miércoles, 17 de junio de 2015

WENCESLAO VARELA [16.291] Poeta de Uruguay


Wenceslao Varela

Wenceslao Varela Cabrera (San José de Mayo, San José, 25 de mayo de 1908 – 25 de enero de 1997) fue un poeta y narrador gauchesco de Uruguay.

Nació el 25 de mayo de 1908 en el departamento de San José, en una finca ubicada sobre la margen izquierda del Río San José. Desde pequeño trabajó en estancias desempeñándose en distintas labores del medio rural, donde fue adquiriendo de primera mano las costumbres de su gente. Su único vínculo con la educación formal fue la asistencia por espacio de seis meses a una escuela rural cuando tenía nueve años. Las continuas inasistencias debido a sus condiciones de vida y la pobreza de sus padres le impidieron tener un contacto asiduo con el aula escolar. Esto marcó que parte de su aprendizaje lo desarrollara en forma autodidacta. A los 15 años ya se desempeñaba como peón de tropa, y a los 18 le eran confiadas por parte de estancias tropillas enteras para que domara.

Comienzos literarios

Varela describe en una publicación argentina de 1980 sus primeros pasos como poeta:

Mis primeros versos nacieron borroneados sobre las caronas. Así no más, a golpes de corazón, sin tiempo para correcciones ni artificios. En un pastoreo de tropas cerca del Colorado o del Mataojo, escuché mis versos en otros labios, los oí en otras bocas. Como no los había firmado, tampoco podía decir que eras míos.
Revista «Rincón del payador», n. 4. Septiembre 1980. Argentina.

Obra

Poesía

El nativo (1930)
Candiles: versos crioyos (1943)
Vinchas (1.ª edición. 1946)
Vinchas: poemas del terruño (Editorial Cumbre. 2.ª edición corregida y ampliada. 1956)
D'entre caronas: versos gauchescos y nativistas (Editorial Cumbre. 1963)
Candiles: versos gauchescos (Editorial Cumbre. 5.ª edición)
De mis yuyos (Editorial Ibana. 1968)
Trote chasquero (1968)
Diez años sobre el recao (Ediciones Vanguardia. 1978)
Frontera norte (1984)
De cuero crudo: versos gauchos (Editorial Cisplatina de Chile. 2.ª edición. s/f.)
Dos poetas orientales: versos camperos por Wenceslao Varela y Osiris Rodríguez Castillos (s/f)
Boleadoras de piedra (1989)

Narrativa

Nazarenas de hierro. Cuentos criollos (1974)
Albardones (2.ª edición corregida y aumentada. 1996)





Modestia aparte

Como vanguardia aguerrida
traigo mi poco saber,
aprendido al recorrer
los caminos de la vida.
De humilde cuna, mecida
bajo techo de humildá,
que aguantó la tempestá,
los años y la pobreza,
traigo: valor, entereza,
y amor a la libertá.

Y soy, de poncho y espuela
sobre cualquier redomón,
uno más de mi nación
con la vida por escuela,
el que a versos y vigüela
con nudos y disonancias
en poblados o en estancias
se cortó solo, a lo entero,
con modestia o altanero
asegún las circunstancias.

Cuando encuentro un reserváo
d’esos que ninguno ensilla,
es, pa’mi, cosa sencilla
dejarlo, a espuela, charquito.
Cuando topo un mal habláo
con fama de aguantador,
le hablo a solas “con amor”
qu’es bueno pa’dominar,
y, si no quiere aflojar,
lo sé llamar al rigor.

En rueda’e “monte”, prefiero
apuntar a la menor,
y si salgo ganador
rescato cuando yo quiero.
En la taba soy certero
y muy cebao a ganar,
durísimo de aguantar
cuando el güeso es de mi gusto.
De ver plata, no me asusto,
cuando me afirmo a “clavar”.

Jamás, con mi moro, arrollo
si d’entro en una carrera;
con “rastras” no armo cuadrera
porque teng’orgullo criollo.
Salir “de abajo” es un “bollo”,
cuando quiero corto luz,
“fiador”, “pescuezo”, “testuz”
los saco justo, pues no!
siempre que lo corra yo,
que me hago un ñudo en la cruz.

Y pialando a medio lazo
en un rodeo parao
soy seguro pa’l “volcáo”
y pa’l “revés” segurazo!
En elogios a mi brazo
se ha gastáo gente campera,
pues pa’guampiar campo ajuera
soy cosa que “ni d’encargo”,
aunque tengo un lazo largo
como legua brasilera.

En ruedas de pericón,
como en versos, no me achico;
echo, apenas abro el pico,
pa’mi láo un corazón.
La endulzo a conversación
porque mi labia no es poca,
y si una “taura” me toca,
d’esas que andan coqueteando,
me l’arrincono bailando
hasta que “le copo en boca”.

En amores, nunca dejo
que naides me pida cuenta;
que los “quince a los cuarenta”
me dio por remedio un viejo.
Voy ‘end’entonces parejo
sin faltar a mis deberes,
pues en cuestión de quereres,
da más la fama qu’el oro…
He dejáo “lunanco” el moro
de tanto cargar mujeres!

A todo el mundo respeto,
dende chico he respetáo,
pero cuando estoy mamáo
mejor que me dejen quieto.
Ande me apretan, aprieto,
y soy duro p’apretar.
Van a tener que aguantar,
y es maña vieja que tengo:
a malas ni voy ni vengo
ni me dejo “coroniar”.

Que se abra cancha el caudillo
con las púas como gallo
y los baguales con callo
Del bocáo sobr’el colmillo…
Le saco el cuerpo al cuchillo,
tranquilo paro el “hachazo”,
a las mujeres… a abrazos
–hijo de bárbara escuela-
a los baguales… a espuela,
y a los malos… a ponchazos!




Mi rancho

Él, es güeno de adentro hasta la puerta, 
humanitario de la puerta adentro;
ajuera es otra cosa; punta y filo;
hurañez madurada a sol e invierno

Y no es tan chico que se diga; 
alcanza pa formar una cruz de trafogueros
pa tender el recao, y queda cancha,
pa’algun gaucho sin pago y pa mi perro

Como en espera de los cuatro rumbos
su puerta tiene requintao el cuero.
Lo rayan nazarenas sin querencia
y le dentran ventiscas y luceros.

No tiene nada que envidiarle a naides;
es puro como el niño Nazareno.
Duermen en él, con pichonada y todo,
cuanto vicho hay que escarva por los cerros.

Pa  que no se me juera con los pájaros,
le planté cerca el patio un tronco seco
que volvieron palenque mis baguales
de tanto zamarriarlo del cabresto.

Jamás, en la tirada que llevamos
hermanaos, él y yo, cubrió su techo,
la vergüenza de un robo; una mentira,
el amor lujurioso, envidia o miedo.

Nada que pueda avergonzarlo mancha
la divina pobreza que hay adentro:
y a él no le gusta que la luna vea
las gastadas cacharpas de su dueño.

Tiene a un costao del lomo una bastera
de tanto y tanto jinetearlo el tiempo
y por ella se cuela, cuando esparce
la luna sus plumones dende el cielo.

Y a él, no le gusta. Se le va ladiando
como quien a un mirón le saca el cuerpo;
amontona la sombra en los rincones,
y pa mancharla se  la pasa al ceibo.

Yo soy un convencido que mi rancho
es güeno y manso, de la puerta adentro;
ajuera es otra cosa - como digo -:
nunca ha podido basuriarlo el viento.

Y siempre con mis cosas de muchacho,
cuando un negro vellón ensucéa el cielo
y escriben las centellas sus mensajes;
apuntalo el palenque y lo contemplo.

Si lo llena de luz un rejucilo,
al ver todo chorriao el firmamento
del oro redetido en las alturas, 
tranquilo espera el sacudón del trueno.

Y adonde vea balancearse el monte,
sacude las plumitas del alero:
se eriza todo, se estremece, tiembla,
si le silban las clines al pampero.

Y ansí feo como es, tiene hasta música:
si a chicharra por flor se luce el ceibo
en durante la siesta, por la noche,
a grillo por terrón canta su alero.

Con sus tacuaras fabricaron quenas
zumbones mangangaces, barreneros,
pa que la brisa musiquera cante
en las horas de paz, sus tristes ecos.

Endulza su amargura cimarrona
una pera de miel de un esquinero,
y en espirales las avispas bravas
le cuelgan sus violines al silencio.

Alzó con la testuz de la cumbrera
la constancia redonda de un hornero,
pa que no se le queme la techumbre
si posa la luz mala su desvelo.

De tanto carroñarme las desgracias
me auyentaron del pago: me juí lejos,
a ver si le ponían las distancias
una venda de olvido a los recuerdos.

Cuando volví, me lo encontré como antes;
con menos quincha, pero más agujeros.
Desdentada la puerta, cáido el tuce,
de guampiarlo los toros y entrar tiempo.

Cuando el camino los acerque, hermanos,
lleguen nomás si necesitan techo;
que él, es huraño de la puerta ajuera,
pero es un santo de la puerta adentro.



ME VISITÓ LA VIRGEN

Me visitó la Virgen, gracias a Dios.
Mi rancho que se despluma y tiembla al paso de los tiempos
y lo sacude un largo destino de tapera
se me ha llenado de flores, de niños, y de rezos

Yo vivo pa los negros misterios de la tierra
y en las alturas solo mi pensamiento elevo
cuando desvelos hondos me embargan y procuro
estrellas o relámpagos pa’ iluminar mis versos.

Cuando se fueron todos y me quedé con ella,
me puse pa’ adorarla el chiripá más nuevo
y viejo por afuera y por adentro niño
la contemplé con todo mi proverbial respeto.

¡Que linda estaba llena de celestial belleza!
Tan pura como el agua del manantial que tengo
pa' que en las noches bajen los astros a mi rancho
o apaguen en las siestas sus ansias los Viajeros.

Por una herida vieja que la techumbre tiene
se derramó la luna pa humedecerle el pelo
y pálida luciérnaga que floreció en la noche
le puso en la diadema su pulsación de fuego.

Sutil la araña, como desvelo del crepúsculo
hilando luna y seda se descolgó del techo
y le tejió paciente un manto a su pobreza
que asujetó a los altos horcones del silencio.

Cuando se fueron todas y me quedé con ella
me puse pa' almirarla el chiripá más nuevo
Y hoy tengo los altares del alma florecidos
Y sin saber la causa me siento más contento.



ME VOY

Me pienso dir aparcero
a buscar lo que me falta,
con la frente limpia y alta…
Echao p’atrás el sombrero.

Pa qué viá quedarme ¿a qué?
si al fin de tanto luchar
no tengo ni qué ensillar
y ando a la vejez a pié.

En cualquier estancia pido
algún “cebao a voltear”
preparo con qué ensillar
estribo y me hago el perdido.

Porque an’que no me lo creo,
seá redomón o bagual,
si no quiero un animal,
conmigo no bellaquea.

Me voy an’que sea un bagual
con dolor dejo mi tierra
pero le hacen mucha guerra
al paisanaje oriental.

Ende chiquito de pión
y hace tiempo que no agarro
ni yerba pa’un cigarro
ni yerba pa’un cimarrón.

No sé cuanto hace hermanito,
an’que a veces lo deseo,
que ni pa’remedio veo
en el juego un churrasquito.

Yo, que me he criado en la estancia,
-claro que siempre de pión-
con yerba en el cimarrón
y la carne en abundancia.

de “Boleadoras de piedra”




Wenceslao Varela y los poetas (*)

La obra de Wenceslao Varela se compone de un corpus diverso, heterogéneo en lo formal y de variada apertura temática, lo que la vuelven más compleja y decididamente polisémica. Los poemas que habitan sus libros ofrecen una mirada profunda del interior uruguayo, de la idiosincrasia de los habitantes de la campaña y se detienen en aspectos poco frecuentados por las plumas ilustres del Parnaso. Varela puede escribir sobre los detalles que componen un amanecer campesino, la delicadeza de dos manos femeninas que alcanzan un mate o las peripecias de un duelo criollo con su correspondiente carga de rencor y violencia.

Un subtema o categoría mínima que puede desprenderse de la totalidad de su obra, la componen un conjunto de poemas dedicados a exaltar, homenajear o simplemente describir a otros poetas que, como él, hicieron del ámbito criollo su forma de arte y de vida. Sin jamás caer en la retórica celebratoria y vacía ni la adjetivación pomposa (en la que este artículo corre el peligro de caer), Wenceslao Varela le escribe – le canta – a sus colegas apelando a formas muy personales de evocación y celebración de la amistad. A continuación, presentaré tres ejemplos sobre el particular.


UNA CARTA A LUIS ALBERTO MARTÍNEZ

En su libro Trote chasquero, Wenceslao Varela incluyó el poema “Carta abierta”, una composición de ocho estrofas décimas (de diez versos) dedicada al payador y poeta coloniense Luis Alberto Martínez. La obra es presentada, justamente, bajo la forma de una larga carta que el maragato le envía a su colega convaleciente para interiorizarse de su estado de salud, reforzar su amistad y ponerse a su disposición para lo que sea:

Me lo contó una luz mala
al cruzar mis esterales
que están tristes sus zorzales
los que anidaban sus talas;
dice, que encogió las alas
de cóndor y de caudillo
que perdió vigor y brillo
y acampó como el trovero
del “PANZÓN LERDO Y MAÑERO
QUE ERA DE PELO TORDILLO”


En las ocho estrofas del poema, Varela utiliza un recurso que ha sido empleado por varios autores y que consiste en incluir, dentro de la obra propia, una cita del poema de otro autor (en este caso del propio homenajeado, a quien va dirigida la carta), de tal forma que los versos injertados se adapten a la métrica y el desarrollo propio de lo que el poeta viene diciendo. La gravedad de la salud de Martínez queda reflejada por los dos versos que Varela cita en la primera estrofa, versos que provienes de “La cruz del viejo cantor”, una milonga de Martínez en la que se narra la última noche de un payador que, ante la cercanía de su muerte, le pide al pulpero donde para que cuide de sus pertenencias y lo entierre junto a su guitarra. Para reforzar aún más el efecto de la cita, Wenceslao Varela las incorpora al final de cada estrofa y en mayúsculas.

La preocupación inicial demostrada por la salud de su amigo y colega, muta a continuación en la exposición de sanos consejos para que logre la mejoría. Al hacerlo, Varela no cae en las frases comunes que suelen dirigírsele al convaleciente y que no son otra cosa que fórmulas prosaicas de buena voluntad. Los consejos que Varela le dirige al bardo enfermo parten de su hondo conocimiento de la vida del otro:



El invierno se avecina
son sus vanguardias heladas
previniendo trasnochadas
a fogón grande y cocina;
busque calor en la china
que su hondo amor entibió
cuando fría su alma vio
y lleve el poncho consigo,
aquel poncho, “QUE UN AMIGO
POR UN VERSO SE LO DIO”



Ya sobre el final, Varela hace aflorar otro rasgo propio del alma del paisanaje: la hermandad en la pobreza y el gesto de compartir sus pertenencias por pocas y deslucidas que sean. Así, con la promesa de una pronta visita al enfermo, entrega su amistad junto a todo lo que tiene:



Voy a cair a su ranchada
en cuanto pueda ensillar
pa abrazarlo y pa rezar
bajo esa quincha sagrada
llegaré de madrugada
cuando el silencio se entrega
hondo en quietud, con la nueva
claridá que el alba apunta…
sé, que su “OMBÚ NO PREGUNTA
QUE PÁJARO ES EL QUE LLEGA”

Yo le ofrezco dende aquí
-si se ve necesitao-
Los restos de aquel chapiao
Que ante mis novias lucí;
Vale más que un Potosí
Cuanto más el tiempo pasa
Como soy criollo de raza
Hasta “en Dios dirá” me atengo
“TODO LO OFREZCO AUNQUE TENGO
UNA POBREZA MACHAZA”




“PÓSTUMAS” O UN ÍNTIMO OBITUARIO

“Póstumas” es un poema de nueve estrofas décimas que integra el libro De cuero crudo y que está dedicado a su coterráneo, el poeta y payador Florentino Callejas. Como su nombre lo indica, la obra fue escrita tras la muerte de Callejas y es, de los tres textos analizados aquí, el más solemne. La solemnidad se expresa en el propio tema de la obra y en el lenguaje empleado por el autor. A diferencia de “Carta abierta”, Wenceslao Varela abandona en “Póstumas” el lenguaje más coloquial y los giros propios del habla campesina en detrimento de expresiones más universales; se regodea en el empleo de vocablos trascendentes y el poema se termina convirtiendo en un gran encadenamiento de imágenes destinadas a resaltar a la figura del difunto (supongo que, en definitiva, esa es la función de un obituario). Al igual que hiciera con su poema dedicado a Luis Alberto Martínez, Varela emplea en esta obra la segunda persona del singular (representada por el pronombre “tú”), lo que dota a la obra de un carácter más intimista y que acerca más al homenajeado con quien le escribe. El inicio es una muestra precisa del dominio que Varela alcanzaba al pasar de la jerga paisana a un lenguaje más refinado y, en el trasunto puramente idiomático, nada tiene que ver con el léxico empleado en el poema analizado anteriormente.



Pájaro gaucho, sombrío,
emisario del pasado
tiene tu lira un pesado
silencio de muerte y frío.
Te traigo con fe y con brío
mis versos en vez de llanto
porque es el silencio tanto,
tan hondo, tan sepulcral;
que no parece el final
de una existencia de canto.



Las estrofas que siguen son una superposición de imágenes en las que se produce una suerte de transformación; el poeta Florentino Callejas, abandonado ya el mundo de los vivos, se convierte en un ser etéreo cuya presencia puede ser encontrada en todas las personas, los animales y los seres vivos que pueblan la campaña.



A tu nombre Florentino
lo musitará el pampero
en el nido del hornero
-lunar que ostenta el camino-
el poblador campesino
te cuenta entre los poetas
y bajo sus noches quietas
hondas de sombra o de luz,
ha de rezarte en la cruz
del altar de las carretas.



En la séptima estrofa, el proceso de consustanciación entre la estela dejada por el vate muerto y las imágenes que los reflejan, amenazan con llegar al paroxismo como si en la rápida suma de elementos se buscara fijar la idea de omnipresencia de los muertos por sobre los vivos.



Tuviste claror de aurora,
dulzura de camoatí…
fuiste el nudo guaraní
que acorta la boleadora.
Palenque, jaguel, totora,
bocado de cuero duro;
botón, con patrio seguro;
amargo de desprender;
eras un poco de ayer
que iba buscando el futuro.



Pese al intento encomiable de Wenceslao Varela por celebrar la obra de Florentino Callejas, el tiempo demostró ser más fuerte y, hoy en día, el nombre del autor de “Cimarroneando” o “El molle” ha caído en un injusto olvido.


SERAFÍN J. GARCÍA, PERSONA Y PERSONAJE

También en su libro De cuero crudo, se encuentra el poema “Milico gaucho…!”, dedicado al poeta oriundo de Treinta y Tres, Serafín José García. En esta oportunidad, Wenceslao Varela abandona el tono coloquial o solemne de los otros textos y narra una suerte de cuento protagonizado por el autor del famoso “Orejano”. Para ello, echa mano a la biografía de Serafín J. García y se concentra en los años en que este se desempeñó como policía en la ciudad de Treinta y Tres. Las veintidós cuartetas que componen “Milico gaucho…!” imaginan una situación que tiene a García como protagonista. Para darle mayor profundidad al asunto, es la supuesta voz de García la que narra el “caso”.

Escondidos en las penumbras de la noche, diez policías de a caballo aguardan el paso de unos contrabandistas por la frontera con el propósito de arrestarlos. Varela inicia el poema con una descripción del nocturno paisaje desolado; los hombres son presentados como intrusos.



En cuanto acampó, quedaron
todos los charcos despiertos;
y la primer virazón
los hizo temblar de miedo.

Salió la luna con frío
y unas estrellas con sueño,
mientras hacían las ranas
gorgoritos de silencio.



Cuando el protagonista entra en escena, descubrimos que se trata de uno de los “milicos” a cargo del operativo. A través de sus ojos descubrimos a sus compañeros de armas y, por allí cerca, marchando en la oscuridad, con la complicidad de una luna que se ha ocultado, atravesando el campo, a los “cargueros” o contrabandistas:



“Yo era la “guardia avanzada”
y en mi confiaron el sueño
diez hombres llenos de orgullo
servidores del gobierno.

¡Audaces! Marchar con luna
bajo la comba del cielo
honda de azul infinito
ancha de campo y silencio…!

Y haberme tocao la guardia
por desgracia a mí, que quiero
economizar las balas
pa no fundir al gobierno.



Unos pocos versos, le alcanzan a Varela para definir la personalidad de ese milico gaucho que está de guardia, mientras sus compañeros duermen. Y será él, desde su puesto de vigía, el que divisará a los contrabandistas que cruzan el paso y el que, contrariamente a lo que los estatutos de la Fuerza mandan, se apiadará de aquellos hombres desgraciados que sólo tienen el contrabando como forma de vida.



¡Venir marchando con luna
y con un frío tremendo
que ha endurecido los pastos
y me ha torcido los dedos…!

Ellos no saben que allí
hay diez milcios con rémitos.
pero sí, saben que allá
están sus hijos hambrientos.



Cuando la luna, finalmente, asoma entre las nubes para descubrir ante la guardia policial la presencia de los infractores, el milico gaucho en que se inspira y se convierte Serafín J. García, no hace lo que haría cualquiera de sus compañeros, esto es, despertar al resto y salir al cruce a los delincuentes. Su humanidad, que aflora en su piel y en su sangre, lo hace abandonar el puesto y aventurarse en el camino para alertar a los contrabandistas y dejarlos marchar. La estrofa con la que cierra el poema incluye la ironía del milico que ha visto su deber cumplido aunque no para el lado que se esperaba. Wenceslao Varela revela aquí su propia visión de las injusticias sociales y le hace decir a su personaje, cuando los pobres contrabandistas se alejan del peligro:

¡Yo cuido lo del estao!
pa eso me paga el gobierno.
¡Vaya a saber cuántas balas
le economizo con esto…!
______________

(*) - Publicado originalmente en La Onda Digital (Nº 447) del 28/07/2009.
http://asuntoliterario.blogspot.com.es/2009/07/wenceslao-varela-y-los-poetas.html






Wenceslao Varela / Poeta oriental

Poeta de tierra adentro
por Martín Bentancor   
FUENTE: LA ONDA® DIGITAL

Wenceslao Varela  un antiguo peón de estancia que, como nadie, describió en sus versos la realidad del hombre de campo, los vastos paisajes del interior uruguayo y, por sobretodo, la misteriosa relación que une al ser humano con la tierra que pisa y las estrellas que contempla.

Wenceslao Varela sabía de miserias y privaciones forjadas en los ranchos de terrón y en los galpones de estancia pero, también, conocía el encanto de esas mansas lluvias de enero cayendo sobre los campos o la sensación de inmensidad que trasmite un cielo profundamente estrellado. Se valió de su pluma para convertir tales sensaciones en versos que sobreviven en el repertorio de eso que algunos llaman “poesía nativa” o “folklore”, rótulos por demás vagos e incapaces de definir una obra. Su condición de hombre del interior, su escasa instrucción y su probada bohemia, lo mantuvieron- y lo mantienen – relegado del canon literario uruguayo. Sus textos no integran antologías de poetas nacionales, sus obras son imposibles de conseguir en librerías céntricas y  su nombre suena extraño para los medios de prensa o la Academia. El parnaso local prefiere destacar la obra de poetas más universales y “comprometidos” (hay algunos, cuyos libros expuestos en vidrieras, semejan la exhibición de productos en serie) y, por vía del merchandasing y la sobreexposición, elevar una obra relegando a otras. Esto, que puede sonar a queja, no es más que una mera constatación de una realidad; el propio derrotero bibliográfico de Wenceslao Varela sirve para ilustrarlo sin lugar a dudas.

Los años que Wenceslao Varela le dedicó a la doma de potros y la conducción de bovinos por tortuosos caminos de tropas, no le impidieron forjar una obra tan personal y tan vasta como inútiles fueron los intentos contemporáneos de imitarla. Varela perfeccionó una técnica derivada de los payadores (expuesta en la pluma de bardos como Juan Pedro López, Pelegrino Torres o Héctor Umpiérrez) que consiste en, mediante la narración de una anécdota o relato, describir y analizar el carácter del ser humano. Sus herramientas son las de un narrador (en el sentido literal del término) aunque opte por la composición lírica para desarrollar su creación. Como poeta, Wenceslao Varela abordó desde la décima (composición en diez versos con rima consonante) hasta el soneto (composición de origen italiano distribuida en dos cuartetos y dos tercetos), como es el caso de su obra Noche de Reyes:



Era noche de Reyes, serenatas;
del rastrojo brotaba calor de fuego.
“Si usted me da permiso, patrón, mas luego
Voy a dejar afuera las alpargatas”.
Y al abrirse la aurora del día siguiente
el niño que en la noche soñara tanto,
enjugando en sus ojos tímido llanto,
las levantó vacías, tímidamente,
Y habló el torvo labriego sin ilusiones,
que había arado una vida sin camellones
“Andá, muchacho bobo, traime los gueyes,
que aquí cain comisarios por mas galones
y estancieros que buscan pionas y piones
pero no he visto nunca los santos Reyes”



La difusión que ha tenido su obra (en formato musical) se debe, en gran parte, a la labor de Santiago Chalar (1941-1994) quien supo musicalizar e interpretar varias de sus composiciones(1). La comunión de Wenceslao Varela con el hombre de campo (sus dichos, costumbres, virtudes y defectos) debe ser leída como una suerte de veneración forjada en la cercanía existencial y física a su realidad y no como un rito patriótico y de carácter nacionalista(2). Varela construyó en sus libros (Diez años sobre el recado, Candiles, De mis yuyos, etc) una poética tan personal como imposible de rastrear en la obra de sus predecesores; hurgó en los sentimientos de sus personajes para describirlos en todas sus contradicciones y elaboró detalladas estampas que, tras una aparente economía de recursos, describen toda una vida. Como ilustración de esta cualidad, valga la siguiente estrofa de su extenso poema Una carrera:



Si el diablo hubiera venido
luciendo el poncho escarlata,
pa´ pararlo al pago a plata,
al diablo me hubiera vendido.
Jugador de talla he sido
y no pierdo la cabeza;
y aunque con mucha entereza
soporté muchas topadas,
nunca sentí tan pesada
sobre el alma la pobreza.



La variedad de temas y situaciones que fue construyendo en su obra constituyen originales argumentos de carácter cinematográfico. En Ida, el paisano que viaja al pueblo con la misión de comprar medicamentos para un hijo enfermo, es distraído por un local de apuestas o “timba”, donde apostará hasta el dinero para los remedios. En Fidel, el narrador nos cuenta su tragedia: al despertarse de madrugada sintiendo el ladrido de los perros, descubre  a su amigo robando carne y, ante el susto de este, no le queda otra opción que defenderse de su ataque y darle muerte. En Cardozo, Varela describe las proporciones de un incendio que se ha apoderado del campo y al que sólo el coraje de un hombre (considerado un cobarde en la zona) le hará frente. En este poema, como en muchos otros, Wenceslao Varela se vale de una figura constante en su obra: la descripción de fenómenos naturales o entes materiales (vientos, corrientes de agua, ranchos, montes) a través de características humanas; como si en la simbiosis de ambos elementos, el propio concepto de hombre se desdibujara volviéndose aún más extraño al posicionarse sobre la tierra. Un ejemplo de lo anterior es un pasaje de su obra Mi rancho:


Él es bueno de adentro hasta la puerta,
humanitario de la puerta adentro.
Ajuera es otra cosa: punta y filo;
hurañez madurada a sol de invierno.



La vida de Wenceslao Varela refleja una constante evidenciada en varios creadores; el silencio que pareció cubrir su obra tras su muerte (ocurrida el 25 de enero de 1997, exactamente cincuenta y dos años después que otro poeta olvidado, Juan Pedro López) ha sido roto este año en que, su San José natal, lo celebra con recitales, exposiciones y un intento por volver a colocarlo en el mapa del arte y la cultura uruguaya.

*Martín Bentancor   

FUENTE: LA ONDA® DIGITAL

(1) – En 1990, Santiago Chalar y Wenceslao Varela grabaron el disco El fogón de Wenceslao Varela, un repaso por varios puntos destacados de la obra del poeta maragato donde, el propio Varela, recita sus versos con envidiable memoria (superaba los ochenta años) mientras que Chalar, con su guitarra, le brinda el marco musical.
(2) – La figura del gaucho se ha prestado a toda suerte de lecturas que van desde la mera caricaturización hasta la conversión de su estampa en una especie de figura legendaria. Así como la burla permite su reducción a un bruto que habla mal y se viste con un ropaje ridículo (visión torpe y por demás ignorante de la moda gauchesca), la elevación mítica lo convierte en una suerte de personaje tradicional. Ambas visiones son peligrosas y terminan desdibujando al fenómeno real: surgido en los albores de la Banda Oriental, el gaucho desaparece con el alambramiento de los campos en las últimas décadas del siglo XlX. Aunque su estirpe sigue viva en el interior del Uruguay (particularmente en la vestimenta, ciertas costumbres campesinas y en la Semana Criolla de la Rural del Prado de Montevideo), nada tienen que ver algunos personajes que visten como gauchos (bombacha, chiripá, rastra y sombrero) pero que llevan celular en el cinto y toman mate auxiliados por un termo. El aggioramiento también tiene sus límites.

FUENTE: LA ONDA® DIGITAL
http://vientosdeplata.blogspot.com.es/2011/03/wenceslao-varela-poeta-oriental.html






Diez años sobre el recao, Wenceslao Varela


La lectura de este libro coloca a quien la acomete ante una realidad de alguna forma intermedia entre los grandes relatos gauchescos de mediados y fines del S. XIX y el mundo criollo en decadencia de mediados del S. XX. En este sentido, la diégesis misma de la obra refleja este proceso de evolución-involución, que en un aspecto histórico-sociológico es la consabida evolución-involución de un modo de vida que, lentamente, se encuentra en vías de desaparecer de forma definitiva. Lamentablemente, con ese mundo que se va, es posible que se vayan también los gustadores de una obra poética de las características que esta posee.

Diez años sobre el recao narra con estructura lírica (décimas octosílabas de rima consonante perfectamente elaboradas) las peripecias de un tropero y peón itinerante, que es el yo lírico narrativo cuya voz nos llega, y de su amigo Iyazuiré. La acción transcurre en los campos, estancias y pulperías del litoral del río Uruguay, tanto de un lado como del otro. Allí surgen oídas de algún contrabando de ganado, de alguna timba, de algún baile improvisado, que se constituyen en el escenario material de fondo para un drama que es todavía más profundo y existencial: el drama de la pobreza, del sojuzgamiento, del padecimiento, de la naturaleza en contra del individuo, de la muerte contra la vida y, en ocasiones, del amor contra la amistad.

Con toda esta exuberancia temática a su disposición, uno de las tantas fortalezas de este libro es la construcción de sus personajes. Están allí los dos protagonistas mencionados con sus miserias y sus glorias, pero acompañan un coro de peones ladinos (como decía Borges aunque refiriéndose a otros peones), pulperos que buscan ventaja, borrachos cantores y mujeres que hasta podrían encarnar un ideal de belleza relacionado más que nada a su escasez en tan brutal escenario.

La pobreza, el abuso y el honor llegan entonces a constituirse en los problemas existenciales de esta obra que aquí, a modo de reseña, sólo pueden esbozarse, pero que deberían ser objeto de un mejor y pormenorizado análisis por parte de la crítica literaria actual. Sobre el primero de los temas de este tríptico, dice Wenceslao:

Por eso ha de ser que allá / a´nde´l hambre está arraigada
se redame en marejadas / la fiebre y la enfermedá;
pena al qu´es güeno le da / ver desnuda una mujer
cuando es largo el padecer / acaba con la razón…
Parece que la extensión / se nutriera en cada ser.

Presa del abuso de los patrones y a veces de los que comparten su misma condición más baja, el honor del peón se ve resentido. La enseñanza moral termina siendo un triste descubrimiento de la soledad:

Yo he visto que la amistá / tiene valor y no tiene…
y a ocasiones no conviene / darle a ciegas con lealtá;
es una temeridá / sondar de un alma el abismo.
Amo virtú y heroísmo / aunque ya pa´nada valgo,
conviene tener fe´n algo / y especialmente en sí mismo.

No quiero dejar de mencionar la siempre triste constatación de estos personajes: viven, con conciencia, en un mundo que se termina, un mundo sin esperanza, amargo y mancillado por la miseria y el rencor. Los estancieros contratan gente miserable para vigilar sus campos y asustar a los que lleguen a robar. El asunto usualmente termina con los “ladrones”, gente sumida en la pobreza rural, muertos tras la redada. Recién entonces llegan los milicos, con los que se encuentra el protagonista:

Junto a los muertos pasé / sin dormir y sin rezar,
en escondido llorar / con mi amigo Iyazuiré.
Con los milicos hablé / de pobrezas y de penas
Y desdechas en cadenas / que hacen malo al pobrerío
Y tantas cosas …  ¡Dios mío! / qu´hirve la sangre en las venas.

Porque Wenceslao, que tropeó y estuvo sometido a los rigores de la naturaleza y la escasez, siempre toma el partido de los más desprotegidos, en una actitud nunca impostada, porque, tengo entendido de acuerdo a ciertos testimonios, era su propia vivencia la que entraba a tallar.

En fin, un libro entrañable, hermoso en su aspecto formal, con bellos tropos y bellos pensamientos, y muy entretenido. Eso sí… creo que con cada vez menos lectores…

Edición: Intendencia de San José – CETP – UTU
Año de la primera edición: 1978



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