Carlos Frias de Carvalho
Carlos Frias de Carvalho poeta y escritor, nació en 1945 en Seiça - Ourem, Portugal.
Es autor de una veintena de libros que incluyen: "o comboio do tempo", "antes da água", "vinte e cinco pétalas para débora", "barco de papel", "escrita da água poema a una diosa índia", "ribatejo e além" e "lugares do vento".
Del poemario la Sustancia de la sombra (Visor, 2014), del poeta portugués Carlos Frias de Carvalho, magistralmente traducido por Rita Custódio y Àlex Tarradellas. Una poética interesante, influida por la poesía del silencio, el haiku y las cantigas galaico-portuguesas, que indaga en el vuelo, la naturaleza, las brumas de amores frágiles, y en lo que separa el sueño de la luz.
resina
antes de la montaña
el piñal vigila
la fina calima
rara claridad
de una combustión
lenta de resina
Traducción: Rita Custódio y Àlex Tarradellas
resina
antes da montanha
o pinhal vigia
a poalha fina
rara claridade
duma combustão
lenta da resina
Poemas a una diosa india, de Carlos Frias
por Clara Janés
Poemas a una diosa india
Estamos ante un libro excelente y modesto, que exhala poesía sin imponerse. Se abre y un aroma se escapa y extiende en derredor, el aroma de la verdadera poesía. Y en cada página asoma el poema, siempre breve, como un haiku, ligero como el vuelo de un pájaro, tímido, como la sombra del ala, deslumbrante como el súbito relámpago que abre el espacio a otra realidad. Es la realidad del absoluto que está fuera del transcurrir, alcanzada a través del amor.
Vemos la unión de amada y naturaleza, la importancia de las horas del día y de la noche. Y en ésta el sueño, estado de entrega y de indefensión y por lo mismo de plenitud del amado a ojos del amante, aunque Holan vio otra posibilidad —que ciertamente existe— cuando escribió: «no nos sentimos a gusto ni junto a los que duermen,/ pues no sabemos dónde se detendrán».
Pero esta amada es diosa y por tanto no huye. Es una amada que asume todos los papeles, es savia, agua, fuego, arcilla, es tiempo mientras en torno es el infinito, es diosa del rocío y de la niebla, es también un puma, se identifica con el maíz?
Nos hallamos en un mundo, ya lo he dicho, lleno de color, de flores, pétalos, plumas —como detectamos también en la poesía azteca desde el "Canto de las bellezas del día", los "dadores del verde, dadores del amarillo", hasta la serpiente emplumada, e incluso aquella de dos cabezas que se halla en el British Museum, recubierta de turquesa verde con dientes de nácar en la que pensamos al leer este poema: "inundaste de verde el suelo de sangre / y en el refugio remoto del bosque / dolor y grano con el mismo gesto recoges". ¿Nos remite al sacrificio humano? ¿Al cuchillo de obsidiana arrancando el corazón de una mujer y a la verde hierba de su tumba de tierra? ¿Se trata acaso de la verde turquesa de máscara o la que recubre la calavera?
Todo son destellos, alusiones que uno capta sin necesidad de explicárselas. Pero al final la palabra adormece hasta la furia del volcán, aunque no somete a la imagen ni a la metáfora. Imagen y metáfora lo vencen todo, laten en todo el libro, un libro que contiene auténtica poesía, poesía que emite irisación, como la perla y que, como ésta, cuando está en la concha, es secreta. Ahora el lector tendrá que abrir las valvas, las tapas del libro y, al hacerlo, recibirá asombrado los siete colores del arco iris.
- Poemas -
pelos trilhos milenários te ocultaste
pelos trilhos milenários te ocultaste
sempre mais quando te despias
dos nomes que mudavam com as luas
por milenarios trillos te ocultaste
por milenarios trillos te ocultaste
más y más cuando te desnudabas
de los nombres que cambiaban con las lunas
* * *
nada separava o rio da montanha
nada separava o rio da montanha
porque tu eras a fúria da cascata
a primitiva água feita ave
nada separaba el río de la montaña
nada separaba el río de la montaña
porque tú eras la furia de la cascada
el agua primitiva trocada en ave
* * *
no cimo da araucária eras o tempo
no cimo da araucária eras o tempo
divino a deslizar como serpente
em asas de lume só por dentro
en lo alto de la araucaria eras el tiempo
en lo alto de la araucaria eras el tiempo
divino que tal serpiente se desliza
en alas de luz solo por dentro
* * *
por debaixo das escamas escondias
por debaixo das escamas escondias
todo o fogo com que queimavas
ao leve sopro da língua
debajo de las escamas escondías
debajo de las escamas escondías
todo el fuego con el que quemabas
al leve soplo de la lengua
* * *
aos confins das praias foram dar
aos confins das praias foram dar
as pétalas e as plumas destroçadas
melodia de bagas em dunas frias
a los confines de las playas fueron a dar
a los confines de las playas fueron a dar
los pétalos y las plumas destrozadas
melodía de bayas en dunas frías
* * *
em atacama guardaste na poeira
en atacama aguardaste na poeira
a rosa aberta ao fogo
nome doce de puro orvalho
en atacama guardaste en el polvo
en atacama guardaste en el polvo
la rosa abierta al fuego
dulce nombre de puro rocío
* * *
quando te evoco a sombra se ilumina
quando te evoco a sombra se ilumina
ainda mais à noite mais escura
e nunca saber se me ouves é esta sina
cuando te evoco la sombra se ilumina
cuando te evoco la sombra se ilumina
ahora más de noche más oscura
y nunca saber si me oyes es este destino
* * *
à noite contava as estrelas e seguia
à noite contava as estrelas e seguia
o cruzeiro do sul que te iluminava a ti
e as constelações que não havia
la noche contaba las estrellas y seguía
la noche contaba las estrellas y seguía
la cruz del sur que te iluminaba
y las constelaciones que no había
* * *
deusa do orvalho e da neblina
deusa do orvalho e da neblina
há em ti uma linha só de abismo
aberta como ferida no poema
diosa del rocío y de la niebla
diosa del rocío y de la niebla
hay en ti una línea sólo de abismo
abierta como herida en el poema
La poesía de Carlos Frias de Carvalho es una insistente vuelta a los orígenes, en su caso los orígenes son la tierra, el campo de la infancia, la naturaleza, a través de la cual el cuerpo aprendió a habitar el mundo, a través de la cual los ojos fueron estableciendo jerarquías de sentidos, apegos múltiples, sabores relacionales, taxonomías elementales para un uso futuro cada vez más complejo. El vocabulario esencial de sus poemas viene así de la experiencia directa apurada por la maceración de la vida y por la depuración científica: palabras de campesino sin arreos y sin intereses que no sean los del acto mágico de nombrar y de este modo dar sentido a las cosas, pero también de una sabia alquimia de equivalencias, que busca en lo particular inmediato y fortuito el eco de lo general y necesario. Nada hay que los frutos de la luz, las ardicias de la sed, la sensualidad de los caballones o el ansia casi religiosa de las espumas de vuelta de las piedras no pueda explicar. Ese es el modo de ser de esta poesía de un urbano a la fuerza, para el cual es sabiduría tanto el amor a la exacta persistencia de laboratorio, como el deleite de una ruralidad mítica hallada en los pasos de una infancia atenta y solitaria.
En esta poesía se mantiene, pues, la tradición de los poetas de la tierra, que fueron muchos en la literatura portuguesa, pero hay también un soplo más general, un soplo ibérico, que marca el compás a través de la melodía lorquiana, sobre todo la de Canciones, fluyendo en una simplicidad aparente, tocada por ritmos populares, donde habita una imaginería rural que recuerda a veces a Miguel Hernández.
En este libro, con todo, el soplo ibérico se vuelve hispanoamericano y cruza el océano para unir el paisaje a ras de tierra y a ras de agua de los libros anteriores con esa nitidez trascendente y misteriosa, fundadora de otro modo de ser y de sentir, que son las alturas andinas, invocación que se da en el poema inicial «un día subiré a machu pichu», dedicado a Pablo Neruda. La tonalidad de este poema es la montaña, la elevación, todo en él refleja la base y la cima, desciende de/sube a las alturas «entre la niebla y el sol» y define un paisaje circular varias veces nombrado o evocado en los poemas del libro.
Carlos Frias de Carvalho entra aquí con ardor en ese espacio suyo imaginario que es la América hispana (Méjico, Chile, Perú), a través del emblemático lugar al que también Neruda dio especial relieve en su Canto General. Y rinde homenaje al que es uno de los mayores poetas hispanoamericanos, al cual la generación del autor siempre tuvo un especial cariño, por haber aprendido a leer poesía con sus versos, aquella poesía que ardía durante largas horas de resplandor lunar y vino, lanzada con vigor a los fantasmas de la noche. Carlos Frias de Carvalho, como Neruda, hijo de ferroviario, se habituó a ver definir recorridos mediante un sencillo gesto de aguja: líneas que se cruzan, líneas que se apartan, velocidad, vértigo. Neruda, de cuya mano el autor del presente libro, entró en la poesía hace muchos años ya, cuando publicó Primer Cántico, como entonces observó Urbano Tavares Rodrígues.
Pero esta América se encarna en una figura concreta, como el subtítulo del libro indica: poema a una diosa india. ¿Quién será esta Diosa? Sospecho que nunca lo sabremos. Ella existe en los intersticios de las palabras que la nombran como si con dos pequeñas manos quisiésemos agarrar toda la arena del mundo. Todo este poema habla de ella, es ella o su centro, sus periferias, pero no tiene rostro, no tiene cuerpo, tal vez por ser una Diosa. Libro de un encuentro que debe acabar en desencuentro; un día, a la búsqueda del misterio, el poeta tendrá como meta subir a la montaña, buscar la elevación, mientras que su diosa descenderá al mundo, en busca de la vida por vivir.
La circularidad es el horizonte de este libro, cuyo centro es la montaña. El círculo es la figura ritual por excelencia. En él están el principio y el fin, la perfección. Pero el círculo puede ser también un círculo de fuego, simbolizar la prisión de amor, la febrosidad, los giros de la pasión deslumbrante, la clausura y la desesperación. El amor, en este libro, se transfiere metonímicamente al paisaje y se torna homenaje a un todo que engloba la naturaleza y la cultura elevándose a ese símbolo de infancia sudamericana que es Machu Pichu. El poeta se pierde en cuanto amador, transforma el objeto amado en una aventura mítica, la confunde con las propias tierras del misterio, de azufres y cóndores, al igual que sus antepasados navegantes creyeron encontrar a los indios, al sur de occidente, cuando los buscaban por oriente. Dije ya que este poema es un poema de amor, y el amor siempre une el pasado con el presente. La enigmática figura que este poema diseña está cubierta del perfume de la infancia de quien no quiere describir, de quien prefiere recuperar una memoria próxima, fundiéndola con otras memorias, lejanas, ancestrales sin excepción, en una especie de orgasmo de toda una vida, como si la propia vida fuese una gigantesca cópula cercada por una noche perfecta e infinita. ¿Y qué mejor homenaje puede un poeta rendir a una mujer que identificarla con la propia vida?
El retrato es vago y exacto a la vez, como sólo la palabra poética es capaz de lograr. Todo aquí se da en lenguaje de ríos y de piedras, de furias de espumas y cascadas, de atardeceres, de maíz, de claros, de declives y agaves, de polen y sal. Con estas palabras que el amor enseñó al pequeño aprendiz de hechicero, indaga en el amor, oculta el dolor y lo sublima, esto es, sube a la montaña y se mira, pero una vez de regreso: «duermes en las piedras en las oscuras minas / en el dorso andino nieve pura de inicio / en los pétalos húmedos de azufre».
Hombre y mujer serán siempre ese río y esa orilla de los que se habla en uno de los versos de este libro. No hay uno sin otro, ni siquiera cuando uno corre velozmente y el otro se queda ya sólo contemplando el correr. Y todo se repetirá con otras aguas, en otros márgenes: «el cactus se evaporó al final del tiempo / y el sol donde había la flor dejó intacto / el instante sagrado de lo eterno»; y la mujer, aquí Diosa india, cara siempre sombría, será venerada en otro altar, con pasión, sufrimiento, soledad: «serás siempre la savia, el fuego elemental / la arcilla húmeda la mano que sangra / el corazón de la flor más solitaria»; y siempre perseguida con una ceguera sin límites, con la certeza de que para el hombre sólo hay una eternidad, aquella que el instante ilimitado posibilita.
«Ya no tengo nada que tener sino en el sueño», se confiesa en un verso admirable de este libro. Y así surgió este largo poema; largo, no en su dimensión, sino en su devoción de atar lo que no puede ser atado, de abrir de nuevo la herida seca. Es que el amor nunca sanará, y en sus espinos se posan alas de rocío, como se dice en otro verso, y «las raíces supieron ocultar / las estrellas acabadas de nacer». ¿Existe algo más doloroso? La voz lejana de la tierra, las manos que tiemblan de infancia perdida, que todavía hace tiempo seguían los rastros de las hormigas, se llenan ahora de lágrimas, y trémulas, corren con pasión imposible hacia las estrellas que apenas han acabado de nacer.
Como escribió el gran poeta chileno Humberto Díaz Casanueva, «Las cosas se apagan/lentamente». Es cierto que ya «había un filo de nada en cada cosa» que compuso la vida, pero el adverbio que califica, en seguida en los versos iniciales del libro, el descenso de la montaña —vagarosamente—, no estará en el tú que soporta todo este bello poema (tú, de quien corre grácil como el agua cantada en una de las más bellas canciones de Violeta Parra), y sí en las mismas raíces que lo contemplan, y que poco a poco se van afincando en la tierra.
José Manuel de Vasconcelos
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