Fotografía: Iván Petrowitsch
JESSICA ATAL
Nacida en Santiago de Chile en 1964, Jessica Atal es una figura importante en el actual panorama literario chileno, en su triple faceta de escritora, editora y crítica literaria -labor esta última cuyo calado es de absoluta referencia en el país andino-. Como poeta, Jessica ha visto editados sus libros "Variaciones en azul profundo" (1991), "Pérdida", excelente obra de 2010 publicada igualmente por Ril Editores, Arquetipos, aparecido en 2013 bajo el destacado sello chileno RIL Editores, "Cortina de elefantes", RIL Editores, 2014 y "Carne blanca" Cuarto Propio, 2016.
Pérdida, RIL Editores, 2010
LA PÉRDIDA ENCONTRADA
Por Cristián Warnken
Perdida, entre sus versos y sus silencios, perdida, escondiéndose y desnudándose, huyendo, recobrando la voz desde el desgarro, perdida en el único territorio donde es posible encontrarse sin complacencias ni ideas hechas: la poesía. Jessica Atal ha buscado aquí un refugio, el no-lugar donde tal vez (aunque sea ilusoriamente) no suceda lo que tiene que inexorablemente suceder, que
entra y sale el tiempo
esa bala que atraviesa la conciencia
La poeta escribe “fuera de lugar”. Desde esa suerte de ausencia, logra cruzar una frontera en la que busca exorcisar todas las pérdidas, el dolor, la imposibilidad, el desamor, la injusticia.
Desde el Romanticismo, el poeta ha tomado conciencia del exilio del poeta en el mundo, el desfase entre el mundo propio, interior, y el “real”. Sin sentimentalismo, pero con una emoción contenida, un llanto seco (a veces frío, a veces exaltado), esta voz se inscribe en esa historia de la autoexpulsión. Al final, o al principio en realidad, sólo queda la delgada línea del poema para resistir y estar:
el puente cruza más de dos caminos
me acerca a todas mis palabras
que es donde mejor me encuentro
Si hay una verdad que estos poemas quieren testimoniar es una verdad rota (la de una “mujer rota”, para usar la expresión de Simone de Beauvoir), donde tal vez sea imposible decir algo. Los poemas de este libro nacen de la tensión llevada al límite entre la palabra y el silencio, fraguando un lenguaje que la proteja del lenguaje del mundo que “finge no entender”. La poeta es una equilibrista a punto de caer, en un precario equilibrio que es cada poema sobre la página en blanco
sin estructura ni trama ni ritmo
las piernas cruzadas perdiendo el frágil equilibrio
Todo lo que se dice es fragmentado, como todo lo que podamos decir hoy. Jessica Atal tiene plena lucidez y autoconciencia de eso y, como muchos poetas de estas décadas, no se hace ilusiones sobre el poder de la palabra, del poema mismo. A veces clama, a veces llora contenida, pero abraza la soledad total de la escritura (esa de la que habló Maurice Blanchot en su ensayo “El espacio literario”):
estoy aquí sin nada y sola
en el jardín de mis papeles blancos
Es en esa frontera donde Jessica Atal logra sus mejores versos, los más limpios y certeros.
También, en los poemas de amor, que yo titularía “de equivocación”. Poemas que nombran un amor que ya no fue, que tal vez no será nunca. Amor desfasado, sin desenlace:
qué estupidez esta de amarte
siempre desde afuera
Poemas de amor donde parece no hubiera nunca un “adentro” o un “entre”, poemas del vacío y de la memoria derrotada por el silencio que engendra la misma palabra.
Los desgarros de amor de Jessica Atal se inscriben en una potente tradición del lamento femenino ante la ausencia o imposibilidad o impotencia masculina, en la poesía hispanoamericana. Pienso en una Juana de Ibarbourou (autora de un libro cuyo título es muy cercano a éste: Perdida), pero que hubiera atravesado por todas las crisis del lenguaje del siglo.
Jessica Atal ha hecho de su Pérdida, una donación. Se ha atrevido a dar el salto mortal desde la orilla de los que opinan sobre poesía para caer al autovaciarse de la escritura sin certezas, para “caer/ caer/ lo más bajo que puedas”, como le pedía Huidobro a Altazor. Admiro su salto mortal para realizarse en su vocación de silencio:
sin sed ni madrugadas
en silencio
en lo que soy
La veo “quebrarse” en cada verso, la veo arriesgarlo todo, para quedarse sola, al final, con un puñado de versos y con el silencio que es el que siempre triunfa una vez que se le ha puesto un punto final a un libro de poemas. Con su soledad y la soledad del poema.
Recogiendo sus múltiples lecturas, de poetas anglosajones, chilenos y otros (que aparecen en varios epígrafes y citas al interior de los textos y en la retaguardia de muchos versos), Jessica Atal los ha soltado todos al momento de saltar, para buscar una voz, un ritmo.
Esta poesía habla de una pérdida esencial casi como cuando se habla de la caída original. Algo se perdió y desde esa pérdida sin retorno se escriben estos versos. No es sólo el amor, la pasión no realizada o perdida o la derrota de un pueblo (el palestino): eso es sólo un nivel de esta pérdida. Algunos hablan –en psicología- de etapas del duelo. Claro que este libro corresponde a una etapa de un duelo, en este caso atávico, pero también es el duelo entre la poeta y el silencio, y es en esa batalla cuerpo a cuerpo donde Jessica Atal nos comunica valiosos, innombrables hallazgos.
Muchos de estos poemas son testimoniales e incluso se acercan (como los escritos sobre Palestina) a un diario de viaje: pero la poeta no se conforma con un registro referencial, sino que prefiere los meandros de la mirada oblicua que siempre la poesía coloca sobre la realidad. Todo acá se juega en el verso, en las quebraduras, en los desfiladeros del alma, y habría que decir, en este caso, también del cuerpo.
El desierto de la Palestina sufrida y recorrida en algunos poemas es la metáfora del propio desierto que atraviesa esta escritura con palabras (como “relámpagos en el cielo”), con sus espejismos y sus espejos rotos, donde a veces, nos encontramos con el rostro de “una nómada de largos cabellos trenzados”, una niña mujer que dice de sí misma
yo que soy espejismo de esta tierra
Celebramos que alguien (al comienzo, una desconocida) nos abra las puertas de su propio itinerario interior a través de los espejismos de la lectura (la mía también lo es), que a veces nos permiten vislumbrar un rostro. Y el rostro de un poeta es su voz. Su propia voz encontrada entre tanto ruido y silencio y olvido.
Otoño de 2010
Uno de esos días
debe ser uno de esos días
cuando después de la nieve tupida y el frío
sale el sol y el cielo azul baja para llevarme
sobre esa alfombra suave y verde
recién extendida
al paraíso de la hora incierta
debe ser uno de esos días
cuando los dos caminamos de hueso en hueso
sin esperar nada
mostrándonos giros en el viento y las espigas
puede ser uno de esos días
de boca apretada de balcón abierto
de ilusiones en la punta de la lengua
que después (sin mayor esfuerzo)
se tragan y se entierran
en la tierra
sin cielo
de mi tierra
puede ser uno de esos días
en el paraíso oscuro
de la hora incierta
del galope de las parcas
del despertar de las santas penas
que estallan como bombas
como estrellas
en la noche del terror
Pérdida, RIL Editores, 2010
QUINTO SUEÑO (O LLEVO DÍAS SIN LLAMARME)
leo algo sobre el quinto sueño
de mi almohada
y llevo días sin llamarme
como cuando usaba esos zapatos negros
que me sostenían apenas
de pies a cabeza
para qué refutar la soberanía
del conjunto vacío
cuál es el fin
hasta que una nube viene
y me transforma en lluvia
y te mojo el corazón
imaginarse un beso sin tu boca
como una esquina
sin el perro vago y somnoliento
hay una verdad mía
que cada otoño de tus ojos
desmiente
no es preciso que haga nada
no es preciso esperar
la próxima estación o madrugada
quince tipos de pluma de avestruz
rozan tu piel
de cordero herido y ermitaño
tú cortas leña
para hacer fuego
entre una cama y nuestras bocas
todo depende
de cómo lleves puesta
la ropa en el poema
el dolor de cabeza me distrae
y tropiezo y enciendo
palos de fósforo en el suelo
mis dedos están fríos
desde que comenzó la tormenta
en el útero sideral
soy como una osa fiera
abrazando olivos
desde la guerra de los seis días
la evolución se manifiesta
en los paisajes económicos
y sus vuelos de quinta clase
ahí va la cultura encaramada
con bolsas en los ojos
de viajeros acumuladores de puntos
tengo tres controles remotos
que me congelan en la imagen
de un granizo con sabor a angustia
fue la primera luna en Alta
el hielo negro de montaña trasnochada
que me arrojó en la autopista de la vida
de pronto el choque
el abrazo de Júpiter
y la herida en el costado sin revés
si tú no estás
las lluvias estallan
en mi naturaleza de trópico andino
pensamientos fallidos
aparecen sin ser anunciados
para cumplir con la desgracia imperceptible
voy a la casa del vacío
donde sobran
las almas del invierno
no deja de sorprenderme
el equilibrio horizontal
de tu animal dormido profundamente
había una vez o era domingo
ahora es de noche
(y llueve)
voy hacia adentro
y el viaje me quema
como el sol de todos mis desiertos
el bosque entre tú y yo
advierte lejanías
de conciencias tupidas e inconexas
el bosque entre tú y yo
se prende
con una sola vela
mi garganta apretada
recuerda el deseo inconcluso
entre el cuello y la cabeza
las hojas caídas
remueven la memoria
de la tierra y su preludio
salgamos de paseo
antes de una puesta de sol más
en la huida
tengo ojos
que la marea enreda
y palabras sueltas
(palabras sueltas)
(De “Pérdida”, 2010, Ril Editores, Santiago)
RAZONES DE MUJER: LOS ARQUETIPOS DE JESSICA ATAL
Por Virgilio López Lemus
Jessica Atal realiza su obra poética con conciencia de género, o sea, bajo el signo ontológico de ser mujer de manera irrenunciable, y bajo las condicionantes que el propio género le dona: la maternidad, el trabajo social, las relaciones públicas y el acierto de observar al mundo desde el prisma de la poesía escrita por mujer. Esto último complejiza la mirada, porque ya no se trata de interpretar y actuar en la realidad como dama erguida, sino también como poeta, que quiere traducir la existencia misma en versos. Esta labor no es sencilla, porque si la poesía no tiene sexos, quien la escribe sí. La mujer toma la palabra como instrumento artístico y puede que todavía calle en el templo, como reza la vieja consigna de San Pablo, pero no en el anfiteatro del mundo, donde no tiene papel de corifeo, sino de voz propia, singular. La poesía ha redimido siempre a la mujer en igualdad de género, desde la era de Safo de Lesbos hasta el modo de cantar y hablar y dejar su voz fijada en el tiempo, como lo hiciera otra chilena impar, Gabriela de América, poeta arquetipo, nombre sólido de serranía y de valle, a la que toda poeta de Chile ha de mirar como reto y puntal.
Jessica Atal se cuida de tal emulación y elige para su escritura un verso libre por lo común breve, en el que no teme violar las normas de la métrica tradicional hispánica, especialmente lo dispuesto acerca de las rimas consonantes y asonantes, para ofrecernos textos que más bien dejan al oído la sensación del verso semi libre, aquel que usa de la rima en función estilística, más que como predio de norma consabida. Así, sin temor, se lanza a escribir versos como los siguientes, donde la rima asonante marca punto rítmico del discurso poético:
tengo hambre de lluvias como lágrimas calientes
tengo hambre de un interminable espectro sensorial
tengo hambre de zapatos que hagan mi espíritu volar
tengo hambre de metales pesados y plumas en mi frente
Sirve este ejemplo del poema “La hambrienta” para observar dos asuntos estilísticos: la inclusión en el texto de la metáfora surrealista matizada por el símil de una “lluvia como lágrimas”, y el sentido sensorial del hambre que va más allá del insumo biológico. Creo que este es el signo del libro todo, de estos Arquetipos que buscan definiciones claras de la presencia femenina en el mundo, desde un sujeto lírico en primera persona del singular, que ofrece una poesía emotiva y sincera, desprovista de los afeites últimos del cuidado versal, no como si el verso se tratase de una ceja, o de unos labios carnales y prestos a recibir el color que los haga más sensuales, o más bellos, si fuese posible. La carencia de tales afeites en la mayor parte de los poemas, conduce al tono que elige Jessica Atal: el ofrecido por un descarnado neorromanticismo, que selecciona ir más allá del momento amoroso y hasta erótico de tal corriente lírica, para aliarse a otra manera de confesión sentimental con carácter de testimonio, que incluya al mundo, a la vida cotidiana, a las emociones y sensorialidades, y a la reflexión desde el impulso emotivo central.
La mujer se autodefine como “La llorona”, “La loba”, “La dueña de casa”, “La mentirosa”, “La madre”, “La hija”, “La niña”, “La hermana”, “La novia”, “La resistente”, entre otros epítetos que, usados como títulos de los poemas, introducen y definen el asunto de cada texto. Y como Jessica Atal quiere situarse a sí misma y a la mujer, en sentido general, en el espacio y en el tiempo, divide el poemario en cuatro partes de títulos paradigmáticos y a veces alegóricos, por cuanto significan ellos, como símbolos, en la parafernalia discursiva femenina, en su aquí y ahora telúricos. Esos títulos de secciones son: “Cosmos”, “Luna”, “Sol” y “Tierra”, que han de representar grupos reflexivos en torno a la situación plurivalente del ser femenino en el mundo, en la vida y en la cotidianeidad. Se nos ofrece con el cosmos, la presencia poética de su realidad; con la luna, su papel en la red familiar; con el sol, ella ante el hombre, ante la otredad genérica, y mediante la tierra se expande la praxis social. Estamos en presencia de una especie de geopoética, o mejor, de una poética del ser femenino, fuera de los mitos de la eterna tejedora en espera del marido, o de la amada inmóvil de la poesía petrarquista, o de la mujer ofrenda bíblica, costilla de Adán, o de la dama vista como objeto medieval de amor gentil. La complejidad del protagonismo de la mujer moderna, a veces con rasgos post modernos, se expande en una suerte de continuum en el que no está ajena la descripción, cuando esta no es propia del pase de lista de los órganos corporales o de elementos externos a su ser, sino apariencia de descripción del tejido fuerte de los papeles que ella desempeña en la convivencia social. Digo aquí apariencia, porque aun la poeta nos propone un mundo de ideas, más allá del descriptivismo circunvivencial.
Por eso llego a creer que el libro todo se llama Arquetipos, debido a que Jessica Atal quiere hacer una suerte de summa no teológica, sino teleológica por sus acentos sobre las finalidades, por la expansión del ser femenino en el entramado social, por una presencia que a veces resulta estereotipada para cierto lenguaje poético escrito por hombres hasta el mismo modernismo dariano y, en alguna medida, hasta las vanguardias del siglo XX. La mujer que habla de sí, se define como todas, con un nosotras escondido bajo el sujeto lírico referido en primera persona del singular. Tras las vanguardias europeas y su expansión en todo el mundo occidental, la mujer poeta comenzó a figurar también con carácter protagónico, para dejar de ser la amada distante y convertirse en sujeto hablante, y no solo en objeto de la pasada (¿pasada realmente?) lírica romántica. El arquetipo o los arquetipos del ser femenino se despliegan en su compleja carencia de unicidad, debido a la pluralidad de sus proyecciones, que van desde la creación de la vida en el seno materno, hasta el empeño violento y brusco de la luchadora social, pasando, desde luego, por el rol de la amante y el entorno hogareño. Aquí el sujeto amatorio no es pasivo, receptor e inmóvil, sino activo y elector, decide y protesta contra el papel sumiso que se le ha querido asignar. Y lo hace desde la poesía y no desde un panfleto.
No quiero hacer variadas citas de los poemas que Jessica Atal reúne en sus Arquetipos, porque la lectura directa dará el fiel de esta trama no exactamente feminista de su poemario. No feminista en el sentido de que Jessica Atal no se propone con sus poemas hacer bandera, dar una definición política o declamar consignas. Le interesa la mujer como poesía, la red de su praxis sentimental o vivencial como presencia bella y útil en el mundo, y su papel constructivo y, por qué no, destructivo del canon que por siglos se le ha asignado, mucho antes de las Epístolas de San Pablo, que le ordena callar en función de su dependencia y obediencia conyugal. La poeta elige la rebelión contra el papel ancestral limitante y subordinado, pero lo hace desde los mecanismos de la poesía, que de todos modos funge como inevitable documento de testimonio sobre su experiencia y de protesta no reprimida.
Curiosamente, Jessica Atal culmina su poemario con una elegía, canta la madre a la cual le roban a su hija. Es “El llanto de Deméter”, donde enfrenta a la mujer ante el rapto de la mujer. Al papel pasivo de la raptada, interpone el sentido confesional desgarrado de la que se queda en la tierra, bajo la observación del rol femenino. Aquí el simbolismo es evidente, aunque sutil, puesto que luego de un libro que describe situaciones y emociones, cierra el texto con una protesta ante el amor filial perdido, pero, sobre todo, evidenciando el rapto ontológico que sufre la mujer en una sociedad en que ella es decorativa, o con la bella palabra que usaban los antiguos griegos: agalma, que significa adorno. El ser decorativo sufre el rapto ontológico solo por su belleza, atributo de la areté femenina, que en otra trama provocó la masculina guerra de Troya. Al final, es la mujer quien entrega el fruto suyo al rapto continuado del ser femenino que baja a los infiernos.
Me parece que este libro asciende un peldaño en la aprehensión del discurso de género. La poeta se aventura a su ventura de mujer sobre la tierra, bajo el sol y la luna, frente al misterio cósmico. Y a través de ella se hace un recuento vivencial, una suerte de biografía múltiple del ser femenino, ontología de la mitad de la especie humana, con mirada cara a cara de la existencia. No se pretende la totalidad, sino armar con arquetipos la esencia de ese rol inquietante y múltiple de la esencia de lo femenino. Y, ¿qué es el arquetipo del llamado “eterno femenino”? ¿Fruición del adorno, decoración y no esencia? ¿Frugalidad del maquillaje y la vestimenta apropiados al arquetipo de la levedad y la intrascendencia? ¿Rol de vanidades y trivialidades? ¿Mera consumidora de revistas del corazón, literatura rosa y horóscopos frívolos? Contra estos arquetipos de lo femenino se alza la mujer que se hace consciente de su papel esencial y esenciador, vital y vitalizador del entramado de la existencia. El libro todo recorre esos papeles que ella, ellas, han venido desempeñando por los siglos de los siglos, y sobre todo en un hoy en que su lugar en la historia se redime y se lanza a la búsqueda de expresión.
Arquetipos está en sintonía con esa búsqueda transmutada en realización: la mujer no se calla, y he aquí, en este libro, los arquetipos que dan ese testimonio. Jessica Atal escribe desde la rebeldía y la espontaneidad, desde el corazón, que ya sabemos, por Pascal, que tiene razones que la razón desconoce. Vivir es tener algo que hacer, y consagrarse a la realización de los objetivos por los cuales se vive. Arquetipos resulta, visto así, un libro más de testimonios que de confesiones, de militancia en el papel múltiple y esencial que la mujer disfruta con su sola existencia, con su acción en una nueva sociedad donde ella va adquiriendo gradualmente la plenitud ontológica. Arquetipos es, pues, ese bregar femenino ante la existencia social y nunca ante la nada existencialista, sino ante la realidad que ella colma o completa. La diosa blanca, la paridora, la fuerza matriz del cosmos reinicia la existencia ante un yo que es nosotros. Lo singular es plural. Dígase si no es compleja y múltiple esta propuesta de escritura de Jessica Atal.
Mayo de 2013.
La dueña de casa
[...]
“la dueña de casa
habita
una casa
que no es su casa
la dueña de casa
nunca ha sido dueña
de su casa
la casa
de la dueña de casa
tiene dueño
y no dueña
(¿a quién pertenece la casa?)
(¿a quién pertenece la dueña de casa?)”.
“te resuelves
en ti mismo
arrojado espacio
bebiendo azul
abiertamente regocijo”.
Arquetipos
“no sé quién soy (mujer o calaver o derramada)
debilidad o fuerza
no sé qué círculo o trazo
naturaleza pura e instintiva
pensamiento puro y frecuencia
qué
qué quieres que te diga”.
LA PARCA
I
piensan que soy solo negra
pero soy blanca y soy negra
y más que nada soy desnuda
sobre mí
no se ha escrito nada
(¿quién llora ahí?)
puedes imaginar
lo que tú quieras
estado imaginario
bóveda imaginaria
promesa o castigo imaginario
el color
es lo que menos importa
(si algo hubiese que importara)
soy noche
y en la noche
nada se ve
ningún color
devuelve la figura
una boca llena de humo
lo que hay debajo o detrás
de las ideas
una cama deshecha
sin que nadie haya dormido
jamás en ella
II
¿dónde está
mi ser entero?
¿dónde está
la presencia viva
tu sonido?
(¿quién sueña ahí?)
(¿quién no tiembla?)
III
vaga el alma
por el teatro de infidelidades
resuelto en platos sucios
descanso obligado
en este mecido viaje
de pieles sucesivas
IV
duerme
y serás metáfora madura
sueña distanciada
sacudida
fría y áspera la piel
prepara la huida
sin beso ni gemido
invéntate piedad
(De “Arquetipos”, 2013, Ril Editores, Santiago)
LA ANGUSTIA
de dónde vienes
punzante y adherida
quién te creó
así tan horrorosa
para qué
forma escalofriante
amoldada en sueño seco
todo menos artesana
buscando impertinente
otros moldes
cuerpos sensibles
permeables a tu raza
entras
como todo un cañonazo
te acomodas bien
como solo tú sabes hacerlo
y ahí te quedas a tus anchas
sin moverte
inacabadamente fisiológica
invasora
de espacios libres que quizás
alguien destinaría a otra cosa
como a luz o creación
pero apagas todo intento
de mar y fuego y de palabra
con voz huracanada
instalas el temor
el dolor
y el mundo empequeñece
en los corazones de hombres y mujeres
y los corazones de hombres y mujeres
también se empequeñecen
contraídos
sudan
psicología sintética
analítica
privados de asociaciones libres
clorofila
escarbas comprensión
tu fiel escalera en la garganta
tu casa más querida
gata al fin y al cabo
entre peldaños
la gruesa sangre retraída
de dónde vienes
o dime al menos
adónde quieres tú llegar
si es hasta mi muerte
mi valle más oscuro
inclinado instante
quieto como eternamente
mi poca vida
mi oculta masa
(De “Arquetipos”, 2013, Ril Editores, Santiago)
LA SOLEDAD
te saludo con respeto
desde mi roca marina
mis algas (sueltas)
te admiro
sin conocerte
mi alma
(no me sumerjo)
(mis alas)
sé que eres una gran señora
y noble
pero no bebo de tu cáliz
en días felices
no araño poesías
por más que me invitas a tu casa
no me atrevo
a sentarme frente al fuego
a escucharte en tu cadencia
y quemarme
sin hablar
son tantas cosas y el silencio
la síntesis / la complacencia
lo que tenía entre mis manos
un único recuerdo
cegador
aunque viva mar abismo
átomo tierra madrugada
no voy a aprender
a estar contigo a solas
en tu resuelto bosque femenino
señora soledad
eres
mi pura analogía
soy
tu imperfecta semejanza
(De “Arquetipos”, 2013, Ril Editores, Santiago)
LA PERRA
hay algo claro
dos perras
no se llevan bien
dos perras
siempre quieren
el mismo hueso
y detestan
pasar la noche
en la perrera
ser perra es un arte
de sensaciones brutas
aprendidas en la calle
aunque dan clases especiales
puertas adentro
after hours
cada perra
mensajera entre dos mundos
lleva otra pella adentro
y una zorra
la perra
no controla
sus instintos
se detiene sin pensarlo
ante cada hueso
en su camino
lo de ser perra
no se quita
puede irse pero vuelve
perra una vez
perra para siempre
(no soportaba Julien
el engaño de las perras
el gusto y el instinto
de la perversidad femenina)
ese poco y nada
de heroísmo
(De “Arquetipos”, 2013, Ril Editores, Santiago)
LA ARRASTRADA
pisa patea sacude revienta
a una mujer
sin superficie
físicamente mal
en presente puro
su órbita cuerpo
cuerpo cenizo
desciende
en vértigo clavado
aunque el hombre arranque
del carbón la ignore
la haga descender (desparramada)
hasta verla en el suelo
miseria
patea
hasta cuándo
déjame tranquilo de una vez
hasta cuándo me persigues
(el hombre dice
bien parado en sus zapatos)
la patada en la cara
por culpa de ya no quererte
te tiene harto te da asco
el cuerpo áspero
aferrado a tu erguidura (la ilusión)
tu ropa puesta (sueña con sacártela)
haría lo que fuera
por ocupar espacio
adentro tuyo
y agrietarte
tan carente de amor propio
vida propia
tan a ras de suelo
imposible alcanzar
en tus distribuciones psíquicas
cierta visión amplia / perspectiva
en el túnel de tu historia
arrastrada
frente a quien se cruza
(pudo haber sido cualquiera)
flatness
is the law
todo gira en torno a él
dueño del arado
magnetizador de grados invertidos
get a life
le grita asqueado
no tiene filtro
el ojo que persigue
olor a hombre
como bulto subterráneo
desestabilizando el orden natural
hasta prenderle fuego finalmente
el drama masculino
y ya está
el ritual del mendigo
una dulce mueca / la limosna
el olor a carne muerta
(De “Arquetipos”, 2013, Ril Editores, Santiago)
Esquirlas de un duelo
"Cortina de elefantes", Jessica Atal. RIL Editores, 2014. 100 págs.
Por Pedro Gandolfo
Revista de Libros de El Mercurio, Domingo 1 de febrero de 2015
Cortina de Elefantes , el último poemario de Jessica Atal, se construye en torno al luto y a la exploración de una identidad y una "vida nueva" tras ese luto.
El carácter elegíaco de estos versos es omnipresente, obsesivo y, a ratos, rabioso. La muerte y el duelo adquieren distintos matices desde la melancolía a la ira. En "Padre", la muerte del progenitor desata sin sobresaltos, en un tono pausado, una ausencia universal, casi cósmica que nada puede colmar:
"persigo padre ausente
en el Cabo de Buena Esperanza
no encienden velas
no navegan por los cuatros ríos
no se encuentran manuscritos
desde el día en que se fue
dejando hijos
tratando de entender el nuevo continente
con el corazón suelto
sin paraíso celeste o terrenal
el hoyo negro donde nadie va
el puente de sangre cruza cada día
colmado el desierto familiar
tantas caravanas
pupilas idas
fuiste un día siembra y noche
y ahora eres receso y obituario".
La serena agitación, dentro de la aflicción, que trasunta este poema, contrasta con el talante airado de "Caos":
"atrás
no hay pensamiento
sobre el que edificar
hogares
la rabia todo lo tira al suelo
la pena no crea pensamiento"
o con un tono extático que proviene del duelo amoroso:
"todo sin ti se desploma
la lluvia no cae
los pájaros lloran sus árboles
ya nadie habla
de inocencia o redención".
"persigo padre ausente
en el Cabo de Buena Esperanza
no encienden velas
no navegan por los cuatros ríos
no se encuentran manuscritos
desde el día en que se fue
dejando hijos
tratando de entender el nuevo continente
con el corazón suelto
sin paraíso celeste o terrenal
el hoyo negro donde nadie va
el puente de sangre cruza cada día
colmado el desierto familiar
tantas caravanas
pupilas idas
fuiste un día siembra y noche
y ahora eres receso y obituario".
La serena agitación, dentro de la aflicción, que trasunta este poema, contrasta con el talante airado de "Caos":
"atrás
no hay pensamiento
sobre el que edificar
hogares
la rabia todo lo tira al suelo
la pena no crea pensamiento"
o con un tono extático que proviene del duelo amoroso:
"todo sin ti se desploma
la lluvia no cae
los pájaros lloran sus árboles
ya nadie habla
de inocencia o redención".
La tragedia de Palestina y, en particular, la de Gaza y sus habitantes y, más en concreto todavía, la de los niños de Gaza es central y persistente en la poesía de Atal y en este libro de sobremanera. Es bastante claro que la poeta urde una trenza entre su biografía y la historia de ese pueblo. El duelo de Palestina y de los niños de Gaza es su propio duelo, y su propio duelo (del padre, de la pareja) se extiende y traslapa con el otro en una suerte de tejido de aflicciones. Este entreveramiento, por ejemplo, es nítido, y eje de sentido del poema "Identidad" y, en general, en el orden en que se encuentran dispuestos los poemas, barajando las distintas fuentes del luto en un conjunto poético sólido y conmovedor.
El núcleo poético que proyectan estos versos es la denuncia de una forma de nihilismo superior a la muerte. Atal (en la separación del amado, en la muerte del padre, en los bombardeos sobre Gaza y sus niños) percibe un mal que no tiene forma de justificación ni reparación algunas. Es irredimible. Las imágenes de los bombardeos, las ruinas y escombros de hogares, de niños huérfanos, heridos o asesinados generan un "caos", un retroceso a un nuevo continente, un hoyo negro.
Si se compara formalmente este poemario con alguno de sus anteriores libros (aunque siempre en la misma dirección), Jessica Atal avanza en un proceso de fragmentación, despojamiento y dislocación de sus versos, como si fuesen pecios de una gran explosión. Se podría, así, aventurar la conjetura de que su obra poética padece también la destrucción, el desmembramiento y la pauperización de que han sido víctimas su propio yo y la patria poética, Palestina. Los bombardeos en estos no solo dejan escombros en el alma y en las caravanas de seres inocentes asesinados, sino también en los poemas. Fragmentación, porque recurre a varias figuras para exponer huellas de esas fisuras externas e internas (el uso frecuente del "/", marcando cesuras rítmicas y oposiciones, palabras tachadas, versos quebrados que eluden cualquier métrica: no la hay para ciudades en ruinas); despojamiento, puesto que limpia al máximo la sintaxis de los poemas, a veces, restos óseos, descarnados, sobrevivientes de la masacre; descoordinados, como si en la superficie cada verso fuera autónomo, sin secuencia lógica con el siguiente, ni entre este y el subsiguiente, aunque formando una unidad de sentido en el conjunto.
En "Verano", el último poema, indica:
"conozco un baúl inmenso
donde muta el verano
por un colibrí azul
la excéntrica realeza
sobre una máquina de escribir
escribe su historia extranjera
dicen las abejas que se van".
En "Verano", el último poema, indica:
"conozco un baúl inmenso
donde muta el verano
por un colibrí azul
la excéntrica realeza
sobre una máquina de escribir
escribe su historia extranjera
dicen las abejas que se van".
La mutación del verano "por un colibrí azul" enlaza con el eje de la mutación y la metamorfosis, aquella que surge tras el holocausto ( "el poema muta/ yo muto en el poema"). Esta nueva fase, apenas atisbada, abre hacia "Infinito", un poema luminoso, esplendente, el alba de una reconstrucción:
"ni la unidad
ni la multiplicidad
sino ambos conceptos a la vez
explican mi amor por ti
variación ininterrumpida
de ser
historia del espíritu
tantas muertes
mi amor por ti
es la fuerza de los números
estado de conciencia
las manos abiertas de los niños".
"ni la unidad
ni la multiplicidad
sino ambos conceptos a la vez
explican mi amor por ti
variación ininterrumpida
de ser
historia del espíritu
tantas muertes
mi amor por ti
es la fuerza de los números
estado de conciencia
las manos abiertas de los niños".
Cortina de elefantes es un trabajo poético cuidadoso en su factura, arriesgado formalmente y a la vez maduro dentro de la trayectoria de Jessica Atal.
CAOS
atrás
no hay pensamiento
sobre el que edificar
hogares
la rabia todo lo tira al suelo
la pena no crea pensamiento
alguna vez mi cabeza se arrastraba
por suelo muerto
si en tiempos de guerra
no hay razón
solo una bandera desquiciada
una estrella asesina y desquiciada
en un mundo alterado
desquiciado
son pocos los que hablan
por miedo
por todas partes edifican
infiernos personales
si hay un solo infierno compartido
en Palestina
tanques avanzan
a imagen y semejanza
del vacío
se comete un crimen
delicioso
a los ojos de alguien
(siempre los míos son los ojos tuyos)
(pero ya no)
aprendes a mirar desde cerca
caminas entre escombros
te acostumbras
todos los crímenes
se cometen
aislados
y no existe nada personal
algún olor
que identifique tu paisaje
a ti te robaron tu paisaje
y colocaron
otro morboso asentamiento
una vez construido el muro
se desquicia el puente de los suspiros
comienza la justificación de ciencias exactas
la mentira matemática
el ataque al corazón
el centro se hace blando
crece y engorda
como mi soledad
cuando la lleno desde afuera
estos días
ermitaños de vida
no conceden polarizaciones objetivas
posibilidad poética en la Tierra
o respirar amor
algo más que aire comprimido
(De “Cortina de Elefantes”, 2014)
COSMOS
hazme tierra
tócame
riégame
ráspame
melancolízame
hipersensibilízame
haz lo que quieras
conmigo
soy una especie de resorte
o amalgama
recorre todas las rutas
de mi seda
de mi vino caliente
pero no las del olvido
y después
sacúdete
vístete
sustráete
confabúlate
desaparece
cierra la puerta
y después
vuélcate
arrincónate
tócame la puerta
penétrame
húndeme
bótame
y después
antes de partir
haz todo de nuevo, amor
conmigo
la puerta
la noche
la roca eterna
déjame
déjame miseria
y antes de partir
despiértame
con el diario y la bandeja del desayuno
con todas las buenas noticias de tu imaginación
con lo irresumible de tu psicología
(De “Cortina de Elefantes”, 2014)
ORIGEN
I
una joven nube / blanca y espesa
cubre la montaña
esa gran diosa
que todo lo sabe y todo lo ve
hay una diosa / una virgen / una nube
y no se distingue
de la montaña
la vida estalla en un día
y se lleva la historia
un rostro incompleto
tiempo empeñado
en premoniciones baratas
felicidad tatuada / prometida
el viento salvaje
se lleva las hojas escritas
los dibujos de una vez cuando niños
textos sagrados
hinchados y abiertos
sin dolor que conquistar
la diosa / hinchada y abierta
emigra confundida
va y viene
desde mi loca sensatez hacia la tuya
dice que no es tonta
que todo lo ve
y la desangra
ninguna diosa es tonta, dice
por más que se desangre
después de parir
unas cuantas letras
que quisieron decir
la vida arranca entre líneas
algo pasa / algo
y de pronto la nube / se hace cargo
estallan
ni en luz ni oscuridad
los hijos dispersos que dejamos
la virgen / cubre la montaña
se desprende de lo eterno
ya nadie sabe dónde está el origen
de lo que pasó entre tú y yo
además del tiempo / del viento / la nieve
y de unas cuantas letras
que quisieron decir
los hijos dispersos
algo quisieron decir
una crucifixión más
oraciones breves
cantos de amor empobrecidos
II
la nube / condensa el amor
que desde el origen
hinchado y abierto
siento por ti
ven y huele / esta flor amarilla
sin que nada sea
indispensable
ven y mira cómo se cierra
cuando no llegas
o te ve partir
aquí están las flores de mi jardín
mis fuerzas opuestas
quietas ante el Gran Ejército
tiradas ahí
como pequeños pensamientos
las armas negras queman
este valle de símbolos
las fuerzas opuestas
mi sacudida piel
mis pequeños pensamientos
el viento retraído / el día nublado
como el origen
las hojas hinchadas / escritas ahí
manoseadas como inteligencias breves
oraciones clandestinas
qué se hace con todo ese amor
mi idea única de origen
en esas hojas escritas
que se llevan trenes precavidamente vacíos
como el tiempo el viento el agua
de ninguna estación
qué se hace con tu jardín
tus flores amarillas
inmoladas / como el silencio sin tu voz
tu fuego prohibido
sobre la virgen y la montaña
cada vez que el mar llega a lavarme la cara
me arroja indescifrada
tablillas sumerias
por delante
éramos jóvenes
y parecía que hacíamos las cosas bien
o nos queríamos
el misterio de a dos
eso era la belleza
III
la nube baja un poco más
la nube cubre la montaña
se hace cargo de lo lleno
todo ese vacío de la tierra que es lo lleno
la gran diosa / hinchada y abierta
indiferente a las cosas de este mundo
sale a caminar
por niveles de conciencia superior
la nube diosa
mito del agua indescifrado
escribe unas cuantas letras
lluvia convincente
sobre la roca / la inscripción
la rigidez / puro mecanismo
la lluvia que toca la roca
la roca imperturbable
arrebatadamente inerte
desde el origen
esas partículas elementales
por accidente impostergables
mi lluvia impostergable
el agua que me borra
desde que no miras ni hueles
mi jardín de flores amarillas
mis pequeños pensamientos
mis absurdas y alocadas oraciones
IV
en términos estrictos
el tejido adiposo
guarda secretos
de imposible antigüedad
lo lleno / emana de lo lleno
uno cero / la vida gana
todas las partidas
piedras sin labrar
V
en este mundo que habíamos creado
le dimos forma austral y calurosa
a nuestras explosiones de universos
tú susurrabas el amor
y yo
te creía
íbamos tranquilos
nada apuraba el movimiento
ni la caída de los cielos
sin saber
creamos una forma vertical
el tronco oscuro y apretado
grito / roce
hasta que me dabas
una luna
(la llama
tu cigarrillo encendido)
lo que yo
(quería)
algunas veces / lloraba
mientras el amor
(iba despacio)
nada ocurre aquí
el retraso de tu cuerpo
hasta que un día
descubrimos fuego
nuestro bosque ardió
o lo que es lo mismo
la vida empieza a suceder
VI
el choque es el único culpable
nada tuvimos que ver
en la trayectoria indefinida / del viejo pulpo
nada tuvimos que ver
con sus versos sacudidos
su oráculo pagano
pero nos portamos mal (acusan los políticos)
fuimos fluctuación
de leyes naturales
origen
de un concierto de agonías
razones de morir
tempranamente
VII
el cerebro recibe
una infinidad de modificaciones simples
ideas / ondas
discontinuas
el cerebro crea su jardín
con pequeños pensamientos
confusos / sin origen definido / sin flores amarillas
ninguna raíz
de fondo
el mar arrastra
el llanto / el miedo / todos los gritos
el origen
de los niños solos
(De “Cortina de Elefantes”, 2014)
IDA Y VUELTA
I
con ojos de águila negra
el río el cerro / veo borroso
las nubes altas y frías
tengo que partir
antes de que serpientes aladas
escupan mis verdades
mueran mis amigos
sube el relámpago
por la garganta oscura
la tormenta occipital
en el principio en el fin
soy un animal furioso
a punto de atacar tus otros mundos
a punto de partir
sin despedirme
según tu beso
el silencio / gana todas las partidas
la distancia es el tramo más corto
zona cero
si la raíz es la frontera
ya marchita
soy un animal furioso y náufrago
a punto de caer
a esa escoria lírica
desganchada
agarro las llaves del auto y parto
convencida de no volver
crucificada
por la carretera de fuego verde y muchas lenguas
todas las lágrimas de Kooch
el cielo gris y detenido
cohibido ante la altura
del gran árbol / su color
tan de gran señor
sabio en el silencio
aún así no establezco contacto
con lo que hay afuera
la niebla viene como tribus enemigas
el auto corre
el volante es un pájaro gris
el pavimento aguas revueltas
no se puede concebir
la perfección ni nada parecido
la lluvia es el temor
tan mojada está la carne humana
el sueño que tuvimos
de vencernos a nosotros mismos
el auto corre
el hombre águila
la bocanada de fuego
llega a cualquier parte
en tierra de nadie
la niebla cubre el cerro
las curvas se atreven a decirme
que nada es tan directo
nadie anda por una sola vía
mejor vivir sin estaciones
un letrero anuncia el retorno y casi vuelvo
todas las lágrimas secas en la cara
tierra seca
mal tiempo en el cerebro
soy presa perseguida / o animal depredador
cuál es mi color
y si los venenos pierden su color
y si la furia cambia mi color
II
el auto avanza igual a tantos autos
la vida sigue igual a tantas vidas
un poco más allá / de ninguna parte
se intensifica la muerte
se hincha su piel
un letrero anuncia cuántos kilómetros quedaron atrás
cuántos faltan por delante
la carretera es infinita en un día como éste
la cascada de fuego / sin salida al mar
el viento violenta toda situación
con su modo sarcástico de altura
sabe que no lo alcanzo
por más que acelere
por más que acelere
no lo alcanzo
la fiera corre hacia su presa
la presa sabe que tiene todo que perder
muere / sin resistencia
con las manos en la espalda / callada
y esos hombres a un costado del camino
esos hombres tienen cinco o diez mil años
y aún son perseguidos
tengo menos pelo, quizás
no ando en cuatro patas
a veces me deslizo como víbora
mi aliento es el que mata
tengo todo que perder
me dejo atrapar (sin resistencia)
en la nostalgia
el resto es igual
un animal que lucha todas sus batallas
y vence
solo una vez de cada diez
sacia instintos
entre muchas religiones
permanece el corazón tras el muro
los días contados como guerras
el final de la antigua y de la nueva patria
de cualquier transformación
no conozco bien lo que hay afuera
solo sé cómo se matan los corderos
tan cerca de los lobos
en la noche en la cama
la fiebre delirio sin razón
¿quién conoce el arco iris?
¿quién dispara todas las flechas?
¿quién escucha los gemidos de Orfeo?
siguen siendo tantos enemigos
cada día amenaza una batalla
una lluvia gruesa y roja de añañucas
una gota de aceite en el ojo
no bautiza
una sola de mis bestias
vuelvo herida
busco refugio
mis crías extraviadas
con la boca seca la cara tierra
la lengua sin fortuna
sin ninguna edad feliz
un tanque se detiene
frente a la puerta de la casa
son los hombres, me dicen
en busca de su presa
aquí está, les digo a los soldados
aprovechen de llevarla adormecida y encerrarla
lejos de los ojos de Gaza / de Belén
su sangre dibuja
suelo confiscado
su mordaza
una más, contestan satisfechos
cada día quedan menos
cada día
quedan menos
(De “Cortina de Elefantes”, 2014)
Jessica Atal presenta "Carne blanca" Cuarto Propio, 2016
CARNE BLANCA, DE JESSICA ATAL
Por Damaris Calderón
Una carne blanca, una cordillera blanca, una página blanca, un deseo rojo, a veces demasiado intenso, para tanta blancura.
La cordillera blanca, pocas veces se ve desde Santiago de Chile, la cordillera parece que empieza a crecer (soñada) por la página blanca, escrita, tachada, por el deseo, por la apetencia (frustrada) de la voz femenina.
¿Cómo se intersectan un paisaje férreo, omnisciente, aunque no se vea, las páginas blancas ( lo perdido) y una mujer? Lo primero (creo) es la dicción de la pérdida. El amor, el desamor, la separación traumática, el quiebre del sujeto y del lenguaje mismo. Un libro que es un extenso poema (soliloquio) trizado, despedazado, entrecortado, por la pasión, por la insubordinación, la ironía y la desconfianza hacia los signos y la literatura. La asunción de que todos los poemas de amor “como las cartas de amor/ son ridículos/ no serían ridículos sino fueran cartas (y poemas) de amor/ pues sólo son ridículos, quienes no tienen sentimientos esdrújulos” (recordando a Pessoa).
De ahí la distancia, la ironía del lenguaje (la posesión por pérdida) de la escritura:
“Había una vez / una hoja/ y una montaña/ la montaña se llamaba Miguel/ yo era la hoja/ y así me llamaba/ y era blanca (tachado) / nada había escrito sobre mí/ (era la montaña la que no escribía nada sobre mí)/ Un día la hoja subió / a la montaña / y nació/ la Cordillera/ de los Andes”. Y después señala la hablante: “La idea fija / la hoja blanca/ no soy yo”.
El poema extenso, seccionado en fragmentos, el dolor, el drenaje largo, se la juega en el territorio de la escritura, en el desmontaje del pathos, de la tragedia:
“Soy tan estúpida/ pero una gran parte del resto de los chilenos (estoy segura)/ lo son aún más que yo en el fondo/ no soy tan estúpida/ si consideramos que / este es el país de los estúpidos/ no vemos llorar a nadie/ porque el agua cae del cielo/ no de la montaña/ en el Valle Central / el aquí no existe/ ( de todos modos tengo la autoestima por el suelo como casi todos los estúpidos chilenos) Ultimamente el fútbol / nos hace campeones / metemos goles/ ganamos delincuencia/ enfermedades mentales/ contaminación/ tenemos los más altos y distinguidos niveles de / basura mental/ virtual / material”.
Jessica Atal abre el poema-libro a todo lo impoluto, desjerarquizando entre “ lo alto” y “lo bajo” de la cultura: incluye el habla coloquial, la basura, las tareas domésticas, la aspiradora; ironiza sobre el lenguaje psicoanalítico y la escritura de mujeres: Freud + MADRE- PADRE dan determinada ecuación, aborda (emplaza) la histeria, la locura, atribuída a “ las locas mujeres”, sobre las que escribió y de las que formó parte Gabriela Mistral. Porque este libro también se inserta en una dilatada tradición femenina. De algún modo, también está en él El Poema (imposible) de Chile, trunco, infinito. De algún modo están la voz de Silvia Plath, de Cecilia Meireles y también de tantas otras mujeres sobre las que nadie escribió nada y tuvieron que escribir ellas mismas y convertirse en la montaña.
La página blanca (tachada) y su “ yo no soy”, parecen decirle al hombre y al discurso patriarcal, en esta escritura inteligente de Jessica Atal:
“ tú me quieres alba/ me quieres de espumas/ me quieres de nácar…”
Pero la carne blanca (tachada) con su amasijo de amor, sangre, tejidos, músculos, marcas, rasguños, sueños, ligamentos, es otra cordillera con la que romperse los dientes.
Isla Negra, 26 de julio de 2016.
“AL ESCRIBIR, SIEMPRE ESTÁS EXPUESTA, VULNERABLE, SIN LÍMITES”
Jessica Atal presenta "Carne blanca" Cuarto Propio, 2016
Por Grace Dunlop
Publicado en La Panera, N°75, septiembre de 2016
Definitivamente, su público es adulto, aunque sus hijos le han pedido que escriba un libro sobre ellos. “Me atrae mucho la literatura infantil y juvenil, pero tendría primero que deshacerme de muchos demonios internos para llegar a tener la tranquilidad y la sabiduría necesarias para escribir algo que sea un aporte al espíritu de los niños”, dice Jessica Atal, quien acaba de lanzar «Carne blanca», su último poemario, y cuyo próximo proyecto la llevará por otros caminos.
A los 26 años, Jessica publicó «Variaciones en azul profundo» (1991), su primer libro de poesía. Diecinueve años después vendría el segundo, «Pérdida» (2010), y luego, «Arquetipos» (2013), «Cortina de elefantes» (2014) y «Carne blanca» (Cuarto Propio, 2016).
– ¿Por qué «Carne blanca»? Dices “mi carne no es blanca / sino oliva/ y muchas veces amarga”.
– “Carne blanca es una de las varias metáforas que uso para referirme a la montaña, que a la vez significa diversas cosas, especialmente un sujeto amoroso y también un discurso amoroso que va dirigido a ese sujeto ausente. En palabras de Roland Barthes, es un discurso de ‘extrema soledad’, de ausencia. Esta ausencia del ser amado se transforma en experiencias dolorosas de abandono. Y las experiencias de dolor generan ciertos tipos de neurosis en las personas… Mi libro se interna en esas áreas dolorosas, quebradas, traumadas, a fin de cuentas, de la psique humana.
La carne tiene que ver con la materia del cuerpo humano donde se inserta el corazón, en el sentido de un órgano que regula las emociones. Que la carne sea blanca denota la frialdad del desamor o de un amor no correspondido.
Por otra parte, el juego que hago sobre los distintos tipos de colores de la carne, que en este caso es oliva, tiene que ver con mi sangre árabe. Con mis raíces sirias y palestinas. Con los olivos de aquellas tierras. Pero la carne a veces también se vuelve roja”.
– ¿Te expones en lo que escribes?
– “Siempre estás expuesta, así tiene que ser la escritura de verdad. Sin límites, sin autolimitaciones, sin pensar en el qué dirán. Si no, no se puede. Ser vulnerable, honesta, a la vez te hace valiente. De eso se trata”.
– ¿Hay diferencias en esa honestidad desde cuando comenzaste a publicar?
- “Sin duda. Siempre hablo de mi primer libro como un pecado de juventud. Me atreví (quizás para impresionar a un pololo de la época) a publicar mi primer libro cuando tenía 26 años. Me daba vergüenza hasta mostrarlo y sigue bien escondido. Después, una vez que renuncié a «El Mercurio», me encontré con una cantidad de cajas, cuadernos, diarios de vida, papeles sueltos. De todo ese desorden de diversos escritos logré rescatar algunos poemas o ‘proto-poemas’ que finalmente dieron origen a «Pérdida». Hay, por cierto, una suma de pérdidas en mi vida real. Cristián Warnken se refirió a ese libro como a una ‘pérdida encontrada’ ”.
Enseguida vino «Arquetipos», que es el resultado de una mirada a los arquetipos de la mujer actual. En ese tiempo tuve que editar uno de los libros de Margarita Ovalle sobre mitología comparada. Me interesó y me impactó mucho el mito de la diosa. Comencé a preguntarme qué había pasado con aquella imagen divina, venerada mucho antes que apareciera en la conciencia humana la imagen de un dios masculino. Definitivamente, poco y nada queda hoy de aquella divinidad. La mujer es descalificada en muchos espacios y niveles, transversalmente. Comencé a trabajar los arquetipos de la madre, la hija, la hermana y pronto se unieron la loba, la llorona, la ansiosa, la perra, la putamadre, así como la intuición, la esperanza, la soledad y la poesía. Es un libro que quiero reeditar en el futuro cercano. Además de agregar nuevas figuras, lo primero que haré será cambiarle el título. Se llamará «Arquetipas». ¿Cómo me fui a equivocar en eso?
«Cortina de elefantes» nació de la idea de desarrollar ciertos conceptos que para mí significan conectarme con el origen de elementos que me parecen esenciales a la hora de entender mi propia existencia. Hay poemas allí como «Cosmos», «Caos», «Agua», «Tiempo», «Sueño», «Habla», «Palabra», «Silencio» y «Nada»”.
– ¿Cuándo surge la poesía? ¿Por qué este género?
– “Escribo desde los seis años mis diarios de vida (o de muerte)… Fue quizás a los ocho que soñé con ser escritora y escribía cuentos. La poesía surge en la adolescencia. Por supuesto, eran versos y poemas horribles. Pero hasta hoy me ocurre que encuentro muy malo lo que escribo una vez que lo dejo ir y aparece publicado. Por eso, rara vez vuelvo a mis libros. Comienzo a encontrarles miles de fallas. Palabras que sobran, versos muy pretenciosos… ¡Los reescribiría todos! ¿Por qué la poesía? La poesía es lo que he publicado. Pero también he escrito narrativa. En un par de meses edito con Uqbar una suerte de obra de teatro virtual. Además, tengo un volumen de cuentos inéditos y estoy trabajando en un par de novelas. Hay una que está muy avanzada y espero terminarla este año.
La poesía es lo que me resulta más rápido. Tengo una gran capacidad de síntesis y eso ayuda. De alguna manera, el género lírico es más matemático. Es una ecuación que no puede llegar a dos resultados diferentes. En cambio, la narrativa tiene miles de caminos que puedes recorrer y es difícil acertar y llegar al correcto. En mi caso, comienzo una y otra vez un cuento, por ejemplo, y de pronto me estanco. Creo que esta dificultad tiene que ver con la libertad de dejarme ser, de exponerme mucho más y romper límites. Eso aún me cuesta, pero es el desafío diario de un escritor. Escribir de la manera más honesta posible”.
Jessica Atal siente que sus ancestros árabes marcaron su vida. También fueron los que la llevaron al periodismo.
– “Estuve en un colegio católico y era ‘la turca’, porque los palestinos que llegaron a Chile bajo el dominio del imperio turcootomano lo hicieron con pasaporte turco. En el colegio yo no quería saber mucho de mis orígenes porque estaban asociados a una desvalorización. Mi primer escrito publicado no fue un libro de poemas ni mucho menos. Fue un reportaje que hice en 1988 sobre la Intifadah palestina, a menos de un año de estallar esta revolución en los territorios ocupados por Israel. Este reportaje llegó a manos de Juan Pablo Illanes, editor de redacción de «El Mercurio» en ese tiempo. Sin conocerme, lo publicó de inmediato y me abrió las puertas del diario para seguir colaborando. Escribí sobre diversos temas y en distintas secciones. Entre medio, tuve una librería. Es decir, me rodeaban libros por todas partes. Los vendía, escribía sobre ellos como crítica literaria, y el 2000 asumí como editora general de «El Mercurio-Aguilar». Entonces me tocaba, además de escribir sobre libros, producir las obras de otros autores.
Como empecé a escribir en la «Revista de Libros», a fines de los 80, leía poesía y narrativa de autores consagrados, tanto chilenos como extranjeros. Mi propia escritura quedó marginada. Tenía, como digo literalmente en «Carne Blanca», la autoestima por el suelo. Fue un período de no creer en mí como escritora. Raro, después de todo lo que había soñado con llegar a serlo. Pero todo lo mío, mi creación, la encontraba mala. No volví a pensar en publicar un libro en mucho tiempo. Sólo volví a mi escritura cuando renuncié al diario para dedicarme a mis hijos”.
– Y ahora viene un nuevo género a tu vida ¿De qué trata tu próximo proyecto, es relacionado con el teatro?
– “Le he dado connotación teatral porque se trata de un diálogo virtual. Todo ocurre en un espacio inmaterial. La comunicación se proyecta en la pantalla de un celular. No hay ningún contacto físico con la otra persona, pero afecta nuestras emociones de una o mil maneras. Es una conversación por WhatsApp entre un hombre y una mujer que transcurre en el período de un mes. Quise reflejar aquí el factor neurótico que predomina en este tipo de relación. La soledad que hay detrás. La distancia. La no comunicación, finalmente, que resulta de este tipo de vínculo virtual. Una de las paradojas de nuestro mundo… La lanza Uqbar en octubre. Me encantaría que alguien la adaptara al teatro. Es un drama, sin duda, aunque es cómico. Hay que reírse de uno mismo, hay que vivir así, con mucho sentido del humor. Revertir las cosas, revertir y dar energía”.
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