jueves, 24 de diciembre de 2015

JOSÉ IOSKYN [17.803]


José Ioskyn 

(La Plata, Argentina   1962).
Además de poeta, Ioskyn es psicoanalista. Sus últimos libros publicados son El mundo después (Paradiso, 2013), Nunca vi el mar (2014) y el volumen de ensayos Literatura y vacío (Letra Viva, 2013). También ha publicado artículos y ensayos en diversos medios periodísticos, así como en libros, de Argentina y del exterior.





Acerca de un imperio. Ediciones Del Dock. Colección La verdad se mueve. Buenos Aires. 2016.


La nodriza

Entrego su cuerpo
a médicos y sacerdotes
ellos lo cubrirán con aceites y vendas
lo secarán por siempre.
Un joven sorberá sus sesos
con una caña por su nariz.
Les doy sus juguetes
de piedra y papiro
para cuando despierte
junto a su madre Isis.

No está muerto
está por nacer.
Dentro de cinco mil años
volverá a beber mi leche de nodriza
en el campo negro de la noche.



El proveedor

Mi trabajo es difícil
y al mismo tiempo
no lo es.
Uso mis dedos
mis ojos
mi mente.
Siento a la muchacha
en mis rodillas
palpo su himen
(debe estar entero)
y la llevo ante el César.

Si es de su gusto
ella será la favorita.
A los meses
la dará a un oficial
como esposa
con renta vitalicia.

Con los mancebos
el procedimiento
es más agradable.
El César los prefiere
aunque no se sabe
qué hace con ellos
cuando ya
no los necesita.



Lectura de poesía

Nuestro amigo Rufus
lo ha pasado mal
en la lectura de poesía.
Es sabido que a ese ámbito
no se llevan joyas.
La gente va a pasar el rato
no escuchan ni permanecen
mucho tiempo.
Pero nuestro amigo concurrió
con su Juvencio
su joya adorada
y un viejo se lo arrebató
a cambio de unos cuantos sestercios.
Que no se queje Rufus:
a su Juvencio le gustan tanto
las mujeres como el dinero.
Por eso lo buscó con desesperación
en la calle, entre viejos lascivos
y prostitutas
una de ellas le dijo
“Acá está tu Juvencio”
y abriéndose de piernas
le mostró su tomate partido.


Un envío

Me vigilas, me cuidas
me ordenas que me ocupe
de la debilidad de mis ojos.

Obedezco.

Viajo en vehículo cerrado
me abstengo de escribir o de leer
estudio de oídas (mi esclavo Calpurnio lee
bastante bien)
oscurezco mi habitación con cortinados
tomo baños porque hacen bien
y vino porque no me perjudica.

Recibí, además
la gallina que me has enviado.
He visto, con ojos inflamados
que estaba muy gorda
mientras la esclava mensajera
era delgada y fea.

Trata, la próxima vez
de encontrar equilibrio en el envío.


Una romana

No te quejes, Aulus
cuando hables a una romana
y ésta se quede en silencio:
no hay mayor placer
que dedicar palabras
encendidas
a una mujer
que permanece en su sitio
y no huye.
Eso muestra que lo disfruta
pero es pudorosa.

Si eso no enciende tu deseo
¿Qué lo hará?
¿Prefieres que te conteste
como un soldado?

Su silencio solo dice:
dame tus palabras
más y más
y, por favor
no te detengas.


El celta

Porque no pude llegar a ti
ni ser inmortal
guardé mi escudo para siempre
ahora voy por ahí
afeitado como un romano
pero sé que la barba y la mugre
van a ganar la guerra
y después de muerto voy a estar
como tenga que estar
o como Lugh, el dios de los celtas
lo disponga.

Lugh y yo somos el mismo
Birgit no puede ayudarme
estoy solo.

Dicen que en el sur
tras el océano
el dios Osir te hace inmortal
la suerte es de los egipcios
allí la muerte no llega.
Se seca, le ponen vendas
antes de que la diosa Isis
pudra su corazón.





“… Pero sobre todo, ese mar nunca visto es el de otro, la memoria y la afección de alguien cuyas impresiones marinas y cuyo deseo de mar quizás no se puedan transmitir.” Silvio Mattoni.


EL DESEO DE UN MAR

por Hernán Schillagi


En Nunca vi el mar, José Ioskyn (La Plata, 1962) habla de la escritura como una contradicción, como una promesa sin cumplir; con el mar, elemento altamente revisitado por los poetas, como el paisaje perdido, sin embargo, principio de todo. Así, el mar, además es un «desierto de agua» donde paradójicamente están las respuestas y el poeta no las ve ni las percibe. 

Ioskyn (psicoanalista, narrador y ensayista) hace del libro un documento de identidad en que lo cotidiano y el deseo se cruzan a través de un lirismo afortunadamente  prosaico: «tu cuerpo condensa / la palabra que se perdió / en ese agujero sin sueños…», para decir en otro poema: «en McDonald´s la luz es intensa / se ven las arruguitas al costado de tus labios / que tanto me gustan / te las besaría pero me contengo…». Hay, por momentos, una observación casi objetivista en versos de período corto, con una respiración entrecortada y de una levedad cercana al haiku japonés, es decir, imágenes atravesadas por una emoción, como quería Matsuo Bashō: «Oblicua / silenciosa / transparente / una tarde de lluvia /vista desde un tobogán».

Luego de una primera parte con referencias más bien al presente (escenas eróticas, diálogos a una segunda persona no identificada, el paisaje familiar y urbano), Ioskyn toma la figura del tobogán  para descender en un único impulso hacia la infancia, para dar el salto y pisar allí como si fuera una «zona de refugio». Los recuerdos de la niñez aparecen peligrosamente vivaces, la imagen del padre es un misterio, para descubrir que: «no nos hicimos grandes / nos hicimos a la casa…». El mar de la infancia, entonces, resulta ser el nunca más visto, el imposible de recuperar; donde José Ioskyn intenta flotar, tanto a golpes de remo como de tinta, para no perderse en la memoria y recuperar, aunque sea por un instante, el deseo.




a la hora de la siesta
se le va el dramatismo a tu aspereza
me acuerdo cómo nos divertíamos antes
antes de que nacieran los chicos
antes de trabajar como dementes
recuerdo y siento el lomo como
la piel de un caimán
-pero uno con dientes que no hacen daño-

cierro las ventanas:
te gusta dormir a medialuz
buscando el pantanal


*


dicen que los chicos ya no conocen
las palabras “patio”, “primavera”, o “pájaro”
aunque tampoco existe una palabra para nombrar
el hueco que queda en las sábanas
cuando te levanto para llevarte al baño
o tu llanto en medio de la noche

a contramano de los consejos pedagógicos
te traslado a la cama común
para que tu calor no esté solo

no existe una palabra
para ese calor de sábana de hijo
que no se parece a nada.

sí existe la tibieza del recuerdo:
el limonero con los frutos
que le daban sabor al té
sí una fiebre alimentada por inyecciones
donde el depósito del afecto
era mi propio cuerpo hirviente

sí la mirada, sí la boca, la dentadura
la palabra sagrada que se dice al pasar
la epifanía de una tarde cualquiera
en una calle sin chicos
las manos de la abuela muerta
el sillón, la cómodo, el espejo
el reloj y el palo de amasar
traído de Odessa

todo eso,
toma
la consistencia de la memoria:
ese lugar recóndito, fugaz, mortal
ahí, en los recuerdos de lo que no vi
el miedo duerme la siesta



*


cruzar la frontera
vaciar el ropero
hacer una confesión:
amigos, parientes, familia
fueron provistos de todos los detalles.

volqué el vaso
sin derramar una gota

sólo que me prometí
no escribir sobre eso
y acá estoy
contradiciéndome.







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