miércoles, 9 de septiembre de 2015

EMMA FONDEVILA [17.021]


Emma Fondevila 

Nació en Buenos Aires, en el seno de una familia de inmigrantes españoles, y hace años que vive en Madrid. Es coordinadora del Club de Poesía Carmen Conde que se reúne en la Biblioteca Miguel Hernández de Collado-Villalba y asesora literaria del programa La poesía y los poetas, de Radio Villalba, que dirige Emilio Muñiz. Es traductora literaria y autora del poemario En busca de un resquicio de luz y ha editado recientemente una “plaquette” titulada La piel del tiempo. Algunos de sus poemas han sido publicados en antologías de la serie Grito de Mujer y en revistas como La Urraka o el blog Transpoética, de la editorial Lastura. También han sido traducidos poemas suyos al portugués, al italiano, al francés y al inglés. Ha participado, entre otros, en un recital de “Grito de Mujer” y en otro del ciclo “Poetas en la Pecera” junto a las poetas Elvira Daudet e Isabel de Miguel. También desarrolla una labor poético-docente en colegios y talleres literarios de la Sierra Noroeste de Madrid. 







Personae

Fui dejando atrás
una estela de máscaras,
de disfraces,
de nombres desechados
Hubo una época para todo eso,
una época en que nos buscábamos
en la barahúnda de personajes que queríamos ser,
de aspectos que queríamos tener,

de vocaciones indecisas,
de arrepentimientos fugaces.
Después fue el momento de vernos
como creíamos que nos veían los demás
y a veces nos gustaba
y otras nos aterraba…
Pero por fin ha llegado el tiempo de las esencias,
el tiempo de lo que somos porque queremos serlo,
de la indiferencia por lo que los demás nos atribuyen.
Hemos llegado al momento de ser sin más
de presentarnos al mundo sin pudor,
de limitar los miedos.
No me arrepiento de mis renuncias
soy hija de mis aceptaciones.







Granada

Granada, 
fruta de granos sangrantes,
matriz llena de simiente,
--tantos granos, tantos hijos—
qué dulce sortilegio 
de sabores, de palabras,
salto entre los granos
y me revuelco en la pulpa pegajosa,
emerjo renovada,
rezumando almíbar,
con la piel dulce,
cubierta de palabras
que empiezan con “al”:
almohada,
reposo mi mano en la palabra
mi mano se duerme,
a la espera de otra 
que venga a despertarla.
……………………….
Alhambra…
y el despertar se produce:
profusión de jardines,
lujuria de fuentes,
murmullo del agua,
aroma de azahares…
Granada,
Gar-anat, 
colina de peregrinos.
Granada,
ciudad de las granadas.
Granada-granada…
Concierto en los jardines,
suenan las cuerdas,
las notas se entrelazan
con el rumor del agua,
con el dulzor del grano,
y la ciudad se abre,
se prodiga,
se regala,
nos acoge
en la cadencia 
de la noche cálida.





La delicada línea
Dónde trazar la línea delgada e inestable
entre la que fui y la que soy
la línea que no debo sobrepasar
que me permite saber
que estoy a punto de traicionarme.
Navego en un mar de indecisiones
y doy gracias por ellas
nada me asusta más
que la gente cargada de certezas
que la gente cargada de respuestas
que la gente que habla y habla
y de la que nunca sabemos nada.
Yo tengo muchas dudas
multitud de preguntas
y gracias a ellas me muevo
nunca estoy quieta.
No reniego de mis vacilaciones
sólo reniego de mis sometimientos.






Tú me conoces

Tú me conoces
porque me has recorrido palmo a palmo
porque has navegado por mis ríos,
porque has penetrado mis grutas más secretas,
porque me has contemplado en las distintas estaciones,
porque has recogido mis frutos
y también has hollado mis hojas secas. 
Tú me conoces,
conoces mis orígenes,
sabes que tengo genes de ida y vuelta.
Sabes que mi alma arraigó en una lejana orilla, 
en una tierra donde todo el año reina la nostalgia.
Me descubriste en aquella ciudad de garúas infinitas
donde el aire se arrastra por las tripas 
de un anochecido bandoneón
y le arranca gemidos que florecen 
en la calle de adoquines desparejos
de un barrio adormilado en el crepúsculo.
Tú me conoces porque, 
compañero en mi viaje de regreso,
me ayudaste a arrastrar mi maleta de recuerdos.
Me conoces porque juntos
hemos arado el mundo
y hemos sembrado la simiente,
esperado la cosecha,
recogido los frutos,
y vuelto a sembrar
en un continuo renacer
de la liturgia
que nos consagra
día a día.










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