Silvia Delgado Fuentes
Mujer, vasca y poeta. Su último libro “ los partos de la Bestia”. Antes de este libro, nacido de muchos partos, hubo otros:
-No está prohibido llorar con los supervivientes (2005) desgrana la realidad oculta pero presente que se vive en cualquier país, en cualquier continente.
-Canción inútil para Palestina (2007) fue el fruto que nos dejó tras un viaje por Líbano y Palestina
-Las cuarenta chimeneas del infierno (2010) son cuarenta nombres propios y comunes, desde Octavia hasta María los que nos fotografían la cotidiana realidad que a poco que miremos descubrimos en cada esquina.
Al igual que le pasaba a su paisano Gabriel Celaya, Silvia, “maldice la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales”. Ella, llegó a la poesía desnuda y cercana a cumplir los treinta años, y desde entonces abriga esa desnudez y alimenta ese hambre con la rabia del oprimido, con la furia y la ira del desposeído, con los brazos y las piernas de los mutilados, con el grito de los desahuciados, con los desterrados de Palestina, con los niños de Afganistán que nacen siendo viejos, con los parados, los oprimidos, los engañados, los nadies.
Silvia nos cuenta lo que otros niegan, lo que otros, desmemoriados no quieren recordar, enfermos de ceguera hacia el poder, no quieren ver.
Por eso su poesía molesta, no gusta a los poderosos ni a los que hacen de la poesía un juego de entretenimiento.
La poesía en manos de Silvia es un arma que desde la trinchera de la soledad, combate las injusticias, es un arma que grita a viva voz contra la violencia institucionalizada, contra los usureros y usurpadores, contra los avariciosos banqueros, contra este sistema deshumanizado y codicioso que sirve a unos pocos en detrimento de las mayorías. Molesta porque sus poemas como una bofetada, nos sacuden contra la indiferencia, contra la amnesia y el olvido colectivo. Por todo ello su poesía transgresora e inconformista molesta. Y más molesta que a sus versos y su conciencia no se les pueda poner precio.
Pero has de saber Silvia que para todos aquellos que te leemos y acompañamos, también para aquellos que aún no te han leído pero comparten tu compromiso, tu poesía es ante todo un arma cargada de futuro.
Es la voz de los ahogados en el mediterráneo, la mirada acusadora de los desahuciados por la voracidad financiera, la piedra contra las balas en Gaza o Cisjordania. Y esas voces, esas miradas , esas piedras, combatiendo hoy, son las puertas y ventanas abiertas del mañana.
Por todo ello tu poesía es fuego, es grito, es risa, es sangre, pero es ante todo, un arma cargada de esperanza.
Cuando muere un poeta
Cuando muere un poeta no pasa nada, apenas ni nos damos cuenta,
ni la lluvia queda quieta,
ni las estrellas se descuelgan,
ni los niños dejan de jugar a la rayuela.
Nada. No pasa nada.
Todos los días nos morimos.
Limosneros de pan y de ternura,
dejamos la vida como si tal cosa.
Como dejamos los poemas sobre mesas,
o en paredes o en plazas donde se amontonan
las huellas de los besos y de las quejas.
No pasa nada cuando nos morimos,
porque somos muchos muriéndonos clandestinos,
en lugares sombríos de humanidad,
porque somos tantos,
tantos los poetas que vamos muriéndonos
huérfanos, errantes, solitarios.
Amados desde distancias remotas,
odiados por tener voz y estrofas,
aislados en un mundo hostil que
nos lleva de cabeza.
Nada pasa, nada.
O sí pasa.
Ocurre que si muere un poeta
cerca del fuego y de las lágrimas,
cerca de la sequía y de las guerras,
cerca de la memoria y de las picanas,
la muerte secuestra una garganta insomne.
Cundo muere un poeta y muere gritando a la barbarie
calla la voz vigilante de quien quiso vivir
en pie,
en paz,
eternamente.
Que despierten los ciegos
Que despierten los pueblos
que caminan ciegos.
Se acercan las bestias
a conseguir la victoria
del hambre y del plomo
del hambre y del miedo
del tiro en la tripa
del sable oxidándose en sangre caliente
mientras ellos duermen.
Que despierten
los que nunca se atreven
a mirar el terror de las muertes.
Abrid esos ojos malditos, esos párpados quietos
que las cruces antiguas se agitan sin tiempo.
Que vendrán a por todos,
también a por ellos,
también querrán hacer con sus huesos
astillas para el fuego.
Que despierten los ciegos,
vienen a por todos.
También a por ellos.
No cuenten conmigo
No cuenten conmigo pa defender las fronteras,
ni pa defender el disparo a pueblos que caen uno tras otro,
tras otro,
ni pa mantenerme neutral ante el inmisericorde que cierra las puertas a las ganas de vivir otras primaveras.
No cuenten conmigo para escupir blasfemias contra las costumbres ajenas,
ni pa maldecir al hombre que aguarda mojado,
ni al niño hambriento de madre,
ni a la mujer aterida de miedo.
No cuenten conmigo.
Vengo de tierras donde se recuerda el éxodo inacabable de los vencidos,
he cruzado con ellos los bosques y los mares,
he escuchado su sed y sus desconsuelos.
No cuenten conmigo
para tanto derroche de golpes y exterminios.
Vengo de escuchar a los viejos
que una vez fuimos nosotros
los que llenamos las barcas,
los que esperábamos cambiar nuestros destinos
lejos del terror y del fascismo.
No cuenten conmigo,
miles de seres humanos están en peligro
y Europa idea la peor manera
de devolver a sus casas a quienes piden asilo.
No cuenten conmigo para callar que pesan la voz y la palabra,
que depredan la vida siempre los mismos
y que se deshace la carne
esperando, inútilmente, de Europa, un armisticio.
Siglos de miedo
Sólo encuentro una explicación mínimamente razonable para comprender cómo es posible que ahora mismo las calles no revienten de rabia:
El miedo.
Siglos de miedo.
Miedo en las venas y en las placentas, miedo a todas horas, fragmentado, televisado, a jornada completa.
Miedo a hablar, a perder, miedo a la victoria.
Miedo a abrir el corazón, miedo a la violencia.
Miedo a la libertad, miedo a saber, miedo a romper nuestras cadenas.
Miedo a tocar, miedo a besar, miedo a derribar los muros de la indiferencia.
Miedo a la verdad, miedo a reír, miedo a cantar con todas las letras.
Miedo a la memoria, miedo a estar de pie, miedo a la decencia.
Miedo a limpiarse el miedo.
Miedo a morir.
Miedo a las blasfemias,
a los perros de guerra,
miedo a curarse la ceguera.
Miedo a tener sueños,
miedo a las calles vigiladas, al control de nuestras vidas,
miedo a no tener muros ni fronteras,
miedo a las ideas.
Miedo a uno mismo,
miedo por los padres y los hijos,
miedo al presente y al futuro.
Miedo por todos los lados, infame miedo, miedo desde dentro, miedo palmo a palmo, gota a gota, miedo lamiendo lenguas.
Miedo, jodido miedo, viejo miedo que nos amedrenta, que para en seco las quejas, que arrastra pueblos a las tinieblas.
Miedo, frío y tenaz miedo que mastica el día a día y lo vomita imponiendo su silencio de hambre y calaveras.
Jodido miedo que respiramos casi sin darnos cuenta.
El sistema està podrido
El sistema esta podrido.
Los viejos se mueren más pobres de lo que fueron cuando en tiempos del caudillo les robaban el pan, la infancia, las ideas.
Se mueren de una vida en el tajo sin salud y sin descanso.
Se mueren rotos por dentro, rotas sus vísceras y sus arterias, rotos sus sueños, rotos por el asco que les produce la limosna, el regreso de la cruz, el látigo y la bandera.
Nuestros viejos se mueren en harapos, sin recibir una pizca siquiera de la riqueza que toda una existencia estuvieron generando.
Y mientras la realidad se pudre, ellos tiemblan porque les amenazan con arrancarles su vergonzante puñado de monedas, sienten escalofríos porque están enfermos de enfermedades que les incrustó la miseria, se lamentan de la crueldad de tanto hijo de la grandísima que no les respeta porque ya no son rentables ni sus brazos, ni sus quejas.
Muchos salen a husmear en los basurales para llevar alimento a sus hijos desahuciados, a sus nietos hambreados.
Tienen el frío de la supervivencia incrustado en el tuétano.
Y que no me vengan con cuentos, este ensañamiento con los vulnerables sólo se arregla reventando de una vez el sistema para construir un lugar nuevo donde morirse en calma y con la dignidad intacta.
La verdad
Lo cierto es que llevo días pensando en la fuerza de la verdad.
En cómo hacer posible que se abr
a paso entre tantas mentiras vertidas a lo largo de los siglos.
Estamos sentados sobre ellas con naturalidad, las digerimos, incuestionables desde la infancia, las masticamos con calma, las repetimos una y otra vez, como si fueran nuestro aliento y son nuestra derrota.
Yo sé que es doloroso desandar el conocimiento, cuestionárselo todo desde dios hasta la patria, desde la vida hasta la muerte.
Pero hemos llegado a un lugar sin retorno en el que sólo la verdad podrá hacernos libres. Sólo ella podrá reventar las cadenas que ahogan nuestras ideas y no las dejan avanzar hacia paraísos de amor y de ternura verdaderos.
Creo que es urgente rehacer las palabras, todas, vaciarlas del sinsentido que les está otorgando la historia, volver a parir a los héroes y a las heroínas que nunca quisieron ser estampas en camisetas, a los escritores que renegaron de medallas y de flores, a los ideólogos que jamás soñaron con estas rebeldías ordenadas y sumisas. Su verdad era otra.
Su palabra era otra.
Su lucha fue contra un sistema que ahora mismo utiliza su fuerza y la tergiversa.
Respiramos mentiras, mentiras a medias, o completas, mentirijillas, falacias enormes y sangrientas, nos hemos acostumbrado a ellas.
Y ya va siendo hora de usar la verdad para combatir en esta guerra.
Debemos cambiar el curso de la historia.
Los hambreados de la tierra podemos sin duda, escribirla de nuevo, nuestro destino es la victoria, no quedar para siempre en la memoria como los vencidos, sin razón y sin remedio.
Serà posible
Escribo estas líneas con la esperanza ingenua de la poeta que persigue con palabras poco útiles no una pizca de justicia, si no la justicia completa.
Paso los días pensando que quizá pronto un tribunal popular castigará los crímenes de nuestro tiempo, no sólo los de sangre y cuerpos náufragos en medio de escombros. No sólo esos, tan impunemente crucificados, arrinconados en la historia, convertidos en ceniza.
También escribo pensando que un día, quizá, esos otros crímenes sean deletreados en un tribunal popular y cada uno de los que ordenaron sus muertes lentas sean confinados a una existencia vigilada y entre rejas.
Hablo de la triste realidad en la que vivo. Hablo de los millones de personas que no tienen derecho a vivir una vida sin la herida lacerante de la pobreza, hablo de los que la originan y son sus responsables, hablo de esos pocos que derraman indigencia en las calles, que se nutren con el dolor de la miseria que generan, que no ven la costra que dejan.
Hablo de los vulgares matones que nos gobiernan, de los alguaciles de este sistema que nos depreda, de los canallas democráticos que esparcidos por el mundo sepultan, suicidan, envenenan.
Y pienso que quizá un día rendirán cuentas ante cada uno de los pueblos que diezman, que estarán acompañados por esos amos que en la sombra luminosa nos saquean y que de nada les servirán los sobornos, las traiciones.
Es fácil demostrar quienes son los hacedores de este presente que lleva en sus arterias violencia.
Sus nombres están escritos en la lista Forbes.
EL PUDRIDERO REAL
Cada día la constitución huele peor.
Las palabras que hay escritas en ella tienen mal aliento.
Están empastadas con desigualdad porque dejan bien atado que un solo hombre entre todos puede hacer lo que le venga en gana; enriquecerse, ser idiota o criminal y seguir en palacio como si nada.
Es decir ya desde su inicio, la izquierda aceptó gustosa esta fábrica de privilegios, traicionando las conciencias de todos aquellos que se dejaron la piel por la república
Después de esto es fácil imaginar que hicieron oficio de la felonía, blindados por unas palabras que han dejado este país en carne viva.
Da escalofrío mirar, manadas de seres humanos vaciados de sus derechos, huecos, huérfanos.
Gente a la que ya sólo le queda la calle, el hambre, la nausea.
Gente pobre y con dolores.
Gente vieja, gente joven.
Personas corrientes, hechas con sudor y con sangre que no pueden celebrar una constitución que los convirtió en súbditos.
Hoy no es un día de fiesta, todo lo contrario, es un día de luto, Franco vigila para que se cumpla a rajatabla lo que dejó dicho.
Cada vez que sale el sol y comprobamos que no hay pan, techo, ni salario sabemos que el asesino tuvo demasiados hijos.
607
El 12 de enero, otra vez, una vez más, en Bilbao, se escuchará un solo grito.
Un grito agrio, desde las entrañas, que quiebra la sinrazón y recuerda a los que viven entre rejas, repudiados por una justicia autista que mueve los hombros y clava sus uñas sucias en el tuétano de un pueblo que ni es sordo ni manco, ni está afónico.
El 12 de enero, un solo abrazo como un nudo inmenso, un solo puño como un monte de piedra, un sólo numero que cuenta los corazones presos.
La sed es larga pero nuestras lenguas no están fatigadas, no se agotarán los labios de repetir sus nombres hasta que estén en casa al lado de nuestros huesos y esperanzas.
Los queremos, aquí y ahora, sin ruegos, sin concesiones.
Los queremos cerca, sanos, sin cadenas perpetuas.
Porque no pensamos darnos por vencidos.
Porque nadie ni nada puede contra un pueblo que sale a la calle con su razón, con su coraje.
Con su verdad completa.
Con sus alas desafiantes,
con su voz irredenta, gritando un sólo número:
el de los prisioneros políticos vascos, el 607.
Al pan, pan
Al pan me gusta llamarlo pan, al vino, vino.
Y al empobrecimiento por decreto, capitalismo.
Así que no me vengan con cuentos de esos de pobreza energética, de malnutrición infantil, de aumento de la tasa de suicidios, de personas en riesgo de exclusión, de diáspora de jóvenes y ese largo etcétera de palabrería con la que los cómplices limpian las pústulas que su propio sistema crea.
Las palabras no son jabón, no deben usarse para borrar la sangre que dejan los gobiernos por las calles.
Si la gente se muere de frío, no es porque sean pobres energéticos, es porque les han robado con que calentarse los huesos, les han negado el pan, la sal y el fuego.
Si los niños tienen hambre, es eso lo que tienen, HAMBRE, un hambre amarga en un lugar donde nadie debiera conocerla.
Si las personas se ahorcan, se cortan las venas, se queman frente a los bancos, cada vez en mayor número, es porque no encuentran alternativas, y la democracia les pone una soga, les da una patada.
Así que aquellos que usan la palabra como materia prima en sus trabajos, (escritos o hablados), dejen, por una vez, de usarlas igual que si fueran detergente, que ya estamos hartos de ver como esconden la verdad con sus eufemismos baratos.
¡Por cojones!
El objetivo último es arrancarnos la soberanía.
Todas las soberanías, también la del cuerpo. Con métodos más sofisticados o más zafios. Sibilinamente o por decreto. Con descaro o cinismo. Ser los dueños de los úteros, de las palabras, de las quejas. Ser los amos de las jaulas, de las riquezas, de las leyes, de la cultura, de la democracia y de los placeres.
Tenerlo todo bien atado para que nadie se salga del redil sin suplicar antes permiso.
Como siempre imponiendo sus cruces y sus látigos.
Retrocediendo a tiempos pretéritos de pobrezas y moral miserable.
Legislar la emancipación para que sea crimen.
¡Por cojones ¡
Me pregunto cómo harán para custodiar nuestros ovarios si en ellos no caben militares con rifles de asalto.
Me pregunto si además prohibirán los condones, los espìas vigilarán nuestras alcobas, ilegalizarán el placer y las canciones, quemarán en las iglesias el Kama Sutra, me pregunto si antes de terminar la legislatura el orgasmo será un sabotaje contra la patria y el orgasmo múltiple un acto terrorista.
En fin, de seguir así, prohibirán los documentales por pornografía, premiarán si se delatan los gemidos de los vecinos, los perros serán tiroteados si se aparean en público, desaparecerán las tangas, se impondrán las fajas, adiós a las minifaldas, al nudismo, a amarse de dos en dos, de tres en tres, unos con unos, unas con unas.
De seguir así, amenazando nuestros cuerpos, convirtiéndolos en delito, reclutando nuestros ovarios para la moral, seré yo la primera que me ponga a tener hijos, a miles, hijos urgentes, hombres y mujeres de una revolución que los ponga de una jodida vez en su sitio.
Para no partirme en dos
Somos partos de un tiempo, nacidos de una historia concreta que nos emancipa o nos aliena.
A veces somos conciencias arrancadas de cuajo, abandonadas en los pasillos de la precariedad o el infortunio o conciencias que se ponen en pie para rebosar ternura.
Yo no sé en que lado estoy. Sé que como poeta el oficio me obliga a recoger palabras para intentar que sean el sortilegio cotidiano con el que combatir la desidia.
No sé de otros poetas contemporáneos. No sé qué ansían, qué persiguen, què desean.
Todo lo que afirmo me lo dicta el corazón, como me dictó un día que mi lugar en el mundo estaba unido fieramente a la poesía.
Creo que esta certeza, la de saber que moriré poeta, la de saber que yo no puedo permitirme el lujo de los silenciosos, de los indiferentes, me ha llevado estos últimos años a trabajar febrilmente.
Mientras, intramuros, arrojaban puñados de sal sobre mis heridas- De manera rutinaria, todas las noches, aceptaba el desafío de alejarme de mis abismos para combatir, junto a otros, con palabras que son sables o pedradas o caricias.
Me siento cansada.
Siento que llevo a rastras demasiadas guerras.
Demasiados combates que nunca acaban.
Creo que es momento de parar en seco para no partirme en dos.
Creo también que esta confesión es irrelevante, pues el mundo seguirá su curso despiadado y mi voz afónica será sustituida por otras.
Pero esta forma impulsiva de estar sobre la tierra deletreando los aullidos me obliga hoy a deletrear los propios.
Ojalá mañana pueda regresar a esta rutina de sentarme a escribir para desbrozar y sembrar.
Ojalá.
Soy culpable
Soy culpable,
he matado la terca obediencia de los domesticados,
a los dioses de barro,
el sopor cómplice de los que mueren callados.
He matado la culpa por tener ovarios.
He matado a los cínicos,
a los que son alguaciles sin uniforme
y sin salario.
He matado la costumbre de mirar pa abajo y de lado.
He matado las noches vigilantes,
las tormentas dentro de mis huesos,
la pobreza de sentir soledad
en cada sentimiento.
He matado a la mujer que me golpeaba,
a la niña que, traviesa, metía el dedo en la llaga,
a la anciana que reventaba la magia.
Soy culpable de haber matado
la impotencia,
el arraigo al sufrimiento,
la melancólica existencia de los vencidos.
Soy culpable de querer vivir junto a los otros
en esta suerte de vital victoria
que es saberse libre
a pesar de las derrotas.
El hedor
Los barrederos limpian Madrid desde que no limpian la ciudad.
Los jardineros arrancan las malas hierbas desde que no las arrancan.
Evidencian un despotismo que no van a aceptar.
Y lo importante no es que la basura se amontona en las calles, lo verdaderamente relevante es que la inmundicia se hacina en ayuntamientos, parlamentos, etc... y que ellos señalan estas podredumbres.
Todas las ciudades huelen mal.
Dan nausea los espacios democráticos, dan nausea los púlpitos, los estrados, los tribunales.
Hay que desinfectar estos lugares.
Pero la calle, con sus voces limpias, con sus pulcras luchas, con sus conciencias decentes, inmaculadas, son aire fresco, bocanadas de esperanza, de desobediencia.
Ejemplo de pulcritud en medio de tanta mierda.
La vida
La vida está llena de puertas y ventanas
de muros,
de cerraduras con llaves perdidas o encontradas.
La construimos sobre escombros, tierras yermas
o vergeles egoístas
Crece,
se abre paso entre el dolor y la alegría.
La vida,
que no pide permiso para ser vivida,
se empeña en parir madrugadas limpias de imposturas
pero a veces desprecia su destino.
Cuando nadie la vigila
degüella el mañana y huye,
da la espalda a los nombres, a las casas,
a las caricias.
Huye dejando el pobre rastro
de la sal, de los andrajos.
Se va deprisa,
con la urgencia de la cobardía.
Se va deprisa a veces la vida,
hay que llamarla con la voz atávica
de los que la necesitan valiente,
heroica,
en pie sobre sí misma.
A contracielo
Vamos como animales hacia el matadero.
Caminando despacito, cada cual con sus asombros y quejas, con sus incertidumbres, sus herencias, sus pobrezas, sus indiferencias.
Casa cual, a duras penas, logrando una supervivencia apretada de amor y de lucha, mirando al mañana porque mirar el presente da nausea.
Cada cual haciendo malabarismos con la alegría.
Pero los niños empiezan a llegar desnutridos a las escuelas y los viejos mueren sin recompensa y ya los jóvenes se exilian lejos vomitados por una bandera demasiado vieja.
Y ya los harapos, los pies descalzos, la mendicidad, las colas en los comedores solidarios, las caries, los suicidios, los desahucios, las calles convertidas en dormitorios, los sueños podridos poco a poco, la dignidad caída de bruces en las puertas , las súplicas, los porfavor, la mordaza, los golpes en las plazas, los ojos reventados, los suicidios, las cárceles blancas.
Los detenidos, los detenidos, los detenidos.
Los que están a la sombra.
Los que están al borde.
Los que son sólo cifras.
Los que no encuentran la salida de emergencias.
Y ya todo esto es una derrota.
Todo este dolor es una derrota.
Y ya es una derrota el pupitre sin ideas, el cariño a entregas, la ternura aplazada para tiempos mejores.
Y solo nos queda la victoria.
Llenarnos de humanidad, desvestirnos el luto de la soledad, arrancar de nuestras entrañas esa ceguera que nos vuelve autistas, esos oídos selectivos que nos hacen ignorar los alaridos, esa mudez que nos cuesta la vida.
Tomar las calles, retar al miedo, recuperar la voz que canta, vivir en los otros, con los otros.
Construir, construir en este paisaje arrasado.
Alzar la frente y curarse cada una de estas derrotas.
Porque aún es posible.
Aún nos queda corazón
latiendo a contracielo.
No está prohibido llorar con los supervivientes
Desde hace siglos la situación geográfica y las riquezas de su subsuelo han convertido a Afganistán en una tierra codiciada por muchos.
Afganistán es uno de los principales productores de opio del mundo. Posee carbón e inmensas reservas aún no explotadas de gas natural. Es, además, la tierra de paso para el transporte de petróleo extraído del Golfo Pérsico.
A pesar de esto hoy Afganistán es uno de los países más pobres del planeta. La esperanza de vida no alcanza los 45 años y su nivel de analfabetismo supera el 70%.
Nadie canta baladas en tierra seca.
La muerte acerca su campana
y los que están en casa
escuchan sin deleite
nombre, lugar y fecha.
Nadie canta baladas en tierra seca
porque la muerte pasea su desgracia impenitente
y no hay tiempo de niñez
ni de adolescencias.
Se nace siendo viejo.
La muerte tiene allí su púlpito celeste
y en su homilía triste
dicta epitafios,
ordena cavar fosas,
señala a todos los presentes
y se cree profeta
porque sabe que van a morir…
…de pobreza.
La muerte hace bien su oficio
en tierras demasiado secas
y toca el hombro antes
de que brote el pelo cano
y es feliz con su túnica,
con su sexo candado,
con sus dientes largos.
Es feliz, maldita sea,
jugando a los dados
con niños, mujeres y hombres.
No existen en tierra seca los ancianos.
Una mujer moldava conocida por las iniciales S.C. fue introducida mediante trata de blancas en Montenegro y obligada a trabajar como prostituta entre 1999 y noviembre 2002. Esta mujer, de 28 años y madre de dos hijos padeció espantosos abusos físicos y sexuales durante más de tres años. La mujer afirma que jueces, políticos, policías y funcionarios de Montenegro las violaron y torturaron a ella y a otras mujeres de Europa del Este que como ella habían sido retenidas como esclavas sexuales.
Mujeres de adobe,
cuencas vacías, manos sin huellas,
voz que no cuenta, geografías en venta.
Mujeres de petrificada memoria
que perdieron el cielo, las raíces,
las miradas, las protestas.
Mujeres en alcobas con cadenas,
mujeres tendidas, con las piernas abiertas,
el amor es ciénaga sólo de poetas,
el amor es invento de soldados y de doncellas.
Estas mujeres que se esparcen
en colchones apátridas,
que se hacinan en cuartos
donde llueven carencias,
que aguardan bofetadas y se alimentan
de mucha agua, poca sal y menos harina,
estas mujeres víctimas
de la maldad y de la pobreza,
soportan, desde que se despiertan,
la invasión implacable del cuerpo
y tratan de reunir hebras de esperanza
con las que defender su vida
a pesar de las afrentas.
Estas mujeres,
convertidas en carne de oferta
se maquillan sin espejo,
creen en dios a pies juntillas,
mientras las embisten,
se aferran a la cruz
y piensan que para ellas
la vigilia es su peor pesadilla.
Canción inútil para Palestina
1
Traigo una patria entre mis brazos,
una patria sucia de pólvora y ceniza,
una patria llena de fantasmas.
Traigo una patria entre mis brazos,
no lavéis su sangre con azufre,
si vais a esconder el crimen
dejadme llorar junto a las larvas,
dejadme llorar con ella y sin sus pájaros.
Con ella,
sí.
Con ella hasta la muerte.
Traigo una patria entre mis brazos,
traigo toda su hambre y sus puñales,
su llanto de estepa,
sus cadáveres tatuados.
Traigo a un dios ahorcado
entre los senos de esta tierra desahuciada,
antes de arrebatarme los cadáveres
dejadme llorar.
Dejadme.
2
Mi casa ya no es mi casa.
Sabedlo.
Sabed que la tierra está sembrada de cráneos,
que arrancaron de cuajo las colinas,
que sepultaron el paisaje.
Sabed que mi casa fue humillada,
saqueada,
que mis hijos llenaron de odio sus bolsillos,
que el hambre baila por todas las esquinas.
Sabed que la barbarie robó nuestros olivos,
que los invasores tienen nombre y apellidos,
sabed que pusieron precio a las ruinas
y que las cadenas no molestan con su ruido.
Sabed esto, debéis conocerlo.
Convirtieron las rosas en cerrados puños,
acallaron las plegarias,
nos pasaron a cuchillo.
Debéis saberlo,
vinieron a mi casa,
dejando solo sangre en los caminos.
Las cuarenta chimeneas del infierno
María Expósito nunca fue propietaria de cucharas repletas,
fue dueña de todos los horrores con los que la pobreza obsequia,
fue madre pero madre harapienta.
Condenada a vivir sin armisticios
no miró dormir a sus hijos
y se alejó goteando su jornal y su decencia.
Deshilachadas alpargatas arrastran tristezas,
sucio el delantal de impotencia
y el llanto azul de los niños
que la persiguen presagiando soledades y miseria.
María Expósito aprendió a hacer con su dolor remiendos,
aprendió a no dormir por temor a los deseos
aprendió a sollozar en secreto
aprendió que si el amor puede arrancarse de cuajo
también el recuerdo
y experta en ausencias
ofreció sus senos espléndidos
a quien quisiera dar, a cambio de leche,
un jergón, una hogaza de pan seco
y silencio.
María Expósito amamantó a niños risueños.
Quiso quererlos
pero le lastimaba el territorio que pertenecía a otros dueños.
Mientras alimentaba hijos ajenos
ella viajaba lejos,
allá donde otros niños apuestan por su regreso.
Después, con el bebé satisfecho,
guardaba los pechos,
las canciones,
los sueños.
María expósito murió una tarde de invierno.
Murió con los pechos resecos,
con su dolor completo.
Murió sin decir nada,
ni un solo niño rico agradeció el alimento a esta mujer callada,
ni un solo niño rico la reconoció mendigando, anciana.
María expósito murió aquella tarde helada,
vestida sin pulcritud,
con su muerte solitaria.
María expósito, una mujer entre tantas.
Emilio Ramos, herrero sin remedio,
feo entre los feos,
ilustre cojo de ambos lados
en su ardiente reino
canta el yunque y el martillo
baladas de prisionero.
Emilio Ramos fragua llaves o cadenas
y no escucha
y jamás se mira en el espejo.
Emilio Ramos fue una vez niño
y lo golpearon.
Recibió maltrato en todos sus costados.
Emilio ramos no olvida que su padre fue su látigo
que su padre le partió las piernas
que su padre lo condenó a las tinieblas.
Emilio Ramos nunca deja apagar el fuego,
le da miedo el frío,
por eso tiene este oficio,
porque fue una tarde de invierno
cuando dejó de correr como corren los niños.
Fue una tarde más de alcohol, de llantos,
de rencor, de gritos.
Emilio ramos
herrero o alquimista
tullido dios de andar por casa
renquea el castigo de su desobediencia.
Le quema el dolor de caminar con daño
le quema el horror de haber sido hijo de sangre violenta
le quema saber que así no lo querrá nadie.
A Emilio Ramos,
después de tantos años
aún le asusta el recuerdo
de los golpes dados sobre los huesos,
como si fueran de hierro,
como si fueran sus piernas de hierro,
como si fueran de hierro los golpes,
como si fueran de hierro los sentimientos
como si fuera de hierro su padre,
como si fuera de hierro dios,
ese dios que nunca le hizo caso.
Los partos de la bestia
Yo antes no era así, vivía feliz mirando tele, trabajando en precario, leyendo poco.
Bebía cervezas, masticaba chicle, iba de compras, saludaba al jefe… Todo iba bien. Pagaba mis deudas , soñaba con que me tocara la lotería, con ir de vacaciones, con estar un día completo en la cama, en fin, cosas sencillas, compraba el periódico los domingos, saludaba de lejos a las vecinas, felicitaba las navidades a mi familia, todo bien , todo correcto.
Pero últimamente no sé qué me pasa, no sé cuándo empezó todo, no sé, ciertamente, si el inicio estuvo en la ley de partidos, o fue antes, no sé si se agravó mi crisis con las detenciones, no sé verdaderamente si tuvo la culpa Bush o Aznar o Garzón o Marlaska, no sé si es por la censura, por la tortura o por la manipulación. No sé si tiene algo de responsabilidad en mi situación, Palestina o Irak o Guantánamo o Soto del Real, no sé si es porque llevan esposados a los jóvenes, a los emigrantes, a los disidentes, no sé si es por las huelgas de hambre, por los muertos de hambre, por los muertos de pena.
No sé si es por tanta mentira, por tanto descuartizador, por tanto mercader, por tanta impunidad, por tanta mordaza a sueldo.
Sospecho que soy terrorista. He empezado a respirar sin pedir permiso, a pensar sin pedir permiso, a hablar sin pedir permiso y esto dicen, es el peor de los síntomas en una sociedad aterrorizada como la nuestra donde la palabra es la peor de las amenazas.
Muertos. Uno tras otro aparecen muertos. Muertos oscuros sobre arena, muertos anónimos en morgues extranjeras. Muertos en celdas. Muertos en fosas comunes. Muertos.
Millones de muertos.
Muertos de hambre, muertos de cadenas.
Muertos de guerras sucias, de invisibles trincheras.
Muertos sentados,
muertos esperando.
Muertos pagando deudas.
Muertos que no pesan.
Muertos insepultos.
Muertos a golpes.
Muertos de yugo, muertos sembrando la tierra.
Siglos de muertos.
Vivos acariciando los nombres de los muertos,
vivos recordando la memoria de los muertos,
vivos limpiando la sangre, los cuerpos de los muertos.
Vivos resistiendo armados con coraje.
Vivos negándose a callar.
Insistentemente vivos para cantar,
Insistentemente vivos para soñar.
Vivos,
insistentemente vivos en todas las esquinas, en todos los barrios, en todas las familias.
Bandadas de vivos,
puñados de vivos,
manadas de vivos.
Millones de vivos cruzando juntos la noche eterna del crimen
y la injusticia.
Blog Si vis pacem
Aquí me tenéis
con este poema pobre,
con esta ira cabalgando a lomos de vuestra barbarie.
Aquí estoy,
esperando la patada que venga a desahuciarme,
esperando que vengáis a por mí por ser negra o puta o por quejarme.
Yo ya puse en claro mis cuentas,
ya dije quiénes son los culpables,
ya escribí mil poemas
para señalar que el presente se llena de cuerpos
viejos y tiernos que viven a la intemperie.
Aquí estoy,
venid a buscarme,
arrancadme la lengua pa que mi voz calle y calle.
Llevadnos a todos presos,
puerta a puerta,
grito a grito,
hambre a hambre.
Todo un pueblo entre rejas
y fuera sólo cobardes.
Cuando muere un poeta no pasa nada, apenas ni nos damos cuenta,
ni la lluvia queda quieta,
ni las estrellas se descuelgan,
ni los niños dejan de jugar a la rayuela.
Nada. No pasa nada.
Todos los días nos morimos.
Limosneros de pan y de ternura,
dejamos la vida como si tal cosa.
Como dejamos los poemas sobre mesas,
o en paredes o en plazas donde se amontonan
las huellas de los besos y de las quejas.
No pasa nada cuando nos morimos,
porque somos muchos muriéndonos clandestinos,
en lugares sombríos de humanidad,
porque somos tantos,
tantos los poetas que vamos muriéndonos
huérfanos, errantes, solitarios.
Amados desde distancias remotas,
odiados por tener voz y estrofas,
aislados en un mundo hostil que
nos lleva de cabeza.
Nada pasa, nada.
O sí pasa.
Ocurre que si muere un poeta
cerca del fuego y de las lágrimas,
cerca de la sequía y de las guerras,
cerca de la memoria y de las picanas,
la muerte secuestra una garganta insomne.
Cundo muere un poeta y muere gritando a la barbarie
calla la voz vigilante de quien quiso vivir
en pie,
en paz,
eternamente.
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