ROBERTO MENÉNDEZ LIDÓN
Roberto Menéndez Lidón nació el 23 de junio de 1962 en Madrid, con sangre de Asturias y de Orihuela (Alicante), se siente un poco de cada sitio.
Estudió en el Instituto Ramiro de Maeztu, cantera del equipo de baloncesto "Estudiantes", quedándole desde entonces una gran afición por este deporte, una especial predilección por el color azul y una desconfianza hacia el blanco.
Ha publicado los poemarios:
-Campo de amapolas. (Bohodón Ediciones. 2009).
-Desde la cornisa. (Ediciones La Baragaña,2015)
DE PECES DE COLORES
De joven es difícil convivir
con la tristeza y todas sus pasiones.
A veces se hunde el barco
y el náufrago no pisa jamás tierra.
Con los años, los que han sobrevivido,
olvidan los océanos
y el furor de su espuma y sus resacas.
Aquellos ojos grandes como lunas,
que todo lo miraban,
se rasgan aburridos.
se pintan de orientales y de otoño,
observan las mareas y tormentas,
seguros, en la arena de la playa
ajenos al peligro apasionante
de bañarse con algas y corales,
y mueren en la orilla
sin peces de colores en su frente.
A CIERTA EDAD
A cierta edad, querida niña,
de nada sirven los potingues,
las cremas exfoliantes
o el hábil cirujano
que halló en el bisturí
el sueño de la eterna juventud,
además del dorado.
A cierta edad los rostros
son certeros y bárbaros espejos
de todo lo vivido.
A cierta edad, querida niña,
el rostro es como un mapa del tesoro
y no hay caminos, muros o barrancos
que deban ser borrados.
GATO VAGABUNDO
Hay gatos que en la noche añoran tener dueño
desean las caricias y el plato preparado
quisieran ser los perros que duermen en las mantas
a los pies de sus amos.
Hay gatos de azoteas, empapados de lunas,
que extrañan los portales, el olor del asfalto
el polvo de la alfombra, el no estar siempre alerta
y el calor de un abrazo.
Hay gatos vagabundos cansados de ser negros,
de traer mala suerte y de dar arañazos.
Hay gatos que en la noche a veces se descubren
cansados de ser gatos.
SABEDLO
Sabed
que veo florecer las amapolas
por mis manos,
que existen cien millones de gorriones
dando sombra en mis hombros con su aliento.
Sabed
que el epicentro del seísmo está en mi vientre,
que sé dónde se esconden los tesoros
perdidos por piratas.
Sabed que aún siendo ateo
ya creo en los milagros.
Sabed que soy jazmín
trepando por las rejas.
Sabed que pueden ser libélulas los ojos,
dinamita prendida un corazón.
Sabed
que pueden los senderos de unas piernas
llevarte dulcemente hasta el hogar.
Sabedlo.
MUJERES DIFÍCILES
Sé bien por qué me gustan las mujeres
heridas, complicadas y difíciles
que crean un balcón en su mirada
desde el que intentan cada día suicidarse.
Son rocas escarpadas
moldeadas en noches pasionales
de fuertes oleajes.
Aparentan dureza en sus mentones
y nunca te regalan ni versos ni sonrisas
si no te los mereces.
Son islas salvajes, que poco a poco,
te muestran sus paisajes
y acabas conociendo cada surco,
las grietas que hizo el tiempo en sus caderas,
su historia en cicatrices.
Y a cambio solo piden, con sus ojos,
un poco de ternura.
VEN
Ven.
No digas, ni pienses siquiera,
sin nombres ni pasado
ni mucho menos futuro.
Mañana al separarnos
volveremos a sabernos
dos desconocidos.
Pero veinte millones
de microbios tuyos
serán ya míos.
LAS LLAVES DE BREDA
Y cuando uno aprende a convivir
consigo mismo en soledad,
a disfrutar de ver solo un cepillo
de dientes en el baño, una sola copa
de vino que llenar con la botella,
y una cama más ancha
que aquella Castilla del poeta,
entonces, aparece una persona
distinta a las demás (entre comillas)
para ponerte una sonrisa boba
de dientes en los labios,
un brillo (muy especial) en la mirada,
y un cable que conecta
el sexo al corazón.
Te planta su bandera y su estandarte
en tu cocina y en tu lado del sofá,
te exige las llaves
de Breda... y de tu piso,
y acurrucado entre sus brazos
firmas la rendición.
PARA QUÉ SIRVE
He arrasado más de cien ciudades
que había construido con mis manos
y cada día al levantarme
vuelvo a mezclar cemento con arena.
Dime ¿para qué sirve un paraíso
si no lo puede doblegar el fuego?
¿Para qué sirve construir
un castillo con la arena de la playa
si quitas el placer
de destruirlo en dos minutos
a patadas?
¿O de qué sirve un sueño
que puede realizarse?
¿O un amor que no te deja heridas?
DE LA BELLEZA
Qué belleza inabarcable y silenciosa
la gravedad de los cuerpos
cayendo hacia el vacío.
Qué fragilidad tan grande y sonora
de los huesos al quebrarse.
Qué potente colorido
el que dibuja la sangre
por esas blancas baldosas de los baños.
Qué penetrante aroma inolvidable
el que dejan las carnes al quemarse.
Qué delicada elegancia
la del suave vaivén de los ahorcados.
Qué hermosura infinita
en los últimos gestos del suicida.
EL MIEDO A NO SER NADA
De entre todos los miedos
el más aterrador es no ser nada,
sabernos poca cosa,
sentir que nuestro cuerpo es una máquina
y ver cómo se apaga lentamente,
se cargan las espaldas,
se pierden poco a poco los centímetros,
se arrugan nuestras caras,
y al descubrir que somos solo polvo
inventamos un alma,
y hablamos de energías inmortales,
de dioses que nos traigan esperanza,
y llamamos pecado a los placeres,
es el miedo quien habla.
SOY
Soy de barro moldeable cada día,
heredé de mis hombres primitivos
el miedo a casi todo lo impalpable.
Olvido con la misma rapidez
que despelleja una leona hambrienta
a un pobre cervatillo.
Y no suelo mentir
tan solo a los demás en cada verso.
Me visto de poesía
del vientre para abajo,
del vientre para arriba voy desnudo.
Envidio el salitre
dejado por el mar sobre los cuerpos
y al viento si lo veo remover
las telas de un vestido.
Porto unas alas negras
cosidas a la espalda con chinchetas
y vuelo siempre libre alrededor
de una jaula vacía.
No es que me quiera mucho,
pero sí mucho más que a cualquier otro.
Y nada me avergüenza,
tan solo algunas veces
mi imagen reflejada en el espejo.
VOSOTROS
Es cierto que he amado a mujeres,
para mí las más hermosas,
y que al perderlas he sufrido.
Pero siempre venía a mi cabeza,
inexplicablemente más en esos casos,
qué sería de mí
si vosotros dejarais de quererme.
No ellas,
vosotros.
Es cierto que a menudo
amigos, compañeros o familia
me han robado ilusiones y algún sueño
haciendo que la noche pareciera
interminable.
Pero siempre el dolor
me llevaba a pensar
qué sería de mí
si uno de vosotros, solo uno,
dejara de quererme.
Es cierto que en momentos he apostado
por seguir lo que dicta el corazón
jugando en la partida
principios y decencia,
y siempre en esos casos
cubierto todo el cuerpo aún de escoria
alzaba la cabeza e imaginaba
hasta dónde podría yo caer
si alguno de los tres
dejara de quererme.
Si uno solo de los tres
dejara de quererme.
ODIO AL ARQUITECTO
Siento un odio brutal por las cornisas,
que son como sirenas
mostrándome el poder de los abismos.
Por las piedras, los muros
y sus rectas paredes de ladrillos.
Por el opaco y frío
blanco de los mármoles
sin grietas ni fisuras.
Por la fragilidad de silicona
que cierra las salidas.
Odio el pálido gris del hormigón
tan parecido al de los cráneos,
la falsedad
con que miente el cemento en sus comienzos,
la del cristal sellado y sin pestillos
que muestra el paraíso al prisionero.
Odio el adobe hecho de barro como el hombre
y al dios que se lo inventa.
Odio la pulcritud del arquitecto
que construye prisiones en el aire.
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