Fernando Garavito
Fernando Garavito Pardo (Bogotá, Cundinamarca, Colombia, 1944 - Nuevo México, Estados Unidos, 28 de octubre de 2010) fue un periodista y abogado colombiano. Bachiller del Colegio mayor de San Bartolomé, Garavito se graduó en derecho en la Universidad Javeriana.
Desde 2010 era editor adjunto de la revista digital Razón Pública.
Paramilitarismo y exilio
Fue redactor, editor y director de distintos medios de comunicación. En 1998 se vinculó al diario colombiano El Espectador, donde se hizo conocer por su columna de opinión, “El Señor de las Moscas”. Debido a sus opiniones en esa columna Garavito fue amenazado por paramilitares y estuvo obligado a exiliarse fuera de Colombia.
Caso Banco del Pacífico
Cuando escribió el artículo “¿Por qué los autores del desfalco a la Nación a través del Banco del Pacífico ocupan los más altos cargos administrativos del nuevo gobierno del Presidente Uribe Vélez?” fue despedido del diario El Espectador.
Obras
Poesía
Ja, 1968-1976, 1976
Ilusiones y erecciones, 1989
Periodismo
La campaña electoral (1980-1982): reportajes de Juan Mosca, 1983
El corazón de oro, 1993
Jaime Castro: tres años de soledad, reportajes de Juan Mosca, 1993
País que duele: una década en la historia de Colombia (1985-1995), 1996
El vuelo de las moscas, 2003
Como editor
Diez poetas colombianos, 1976
Cien mujeres colombianas: (antología de poemas), 1992
Como colaborador
Biografía no autorizada de Álvaro Uribe Vélez (el señor de las sombras) de Joseph Contreras, 2002
Otros
Bogotá: ayer, hoy y mañana, 1987
Ricardo Medina Moyano: vida, obra y pensamiento jurídico, 1993
Querido Ernesto: esbozo sobre Ernesto Samper, 1993
Eduardo Umaña Luna: un hombre, una vida, un país, 2001
Paramilitar para paramilitares, 2006
Banquete de Cronos: 1944-2007, 2007
Reconocimientos
En el año 2001 obtuvo el Premio de Periodismo Simón Bolívar, por su investigación sobre la tragedia del Palacio de Justicia.
Fallecimiento
El reconocido comunicador sufrió un accidente de tránsito en Nuevo México, Estados Unidos, el día 28 de octubre de 2010.
Mi vida esta llena de consecuencias insufribles
Primero estudio
el modo de comportarme
a la hora del almuerzo,
y me enseñan seis versos que prohíben
subir los codos
pegarle a mis hermanos
y cantar en la mesa.
Después aprendo
a besar a mis primas
a decirles “Ximena” secamente;
a bailar en familia;
a no decir palabras
que digan los chinos de la calle,
a estudiar por la noche,
a rezar con las manos puestas,
a cortarme el pelo los primeros domingos;
después me enseñan
a dar el brazo
para que las señoras suban escaleras;
a dar la mano
para que las señoras bajen los buses ;
a dar el brazo
para entrar a la iglesia;
a dar la mano
sólo cuando la extiendas los mayores;
a decir “ si señor” , “ si señora”,
a caminar despacio,
a no ensuciar la ropa,
a peinarme a las siete ,
a leer en la cama
con la pantalla puesta,
a no hurgar las narices,
a no espichar los barros ,
a no morder los lápices,
a no cruzar las calles sin mirar el semáforo,
a orinar solo en casa ,
a bañarme los dientes,
a jugar ajedrez con el abuelo
Después del colegio
aprendo a llevarle regalos al maestro,
a vender arequipe en los bazares,
a mirar de reojo cuando digan groserías
a no soplar en clase ni en exámenes,
a decirle “señorita Othmar” a mi maestra,
Después aprendo
a comerme las uñas.
Son Neto
Manuela
Estoy aquí, desnuda, bajo tierra.
No me juzga el amor, no me conmueven
la muerte ni el silencio ni la leve
sensación de no ser. Nada me aterra.
Y sueño todavía. Sueño el breve
encuentro del amor, sueño caricias,
sueño el beso profundo, la primicia
de una boca en sazón. Sueño la nieve.
Sueño lo dulce del amor, la mano
que se hunde en mi cuerpo dulcemente.
Sueño el fuego y la sed, sueño el verano,
sueño los labios secos. Quedamente
sueño un nombre tras otro, sueño vano:
Hace siglos partí hacía el poniente.
Ejercicios de soledad
Estamos solos la mosca y yo
en esta tarde de sábado.
No intento sorprenderla como ella,
que surge sin saber cómo
mientras levanto la vista del libro donde leo
de atardeceres y congojas.
Lo más admirable de la mosca no es su vuelo geométrico
ni su lenguaje de figuras,
sino esa suerte echada que la distingue
y que la obliga a aceptar el destino
de haber llegado a morir a este sitio sin boñigas,
donde el único horizonte posible es la almohada.
Es evidentemente joven la mosca,
de pequeño tamaño, silenciosa, casi aséptica,
ni siquiera con el deseo de encontrar una borona,
un compañero,
con el que pueda hablar de sus preocupaciones de mosca
-que yo ignoro-,
de viajes al basurero y a los desperdicios,
que ella haría con actitud deportiva en caso de no haberse
extraviado aquí
lejos de sus hermanas.
Sé bien que las moscas no son acariciables
menos con el pensamiento,
de suerte que me acostumbro a pensar en ella
como un hecho súbito que surge y desaparece,
para nada necesitada de mí o de mi creencia,
satisfecha consigo misma en sus esguinces y rincones.
Esta mosca es lo menos mosca que haya conocido,
pero ella debe saberse mosca para ser tan encantadoramente solitaria:
toda clasificación parte de mí, a ella la tiene sin cuidado
ser mosca u hombre o elefante,
en su fuero íntimo le importará poco que ella sea hombre y yo mosca,
y no se extrañará de no verme volar
cuando compruebe que llevo mis dos patas a la cabeza
y la sacudo para que produzca palabras y pensamientos,
o cuando suene el teléfono trayéndome tus noticias
o cuando me siento descuidadamente cerca del periódico,
mientras le ayudo a que aparezca muerta y ya. Como yo, como todos.
LAS VACAS
Una vaca no es sólo un animal de cuatro patas y con cuernos:
yo creo que ella es la obra maestra de la naturaleza.
Cuando en su potrero se dedica a mirar silenciosamente el horizonte
la vaca es una poesía que come pasto y piensa.
Así deberían ser todas las poesías que se escriban.
Comer pasto y pensar, bien puede ser el secreto ideal del género humano,
sólo que entre nosotros las cosas se dan de otra manera:
las poesías se escriben para plantear temas trascendentales,
pero, pregunto yo, ¿qué puede ser más interesante que una vaca, con sus gruesos labios verdes y su cola,
hecha a propósito para espantar moscas y sacudir la modorra de las tardes de invierno?
En estas, cuando todos queremos sentarnos frente a la chimenea a hablar de lo que hubiera podido ser si tal cosa o tal otra
o a oír cómo crepita el fuego mientras forma derrumbes de catedrales y ciudades
que consume con una voracidad implacable y sin tregua
(derrumbes a los que asistimos con el sorprendido secreto encanto
de quienes hubieran querido participar en esas demoliciones),
comprendemos de pronto por qué las vacas no son memorialistas ni filósofos,
sino unos simples paréntesis de blanco y negro en los brillantes colores del paisaje.
Lo más encantador de las vacas es que sencillamente sean vacas, sin pretender nada más.
¿Para qué quisieran ser hombres o caballos,
o inclusive empleados de ferrocarril que llevan de un lado a otro sus
gusanos de luz noche tras noche,
mientras exigen los tiquetes y los perforan con sus precisos ruidos
metálicos,
que nos separan de lo que amamos y nos impiden volver cuantas veces quisiéramos, donde quisiéramos,
para estar con quien nos gusta estar porque nos gusta?
Entre tanto las vacas pertenecen a sus potreros
y nada las agita ni las saca de su parsimonia.
Ellas se inventaron la auténtica sabiduría del silencio.
Cuando las llevan al abrevadero o las cruzan con los sementales
no están obligadas a mostrar ningún entusiasmo,
simplemente van porque no tenían nada mejor qué hacer en ese momento
y mientras los toros se agitan sobre ellas en estertores ridículos,
continúan con su distendido cuello mustio debajo de las orejas
hasta que, cuando todo termina, se limitan a sacudirse la molestia con un trotecito.
Ah, pensar en las vacas es sentirse un poco como ellas,
sentir que uno nació para algo muy distinto que para convertirse en bife,
pero es triste estar irremediablemente hecho de trozos que terminarán por distribuirse en platos de restaurante
y que se dejarán al fuego según el gusto de los señores comensales que es siempre distinto,
de tal manera que algunos piden su porción término medio y otros un cuarto y otros bien asada,
y, mientras esperan, sienten una cierta ansiedad en la saliva y en el
vientre.
Pero no se trata de utilizar a la vaca como una herramienta para pensar.
Se trata de llegar a tener pensamientos de vaca sin llegar a ser vaca,
lo cual no es difícil porque ellas sólo piensan en el pienso,
pensamiento en el que algunos las pondrían en el peligro de ubicarlas al comienzo de una nueva gramática.
Las vacas, supongo, son seres sin ortografía ni melindres.
Van por el camino dejando sus bostas donde menos se espera,
sin necesidad de detener al rebaño para un oficio tan secundario,
que a ellas las deja indiferentes aunque, para qué negarlo, levemente satisfechas y descansadas.
Las vacas son pésimas para subir escaleras y para avisar que están perdidas.
De ahí que los cencerros suenen con esa tristeza encerrada
en la que muchos seres urbanos creen ver cierta poesía de las cosas del campo.
Cuando a las seis de la tarde vuelven a los establos
después de un día de agruparse debajo de los árboles, fuera de los
sembrados,
a las vacas lo que menos les interesa es perderse de la sal que las espera en la batea común bajo las lámparas de kerosene.
Es entonces cuando recogen las experiencias de la jornada,
que las van preparando para saber en qué momento les llegará la hora de tenderse,
si quieren evitar que el porrazo de la muerte sea tan estruendoso
que sobresalte el sosegado rumiar de las demás y las distraiga de su oficio
de hacer el horizonte a punta de miradas.
"Un niño es": " Un niño es una cosa barrigona...es además, salvo los pantalones, algo igual a una niña. Un niño es un individuo cruel que tira piedras, que cuando puede monta en bicileta y cuando no compra un helado para tirarlo en la primera página del diario ; toma leche y juega a los vaqueros; juega futbol para aprender a dar patadas; da patadas; desespera a su gato , mete la cucharada, chilla, aulla; es mentiroso, quiere ser presidente, se hurga las narices, se rompe las rodillas...y toma gaseosa a cada rato. Un niño es una cosa barrigona; es, adem{as, salvo los pantalones, algo igual a una niña".
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