Retrato en óleo de autor desconocido, ca. 1900, expuesto en el Museo Casa Pagaza
Joaquín Arcadio Pagaza
Joaquín Arcadio Pagaza y Ordóñez (Valle de Bravo, Estado de México, 6 de enero de 1839 - Xalapa, Veracruz, 11 de septiembre de 1918) fue un prelado católico, escritor y académico mexicano.
Realizó sus estudios en el Seminario Conciliar de México, al cual ingresó en 1853; se ordenó sacerdote el 19 de mayo de 1862. Fue asignado a la parroquia de Taxco, la cual dirigió durante ocho meses. Impartió clases en el Sagrario Metropolitano de la ciudad de México, y poco después fue asignado a la parroquia de Tenango del Valle, donde residió ocho años.
Desde su época de seminarista comenzó a escribir poesías, las cuales se dieron a conocer en el periódico La Voz de México por iniciativa del padre Tirso Rafael de Córdoba. De regreso en la ciudad de México se hizo cargo del Sagrario Metropolitano y fue canónigo de la Catedral Metropolitana de la ciudad de México. El 3 de octubre de 1882 fue nombrado miembro correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua y poco después fue elegido miembro de número; tomó posesión de la silla II el 4 de septiembre de 1883. Continuó publicando sus sonetos en las Memorias de la Academia Mexicana de la Lengua, correspondiente de la Real Española y en El Tiempo.
En 1889 la Academia de la Arcadia de Roma le otorgó el título de árcade romano y el seudónimo de Clearco Meonio, el cual deriva de "Kléarcos, quien fuera discípulo de Aristóteles y de Maiónios, natural de Meonia, provincia de Asia Menor, patria de Homero".
En 1892 fue nombrado rector de su alma máter y en 1895 fue consagrado obispo de la diócesis de Veracruz, la cual dirigió desde su sede en la Catedral Metropolitana de Xalapa hasta el día de su muerte. En 1896 tomó parte del V Concilio Provincial Mexicano. Siguió publicando sus poemas y traducciones. Ofició su última misa el 15 de julio de 1918 y murió el 11 de septiembre de ese año en su sede episcopal.
Obras publicadas
Murmurios de la selva, 1887.
María: fragmentos de un poema descriptivo de la tierra caliente, 1890.
Algunas trovas íntimas, 1893.
Realizó traducciones de algunas obras de Horacio y Virgilio, además del libro de Los lagos de la Rusticatio mexicana de Rafael Landívar.
Crepúsculo
Lento desciende el sol y se reclina
en nubes de ámbar, rosa y escarlata;
y resuélvese en lluvia de oro y plata
de los montes lejanos la neblina.
Entre nimbos la estrella vespertina
brilla y treme; en el lago se retrata
el nublado que grácil se dilata
donde rompe la bóveda azulina.
El horizonte aclárase y remeda
voraz incendio, tinte de amaranto
el cielo cubre, el llano, la arboleda.
Y junto al nido el postrimero canto
entona embebecida el ave leda
del sol poniente en el divino canto.
AL AMANECER
Asoma, Filis, soñoliento el día,
y llueve sin cesar, en los cercanos
valladares al pie de los bananos,
mi grey se escuda de la niebla fría.
Las vacas a sus hijos con porfía
llaman de los corrales, en pantanos
convertidos; y ruedan en los llanos
pardas las nubes y en la selva umbría.
Oye, se arrastran sobre el techo herboso
los tiernos sauces con extraño brío
al mecerlos el viento vagaroso.
Que trayendo oleadas de rocío
por las rendijas, entra querelloso.
Prende el fogón, amiga, tengo frío
EL PAPALOAPAN
Escucho aún tu plácida quejumbre,
gigante río. ¡Límpida guirnalda
tu sien orne y del médano la falda
ciñas con aparente mansedumbre!
Del sol hermoso la divina lumbre
retrátese en tu linfa de esmeralda
y en ti se vea tinta de oro y gualda
del Citlatépetl la nevada cumbre.
De tus riberas el papayo rico
la poma ostente en nido de verdura
del tordo herida por el rojo pico
y mézcanse tus palmas en la altura
blandamente agitando el abanico
que al dulce Tlacotalpan da frescura.
LA CUMBRE
¡Soledad y quietud! Monte y más monte
de verdes tilos, álamos y abetos;
grandes peñascos húmedos y escuetos
sin raudales, sin cielo ni horizonte.
No hay alondra que el rigor afronte
del crudo frío en los salvajes setos;
y el negro buitre y céfiros inquietos
se alejan antes de que el sol tramonte.
Y los robles, calada la capucha
de liquen, aunque el cierzo los azota,
mantienen con el sol eterna lucha.
LA PEÑA MAJESTUOSA
De un monte el dorso ríspido y serrado
tiene por trono, y la escarpada cumbre;
se corona en laurel, y su techumbre
las nubes son y el éter azulado.
Por cetro empuña verde y arriscado
monolito de enorme pesadumbre;
las colinas su regia servidumbre
son, y su imperio el valle dilatado.
Se embebece mirando en el bruñido
y liquido cristal su faz severa,
su airoso porte y ademán temido.
Y su música dulce y placentera
son el trueno del rayo y el graznido
del águila salvaje y altanera.
LA ORACIÓN DE LA TARDE
Tiende la tarde el silencioso manto
de albos vapores y húmedas neblinas
y los valles y lagos y colinas
mudos deponen su divino encanto.
Las estrellas en solio de amaranto
al horizonte yérguense vecinas
salpicando de gotas cristalinas
las negras hojas del dormido acanto.
De un árbol a otro en verberar se afana
nocturna el ave con pesado vuelo
las auras leves y la sombra vana;
y presa el alma de pavor y duelo,
al místico rumor de la campana
se encoge, y treme, y se remonta al cielo.
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