CARLOS SUÁREZ VEINTIMILLA
Nació en Ibarra, Ecuador el 16 de junio de 1911. Dejó de existir en Quito el 14 de Septiembre del 2002.
Sus padres: doctor Rafael Suárez y la señora Matilde Veintimilla; sus hermanos: Francisco Javier y Mariano, encargado de la Presidencia de la República; Jorge y Carmela. La instrucción primaria la recibió en la Escuela de los Hermanos Cristianos de Ibarra y la secundaria en el Seminario Menor San Diego, bajo la dirección de los PP. Lazaristas.
El 18 de septiembre de 1927, ingresó al Colegio “Pío Latino Americano” de Roma para estudiar Humanidades Clásicas y Ciencias Eclesiásticas, luego, pasó a la Universidad Gregoriana. Se ordena como sacerdote el 28 de octubre de 1934. En 1938, cuando retornó a Ibarra, se dedica con entusiasmo conjuntamente con los sacerdotes Leonidas Proaño, Luis Carvajal y Arsenio Torres a la formación de grupos juveniles: Juventud Obrera Católica (JOC), Scouts; grupos gremiales de obreros y artesanos.
En 1943, aparece su obra “Caminos del corazón inquieto”, Cuadernos de ausencia y de presencia; Abside, en 1945; Alondras, en 1946; “5 Cantos de Soledad”, en 1953; “Las Haras”, en 1954; “Serenata a la Virgen”, en 1963; “Poesía”, en 1973. Poeta cantor de la naturaleza imbabureña y de la belleza del mar; siempre estuvo junto a los pobres y olvidados; aureolado de virtudes morales. Un gran humanista, formador de juventudes en los colegios: Fátima, fundado por él; Sánchez y Cifuentes y Sagrado Corazón de Jesús- Bethlemitas. En 1973, recibió la Condecoración “Miguel de Ibarra” entregada por la Municipalidad de Ibarra.
El eximio alcalde de Cuenca, doctor Alejandro Serrano, auspició la publicación de su obra “Poesía”, en 1980. A finales de ese año, se incorpora a la Academia Ecuatoriana de la Lengua. En el 2001, la Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo de Imbabura, le entregó el Premio “Pilanquí” y nuevamente la Municipalidad de Ibarra le otorgó la Presea “Cristóbal de Troya”.
Tuvo méritos para recibir el Premio Nacional de Literatura “Eugenio Espejo”. El Estado está en deuda con él. Es reconocido como el mejor poeta religiosos hispanoamericano.
LA CITA
Cuando me vino a despertar la aurora,
mi corazón, cantando, ya esperaba
- mientras dormía el mundo –
esta cita, contigo, esta mañana.
Aquí mi corazón que ayer -¿recuerdas?-
en la lucha sangraba;
el dolor de mi vida adolescente
y mi ilusión intacta.
Tú sabes bien con cuánta sangre se hizo
esta flor blanca
en que palpita ardiente
toda mi juventud enamorada.
Y me dijiste: -¿Sabes
con cuánta sangre se hizo esta hostia blanca
en que me entrego a ti, con una entrega
eterna, sin ayer y sin mañana?
Y, en silencio puro de la aurora,
hablamos en voz baja
de esas cosas secretas que no sabe
decir el alma.
(De Obras poéticas)
EL POETA CARLOS SUÁREZ VEINTIMILLA
Por VICTOR MANUEL GUZMÁN VILLENA
Revisando mi biblioteca, en la sección de escritores de Imbabura, volví a encontrarme y releer una importante obra escrita por el Maestro Roberto Morales Almeida, titulado “Presencia de Carlos Suárez Veintimilla” ( Editorial de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, 2003), quien marcó profundamente una trayectoria vital y literaria en la provincia. El estudio viene ha constituirse en la más seria investigación de la vida de este sencillo, austero y sensible sacerdote, que siempre se caracterizó por su creatividad en buscar el bienestar de los desposeídos, y por otro en entregar el pan espiritual a través de su creación literaria.
El libro analiza su vida y hace referencias a la poética de Carlos Suárez (nacido el 6 de junio de 1911 y muere en Ibarra el 14 de septiembre del 2002). Vemos y sentimos que la poesía existe. Tal vez no sepamos entenderla, tal vez la vida que llevamos no nos deje sentirla, tal vez la vivamos sin darnos cuenta o dándonos cuenta, tal vez que la poesía existe, así como convive con nosotros la violencia, lo mismo que el amor. Vivimos entre años-oscuridad y años-luz y sin embargo la poesía existe y un día tendremos que comprenderla y amarla.
Roberto Morales Almedia en su obra nos hace descender a las entrañas, para sentir que el corazón del poeta Suárez Veintimilla es un injerto de desierto y luna. Amigo de la sombra y sus caudales, de la sombra difusa de la muerte, de las maneras de morir al día. Se revela el triunfo del poeta: de saberse polvo, polvo enamorado de la vida, velando a pensamiento desatado. Vive fuera de sí o muy adentro. Sabe el tamaño exacto de la pena. Conoce el lado oscuro de la rosa y la terrible majestad del pan. De lumbre en lumbre, en orfandad suprema -hijas de los trigales y las piedras-. Vigilia del asombro detenido, marchándose de prisa sin moverse, estatua en soledad, en estampida. Remontando hacia adentro de la lumbre, entre umbrales, abrojos y neblinas, subterránea fuente al descubierto.
El poeta representa el drama angustioso que se realiza entre el mundo y el cerebro humano, entre el mundo y su representación. El que no haya sentido el drama que se juega entre la cosa y la palabra, no podrá comprenderlo. El poeta conoce el eco de los llamados de las cosas a las palabras, ve los lazos sutiles que se tienden las cosas entre sí, oye las voces secretas que se lanzan unas a otras palabras separadas por distancias inconmensurables. Hace darse la mano a vocablos enemigos desde el principio del mundo, los agrupa y los obliga a marchar en su rebaño por rebeldes que sean, descubre las alusiones más misteriosas del verbo y las condensa en un plano superior, las entreteje en su discurso, en donde lo arbitrario pasa a tomar un rol encantatorio.
Suárez Veintimilla a través de su poesía nos tiende la mano para conducirnos más allá del último
horizonte, más arriba de la punta de la pirámide, en ese campo que se extiende más allá de lo verdadero y lo falso, más allá de la vida y de la muerte, más allá del espacio y del tiempo, más allá de la razón y la fantasía, más allá del espíritu y la materia. Allí ha plantado el árbol de sus ojos y desde allí contempla el mundo, desde allí nos habla y nos descubre los secretos del mundo. En tanto que el investigador nos da un caudal de indicios necesarios para conocerlo aún más a nuestro poeta.La poesía se explica sola; si no, no se explica. Todo comentario a una poesía se refiere a elementos circundantes de ella, estilo, lenguaje, sentimientos, aspiración, pero no a la poesía misma. La poesía es una aventura hacia lo absoluto.
De su vasta producción poética he escogido un poema que me gusta mucho por su estética, la simbología que conmueve las fibras más íntimas de cualquier lector que no sea versado en la lectura poética:
BUS
“Señor de mi bus de a dos reales,
te doy gracias porque estoy cansado
y he hallado asiento junto a la ventana
que lame, como un perro amigo, la luz del ocaso.
Si fuera manejando un automóvil,
no pudiera estarme así tranquilo, mirando
los guiños de los letreros luminosos,
los brazos estirados/ de la ciudad que bosteza,
los ojos fijos y duros de los autos,
las pupilas veladas de la gente cansada,
la mano gris de la tarde sobre el paisaje despintado.
Aquí adentro, los pobres, con la tarde en los ojos
vamos un poco apretados;
una mujer con la canasta vacía
y una sombra de ausencia en los ojos helados;
la sonrisa de una niña
-sobre tanta cosa marchita, ¡rosa de milagro!-
¡Cierro los ojos y pienso!
que te tengo a mi lado cuando viajo,
olvidado de que eres Dios, para sentarte
junto a mí, como hermano.
Pero hoy me cuesta trabajo descubrirte
en el que va junto a mí, un poco borracho
pero tranquilo y silencioso,
las manos juntas y los ojos bajos;
me cuesta prescindir, para sentirte, del vago olor del trago.
Pero, al fin, en la penumbra
del bus, tu rostro poco a poco se va iluminando;
y te veo a través de la pobreza
del dolor de los ojos fatigados, de la vieja camisa de marca inglesa,
de los callos que ennoblecen esas manos.
Él ha alzado la frente;
nos vemos, nos entendemos sin hablarnos.
Tengo que bajarme en la próxima parada:
como te agradezco por haber viajado
por dos reales, los dos
¡juntos, cómo dos hermanos!.”
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