Īliyā Abū Māḍī
Nació en al-Muḥaydita, Líbano en 1957 - Murió en Nueva York, Estados Unidos en el año 1957.
LAS FÁBULAS BREVES DEL POETA LIBANÉS ĪLIYĀ ABŪ MĀḌĪ
Por Rosa Yolanda Berzosa Moreno
Universidad de Sevilla
1. ĪLIYĀ ABŪ MĀḌĪ Y SU OBRA POÉTICA
Īliyā Abū Māḍī (1889-1957), poeta y periodista del Mahŷar norteamericano, vivió dos emigraciones, que son los hechos más relevantes de su biografía. Nació en al-Muḥaydita, el Líbano, en el seno de una familia de religión greco-ortodoxa, una minoría dentro del Imperio Otomano al que pertenecía el Líbano. Se trasladó a Alejandría con 11 años, cuando Egipto estaba bajo control británico y era un centro de expansión cultural en el que participaban muy activamente emigrantes libaneses. Abū Māḍī, aunque no recibió una educación reglada, se interesó a la vez por el periodismo y el nacionalismo. También desarrolló allí su vocación poética y compuso un primer diván. Al poco de publicarlo, abandonó Egipto y emprendió la emigración definitiva a Estados Unidos, seguramente obligado por las circunstancias políticas y económicas de sus patrias de origen y de adopción, como les ocurrió a miles de libaneses y de emigrantes de otras nacionalidades, principalmente europeos.
Su primer libro de poemas, publicado en Alejandría en 1911, llevaba el título de Diván de los recuerdos del pasado (Dīwān tadkār al-māḍī). El siguiente, Diván de Īliyā Abū Māḍī (Dīwān Īliyā Abū Māḍī), apareció en Nueva York en 1919, varios años después de trasladarse a Estados Unidos. Ambos son considerados obra de juventud, inmadura y poco valorada, tanto por el mismo autor como por críticos de esa época y posteriores.
Al llegar a los Estados Unidos se instaló en Cincinnaty, hasta encontrar la oportunidad de trasladarse a Nueva York en 1916 y dedicarse al periodismo y a su vocación poética. En 1918 se convirtió en redactor jefe de Mir’āt al-Garb, editada por Naŷīb Diyāb (1880-1936), con cuya hija Dorothy se casaría en 1920.
Allí colaboró con el grupo de emigrantes de Siria y el Líbano que formaron alRābiṭa al-Qalamīya (La Liga de la Pluma o Liga Literaria). En esta asociación, liderada por Ŷubrān Jalīl Ŷubrān (1883-1931) y Mījā’īl Nu‘ayma (1889-1988), participaron —además de Abū Māḍī— otros autores y editores: Nasīb ‘Arīḍa (1887-1946), editor de la revista al-Funūn; ‘Abd al-Masīḥ Ḥaddād (1890-1963), editor de al-Sā’iḥ; su hermano Nadra Ḥaddād (1881-1950); Rašīd Ayyūb (1871-1941) y William Katzeflis (1879-1951). Al-Rābiṭa al-Qalamīya, aunque en la práctica sólo publicó un manifiesto y una recopilación de colaboraciones —Antología de la Liga Literaria (Maŷmū‘at al-Rābiṭa al-Qalamīya, Nueva York, 1921)—, tuvo un papel de primer orden en la renovación de la poesía árabe.
La poesía de Abū Māḍī4 madura y amplía horizontes en esta etapa neoyorquina de su vida. Los arroyos (Al-ŷadāwil, Nueva York, 1927) es considerada su mejor colección, la obra que marca su madurez poética. Se abre con una declaración de principios poéticos titulada “Al-fātiḥa”, —en alusión a la primera azora del Corán, un primer indicio del eclecticismo religioso que compartirá con otros emigrados—, según la cual la poesía se presenta como un toma y daca entre autor y lector, en el que lo esencial son los contenidos y no la forma (el metro y la rima). La nueva orientación poética de Abū Māḍi se manifiesta claramente en los nuevos temas de su poesía: el de la función de la poesía y del poeta, al que incorpora el tópico romántico del poeta visionario; un concepto de Naturaleza que surge de esa forma de visión espiritual, y no de la contemplación material; o el tema del misterio y la búsqueda, que refleja la influencia del misticismo y el esoterismo de los románticos.
En 1928, Abū Māḍī abandonó el puesto de editor de Mir’āt al-Garb, y empezó a publicar (15 de abril de 1929) su propia revista, llamada al-Samīr, que fue semi-mensual hasta noviembre de 1936, cuando se transformó en diaria. Las frondas (Al-jamā’il, Nueva York, 1940) es la última colección de poemas que el autor publicó en vida. No encontramos en este diván un cambio radical de estilo, pero sí una lógica evolución de su poesía en los 13 años transcurridos desde la publicación de la anterior. Los temas sociales están tratados con algo menos de patetismo y algo más de ironía, y abunda la poesía de circunstancias, donde nos habla de su participación en eventos literarios y sociales tanto como de su interés en apoyar iniciativas benéficas. La actitud desengañada que propone la renuncia como ideal de madurez no le impide invitarnos a mantener una actitud positiva ante la vida. También aparece la añoranza del paraíso perdido y la juventud, añoranza que llega a confundirse con la nostalgia de la patria. La búsqueda y el misterio siguen presentes, y queda más clara la imposibilidad de alcanzar la belleza y la esencia del mundo.
Enfermo desde 1950, en la primavera de 1957 dejó de publicar su periódico y vendió su imprenta. En julio ingresó en el hospital, y allí murió el 23 de noviembre de ese año. Tras su muerte, Ŷūrŷ Ṣaydaḥ se encargó de publicar la última recopilación de poemas de Abū Māḍī, con el título de Oro y polvo (Tibr wa-turāb, Beirut, 1960).
2. las fábulas
La fábula es un relato breve, en prosa o en verso, del que se extrae una enseñanza y que está protagonizado en muchos casos por animales, pero también por seres humanos, dioses e incluso conceptos abstractos. El relato puede tomar la forma de un diálogo o un monólogo, pero siempre es el relato de algo irreal.
Como ocurre con otros géneros, su definición resulta problemática; sobre todo es difícil distinguir la fábula de la alegoría. Por ejemplo, “El cántaro” (Al-ibrīq, pp. 239-241), uno de los poemas de Abū Māḍī que no se incluye entre sus fábulas, es un relato protagonizado por un ser humano y un cántaro —lo que proporciona el grado aparente de irrealidad— y nos ofrece una moraleja implícita. Pero la moraleja no surge de lo que cuenta el poema ni de los actos ni de las opiniones expresadas en los parlamentos respectivos, sino de la comparación —o alegoría— del cántaro y el ser humano. En la fábula, la enseñanza surge del relato; en la alegoría, es el relato el que surge de una moraleja previa.
Entre los muchos cultivadores de la fábula tradicional destaca en primer lugar la figura legendaria de Esopo en Grecia, a la que se atribuyen historias que luego recogería en Roma Fedro (s. I), que añade la versificación y las aspiraciones literarias. La Fontaine (1621-1695)9, sin duda el más conocido, se inspira en la tradición esópica y defiende el derecho del poeta a utilizar la imaginación y el sueño, la “mentira”, para presentar una imagen de la realidad de una forma que permite escuchar la verdad ofensiva. El género se puso entonces de moda, y aparecen otros significativos cultivadores: Florian (1755-1794) también en Francia, y en España, Samaniego (1745-1801) e Iriarte (1750-1791)11. Siguió cultivándose en época romántica y en la Nahḍa árabe.
Si el género apologético no es ninguna novedad en la literatura árabe, la poesía narrativa sí lo es. Y es una de las novedades genéricas que cultivan asiduamente los poetas del Mahŷar en el norte y el sur de América, especialmente las alegorías y los viajes imaginarios, junto a narraciones históricas y sociales. La obra de Ŷubrān abunda especialmente en alegorías y breves relatos alegóricos de contenido filosófico y moral.
Entre las fábulas que encontramos en los divanes de Abū Māḍī, un grupo pertenece a este género de alegoría romántica, y otro, a la más pura tradición de Esopo y La Fontaine, lo que constituye una característica propia. Al poeta siempre preocupado por las cuestiones morales que fue Abū Māḍī tenía que atraerle este género, y pudo conocer la obra de La Fontaine antes de salir de Egipto.
En Los arroyos, Las frondas y Oro y polvo encontramos muchos ejemplos de poesía narrativa o alegórica. Al-Nā‘ūrī15 clasifica su poesía narrativa (qiṣṣa ši‘rīya) en poemas breves y poemas extensos. Esta división, puramente formal y en principio muy vaga, resulta conveniente a la hora de estudiar las fábulas de Abū Māḍī, porque se corresponde con toda una serie de características formales y temáticas.
Las fábulas breves que nos ofrece Abū Māḍī son morales o satíricas sobre todo; las extensas son sobre todo filosóficas, aunque los planteamientos que exponen obliguen a extraer consecuencias morales. El primer grupo concuerda con la tradición de las fábulas esópicas, y el segundo, con las alegorías románticas que exponen ideas abstractas. El primer grupo aparece en Los arroyos y en Oro y polvo, pero no en Las frondas.
En los poemas extensos, Abū Māḍī aprovecha el mayor número de versos para variar metros y rimas, y dar una mayor extensión y desarrollo a la narración y el diálogo. Los personajes no son animales o elementos de la naturaleza, sino seres humanos o deidades genéricas. A diferencia de lo que ocurre en las fábulas breves, el único ejemplo de fin trágico es la muerte del poeta protagonista y del tirano en “El poeta y el rey tirano”. La intención satírica que se trasluce en alguno de los poemas breves está ausente; y los defectos y errores que se critican no se adjudican a un tipo específico de ser humano, sino al género humano en general. La temática es plenamente romántica y se centra casi en exclusiva en la función de la poesía y la relación del poeta con el mundo.
Fábulas extensas, alegóricas y de corte romántico pueden considerarse dos poemas aparecidos en Los arroyos: “Las tres visiones” (Al-ašbāḥ al-talāta, pp. 105-113) y “Ella” (Hiya, pp. 118-121); y cuatro de Las frondas: “El poeta y el rey tirano” (Al-šā‘ir wa-l-malik al-ŷā’ir, pp. 221-231), “Deseo de diosa” (Umnīyat āliha, pp. 242-247), “El poeta en el cielo” (Al-šā‘ir f ī l-samā’, pp. 333-337) y “La eterna historia” (Al-usṭūra al-azlīya, pp. 434-449).
Aunque tanto un grupo como otro pertenecen al mismo género, que no ha
dejado de cultivarse y acoplarse a los parámetros estéticos de cualquier época literaria y lugar, aquí nos limitaremos al análisis de las fábulas más breves y tradicionales.
3. las fábulas breves de los arroyos
De los 11 poemas que se adscriben al género de la fábula tradicional, 8 aparecen en Los arroyos. En ellos Abū Māḍī rompe con la tradición de la casida árabe clásica, aunque respete los metros tradicionales y la rima única, con una sola excepción. Rompe desde el punto de vista formal, por su misma brevedad, pero sobre todo por su contenido, que permite incluirlos entre las fábulas más tradicionales.
Los poemas de este grupo incluyen a veces diálogos, pero ofrecen sobre todo monólogos, que recogen las quejas de los protagonistas16 y nos exponen su frustración. Esta insatisfacción conduce por lo general al fracaso del protagonista y a un final trágico, que a veces está motivado por el enfrentamiento de dos seres o dos colectivos. Los personajes son animales, plantas o elementos inanimados de la naturaleza. El ser humano aparece únicamente en el caso de “La ermitaña”.
“Las ranas y las estrellas”
(Al-ḍafādi‘ wa-l-nuŷūm, pp. 21-22)
La rana gritó al ver alrededor,
en el agua, la sombra de los astros:
— ¡Compañeras, mis tropas, concentraos!
Los enemigos han cruzado
en la noche las fronteras.
Expulsadlos, y expulsad con ellos a la noche,
que también es injusta y criminal.
El eco de este grito viajó en las tinieblas.
La orilla se llenó de bultos y figuras.
Vibró la piel del agua febril con sus croares,
mientras la noche guardaba silencio.
Cuando rasgó la aurora los velos de la sombra,
y se desvanecieron sus vestigios de la faz de la tierra,
se fue pavoneándose
como un rey victorioso entre sus jefes.
— ¡Alegraos conmigo —dijo luego—,
ahora estamos a salvo de una trampa terrible!
Si no hubiéramos vencido a estos luceros
que nos han atacado, nos habrían
hecho sentir su ley inapelable;
se habrían instalado en nuestra tierra,
logrando un bienestar
que entre las nubes no hallarían.
¡Oh, Historia: deja escrito que somos
una nación que ha vencido a las mismas estrellas!
“El asno disfrazado”
(Al-‘ayr al-mutankar, p. 29)
Afirma el sabio que hubo una vez un asno
que estaba triste porque no lo llevaban a la plaza.
Y un día lo llevaron, le cortaron la cola con tijeras
y sus agudos filos le asaltaron las orejas.
a el domador montábase a sus lomos,
y aún sus flancos inspiraban sospechas al jinete.
Pero siguió dudando hasta que oyó
una voz que se alzaba, como la de los genios;
desenvainó el acero y cortó su cabeza,
y arrojó su cadáver a los cuervos.
Mientras a todo ser viviente le acompañe
su propia voz,
¡que no esconda al asno la piel del caballo!
“La piedra pequeña”
(Al-ḥaŷar al-ṣagīr, pp. 37-38)
Oyó un gemido la noche estrellada
que envolvía la blanca ciudad.
Se inclinó sobre ella, como quien conteniendo
el aliento prolonga su escucha en silencio.
Vio a sus gentes dormir como a la Gente
de la Caverna, sin ruido ni alboroto.
Y vio detrás la presa de sólida estructura,
y el agua, que un desierto parecía.
Venía aquel gemido de una de sus piedras
que se estaba quejando de su ciego destino.
— ¿Qué hago yo en este mundo,
si en él no soy nada, ni siquiera polvo?
No soy mármol para hacer estatuas,
ni roca para edificar.
No soy tierra que absorba el agua,
ni agua que riegue los ricos jardines.
No soy perla por la que suspire
la bella joven, llena de hermosura y de gracia.
No soy una lágrima, ni un ojo,
ni un lunar, ni una rosada mejilla.
Soy una piedra gris y diminuta,
sin belleza, sin ciencia, sin ingenio.
Dejaré esta existencia y me iré en paz,
porque me he hartado de seguir viviendo.
Y abandonó su sitio, quejándose
a la tierra y los astros, al cielo y las tinieblas.
Pero, cuando la aurora abrió sus párpados,
la inundación cubría la blanca ciudad.
“La higuera necia”
(Al-tīna al-ḥamqā’, pp. 46-47)
Una higuera de tiernas ramas, alta,
dijo a sus compañeras al llegar el verano:
— Maldito sea el destino que en la tierra me puso,
que me dio a mí belleza para que otros la miren.
A mí misma concederé mis dones
y los demás no verán ni rastro.
¡Es más de lo que puedo soportar,
que sean para otros,
no para mí, la sombra y el fruto!
Soy la meta de aves y de bestias,
pero no veo qué meta tengo yo en la vida.
Recortada mi sombra a la medida de mi cuerpo,
sin que sobre ni falte,
no tendré fruto si no estoy segura
de que no se me acerque ni pájaro ni hombre.
Volvió la primavera, con su cortejo, al mundo,
se ornaron y vistieron de brocado los árboles.
Y siguió desnuda la higuera ignorante,
como piedra o estaca en la tierra.
El dueño del huerto no soportó verla
y la arrancó, y fue a consumirse en el fuego.
Quien no es generoso con lo que la vida le otorga
es un ignorante que por codicia se pierde.
“La hija de la noche”
(Ibn al-layl, pp. 96-98)
La luna llena se erguía sobre el bosque
una noche y vio al zorro pasar furtivo entre las viñas;
cada vez que una sombra aparecía,
temeroso de ella estremecíase.
Y vio un feroz león junto al estanque,
llenando de rugidos el valle, cada vez que advertía un murmullo,
mientras corría el agua entre las piedras, temerosa
y sombría.
Y un chacal vio a la luna columpiarse en el espacio,
como un rey rodeado de luceros, sus soldados y esclavas
y dijo: — Si fuera compañero de la luna, o la luna del cielo ,
o su sombra,
no me preocuparía la irrupción del pastor, ni el perro experto
y sus ataques.
Pero el león, al ver a la luna burlona, le dijo:
— ¡Hija de la noche , sea lo que sea
lo que me apetezca, no me apeteces tú;
eres brillante pero seca, no hay caza en ti
ni junto a ti!
Tuyo es este horizonte, pero es también de las estrellas.
Si fueses un león con colmillos y garras
no dañarían tu blanco rostro las miradas de los zorros.
¡Preserva tu belleza!
“La ermitaña”
(Al-nāsika, pp. 124-126)
Vi en el campo, cerca del ocaso,
una espiga que, al pie de la colina,
se cimbreaba inclinando la cabeza, como adorando al sol,
o como recitando la oración de la tarde.
Me aburrí de la ermitaña del campo
y, sin esperar a mi sombra,
me puse a recoger y aventar el grano, a echarlo luego al fuego,
sacando de él para mi cuerpo alimento.
El sol se ocultaba detrás de las cimas,
callaron los pájaros que aún no dormían,
pero mi hoguera siguió creciendo, y seguí comiendo lo que se cocía.
¡Qué bueno el fuego, qué sabroso el asado!
Yo hacía mi gusto y me divertía.
Y hete aquí que una voz no esperada me grita:
— ¡No es grano ni espiga lo que el fuego consume, lo que consumes tú,
sino tus ilustres antepasados!
Ni hombre ni pájaro había.
¡Cosa extraña: una voz y nadie hablaba!
¿De dónde llegaría la voz? No lo sé, pero la ermitaña del campo
levantó la cabeza hacia lo alto.
“El riachuelo ambicioso”
(Al-gadīr al-ṭamūḥ, p. 138)
Decíase el riachuelo:
— ¡Ojalá fuese un caudaloso río,
como el Éufrates dulce
o el Nilo, que abundante se desborda,
que los barcos navegan abrumados
de copiosas provisiones!
Sólo quien es vulgar
con los deseos vulgares se conforma.
Y hacía el río fluyó rápidamente,
sin entretenerse en el verde prado.
Mas, cuando allá llegó,
el bramido acalló su murmullo.
“El cuervo y el ruiseñor”
(Al-gurāb wa-l-bulbul, pp. 201-202)
Dijo el cuervo al ver el afecto apasionado
de los hombres por el ruiseñor canoro:
— ¿Por qué no me adoran a mí los oídos como a él,
qué diferencia hay entre mis alas y las suyas?
Yo soy más fuerte y tengo las garras más agudas,
¿por qué la gente se olvida de alabarme?
— ¿Es que separo a los que se aman
o enturbio las delicias y alegrías?
Hay muchos líquidos semejantes al vino,
¿por qué no se les venera como al vino?
La suerte no es de los cuerpos y sus formas.
Todo el misterio está en los espíritus.
La voz es un don del cielo, y el cielo
no se complace más que en el cantor.
El destino sentencia, y si criticas al destino
te corta el cuello el cuchillo del ejecutor.
“Visión”
(Ru’yā, pp. 512-513)
Visiones en el sueño... ¡Cuántas veces en sueños
se muestra la verdad de las cosas!
Yo soñé que pasaba
por un jardín de seductora opulencia.
Una alfombra de luz en sus senderos,
el perfume en las brisas y las sombras.
La hierba era un brocado ondulante;
el aire, luz y luz.
Y resonó una voz como un gañido en mis oídos,
y tras mí unos colmillos rechinaron.
Volví la vista, sorprendido, en busca
del sonido que escuchaba. No estaba en un desierto.
Detrás de mí, en el huerto, había un perro,
ávidos los ojos, resecas las entrañas,
a punto de asomar las venas en su piel,
y con ellas su ansia de mi sangre.
Temiendo que clavara sus colmillos en mi traje,
le di una patada, y voló mi zapato.
En él hincó los dientes
como si los hincara en el fénix,
se lo llevó a sus compañeros
y se lo repartieron, jubilosos,
pues era buena cena.
Nadie se extrañe si me ve descalzo:
me han roto los zapatos las lenguas de los necios.
“Segunda visión”
(Ru’yā ṯāniya, pp. 514-516)
Volví a soñar, cuando aún no se habían marchado
del mundo las tinieblas.
Vi una langosta, con los miembros exhaustos,
echada en una ciénaga, mirar embelesada el horizonte
con pupilas heridas, insultando a las estrellas de Géminis.
— ¿Qué te ha pasado?, dije. Pero no respondió.
Pregunté a sus amigos y ellos me contestaron:
— Nuestra compañera es testimonio
de lo que es burlarse de los buenos consejos.
Cuando tenía hambre, un grano de mostaza le bastaba,
y una gota de agua cuando tenía sed.
Oyó hablar de un río en el cielo y de un paraíso
que no se secaba, que no perecía,
cuyos frutos tenían perfume,
sus ríos miel, y su rocío hechizo.
Y no quiso ya vivir en la tierra,
yaciendo en el polvo.
Echó a volar por el espacio,
hasta que se cansó y cayó a la tierra.
Volvió al mundo para el que fue creada,
pues no fueron creados los insectos para el aire.
Ésta es su historia: en ella hay un aviso
para los insensatos que son como esta necia.
“Un gusano y un ruiseñor”
(Dūda wa-bulbul, p. 559)
Un gusano, que por la tierra andaba deslizándose,
miró hacia un ruiseñor que volaba cantando,
y se puso a quejarse, a las hojas caídas
en el campo, de que no tenía alas.
Una hormiga llegose a él y dijo:
— Confórmate y calla, mejor es para ti.
Si deseas ser pájaro, sólo deseas ser
pájaro al que dan caza y sacrifican.
Aférrate a la tierra, que ampara a los gusanos,
y deja las palabras, que el silencio es más grato.
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