viernes, 21 de agosto de 2015

JUAN MARTÍNEZ VILLERGAS [16.848]


Juan Martínez Villergas

Juan Martínez Villergas (Gomeznarro, Valladolid, 1816 - Zamora, 1894), escritor, poeta satírico, periodista y político español.

De vacilantes ideas predominantemente republicanas, pero conservadoras y nacionalistas, sufrió la cárcel y la habitual persecución ideológica de los identificados con el Partido Demócrata durante el régimen bipartidista establecido por Antonio Cánovas del Castillo, aunque distintos periodos de distensión le permitieron publicar bastantes obras; hacia el final de su vida fue expulsado del partido republicano. Atacó la regencia única del general Baldomero Espartero en El baile de las brujas (1843), pero luego se volvió ferviente esparterista y dedicó a su enemigo el general Ramón María Narváez El baile de la piñata y Paralelo entre la vida militar de Espartero y Narváez (Madrid, 1851), quien, desde entonces, le guardó una auténtica ojeriza. Varios políticos moderados además se la tenían jurada por Los políticos en camisa. Aunque fue defendido con brillantez por Francisco Salmerón, hermano del filósofo Nicolás el 2 de octubre de 1851, fue encarcelado y desterrado a París en 1852. Espartero lo nombró cónsul en Newcastle (1855), y O'Donnell, temeroso de su ácida pluma, de Haití, pero Narváez lo desituyó. Entonces marchó a Cuba (1857), a México (1858), a Cuba otra vez (1859) y visitó además Francia, Inglaterra y los Estados Unidos.

En Cuba fundó el periódico El Moro Muza (1861-1871), de larga aunque intermitente vida, desde el que atacó a los separatistas. Vuelto a España desde 1871 a a 1874, fue elegido diputado a Cortes por el partido republicano. En Buenos Aires (1874-1876) publicó el semanario Antón Perulero (1875) y sostuvo una polémica con Juan María Gutiérrez, quien hizo resaltar el mal republicanismo y conservadurismo real de Villergas; también se enfrentó con el ensayista antiespañol Domingo Faustino Sarmiento en Sarmenticidio (1853). En Perú trabó sin embargo amistad con Ricardo Palma y regresó definitivamente a España en 1889.

Obra

Fundó sobre todo publicaciones satíricas y festivas de vida muy corta a causa de la censura y las denuncias; fuera de las ya mencionadas, El Tío Camorra (1847-1848), Jeremías, Don Circunstancias (1848-1849), Patifiesto (1854, contra María Cristina) y La Nube. También colaboró con artículos críticos y poesías burlescas en revistas como El Látigo, La Charanga, Fray Junípero y La España Moderna, entre otras. Publicó unas Poesías jocosas y satíricas (1842) cuyo contenido fue modificando en las cuatro ediciones posteriores, suprimiendo los ataques personales a que era tan aficionado. La censura se ensañó con sus textos y constituyó uno de los autores de la lista negra de la revista oficial La Censura. Murió en la pobreza e ignorado por el público, aunque su obra se revaloriza constantemente por su ingenio y sus cualidades de escritor costumbrista. Utilizó los seudónimos de El Tío Camorra, Don Emilio, Don Circunstancias, El Tambor Mayor, El Moro Muza y Antón Perulero.

En su escasa obra dramática destaca la parodia teatral con piezas como Los amantes de Chinchón, con Miguel Agustín Príncipe, Gregorio Romero de Larrañaga, Asquerino y Estrella, El ciego de Orleans, Ir por lana y volver trasquilado (1848), El padrino a mojicones, Cada loco con su tema, El asistente y Palo de ciego. Una de las constantes de su producción es la sátira de actitudes románticas como el suicidio por amor, los raptos y fugas de amantes, los duelos y las conductas demasiado "literaturizadas", acercándose a veces al esperpento valleinclanesco. Su 'vis cómica y su talento para encontrar el lado ridículo de los hechos posee una elaboración literaria superior a la de obras semejantes igualmente eficaces de sus contemporáneos Salvador María Granés y Gabriel Merino.

Como narrador escribió La vida en el chaleco (1859), una novela muy autobiográfica. Los misterios de Madrid. Miscelánea de costumbres buenas y malas, con viñetas y láminas a pedir de boca (1844) es una obra inspirada en la novela por entregas Los misterios de París de Eugenio Sue. En Los espadachines (Madrid: Imp. de la Victoria, 1869) condena el duelo.

Cultivó la crítica literaria en Poetas españoles contemporáneos (1854). En esta obra considera al Romanticismo no sólo una revolución literaria sino social. Valora a Larra como único maestro de la crítica junto a Quintana. Admira a Bretón de los Herreros y ataca a Antonio Gil y Zárate. Estima en poco al Duque de Rivas, a José de Espronceda y a José Zorrilla.



Los siete mil pecados capitales
Juan Martínez Villergas


Prólogo

Ya creo oír decir a los eternos descontentos, a los que todo lo  murmuran sin más motivo ni licencia que su capricho: -«¿Y es ésta la  obra que esperábamos ansiosos con el pomposo aliciente que ofrece el  nombre de siete mil pecados capitales?»
Y yo respondo: -Sí señores, ésta es la obra, y aunque ninguna  obligación tengo de contestar a preguntas necias, voy a satisfacer  la curiosidad de Vds., se entiende, de los que van como con candil  en la mano a buscar el origen del nombre de mi obra, con tanta  paciencia como los locos buscan la cuadratura del círculo. Yo he  bautizado a mi obra con el nombre de Siete mil pecados capitales:

1.º Porque así cumple a mi voluntad.
2.º Porque siendo yo en este bautizo padre, padrino, cura y  sacristán, todo en una pieza, puedo poner a la criatura el nombre  que me dé la gana.
3.º Por sobrepujar a Eugenio Sue que ofreció hace un año la  miseria de siete pecados, y todavía no ha parecido el primero, en  tanto que yo doy la friolera de siete mil, antes que el autor  francés, habiéndolos anunciado mucho después. Y digo  sobrepujar a Eugenio Sue, porque ya ven Vds. la diferencia inmensa  que va de siete a siete mil. A esto se me podrá contestar que los pecados de Eugenio Sue van a ser más gordos que los míos; pero yo  replicaré que los míos son en mayor numero, y lo que no va en  lágrimas va en suspiros; o como decía el otro: -«¿Cómo vamos, Señor  D. Fulano?» -«Ya no me da tan fuerte pero me da más a menudo.»
4.º Esta obra vendrá a tener sobre poco más o menos unos siete  mil versos, y como que cada verso mío puede considerarse como un  pecado capital, siete mil versos, a pecado capital por verso, son  siete mil pecados capitales; salvo error de suma o pluma.
Estas son las razones que he tenido para bautizar el chiquillo  del modo que lo he hecho; pero todo ello importa poco; lo que yo  deseo es que el público acoja con benevolencia mi colección  de poesías festivas, y Cristo con todos, porque lo demás es  verdaderamente una cuestión de nombre. 


A los censores

O los sublimes primores 
mostrad de vuestro talento,
o punto en boca, censores;
obras, obras son amores,
todo lo demás es cuento.

Bien sé cuando voy a hablar
que os debo ser antipático;
mas ya me tiene a matar
tanto inexperto escolar
con humos de catedrático.

Ya que la tizona vibre,
súfranla los que la quieran;
pero a mí, dejadme libre;
porque eso no lo toleran
los hombres de mi calibre.

El que se meta en lo ajeno
con aire de profesor
pueda decir sin rubor,
eso es malo o eso es bueno;
pero yo lo hago mejor.

Pues son por muchas razones,
visto de cerca o de lejos,
extrañas aberraciones
que quiera darnos lecciones
quien debe tomar consejos.

Es raro que tanto maula
muestre tesoro tan pingüe,
cuando debiera ir al aula.
Perdonadme el lapsus linguae,
iba a decir que a una jaula.

Yo comprendo cuando adverso
refunfuño, rezo y rifo,
que para hacerle perverso,
no basta medir un verso
con el compás de Rengifo.

Y nunca dudé, señores,
que si tales cuchufletas 
produjeran trovadores,
dejarais de ser censores
con tal de haceros poetas.

Aquí está todo el resumen;
que bien ese afán se entiende
de ostentar estro y cacumen:
por vuestra desgracia el numen
ni se compra ni se aprende.

Pero ya que vuestra mente
del genio que ofusca y vuela
seguir no puede el torrente;
a hincarle se atreve el diente,
y esto, a lo menos, consuela.

Cuando escucharos me toca,
de frío sudo. ¡Dios mío!
Mas ¿qué dije? Punto en boca,
que esto de sudar de frío
es una antítesis loca.

Mis propios ojos con pasmo
contemplan vuestros antojos;
pero... ceda el entusiasmo,
que esto de mis propios ojos
es un atroz pleonasmo.

Aunque los crudos rigores
menospreciéis de mis befas,
me choca veros, censores, 
con ojos exploradores,
a caza de sinalefas.

¿Y no será tontería
que siendo un cuadro completo
de belleza y bizarría,
pierda su gracia un soneto
por una cacofonía?

Al ripio asaltáis cual lobos
y al robo os hacéis los bobos;
no convengo en el principio,
porque entre ripios y robos
lo menos malo es el ripio.

Pensáis de modo diverso;
mas ya entiendo el logogrifo.
Para vosotros un verso
ni es robusto ni perverso,
si no lo dice Rengifo.

Murmuráis dale que dale
de cada libro que sale,
y yo diré por respuesta
que apreciarais lo que vale
si supierais lo que cuesta.

Y pues vuestras plumas son
tan crudamente sanguíneas,
ahí las doy buena ración
en esta improvisación
con más defectos que líneas.

Pero merece la pena
de oírse lo que os anuncio:
si alguien sin razón me truena,
no hay remedio, me pronuncio
y anda la marimorena.

Y una vez y veinte y ciento,
queridísimos censores,
os diré como lo siento:
obras, obras son amores,
todo lo demás es cuento.


Epigramas

A una cátedra Simón
hace oposición, y creo
que colmará su ambición;
pues no es el primer empleo
que pesca la oposición.

---

Un confesor que Pilar
llena de entusiasmo ensalza,
a la virgen del Henar
mandó que fuera descalza.

Y en efecto allá se fue
por cumplir su penitencia
descalza de pierna y pie;
pero fue en la diligencia.




Romance histórico
Leído en el Instituto Español en la noche del 25 de junio de 1811.

En un lugar, a tres horas
del papamoscas de Burgos,
había un padre muy bestia
que tuvo un hijo muy bruto.

Pero los dos tan zopencos
que muchas veces el vulgo,
sin reparar las edades,
tomó el otro por el uno. 

Tales padres tales hijos,
dijo el papá al ver su fruto,
que a no nacer tan mostrenco
dudara que fuera suyo.

Y en pensarlo fue dichoso;
mas yo no le alabo el gusto,
porque una oveja muy clara
pare un cordero muy turbio.

A ser aspiraba el mozo
un abogado profundo,
y cumplió los veinticinco
sin dedicarse al estudio.

Por fin al cabo de un año
de meditación y ayunos,
y reprensiones del dómine
que rayaban en insultos;

aprendió mi buen manzámpulas
con admiración del mundo,
del catecismo de Astete
hasta las comas y puntos.

En las cuentas quedó siempre
tan atrasado el cazurro,
que apuntaba seis, sumando
tres hombres con dos besugos.

Pero calculando el padre
por la estatura el discurso,
mandó a su nene a la corte
a proseguir sus estudios.

Entró en la corte el mancebo
luciendo su cuerpo curro,
con el gabán abrochado
el veinticinco de julio.

Cada vez que de su pueblo
venía a Madrid alguno,
tenía carta del padre,
lo cual apreciaba mucho.

Y aunque en perversos palotes,
con letras como almendrucos,
la contestación firmaba
toda de su letra y puño.

Pero pasaron seis meses
sin que paisano ninguno,
como un tiempo visitara
de esta capital los muros.

Y así la correspondencia
tuvo que cambiar de rumbo,
y fiaron al correo
ambos los secretos mutuos.

Sin duda nuevas vinieron
a Madrid de mucho bulto,
cierto día que en correos
todo era gresca y barullo.

Mas no fue que de la España,
se pronunciara algún punto
por república aristócrata,
o popular estatuto.

Fue que una carta venía,
de la que fue patria un día
de las babuchas del Cid,
y cuyo sobre decía:
«Para mi hijo, en Madrid.»

Esto sólo era la causa
del destemplado murmullo:
unos decían «¡Qué estólido!»;
otros decían «¡Qué estúpido!»

Cuando a la ventana dieron
dos golpes morrocotudos
y volvió, mal que pesara,
la gravedad a su punto.

Abrieron la ventanilla
y vieron un mozo esdrújulo,
que tenía siete cuartas
desde la cabeza al muslo.

El cual, con perdón de ustedes,
iba comiendo un mendrugo,
vestido de cortesano,
muy elegante y muy pulcro.

Quedó encarado en la gente,
cerca de cinco minutos,
y dijo con mucha calma
después de hacer un saludo:

«¿Tengo carta de mi padre?»
-Y sin pararse un segundo
le dio el oficial la carta;
diciendo con ceño adusto:

«No soy ducho en acertijos;
pero aquí no cabe plagio;
tenga usted, que hay datos fijos;
pues como dice el adagio,
tales padres, tales hijos.» 

---

Tomó la carta el mancebo
muy contento de su triunfo,
y leyó lo que yo a ustedes
copiaré punto por punto. 

---

«Cuatro cartas te he escribido
con esta, querido Andrés;
y esta la pongo aburrido
de no haber aún recibido
contestación más que a tres.

Quizá no llegue a ese centro;
mas yo que soy viejo verde
y a todo remedio encuentro,
por si acaso esta se pierde
te incluyo una copia dentro.

Que estés gordo no me asusta,
aunque tal vez no te sacias
de Pepas y Bonifacias;
mas dime si eso te gusta:
mi salud buena, a Dios gracias.

Este papel borroneo
por saber con amplitud,
si estás en ese recreo,
con la completa salud
que yo para mí deseo.

Aquí estamos mal, amigo;
pero por más que me incites
de patria nada te digo,
pues no quiero que visites
la casa de poco trigo.

A mí nada me contrista;
siempre del que manda soy,
que acá el que tiene no chista,
y yo me hallo el día de hoy
más rico que un contratista.

No temo rayos ni truenos
como los temí otras veces;
pues veo auspicios tan buenos,
que pienso coger lo menos
dos celemines de nueces.

Si de una heredad sembrada,
en terreno de Betanzos,
no cojo esta temporada
tres fanegas de garbanzos,
creo que no cojo nada.

Ya ves si puedo andar mal;
y no presumas que es todo
riqueza territorial:
yo me alegro en cierto modo
de que algo sea industrial.

Tu mamá, que es en el mundo
el imán de mis hechizos,
el día de San Facundo
me dio a luz cuatro mellizos,
ya ves si el año es fecundo.

Víctima la vi segura
de los médicos bolonios; 
pues tal fue su calentura,
que si no lo impide el cura
se la llevan los demonios.

Y me echo al pescuezo el nudo
si deja su cuerpo yerto
de la muerte el golpe crudo:
no porque ella hubiera muerto,
sino por no verme viudo.

Pues ¿dónde el hombre halla goce
sino en la mujer querida?
La mujer es nuestra vida;
ninguno la reconoce
hasta que la ve perdida.

La dio en el parto un temblor,
y dijo, arrugando el gesto,
que no volverá su amor
a sufrir tanto dolor...
hasta otra vez, por supuesto.

Adiós y vive en tus glorias;
yo entiendo que allá y aquí
nadie sabrá mis historias;
pero da a todos memorias
los que pregunten por mí.

Por inútil no diré
que está a tu disposición 
este que desea, a fe,
verte pronto el corazón,
tu padre querido... A. P.»

Posdata.

«Y firmo con iniciales
no abran esta carta mía,
y me echen a los canales;
pues sabes que hay en el día
cosas muy originales.

No es tu talento tan largo
que entienda de aes ni pes.
Te lo diré, sin embargo,
para tu gobierno, Andrés;
pero... el secreto te encargo.

¿Yes la A donde firmé,
que es la del lugar primero?
Pues Antón decirte quiero
y Perulero en la P;
total, Antón Perulero.

Chico, tu silencio me harta;
escribe aunque no te cuadre:
mas si algo tu pluma ensarta
para guiar bien la carta,
pon solamente 'A mi padre'.»

Y aquí se acabó la carta
y aquí el romance concluyo,
que bien habrá molestado
por eterno y por insulso.

Mas si he cansado, aprovecho
el buen asonante en uo,
para pedir mil perdones
al salón del Instituto.




El espíritu de contradicción

LETRILLA

Busca Don Rufo
tres pies al gato,
tres pies le busca
y él tiene cuatro.

Tiene el buen hombre
caprichos raros,
como los viejos
y los muchachos.

Gasta brasero
todo el verano,
y usa en diciembre
calzones blancos.

Porque es un genio
tan condenado,
que le enamora
todo lo extraño

Busca Don Rufo
tres pies al gato,
tres pies le busca
y él tiene cuatro.

Compra en la tienda
lo malo y caro;
pues nada quiere
bueno y barato.

Si le saludan
le lleva el diablo,
y da las gracias
por un sopapo.

Piensa con hielos
tomar los baños,
aunque reviente
de un constipado.

Busca Don Rufo
tres pies al gato,
tres pies le busca
y él tiene cuatro.

¿Ve una tragedia?,
ríe el zanguango.
¿Viene el sainete?,
ya está llorando.

Cuando hay un baile
va cabizbajo
y está en la muerte
sólo pensando.

Pero le llevan
al campo santo
y allí deshecho
baila el fandango.

Busca Don Rufo
tres pies al gato,
tres pies le busca
y él tiene cuatro.

Ya de opiniones
con él no trato,
porque de fijo
somos contrarios.

¿Del despotismo
murmuro y charlo?
Pues él le llama
gobierno santo;

mas si a sus filas
luego me paso;
se hace un furioso
republicano.

Busca Don Rufo
tres pies al gato,
tres pies le busca
y él tiene cuatro.

Hasta en su casa,
¡qué estrafalario!
Todos los chismes
tiene trocados.

Bebe en cazuela,
come en un vaso,
en una alcuza
sorbe el tabaco;

en la cocina
tiene el piano,
y en una alcoba
cuece el guisado.

Busca Don Rufo
tres pies al gato,
tres pies le busca
y él tiene cuatro.

Sabe que chicas
guapas buscamos;
que a un tiempo tengan
belleza y garbo.

¿Qué hace el maldito?
Se ha enamorado
de una chubasca
de tres al cuarto.

Ancha de arriba
como de abajo;
tuerta de un ojo,
belfa de un labio.

Busca Don Rufo
tres pies al gato,
tres pies le busca
y él tiene cuatro.

Ya no le sufro,
ya no le aguanto,
que con su genio
me va cargando.

Me da dos coces
cuando le halago;
calla si chillo,
chilla si callo.

Si digo bueno
dice que malo;
si digo berzas
dice que nabos.

Busca Don Rufo
tres pies al gato,
tres pies le busca
y él tiene cuatro.






El tambor

Llenos de vino los cueros
y harto el ombligo de pan,
vamos al campo guerreros:
¡Ra-cataplam-param-plam!!!
---
Ganemos en guerra cruda
de victoria la guirnalda,
y demos al que no acuda
cuatro almendras por la espalda.

El que cobarde se asombre
de mi redoble al compás,
tendrá pantalones de hombre
y de mujer lo demás.

¿Quién al ruido del tambor
de entusiasmo no se inflama?
¿A quién no punza el honor
cuando la patria le llama?

Ya en patrio fuego abrasados
los corazones están.
¡Cataplán!
y sus atroces pecados
los contrarios purgarán
¡ra-cataplán!!
¡Al combate, batallón,
marchen, arma a discreción...!!
¡Ra-cataplam-parram-plam!!!
---
La sangre en las venas arde,
paso de camino y largo;
y haga el que llegue más tarde
veinte guardias de recargo.

¡Ay! Ya el enemigo avisa
que no le habéis de alcanzar 
porque tiene mucha prisa
y no nos quiere esperar.

¿Quién de canguelo suspira?
¡Viva España! ¡Una canción!
-Tran larán-lán lará-lirá,
tran larán-lán larán-lón.

¡A la lid soldados fieros
y cúmplase nuestro afán!
¡Cataplán!
¡Al campo bravos guerreros
y arda troya, voto a san!
¡Ra-cataplán!!
Himnos entonad a España,
que ya el tambor acompaña.
¡Ra-cataplam-parram-plán!!!
---
¡Vive Dios! ¡Con qué donaire
huye el enemigo perro;
como águilas por el aire,
como liebres por el cerro!

Corramos nosotros más,
y ande la lanza y cañón.
¡Tente canalla! ¡zis! ¡zas!
¡Pam! ¡pim! ¡pum! ¡Pomporrompom!!!!

Que ni uno solo se vaya
del monte por la espesura.
¡Leñazo y corra en Vizcaya
un Ebro de sangre impura!

¡Ah! De la vida reniego
si de mis garras se van.
¡Cataplán!!
¡Preparen! ¡Apunten! ¡Fuego!
¡Qué lástima de alquitrán!
¡Ra-cataplán!!
Dan de rendición la seña,
no haya cuartel: ¡Leña! ¡Leña!
¡Ra-cataplam-parram-plam!!!!

Aquí expira un ciudadano.
¡Soldados! Saña y valor.
Los lamentos del hermano
den al hermano rencor.

Ya el ruin enemigo cede,
quiere perdón el pipiolo.
¡Duro en ellos y no quede
para contarlo uno solo!

Cantemos que ya respira
de alegría el corazón.
Tran larán-lán lará-lirá,
tran larán-lán larán-lón.

Vamos, bravos de contino
a descansar de este afán.
¡Cataplán!
Con diez leguas de camino
según dice el capitán:
¡Ra-cataplán!!
A Dios cerros y escarpadas;
hasta otra vez, camaradas.
¡Ra-cataplam-parram-plam!!!!

Hoy no hay prisión ni recargo.
¡Sus! ¡A dormir batallón!
Paso de camino y largo.
¡Marchen! ¡Arma a discreción!

Ya la aldea se alborota,
ya la patrona nos llama
para compartir, patriota,
sus manjares y su cama.

No tendremos desafío
por eso niña de Dios.
Bien está; lo mío mío,
y lo tuyo de los dos.

Ya piden vino los cueros,
ya quiere el ombligo pan.
¡Al rancho! ¡Al rancho guerreros!
¡Ra-cataplam-parram-plán!!! 







El pobre Lázaro

Andaba Lázaro en Móstoles
a puros ayunos lánguido,
y quiso llenar su estómago
del indispensable fárrago.

Pidió la mano de Mónica
por afición al metálico,
y donde pensó ver águilas
halló solamente pájaros. 

¿Por qué de su suerte pícara
reniega el pobre gaznápiro,
si ya en la pila pusiéronle
Lázaro, Lázaro, Lázaro?

Dame de comer, estúpida,
decía armando un escándalo.
Mira que soy de hombres célebres,
vástago, vástago, vástago.

Y no pudiendo paupérrima
corresponder a este cántico,
la daba con mano pródiga
látigo, látigo, látigo.

Acostábase colérico,
la paz firmaba en el tálamo,
y se levantaba el mísero
pálido, pálido, pálido.

Porque era su temple frígido
y helado como un carámbano,
y era de Mónica el ímpetu
cáustico, cáustico, cáustico.

Y si él decía pacífico:
tácito, tácito, tácito,
ella contestaba impávida:
rápido, rápido, rápido.

Y como tras de las réplicas
venían momentos plácidos, 
echaba a pares la zángana
zánganos, zánganos, zánganos.

Mil veces el antropófago
lloraba como un Heráclito,
por no haber carne ni líquido
báquico, báquico, báquico.

Si para el domingo próximo
fundaba esperanzas cándido,
se le frustraban el último
sábado, sábado, sábado.

Bien para lucir gastrónomo
quisiera ser archipámpano,
o tan siquiera en lo clérigo,
diácono, diácono, diácono.

Mas Dios con el lazo cónyuge 
le dio un enjambre satánico,
sin dar para sus mandíbulas,
rábanos, rábanos, rábanos.

Siendo cero en lo científico,
siendo en las letras un bárbaro,
sin ser en el arte bélica
táctico, táctico, táctico;

tomó su trabuco intrépido,
y fue en los incultos páramos
el más atroz y carnívoro
vándalo, vándalo, vándalo.

A cuantos halló malévolo
dijo con aire magnánimo:
«Si tienes oro magnífico,
dámelo, dámelo, dámelo.»

Ellos lo daban con lágrimas
entre sí diciendo estáticos.
¡Así te picara un pérfido
tábano, tábano, tábano!

Hasta que el anzuelo rígido
le prendió de un juez seráfico,
que le dijo: ¿Tienes débitos?
Págalos, págalos, págalos.

Y en recompensa a sus crímenes
le puso el verdugo impávido,
para apretarle las vértebras,
cáñamo, cáñamo, cáñamo.

Mucho sufrió luego su ánima
que os dijera ¡voto a chápiro!
Mas por no cansar al prójimo,
cállolo, cállolo, cállolo.






Respuesta a una carta
De mis amigos D. Eduardo Asquerino y D. Mariano 
Urrabieta.
Medina del Campo 14 de abril de 1844.

En la primera cuarteta
Villergas saluda fino
a Urrabieta y Asquerino,
a Asquerino y a Urrabieta.

Y no os disputéis jamás5
la preferencia del puesto,
pues ya sabéis que «atrás esto»
es lo mismo que «esto atrás.»

Más alegre que hombre chispo,
y esto en mí no es maravilla,
me tenéis en esta villa
pasando vida de obispo.

Soy de mis caprichos dueño
y sin pensar en mañana,
cómo, cuando tengo gana,
duermo, cuando tengo sueño.

Disimuladme si apático
respondo a vuestro papel,
pues cosas decís en él
que me dejaron estático.

Mas tanto de acá, sin mónita,
diré si me da la gana,
que a la gente cortesana
la puedo dejar atónita.

Es la gente de esta tierra
tan pertinaz y tenaz,
que cuando quiere la paz
es porque no quiere guerra.

De estos buenos habitantes
quien más trabaja más suda:
al que suda Dios le ayuda
y también sus semejantes.

Que aunque hay vagos estafermos
he visto ayudar y aprisa, 
los monaguillos a misa
y el doctor a los enfermos.

Se olvidan las etiquetas,
se olvida cualquiera enojo;
pero casi a ningún cojo
se le olvidan las muletas.

Abundan locos sin tasa
y bobos hay otros tantos,
mas ninguno tira cantos
al tejado de su casa.

En esta tierra es de fe,
no lo tengáis por mentira,
si ve menos quien más mira,
quien más mira menos ve,

desde el noble al pisaverde
que a jugar al monte acierta,
si halla la contraria en puerta
cuanto más pone más pierde.

Aquí el que no grita clama,
y el que no clama vocea,
y el que no brinca patea,
y el que no llora no mama.

Los malos y los peores
quieren que ande el diablo suelto,
y es porque a río revuelto...
ganancia de pescadores.

¡Qué encontrados pareceres!
En fin, ¿qué tal andará
cuando los hombres acá
se casan con las mujeres!

No son cuestiones de nombres
las rarezas que aquí pasan;
ya veis, en Madrid se casan
las mujeres con los hombres.

Cuando se toca a pagar
la contribución nefanda
nadie sabe por donde anda
para sumar y restar.

Pero si les dan dinero
todos saben dividir,
y en vez de medio partir
quieren partir por entero.

Cuando alguno con ahínco
a echar cuentas me importuna,
con decir «cuatro más una»
le digo cuantas son cinco.

Y tened por cosa cierta
que siempre que hablar me toca
los que no cierran la boca
me oyen con la boca abierta.

A imitación de Marica,
la del refrán castellano,
aquí todo ciudadano
se rasca donde le pica.

Limpian las gentes magnánimas
el polvo con el cepillo,
menos el ruin monaguillo
que éste limpia el de las ánimas.

Y todos a troches moches
dan con muchas cortesías
de día los buenos días,
de noche las buenas noches.

Los jardines tienen plantas
y dan peras los perales,
nueces hay en los nogales
y también en las gargantas.

Abur, que me canso ya,
si Dios quiere nos veremos,
y si acaso no nos vemos...
hasta el valle Josafá.

Y sin gastar mas saliva 
mil memorias os encajo
a Carabanchel de abajo
y a Carabanchel de arriba.

Mientras Dueros y Pisuergas
corre como un azacán,
Villergas Martínez Juan
o Juan Martínez Villergas. 






Epigramas

Jura Blas por San Miguel
no llevar coche jamás,
pero es porque quiere Blas
que el coche le lleve a él.

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Juega a las damas constante
mi vecino don José.
Ayer le dije «¡Ah tunante!
Con qué ganas come usted»
y él respondió... «Soy cesante.» 






Guapas y feas

Ninguna al nacer bonita
supo su gracia quizás,
y ninguna nace fea
por su propia voluntad.

Y unas y otras, sin saberlo,
por su cara nada más,
vienen al injusto mundo
a padecer o gozar. 

La mujer que nace fea,
Dios la dé su santidad,
que aun con esto la diremos
imagen de Satanás.

La mujer que nace hermosa,
aunque de genio infernal,
no hay quien no la haga, rendido,
suprema divinidad.

¿Y ella qué méritos tiene
para diferencia tal?
¿Y qué delitos la fea
que tanta pena la dan?

Yo bien sé que al elegir
cuando venimos acá,
pudiendo ser Serafín
ninguno fuera Caifás.

¿Qué culpa tenemos todos
de que el papá o la mamá
pensaran al construirnos
en algún orangután?

Y eso que yo no soy fea,
si he de decir la verdad;
seré feo y no es lo mismo
feo con o que con a.

Pero volviendo, señores,
al asunto principal 
que es tratar en las mujeres
de hermosura y fealdad.

Si una fea viste bien
dicen que la sienta mal.
Mona vestida de seda
la llaman por donde va.

Y una bella de trapillo
a todos nos da que hablar,
y hallamos más elegante
la indiana que el tafetán.

Cuando una hermosa sonríe
nos figuramos mirar
una tan alta sonrisa
que es sonrisa celestial.

Y si una fea se ríe
decimos sin caridad:
«¡Jesús qué boca tan grande!
¡Cabe dentro medio pan!» 

Si una bella vierte lágrimas,
¡oh corazón singular!,
¡oh virgen de Rafael!,
¡oh ternura angelical!

Una lágrima que rueda
por sus mejillas  no más,
aun tiene más poesía
que un libro de Chateaubriand.

Y cuando llora una fea
no se la puede mirar,
y acaso nos causa risa
su desventura fatal.

A una fea nadie llega
o pasa sin saludar;
una bonita no sale
sin un enjambre detrás.

Así son todos los hombres
y es lo más original,
que yo también soy así
sin poderlo remediar.





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