Rosa María Estremera Blanco
Nací en Ceuta en 1966, las luces de los mares de mi infancia iluminaron mi pasión por la palabra.
Desde que en la adolescencia colaboré en una pagina juvenil en el periódico local, hasta la profundización en el psicoanálisis, no he parado de buscar la palabra allí donde la vida habla.
Soy madre ante todo, psicoanalista de profesión y poeta por destino. Estudié piano y danza, fui enfermera militar, estudié relaciones públicas y fui directora de departamento de relaciones públicas. Estudié en la Escuela Española de Psicoanálisis y Psicoterapia. Realicé un Máster en Clínica Psicioanalítica. Asistí a innumerables seminarios y congresos, impartí conferencias y escribí en diversos medios escritos... Lo que me enseñó que no sé nada y que todo está por aprender y volver a cuestionar...
Ha publicado los poemarios:
-"Sinfonías y voces" Ediciones Vitruvio, 2014.
-"El tacto de la luna hiriente" Ediciones Vitruvio, 2015.
“Sinfonías y voces”. Publicado por Editorial Vitruvio.
"Por ese hueco, donde se vislumbra
el paso del tiempo…
En ese espacio, donde alumbra
La lluvia en invierno.
Allí, a solas te encontré hace tiempo
y juntos, nos bebimos el momento.
A solas, descubrimos el llanto eterno.
Juntos: Tú, Yo y el Invierno".
* Poema de la contraportada
Sólo somos palabras que dotamos de sentido y a ellas nos enlazamos.
Palabras que dicen cosas imaginadas y soñadas.
Palabras que nos besan y acunan en un rincón del alma… Que nos dicen:
“Despertad y descansad en el vacío que llena tu palabra”.
VI LA MUERTE
El goce escondido de un lamento
recordado eternamente entre el amor
y el placer muerto.
Y me encontré reflejada,
capturada por un objetivo lento
entre las reflejadas aguas
del puerto de mi infancia.
En ese sublime instante
vi la muerte descansando
en mi sosiego consciente.
Y aprendí a resguardarme del oleaje,
aprendí a entregarme a los brazos
de aquel puerto sin reproche,
secuestré tus ojos,
y los embalé…
junto a mi vida y mi equipaje.
SER LUZ
Ser luz, luz del reflejo
luz del viento y del alma.
Luz al nacer,
del renacer…
Luz que caliente por dentro,
por dentro y por fuera del alma.
Ser fuego transportado,
enervado en luz,
enamorado…
profusamente alejado,
fuego entre los campos.. ¡Luz!
Fuego reflejado.
Ser llama salpicada
del fulgor escarpada…
Tronera deslizada
de la mente: sus cimas cansadas.
Luz de mis rejas
luz que enciende, que acaricia y besa.
DESCREÍDA
Como cuando velas la muerte,
dejé encerrado tras
la puerta de mis sueños
las ilusiones desgastadas,
los deseos inacabados,
los anhelos perdidos
por el sendero que anduve.
Como cuando dejas de creer en algo,
dejé olvidado
en el fondo de mi esperanza
aquello que me crea,
que me nombra,
que me miente
y me pertenece.
Como cuando lloras el desamor
y las lágrimas
enturbian tu mente,
dejé de buscarte,
de creerte,
de tenerte…
Desterré tus palabras,
olvidé tu sentido
y traicioné mi alma
mi verso y mi destino.
TE ENCUENTRO
Y de nuevo te encuentro,
esperando un nuevo abrazo,
un nuevo anhelo,
un beso, una palabra más…
un camino, un sendero
un nuevo encuentro,
y para siempre… te quiero.
A VECES... LIBRE
A veces cambias
y te conviertes en otra...
en otra alma,
en otra palabra.
A veces sólo eres el aire
que se escapa, que se mece
de lejos en la nada.
A veces se deja todo;
a veces... nada...
A veces, las cadenas
a las que un día te entregaste
se han hecho llaga en tus manos
cansadas de arrastrar falsas
promesas,
falsos himnos,
falsos sueños y esperanzas.
A veces desobediente
a los dictados esperados
uno se vuelve,
y mira asombrado la larga cadena
que uno mismo ha forjado y mezclado
con el sudor y la tierra;
impregnada en el rostro
después del camino transitado.
Se decide:
A veces, sigues caminando
junto a los falsos ídolos
esclavizados.
A veces uno decide:
...o escupe la tierra
y el sudor de sus labios agrietados,
y sin dudarlo
rompe las cadenas
que uno mismo ha buscado;
...o se traga la arena seca,
el sudor y el eslabón usado
de una cadena esclava
y sigue llorando, esclavo...
A veces el hombre sabe ser libre,
a veces... habrá que comprobarlo...
El tacto de la luna hiriente, Ediciones Vitruvio, número 525 de la Colección Baños del Carmen.
Huele de lejos el agua
que debe juntarse en los cielos,
como a tu cuerpo
y a tu pelo de hojas blancas.
Huele a la tierra herida,
a las lágrimas de tu existencia,
a la dulce desesperanza
que no termina de sucumbir.
Con la fuerza del desasosiego
caen jarrones sin flores
llorando cristales rotos,
sembrando reflejos falaces.
En la fuerza de las centellas,
presta tu voz latido.
Y mis manos como esa jara
se tambalean frente al desprecio.
Huele el campo a aguas distantes,
al caer de tus labios
frescos, a los brotes envueltos
en tu cuerpo de hojas blancas.
Calma inconquistable
Hoy me deseo en esta calma inconquistable,
abrupta al ser. Vencida.
Agarrada a los abismos
de las fortalezas más aguerridas.
Me imploro en la inocencia
de los montes más altos
donde las brumas se disipan,
y las cercas laceran sin sentir
los rodeos del pensamiento
asfixiado en cada una de sus letras.
Nada se puede contra
la tajante laxitud de lo inevitable,
tras la pasión incontrolada
que hace crear burbujas
en el cristal
más finamente elaborado.
La placentera quietud de lo conocido
que se eleva
silencioso,
entre las habitaciones que construimos
bajo la presión de la existencia.
Sobrevive. Intacto.
La feroz apetencia de lo amado.
PRESENTACIÓN DE EL TACTO DE LA LUNA HIRIENTE
(Ediciones Vitruvio, Colección “Baños del Carmen, nº 525;
Madrid, 2015.)
Por ANTONIO DAGANZO
A veces el aliento lírico es una “sinfonía expansiva”, que nos evoca aquella gran partitura de idéntico título compuesta por el danés Carl Nielsen; como su tiempo lento, donde la fluencia de la música va ensanchando su cauce, cruzando tierras de panorama diverso, hasta abrirse a un verdadero canto sin palabras, a las sorprendentes y bellísimas vocalizaciones de la soprano y el barítono. Una obra como la que hoy presentamos aquí se inscribe plenamente en tal naturaleza creativa y discursiva. ¿Nos sorprenderá acaso que el libro inaugural de su autora, publicado en 2014 por Ediciones Vitruvio, se titulase, precisamente, Sinfonías y voces? Ahora, sólo un año después, y bajo el mismo sello editorial, la escritora y psicoanalista ceutí afincada en la periferia madrileña Rosa María Estremera presenta El tacto de la luna hiriente, su segundo libro: cincuenta y cuatro nuevos poemas reunidos bajo el epígrafe de “Monólogo de las despedidas y pasiones”, que funcionaría como una suerte de subtítulo para la obra toda. Nuevo trabajo donde la autora nos confirma sus personales búsquedas líricas, su particular progresión y, por supuesto, el venero inagotable de la poesía más intimista para hacer del corazón no necesariamente un fruto amargo, recordando a Ignacio Aldecoa, sino aliento expansivo.
“La vida de cada hombre es un diario en el que trata de escribir una historia pero escribe otra”. La cita se le debe al escritor escocés James Matthew Barrie, y cierto que resulta, tal cual lo es, un pórtico sumamente evocador para El tacto de la luna hiriente. Porque cuanto hallaremos en el segundo libro de Rosa Estremera es la expresión de una necesidad, la de “susurrar con suavidad en el papel / lo que de mí aún no he aprendido”, que coloca al sujeto poético ante el reto sutil de intentar reconocerse en los márgenes de lo escrito, en la sombra de su árbol vital, en el espejo de su voluntad incumplida, en sus sueños rotos. Los primeros compases del poemario nos dan ya la medida de la iluminadora belleza de tal empresa: “Este calor, que en mí despierta, / rasga un rumor oculto / que se libera como la luz / de aquellos tejados. // Encarnados. Vacíos. / Tiemblo. / Sólo hoy veo, nunca antes”. Y cada uno de los poemas de El tacto de la luna hiriente -entre los cuales, por cierto, la impresión de continuidad resulta notoria en muchos casos-, contribuye a que esa visión se haga, cómo no, más expansiva; a que el reparo de revelar la orografía del dolor, sus escarpadas regiones, desaparezca. “Los despojos perdidos del tiempo / se marcan tallados en las entrañas”, leemos en el poema XIII, y unas páginas antes, los poemas VI y VII se antojan una certera muestra de la nostalgia amorosa. Pues el amor y el desamor, o siendo más exactos, la irrevocable certeza de un amor -“La certeza de quererte siempre / a pesar de las lluvias / y por encima de las tierras / que nos cubren”-, el mineral tenaz de una pasión cuya plenitud no llega a cumplirse -aunque se sueñe trascendida, como en el poema XVIII- va desplegándose aquí como un atlas de derrotas que, no obstante, forja el alma en una lucidez plenamente lírica. Si “hay despedidas que nunca se cumplen / como pasiones que no desaparecen”; si el sujeto poético muestra su desesperación por teñirse “de blancos” para que reflejen en él “los infinitos paisajes”, y además no vacila en declarar, en un momento dado: “Debería esconderme bien y no encontrarme”; pese a todo el lamento legítimo, su voz afirmará sentir “más pasiones que desdichas, / más ilusiones que reproches, / más por buscar que guardar”. De hecho, el mismo sujeto poético que, experimentando “la fuerza del desasosiego”, ve caer “jarrones sin flores / llorando cristales rotos, / sembrando reflejos falaces”, se definirá, bellísimamente, como “la furia de una primavera que se defiende de su fracaso”. Que se defiende del abandono con las armas de la poesía, pues los versos enseñan emociones, fijan el “empuje audaz” del destino y representan el designio de un aprendizaje mayor: “Ambiciono los dulces y tiernos principios / de los versos, que enseñan a evitar / el habla de los hombres embriagados / por sus vanidosas quejas”. Revelador de una gran sensibilidad, investido de la dolorosa dignidad que otorga el apego a cuanto pudimos ser, la integridad del corazón sin esa abdicación última -“Algún día, besaré tu imagen perdida / en la eternidad de este silencio”, leemos en el poema LIII-, El tacto de la luna hiriente constituye, además de la confirmación de Rosa Estremera en el universo de las letras actuales, una hermosa oportunidad para descubrir el poder expansivo de la poesía que no teme al vacío, que refunda el amor por la palabra.
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