Luego llegó el cascajo y después el asfalto,
el dispensario médico y las pandillas: los Pitufos, Mano
Negra,
Sí Café con Abdalá ofreciendo “jama, caleta y camello”.
De algún modo la salsa erótica y el rock latino
nos ayudaron a sobrellevar el relajo de los ochenta.
Así es la historia de mi barrio: invasión, machete, caña y
soga,
siempre piratas sin embarcación y sin vela.
EL CAJÓN
Volvían todos los años
mis abuelos de Nueva York
y a la semana llegaba un cajón
con cachivaches de la tierra prometida:
consola de Atari con joystick,
Space invaders, PacMan, Land, Air and Sea,
y otro joystick de ruedita
para el Pinball, Boxing, Tennis;
el carro de Ken, la casa de Barbie
Los Nike, las Reebok,
la cachina todavía Made in USA,
el Betamax y el View-Master,
el ecualizador, después el VHS,
chocolates con crema de coco,
chocolates con crema de maní,
Corn Flakes y otras novelerías.
El día posterior al cajón,
llegaba el maestro con
oficiales:
planchas de madera,
planchas de zinc,
carretas a doble jornada,
olor a concreto, chocolate con coco
y crema Dove con gravilla.
Días después
acompañaba a mi abuela al municipio:
prenda, tramitador y escrituras
de una casa cada año más propia
certificada por el mecanógrafo
que a punta de humo y matasellos
hacía más oficial la diligencia.
De ahí nos íbamos a La Palma,
a tomar helado con relámpagos,
tartaletas y un vaso de agua
bien helada.
Un año de esos llegó otro cajón
con el cadáver de mi tío.
CUARTO GRADO
Homenaje a Langston Hughes
Todos teníamos que declamar
poemas
para las fechas cívicas
hasta que un día del cuarto de primaria,
el maestro
me escogió como declamador oficial de la clase para el
alivio de mis compañeros
que ya no tenían que memorizar
aquellos versos.
Así, como quien no quiere la cosa,
me volví poeta.
Ya de pequeño tenía dos banderas
y la corbata mal puesta
aunque preferiría no tener bandera alguna—
cada bandera como cada dios (Louise Glück)
tiene su enemigo por antonomasia.
No quiero ser enemigo
de nadie
quiero seguir siendo el ñaño
del ñáñigo antillano.
CARNAVAL
A Fernando Balseca
Cubo de agua,
transeúnte, carnavaleros,
catarata efímera de desperdicios,
espuma de carnaval pa’ los más
finos.
¡Qué salvajada!, dicen las señoras.
Harina, achiote,
polvos con carmín, confeti,
huevos putrefactos,
globos pedradas,
globos escurridizos,
globos que manchan,
¿bolsas de orina o Inca Kola?,
excremento mezclado con lodo
en la alcantarilla precuaresmal
donde se expurgan los viandantes
y se escurren las desdichas.
¡Qué salvajada!, dicen las señoras.
El carnaval no es ninguna salvajada
es un acto milenario de purificación.
HUELLAS INDELEBLES
Tengo el alquitrán pegado en los zapatos
blancos
de lona con los que peloteaba.
Voy dejando huellas por el paso peatonal,
por la línea amarilla divisoria,
por la fuente de agua for Whites only,
por las fronteras ficticias de naciones inventadas,
por establecimientos con cartel English only.
Voy dejando mis huellas por libros ya leídos
y versos nunca escritos (quizás los mejores
que se me han ocurrido hasta ahora),
por chabolas de gitanos y reductos culturales,
por la alfombra roja y la grama del vecino,
por los proyectos de Brooklyn y los faros de Long Island,
por mis estudiantes futuros y los que ya tuve.
Voy dejando huellas de alquitrán como testimonio
de que fui y estuve sin dejar de ser quien soy.
LIVONIA
A Tony Pineda
Cuando me conviene ser de barrio, soy de barrio,
manejo los códigos del Brooklyn profundo
para sobrevivir el tramo del ascensor al metro,
la choco con el tecato y muevo la cabeza hacia
atrás en complicidad con el mafiosillo de turno.
Contemplo desde mi ventana la ciudad inalcanzable,
contemplo a las palomas de Mike Tyson
haciendo torbellinos al atardecer de un trapo viejo
antes de largarse a volar por otros condados
y regresar días después, al igual que yo,
duque del palomar,
conde del desengaño.
POEMA DE LA M-30
A mi familia madrileña
Cuando transito por la M-30
recuerdo que somos jóvenes mortales.
Será por las viñetas de Historias del Kronen,
por los tanatorios,
o por las fábricas que cambian de dueño
y de nombre;
será quizás por los pisos vacíos
en espera de inquilinos indignados.
Me tomaré la última copa en el tanatorio
de la M-30
antes de que caduque la noche
y Emilio Alonso padre exclame:
¡qué pena!
¡AY, SI VALLEJO VIVIERA!
¿Qué culpa tengo yo de que esos niños de la tele no
coman?
Con mis impuestos subvenciono esas M-16
que cuelgan de los huesos de soldados rasos;
esta camisa que llevo puesta la cosieron
también esos niños en algún sweatshop
cuando los mayores se cansaron de hacer la guerra.
La solución:
No pagar impuestos
sin recibir un desglose de todas las atrocidades;
andar desnudos y volvernos pre-adánicos
para desandar seis mil años de vergüenza,
avergonzarnos hasta de la hoja de higo—
vaya unidad de medida que escogieron los economistas
para cuantificar las cosas,
como si las hojas de higo valieran
más que algunas personas.
.
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