Jean Lorrain
Jean Lorrain es el seudónimo de Paul Alexandre Martin Duval (Fécamp, 9 de agosto de 1855 – París, 30 de junio de 1906) escritor francés del movimiento simbolista.
Hijo de Amable Duval, armador, y su mujer Pauline Mulat, Paul Duval estudió en el Liceo del Príncipe Imperial en Vanves en (1864-1869) después fue internado en el colegio Alberto el Grande de Arcueil en 1869. En este periodo compuso sus primeros versos.
En 1873 conoce a Judith Gautier durante unas vacaciones en Fécamp, que lo influenciará mucho literariamente.
En 1875, se enrola voluntario en los húsares de Saint-Germain-en-Laye y Rocquencourt. Comienza los estudios de derecho en París en 1876, pero los abandona en 1878 y empieza a frecuentar los locales de escritores, el café la Bohème, donde estaba el círculo de Rodolphe Salis, y el cabaret Le Chat noir, donde entra en contacto con los círculos literarios Hydropathes y Zutistes, con Jean Moréas, Maurice Rollinat, Jean Richepin, Émile Goudeau, etc.
En 1880 tiene su primera crisis cardíaca y se traslada definitivamente a París, a un apartamento en Montmartre.
En 1882 publica su primera colección de poesía Le Sang des dieux y colabora con diversas revistas, como Le Chat noir o Le Décadent. En 1883, publica una nueva colección de poesías, La Forêt bleue, y frecuenta el salón literario de Charles Buet, donde conoce a Jules Barbey d'Aurevilly, Joris-Karl Huysmans, François Coppée, Léon Bloy, Laurent Tailhade...
En 1884 comienza su colaboración con el Courrier français, escribiendo una serie de retratos por medio de los cuales comenzará su amistad con la escritora Rachilde. Al año siguiente publica otra nueva colección de poesías, Modernités, y su primera novela, Les Lépillier, que escandaliza a Fécamp, su ciudad natal. Conoce a Edmond de Goncourt al cual permanecerá unido hasta la muerte de este último en 1896.
Lorrain se crea un personaje con la evidente intención de escandalizar. Hace ostentación de su homosexualidad y de su pasión por los luchadores de feria, no dudando en presentarse al baile anual de las artes en camiseta rosa y los pantalones de piel de leopardo de su amigo, el luchador Marseille. Él se considera un esteta y un dandi, además de un agitador y explorador del vicio y la vulgaridad, curiosa combinación que le hace caer a menudo en el mal gusto, y que le vale el desprecio de algunos de sus contemporáneos, entre ellos Robert de Montesquiou. Por su parte, Lorrain se mofaba de éste por su pretendida elegancia y castidad. Léon Daudet escribe en su Souvenirs: "Lorrain tenía una cara gorda y larga, cabellos divididos por una raya perfumados de pachuli; los ojos saltones, estúpidos y ávidos; labios gruesos babosos, que escupían y goteaban durante su discurso. Su torso era convexo como el esternón de los buitres. Se alimentaba con avidez de todas las calumnias e inmundicias".
Su padre muere en 1886. Conoce a Sarah Bernhardt, para la cual escribirá sin éxito algunas obras de teatro, y publica su segunda novela, Très Russe, que casi provoca un duelo con Guy de Maupassant, un detestado compañero de la infancia que cree reconocerse en el personaje de Beaufrilan. Escribe artículos para La Vie moderne y comienza una colaboración con L'Evénement (1887) y L'Écho de Paris en 1888.
En 1891, con su colección de relatos cortos Sonyeuse, consigue su primer éxito de ventas. En 1892 emprende un viaje a España y Argelia. Su madre lo llama a Auteuil y permanecerá con ella hasta su muerte. Al año siguiente, conoce a Yvette Guilbert, para la cual compone algunas canciones, pero que lo mantendrá a distancia. El doctor Pozzi le opera de nueve úlceras en el intestino causadas por el consumo de éter.
Conoce en 1894 a Liane de Pougy, que le ayudará a codearse con la alta sociedad. A partir de 1895 colabora en Journal donde publica sus « Pall-Mall Semaine », convirtiéndose en uno de los periodistas mejor pagados de París. Sus ácidas crónicas son muy populares y temidas. En 1896 es admitido como miembro de la Académie Goncourt.
En 1897 la crítica da la bienvenida a su novela Monsieur de Bougrelon calificándola de obra maestra. Jean Lorrain desafía a duelo a Marcel Proust tras una agresiva critica de Les Plaisirs et les Jours. En 1898 efectúa su primer viaje a Venecia, a donde volverá en 1901 y 1904. En 1900 Jean Lorrain se traslada a la Costa Azul y en 1901 publica su mejor obra, Monsieur de Phocas. En 1904 publica La Maison Philibert para pagar una gran multa a la que fue condenado por un proceso contra Jeanne Jacquemin.
Su salud empeora debido al abuso de drogas, en particular del éter, su enfermedad cardíaca y de la sífilis. Viaja e ingresa en diversos ciclos de curas en Peira-Cava, Le Boréon y Châtel-Guyon. Muere el 30 de junio de 1906 a la edad de cincuenta años, a causa de una peritonitis provocada por un enema mal realizado. Es enterrado en Fécamp.
Obras
Poesía
Le sang des dieux (1882)
La forêt bleue (1883)
Modernités (1885)
Les griseries (1887)
L'ombre ardente (1897)
Novelas
Les Lépillier (1885 et 1908)
Très russe (1886)
Un démoniaque (1895)
Monsieur de Bougrelon (1897)
La dame turque (1898)
Monsieur de Phocas (1901)
Le vice errant (1901)
La maison Philibert (1904)
Monsieur Monpalou (1906)
Ellen (1906)
Le tétreau (1906)
L'Aryenne (1907)
Maison pour dames (1908)
Relatos cortos y cuentos[editar]
Sonyeuse (1891)
Buveurs d'âmes (1893)
La princesse sous verre (1896)
Âmes d'automne (1897)
Lorelei (1897)
Contes pour lire à la chandelle (1897)
Ma petite ville (1898)
Princesses d'Italie (1898)
Histoires de masques (1900)
Princesses d'ivoire et d'ivresse (1902)
Vingt femmes (1903)
Quelques hommes (1903)
La Mandragore (1903)
Fards et poisons (1904)
Propos d'âmes simples (1904)
L'école des vieilles femmes (1905)
Le crime des riches (1906)
Narkiss (1909)
Les Pelléastres (1910)
Teatro
Viviane, théâtre (1885)
Très russe, pieza en 3 actos, con Oscar Méténier, París, Théâtre-d'application (La Bodinière), 3 de mayo de 1893
Yanthis (1894)
Prométhée, con André-Ferdinand Hérold (1900)
Neigilde (1902)
Clair de lune, drama en un acto y diez cuadros, con Fabrice Delphi, París, Concert de l'Époque, 17 de diciembre de 1903
Deux heures du matin, quartier Marbeuf, con Gustave Coquiot (1904)
Hôtel de l'Ouest, chambre 22, con Gustave Coquiot (1905)
Théâtre : Brocéliandre, Yanthis, La Mandragore, Ennoïa (1906)
Crónicas e Relatos de viaje[editar]
Dans l'oratoire (1888)
La petite classe (1895)
Sensations et souvenirs (1895)
Une femme par jour (1896)
Poussières de Paris (1896-1902)
Madame Baringhel (1899)
Heures d'Afrique (1899)
Heures de Corse (1905)
La ville empoisonnée (1930)
Femmes de 1900 (1932)
Jean Lorrain fue el más destacado y el más escandaloso exponente del así llamado decadentismo francés. Dandy extravagante, periodista de pluma irreverente y despiadada, anatomista lúcido y tenaz de todos los vicios de la sociedad finisecular, autor de una vastísima obra que, con imaginación desbordante y verba personalísima, desarrolló en los cincuenta breves años de su vida, , y que abarca las formas diversas de la novela, el cuento, la poesía, el teatro, la crónica de viajes, sufrió tras su muerte una eficaz conspiración del silencio, con la que parecieron vengarse quienes habían sido, no siempre injustificadamente, víctimas de su implacable mordacidad. Luego de un prolongado purgatorio, comienza a ocupar desde fines del siglo XX el lugar que le corresponde en las letras francesas.
Jean Lorrain: Aforismos
En el mundo hay que descender hasta el nivel de la mayoría, la mediocridad tranquiliza.
En el mar todas las fealdades se agravan: allí lo ridículo se vuelve sátira.
Sólo las personas sanas tropiezan y caen en el abismo. Los verdaderos enfermos no mueren; se hacen tratar.
Los enemigos son a menudo más útiles que los amigos, pero hay que elegirlos; los enemigos hablan de nosotros.
En la vida tenemos que dar por descontados la hostilidad de nuestros amigos y el odio de los indiferentes.
Un sosías siempre compromete al hombre al que se parece.
El aspecto físico de los señores ancianos se dirige por caminos diversos hacia una fealdad única.
La máscara es la risa del misterio, es el rostro de la mentira hecho con la deformación de lo auténtico, es la fealdad deliberada de la realidad exagerada para ocultar lo desconocido.
“Sé encantadora y cállate”. Juraría que Baudelaire escribió su soneto para una española.
No existe en el mundo emoción un poco delicada que no descanse en el amor por lo maravilloso: el alma de un paisaje está contenida por entero en la memoria, más o menos poblada de recuerdos, del viajero que lo atraviesa, y no hay ni montañas, ni selvas, ni auroras sobre los glaciares, ni crepúsculos sobre los lagos para quien no desea y no teme a la vez ver surgir a Oriana en la linde del bosque, a Teofana entre las retamas y a Melusina en la fuente.
Hay sirenas en el fondo de las pupilas, como en el fondo del mar.
¡Pobre de quien se demora en el recuerdo! El pasado es una carroña que corrompe el presente y envenena el porvenir.
No hay nada en los ojos, y ése es su enigma aterrador y doloroso, su encanto alucinante y abominable. No hay nada fuera de lo que nosotros mismos ponemos en ellos, y esa es la razón por la que sólo en los retratos hay miradas auténticas.
La Lujuria no elige a su presa, la encuentra.
Lo triste de la vida es la deprimente certeza que tenemos del recomenzar de todo, de la absoluta falta de imprevisto, de novedad y de aventura, y de la perpetua y machacona insistencia de los mismos problemas estúpidos. Es esta desesperante certeza, unida a la experiencia adquirida de que las escasas horas de pasión que tuvimos, de dolor o de alegría, no volveremos a revivirlas nunca más; que es locura intentar evocarlas y que todo en la boca es ceniza y polvo, debajo de los dientes aún ávidos de sensaciones que han desaparecido para siempre.
La sabiduría es la experiencia, es decir, el desencanto de la vida.
Hay algo peor que el miedo a morir: es el horror de vivir.
Sólo la naturaleza consuela de todo. Únicamente podemos envejecer separándonos poco a poco de los individuos. ¿Para qué aferrarse a lo que se separa de nosotros? La naturaleza, en cambio, siempre nos recibe: los cielos, los grandes horizontes, la magia cambiante de lagos y montañas y el poema infinito del mar, eso es lo que debemos amar cuando tenemos más de cincuenta años.
Cuanto más avanzamos en la vida, más ajenos nos sentimos a ella: las impresiones nos traicionan, los sentimientos también.
Demasiado tarde, demasiado tarde, es el croar habitual del destino en respuesta al triste never more de la experiencia, nunca más, nunca más.
¡Ah, envejecer, qué crueldad! ¡Leer en los ojos del otro la piedad, la fidelidad, nunca más el deseo!...
Siempre nos vengamos de aquéllos a quienes contemplamos vivir.
Todo hombre virtuoso es un cerdo que duerme.
No hay que creer que nos endurecemos al envejecer. Por el contrario, quedamos en carne viva, y cuanto más avanzan nuestros años, más amamos la soledad, porque estamos obligados a amarla dado que ya nadie nos ama.
Todos los crímenes son conforme a derecho: el derecho de la audacia. Sólo las víctimas están equivocadas.
El rostro humano me repugna. Ya sólo me gusta en los espejos venecianos, estudiadamente reflejado en el claroscuro de una habitación, exageradamente maquillado, sobrehumano, inhumano, cabeza de ídolo o de mártir, de una impasibilidad cruel o de una voluptuosidad doliente.
No corrompo: libero.
Sólo soy un espejo y me dicen perverso.
¿Recuperamos, acaso, el pliegue de un abrigo y lo que expresa una sonrisa? El pasado, ciertamente, es ceniza y es nada.
Traducción, para Literatura & Traducciones, de Carlos Cámara y Miguel Ángel Frontán.
Dans le monde, il faut descendre au niveau de la majorité, la médiocrité rassure.
A la mer, toutes les laideurs s'aggravent : les ridicules y deviennent de la satire.
Il n'y a que des gens bien portants qui trébuchent dans le gouffre. Les vrais malades ne meurent pas; ils se soignent.
Les ennemis servent souvent plus que les amis, mais il faut les choisir ; les ennemis parlent de nous.
Dans la vie il faut s'attendre à l'hostilité de nos amis et à la haine des indifférents.
Un sosie compromet toujours son homme.
Le physique des vieux messieurs s'achemine diversement vers une laideur unique.
Le masque, c'est le rire du mystère, c'est le visage du mensonge fait avec la déformation du vrai, c'est la laideur voulue de la réalité exagérée pour cacher l'inconnu.
« Sois charmante et tais-toi. » Je parierais que Baudelaire a écrit son sonnet pour une Espagnole.
Il n'est pas au monde émotion un peu délicate qui ne repose sur l'amour du merveilleux : l'âme d'un paysage est tout entière dans la mémoire, plus ou moins peuplée de souvenirs, du voyageur qui le traverse, et il n'y a ni montagnes, ni forêts, ni levers d'aube sur les glaciers, ni crépuscules sur les étangs pour qui ne désire et ne redoute à la fois voir surgir Oriane à la lisière du bois, Tiphaine au milieu des genêts et Mélusine à la fontaine.
Il y a des sirènes au fond des prunelles comme au fond de la mer.
Malheur à qui s'attarde dans le souvenir ! Le passé est une charogne qui corrompt le présent et empoisonne l'avenir.
II n'y a rien dans les yeux, et c'est là leur terrifiante et douloureuse énigme, leur charme hallucinant et abominable. Il n'y a rien que ce que nous y mettons nous-mêmes, et voilà pourquoi il n'y a de vrais regards que dans les portraits.
La Luxure ne choisit pas sa proie, elle la trouve.
La tristesse de la vie, c'est la déprimante certitude que l'on a du recommencement de tout, du manque absolu d'imprévu, de nouveau et d'aventure, et du perpétuel ressassement des mêmes stupides ennuis. C'est cette désespérante certitude jointe à l'expérience acquise que les rares heures de passion vécue, douleur ou joie, ne se revivront jamais plus, que tenter de les évoquer est folie, et que tout est cendre et poussière dans la bouche, sous les dents demeurées gourmandes de sensations à jamais disparues.
La sagesse, c'est l'expérience, c'est-à-dire le désenchantement de la vie.
Il y a pis que la peur de mourir : il y a l'horreur de vivre.
Il n'y a que la nature qui console de tout. On ne peut vieillir qu'en se détachant peu à peu des individus. À quoi bon se cramponner à ce qui se détache de nous ? La nature, elle, toujours nous accueille : les ciels, les grands horizons, la féerie changeante des lacs et des montagnes et le poème infini de la mer, voilà ce qu'il faut aimer quand on a plus de cinquante ans.
Plus on avance dans la vie, plus on s'y sent étranger : les impressions vous trahissent, les sentiments aussi.
Trop tard, trop tard, c'est le croassement ordinaire du destin en réponse au triste never more de l'expérience, jamais plus, jamais plus.
Oh ! vieillir, quelle cruauté, lire dans les yeux d'autrui la pitié, le dévouement, plus jamais le désir !...
On est toujours vengé des gens qu'on regarde vivre.
Tout homme vertueux est un cochon qui dort.
Il ne faut pas croire qu'on s'endurcit en vieillissant. Au contraire, on s'écorche à vif, et plus on avance en âge, plus on aime la solitude car il faut bien l'aimer puisque personne ne vous aime plus.
Tous les crimes sont dans le droit: le droit de l'audace. Les victimes seules ont tort.
Le visage humain me dégoûte. Je ne l'aime plus que dans les miroirs de Venise, savamment reflété dans le clair-obscur d'une chambre, maquillé à outrance, surhumain, inhumain, tête d'idole ou de martyre, d'une impassibilité cruelle ou d'une volupté souffrante.
Je ne corromps pas : je délivre.
Je ne suis qu'un miroir et l'on me veut pervers.
Retrouve-t-on le pli d'un manteau et l'air d'un sourire ? Le passé est bien de la cendre et du néant.
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